viernes, 27 de enero de 2012

Letra 256


EL IDEAL FRUSTRADO DE LA REFORMA PROTESTANTE: EL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LOS CREYENTES (III)

Francisco Rodés

Signos de Vida, CLAI, núm. 41, septiembre de 2006

Nuevos modelos participativos

La raíz de todo lo que venimos discutiendo tiene que ver con la cuestión práctica de cómo se toman las decisiones en la comunidad creyente. Cómo son las reuniones administrativas en las que se elaboran planes, se deciden proyectos o se aplica disciplina.

¿Hay realmente participación de todos y todas? ¿Se sigue una tradición o se deja que hable la autoridad más representativa de la iglesia? ¿Todos los miembros tienen la misma posibilidad de ser oídos, aun los más recientes, los más jóvenes, los más sencillos?

Hace poco fuimos a visitar una misión en proceso de convertirse en iglesia. Éramos un grupo de líderes visitando una pequeña comunidad rural, donde la mayoría de los creyentes eran mujeres. Queríamos explorar, conocer de la madurez del grupo para convertirse en una iglesia autónoma. Nos dimos cuenta de que las mujeres campesinas se sentían sobrecogidas por la visita, estaban calladas, sus miradas eran huidizas. Pensamos cuánto autoritarismo machista habrían experimentado en sus vidas, desde el ambiente familiar hasta los centros de trabajo. Por eso permanecían en silencio. Afortunadamente, iba en el grupo visitante una persona familiarizada con lo que se conoce como educación popular . Inmediatamente tomó control de la situación, cambió la posición de los bancos, inició ejercicios de integración, y al poco rato todas y todos estaban hablando con entera soltura, expresando con naturalidad sus convicciones, sus creencias más íntimas. Todos aprendimos los unos de los otros, se borró la separación entre pastores y miembros, todos éramos discípulos compartiendo las vivencias de nuestra fe.

Pienso que lo que Jesús hizo poniendo en medio del grupo de discípulos a un niño fue mostrarnos un nuevo modelo de comunidad. Un niño carece de poder, de autoridad, de experiencia. Pero en él también hay sabiduría de Dios, y hay disposición a aprender que los misterios de Dios solo Él puede concederlos. Una iglesia evangélica en la tradición de la Reforma debe aprender a poner al niño en el centro, y a abrirse a lo que Dios habla en la comunidad. Este es el verdadero sentido del sacerdocio universal de todos los creyentes.


La educación popular es una herramienta muy útil para ayudar a potenciar al laicado de las iglesias, a fin de que los creyentes, el pueblo sean verdaderamente los protagonistas principales en el drama de la Iglesia. Por esto no dudamos en sugerir que los líderes de las iglesias busquen implementar estos métodos en todas sus comunidades. Seguramente habrá un crecimiento en la calidad del compromiso por el Reino de Dios. Éste es el reto que hace la Reforma a la Iglesia Cubana.

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RECUENTO DE UNA INQUIETUD TRANSFORMADA EN VOCACIÓN

Karina García Carmona

A

comparación de otras personas que se han desenvuelto en el ámbito teológico con todo un proceso de apoyo eclesial, mi estadía en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México fue relativamente corta, sin embargo, en ese pequeño lapso de tiempo el interés por estudiar la Biblia y trabajar en una iglesia llegó a ser lo hoy es una labor pastoral apoyada por la Iglesia Luterana Mexicana.

En 2000 comienzo a asistir a la Iglesia Nacional Presbiteriana “Jesús El Buen Pastor” ubicada en la colonia Acueducto de Guadalupe en la delegación Gustavo A. Madero, del Distrito Federal, perteneciente al presbiterio del mismo nombre, la elección de esa iglesia en particular fue por la cercanía al lugar donde residía, ya que era de las pocas iglesias protestantes de la zona.

Para 2002, ya era profesora de niños en la Escuela Dominical, formaba parte del coro y de la Sociedad de Esfuerzo Cristiano, además de asistir regularmente a los cultos y estudios bíblicos entre semana. Al trabajar como maestra y en la interacción con el grupo de jóvenes dentro de la iglesia, sentí la necesidad de profundizar en el estudio de la Biblia y busqué algunas opciones con amigos de confianza, una de ellas era el Seminario Bíblico y Teológico de México (un instituto educativo creado por el presbiterio, de poca validez académica que no me fue muy recomendado), la Escuela Bíblica de Misioneras y, por supuesto, el Seminario Teológico Presbiteriano de México.

Debido a que mi interés era personal, además de desconocer la forma de comunicar a los líderes de la iglesia local y del presbiterio el deseo de obtener estudios teológicos, no opté por ninguna de las opciones ya mencionadas e ingresé al Instituto de Pastoral Bíblica perteneciente a los Misioneros del Espíritu Santo, organización eclesial católica. Cursé un año y medio de estudios en este instituto, mientras continuaba con las actividades de la iglesia, pero al enterarse el pastor encargado de la iglesia a la que asistía, y posteriormente el consistorio, que estudiaba en un instituto católico fui destituida de mi cargo, entrando en un año de disciplina, sin posibilidad de ocupar algún cargo o actividad dentro de la iglesia por ese lapso. A pesar de ello, decidí continuar con mis estudios de forma personal, por lo que opté por estudiar el Diplomado de Interpretación y Lectura de la Biblia, impartido por la Comunidad Teológica de México (CTdeM) dando cuenta de esta decisión a mi iglesia.

A pesar de estar estudiando en una institución protestante y de no ser parte activa dentro de ninguna actividad educativa o de formación, los problemas dentro de la congregación continuaron ahora a partir del tema de la música haciendo alusión que el responso[1] (del que estaba a cargo), era una práctica católica que debía denunciarse y eliminarse. Si bien la idea del responso era del pastor, el conflicto llegó a un grado tal que decidí no congregarme más en esa iglesia.

Luego de algún tiempo, fui invitada a congregarme en una pequeña misión en Ecatepec, Estado de México, el pastor a cargo era recién egresado del Seminario Teológico Presbiteriano y sabía que estudiaba en la CTdeM, me indicó que debía asistir regularmente para que la iglesia me conociera y después podría pensarse en una participación más activa, el año transcurrió sin grandes conflictos y de hecho, se me invitó a predicar un par de veces. Ese año era el último que el pastor estaría en la iglesia, pero antes de salir, me propuso como maestra de Escuela Dominical de adultos, cargo que ocupé por ocho meses. Cabe mencionar que dentro de la Iglesia presbiteriana, nunca pedí ayuda económica para hacer mis estudios teológicos y por ignorancia, tal vez obvié el apoyo moral y pastoral que, aun sabiendo qué y dónde estudiaba nunca me ofrecieron.

Estudiando en la CTdeM se toman clases con personas de otras denominaciones, había tenido contacto con profesores y alumnos luteranos y, entre la experiencia vivida dentro de la Iglesia Presbiteriana y las perspectivas que se abrían en la interacción en clase, fui convenciéndome poco a poco de la necesidad de buscar espacios más dispuestos a mi participación. Pedí entonces al Seminario Luterano Augsburgo, me permitieran ingresar como alumna de éste pidiendo únicamente su apoyo moral y poder congregarme en alguna iglesia luterana. Después de algunas pláticas, se hizo el respectivo papeleo para el cambio de seminario y continué con mis clases regulares ahora como alumna luterana.

El proceso fue largo, pero poco a poco fui integrándome a las actividades de la iglesia y del Seminario, tres años pasaron entre estudios y actividades dentro de la iglesia que me permitieron crecer y aprender. Ya en los últimos semestres de la licenciatura, se me hace una invitación por parte de la Iglesia Luterana Mexicana, a pastorear la iglesia “Santísima Trinidad”, ubicada en la colonia Jardín Balbuena, en la Ciudad de México (la cual pastoreo actualmente), debido a que la pastora anterior iría a vivir a Estados Unidos.

Dentro de la Iglesia Luterana Mexicana, la posibilidad de ejercer un pastorado a la vez de poder participar en la vida académica del Seminario Luterano Augsburgo, me ha permitido ser parte de una iglesia que cuenta con una visión mucho más abierta a la acción de las mujeres dentro del ministerio pastoral ofreciendo un espacio en el cual desarrollar una vocación profesional, además de brindar apoyo moral y sobre todo pastoral.

Finalmente cabe mencionar que el presidente de la Iglesia Luterana Mexicana el Rev. Daniel Trejo Coria, de 73 años de edad, pastor con muchos años de experiencia y estudios teológicos en Estados Unidos, ha dicho tanto públicamente como de manera personal que no existe ningún argumento bíblico ni teológico que justifique la no ordenación de la mujer.

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CONTINGENTE RECHAZA REFORMA AL ARTÍCULO 24

Violeta Meléndez

El Informador, Guadalajara, 14 de enero

"¡Si Juárez viviera paliza les pusiera!", así grita un contingente de alrededor de mil personas que este medio día avanzó por avenida Hidalgo hacia Plaza de Armas manifestando su rotundo rechazo hacia la reforma al Artículo 24, aprobada por los diputados el pasado 15 de diciembre.

Esta reforma sostiene que todo mexicano tiene derecho a ejercer el culto religioso que más le agrade así como de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado en celebraciones del respectivo culto.

Los inconformes sostienen que esta nueva ley pretende otorgar privilegios y ventajas a la jerarquía católica, violando así el carácter laico del Estado Mexicano.
"Estamos marchando porque no queremos que se de religión en las escuelas, para eso están los templos. En las escuelas se tienen que enseñar otras cosas, por eso Benito Juárez separó la Iglesia del Estado", argumentó Elisa Gutiérrez, de 15 años, quien aseguró asistir a la manifestación por decisión propia.

Aunque la reforma no habla de incluir religión en las escuelas o de injerencia católica u otra religión en el Estado, organizadores y manifestantes aseguran que ésta es un primer paso para permitirlo.

"Queremos separación Iglesia Estado, no queremos retrocesos históricos que lleguen a convertir a México en un estado confesional", refirió Alejandro Ramírez, vocero de Ciudadanos Laicos, la asociación organizadora de la marcha.

Por su parte, diputados panistas defendieron la laicidad de la reforma al aprobarla, toda vez que los cambios fortalecen a un Estado que respeta el derecho de creer o no creer. Y, en su momento, argumentaron que se busca que en el ejercicio de la libertad de religión se observen los tratados internacionales en materia de derechos humanos.

La nueva redacción de la Ley 24 dice: “Toda persona tiene derecho a convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar en su caso la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o propaganda política. Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria”.



[1] El responso es una forma musical, de origen escocés, transmitida básicamente a través de los libros de himnos de los metodistas, con finalidad didáctica: Para mejor aprenderse los textos, el predicador cantaba un verso, y la congregación lo repetía después.

Actividades

LOS ESPERAMOS A TODOS/AS EN LA MESA REDONDA SOBRE EL SACERDOCIO UNIVERSAL A LAS 17.30 HRS.

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CULTO DE ORACIÓN Y ESTUDIO

Martes 31 de enero, 19 hrs.

Rebelión en Israel contra Roboam (I Reyes 12.1-24)

Modera: Hna. Lupita Medrano

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EL DÍA DEL CAMBIO (I)

Carlos A. Dreher

E

l día del cam­bio lle­ga des­pués de la muer­te de Sa­lo­món. La su­ce­sión mo­nár­qui­ca y las cues­tio­nes co­mo ella re­la­cio­na­das se pre­sen­tan siem­pre co­mo mo­men­tos de cri­sis y de ines­ta­bi­li­dad. Ya ha­bían si­do así en la ve­jez de Da­vid. Aho­ra, aun­que no ha­ya dis­pu­ta por el tro­no, hay cri­sis nue­va­men­te.

Se­gún 1 Re 12, las tri­bus del rei­no del nor­te se reú­nen en Si­quem pa­ra “ha­cer rey” a Ro­boam, hi­jo de Sa­lo­món, que cier­ta­men­te ya ha­bía asu­mi­do el tro­no de Ju­dá. A juz­gar por la se­cuen­cia del re­la­to, “ha­cer rey’’ sig­ni­fi­ca aquí dis­cu­tir las ba­ses con­trac­tua­les de ese nue­vo rei­na­do.

Al re­vés de lo que se es­pe­ra­ría, no son los re­pre­sen­tan­tes de las tri­bus del nor­te los que van a Je­ru­sa­lén, ca­pi­tal de los da­ví­di­das. Es Ro­boam quien tie­ne que ir a Si­quem. Las tri­bus lo es­pe­ran. No aca­ban sim­ple­men­te la su­ce­sión di­nás­ti­ca. Quie­ren dis­cu­tir.

En un cier­to sen­ti­do, el acon­te­ci­mien­to re­pi­te, en la se­cuen­cia, las re­vuel­tas de Ab­sa­lón y Se­ba. Co­mo cuan­do si­guie­ron a Ab­sa­lón, las tri­bus del nor­te no pien­san en aca­bar con la mo­nar­quía. Quie­ren so­la­men­te una re­for­ma. Quie­ren re­ver y re­ne­go­ciar al­gu­nas cláu­su­las del con­tra­to en­tre el rey y el pue­blo.

El pue­blo es­tá dis­pues­to a “ser­vir” a Ro­boam, lo que cier­ta­men­te sig­ni­fi­ca su dis­po­si­ción a pa­gar tri­bu­tos y a pres­tar ser­vi­cios, tan­to en el ejér­ci­to cuan­to en las cons­truc­cio­nes rea­les. Quie­re, sin em­bar­go, una mo­di­fi­ca­ción en la ma­ne­ra de ha­cer­lo. “Tu pa­dre hi­zo pe­sa­do nues­tro yu­go; aho­ra, pues, ali­via tú la du­ra ser­vi­dum­bre de tu pa­dre y el yu­go pe­sa­do de tu pa­dre y el pe­sa­do yu­go que nos im­pu­so so­bre no­so­tros, y te ser­vi­re­mos”. La rei­vin­di­ca­ción es cla­ra. Si Ro­boam quie­re ser rey tam­bién so­bre Is­rael, ten­drá que ablan­dar la tri­bu­ta­ción y los tra­ba­jos for­za­dos.

Tal vez por in­ha­bi­li­dad po­lí­ti­ca, tal vez por pre­po­ten­cia, Ro­boam de­ci­de no ha­cer nin­gu­na con­ce­sión. An­tes de eso to­ma con­se­jo, con los an­ti­guos con­se­je­ros de su pa­dre y tam­bién con los jó­ve­nes con los que ha­bía cre­ci­do. Los más vie­jos le pro­po­nen con­tem­po­ri­zar: un pe­que­ño ablan­da­mien­to de las car­gas, hoy, ga­ran­ti­za­rá la ser­vi­dum­bre pa­ra siem­pre. Es me­jor pre­ve­nir que re­me­diar.

Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, 32

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PRÓXIMAS ACTIVIDADES

FEBRERO

4 – Inicio de cursos de Música

5 – Reinicio de cursos Escuela de Formación Cristiana/ Santa Cena/Reunión de Consistorio

Práctica y proyección del sacerdocio universal, L. Cervantes-O.

29 de enero, 2012


“Sólo tú mereces tomar el libro/ y romper sus sellos./ Porque fuiste sacrificado,/ y con tu sangre/ rescataste para Dios,/ a gente de toda raza,/ idioma, pueblo y nación./ Los hiciste reyes/ y sacerdotes para nuestro Dios;/ ellos gobernarán la tierra”.

Apocalipsis 5.9-10


En un volumen dedicado al estudio del origen y evolución del sacerdocio universal desde la Reforma hasta el siglo XX, el pastor metodista Cyril Eastwood llega a una muy dolorosa conclusión: que “ninguna iglesia ha sido capaz de expresar en su liturgia, trabajo y testimonio la riqueza completa de esta doctrina”,[1] a pesar de que ha sido un asunto vital en cada siglo posterior a la Reforma, de que es el único principio positivo que nace del concepto evangélico de la libre gracia y de que puede conducir a una comprensión más plena de la vocación o llamamiento que Dios le otorga a cada creyente. Este autor agrega que su práctica adceuada sigue siendo un desafío que las iglesias no pueden ignorar. Por su parte, el pastor bautista cubano Francisco Rodés ha señalado que, en efecto, el ejercicio de esta doctrina en el protestantismo evangélico se ha convertido en el “ideal frustrado de la Reforma Protestante”, debido a que cuando las iglesias derivadas de ésta se institucionalizaron, el clericalismo reapareció con una fuerza inaudita y derivó en lo que califica como iglesias pastor-céntricas y pone el dedo en la llaga:


Sin embargo, una cosa es lo que expresa la doctrina y otra lo que se experimenta en la vida real. En verdad, el clericalismo no murió: sobrevivió sobre otras bases. Se abrió una nueva fuente de servicios a la religiosidad, la de los dispensadores de la doctrina correcta, la de los que manejaban el arte de predicar la Biblia y alentar la fe. El conocimiento de la Biblia requería de dedicación, de estudios en seminarios y universidades. Surge así con fuerza el profesionalismo religioso. El ministro protestante recupera mucho de la aureola de santidad del antiguo sacerdote, su autoridad se establece en las nuevas estructuras de las iglesias, que son controladas por los nuevos clérigos, y el sacerdocio universal de los creyentes se convierte en otra página mojada del ideario protestante.

Por supuesto que no hay nada en contra del profesionalismo. En definitiva, todos los adelantos en los campos de la cultura y el saber se han debido a la consagración, en áreas específicas, de personas con vocación. La Iglesia ha necesitado de profesionales, de músicos, de teólogos, maestros y predicadores, y gracias a Dios por estos. El problema radica en el ejercicio del poder en la iglesia, cuando por conocer un poco más de teología o tener más habilidad para hablar en público, ejercemos estos dones, no para servir, sino para erigirnos en autoridad controladora de los demás. Así surgen las iglesias pastor-céntricas.[2]


Estas iglesias, dice, fallan al aplicar el sacerdocio universal de todas las personas y se encaminan a un dualismo pernicioso que califica la fe de las personas en grados y entrega la autoridad a unos cuantos:


Son iglesias en las cuales las decisiones emanan de la autoridad del pastor. Los miembros se han acostumbrado tanto a que la voz de Dios solo se oiga desde el púlpito, que les parece un sacrilegio diferir en algo de las ideas de su pastor. Sería como una deslealtad, un pecado grave no estar de acuerdo con él. En muchos casos, el pastor que se ve a sí mismo como revestido de una unción exclusiva, se siente tan halagado por el aplauso de su congregación, que se desarrollan imperceptiblemente los rasgos de egocentrismo que conducen al autoritarismo. Estos son los rezagos de la antigua separación entre clérigos y laicos, alimentados por la propia tradición de la iglesia. Esto lo escribe quien ha sido pastor durante más de cuarenta años, por lo que lo hago sin ánimo de denigrar un llamamiento que reconozco como divino y una vocación que viviré hasta el último día de mi vida.

No es extraño, entonces, que el lenguaje más espiritual, la voz más cargada de bendición se convierta en solapada manipulación de los demás para imponer los criterios propios. Y todo ocurre en una atmósfera de piedad y devoción.

Los pastores así transformados por este autoritarismo empiezan a hablar de “mi iglesia”, “mis miembros”, “yo no permito en mi iglesia…” “tengo un miembro”, como si la iglesia fuera de su propiedad.[3]


Esta constatación tan dolorosa parte del hecho de que ni siquiera en el antiguo Israel, y acaso con la posible excepción de algunos momentos de la Iglesia de la época del Nuevo Testamento o de los primeros siglos, se consumó el ideal divino de que cada integrante del pueblo creyente asumiera la responsabilidad de responder y velar por su fe. Las tentaciones sacerdotales siempre reaparecieron e hicieron que dicha responsabilidad sobre la estabilidad espiritual individual y colectiva siguiera recayendo en una casta de personas dedicadas al “servicio religioso profesional” y que la marcada división entre clero y laicado permaneciera como una supuesta marca distintiva del pueblo de Dios, aunque la dinámica bíblica siempre fue en sentido inverso.

Basta con recordar la reacción del pueblo hebreo ante las acciones de Moisés y Aarón al frente de la multitud que salió de Egipto, pues luego del anuncio de que Yahvé deseaba que su pueblo fuera una nación de sacerdotes (Éx 19.6a), y de que promulgara sus mandamientos, la gente abiertamente le solicitó a Moisés, presa del terror por las manifestaciones divinas y por ser consumidos por la santidad divina: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éx 20.19). Lo que Dios quería, desde entonces, era tener un “pueblo de creyentes”, en el esquema de lo que muchas iglesias anabautistas o menonitas ha promovido durante mucho tiempo, es decir, comunidades de conversos que se niegan a someter su fe a los dictados de otra persona o institución.[4]

Lutero ofreció un ejemplo extraordinario de la práctica del sacerdocio universal, cuando delante del emperador, y ante la para otros inevitable coacción del Estado monárquico, afirmó, en la llamada Dieta de Worms (abril de 1521), a pregunta expresa sobre su retractación, que su conciencia estaba cautiva únicamente de la Palabra divina:


Hela aquí: a menos que se me persuada por testimonios de las Escrituras o por razonamientos evidentes, porque no me bastan únicamente las afirmaciones de los papas y de los concilios, puesto que han errado y se han contradicho a menudo, me siento vinculado con los textos escriturísticos que he citado y mi conciencia continúa cautiva de las palabras de Dios. Ni puedo ni quiero retractarme de nada, porque no es ni seguro ni honrado actuar en contra de la propia conciencia.[5]


La visión de Apocalipsis 5 muestra cómo Dios no olvida sus propósitos y en ella se advierte que el ideal de un pueblo de sacerdotes proyecta la praxis cristiana hacia un futuro alcanzable y por el cual vale la pena luchar, pues la perspectiva escatológica se convierte en “detonante ético” para la vida de la comunidad que experimenta y promueve el Reino de Dios en el mundo. La visión forma parte de lo que se ha señalado como “la toma de poder del Cordero”, pues no se trata solamente de una glorificación celestial, sino de “la inauguración de un reinado sobre la historia”.[6] Y en este nuevo estado de cosas, los y las seguidores de Jesús de Nazaret son sacerdotes y gobernantes, aunque quien reinará es el Cordero, pues él es el único digno de “tomar el libro y abrir los sellos”, es decir, de desvelar todo el sentido y rumbo de la historia humana. “El Cordero ‘compró para Dios’ a los hombres de toda raza y los hizo para Dios un linaje real y unos sacerdotes. La relación con Dios es el aspecto más específico del sacerdocio”.[7] Y un aspecto central en este sentido es la fuerza con que sus oraciones “de santos” (5.8) han podido conmover a Dios. Ninguna oración, entonces, es superior a las demás. Estamos ante el ejercicio absoluto de la llamada “oración de intercesión”, fruto directo del sacerdocio universal, siguiente punto de este recorrido.



[1] C. Eastwood, The priesthood of all believers. An examination of the doctrine from the Reformation to the present day. [1960] Minneapolis, Augsburg, 1962, p. 238. Reedición: Eugene, Oregon, Wipf & Stock Publishers, 20/05/2009. Agradezco a mi amigo Mariano Ávila el envío puntual de esta y muchas obras más.

[2] F. Rodés, “El ideal frustrado de la Reforma Protestante: el sacerdocio universal de los creyentes”, en Signos de Vida, Consejo Latinoamericano de Iglesias, http://www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/sDv41/ideal%20frustrado.htm.

[3] Idem.

[4] Cf. Carlos Martínez García, “Las iglesias de creyentes y el Estado laico”, en La Jornada, 25 de enero de 2012, www.jornada.unam.mx/2012/01/25/opinion/022a2pol: “Las iglesias de creyentes, con su férrea defensa de que la persuasión era la única vía para atraerse prosélitos, se transformaron en obstáculos molestos a quienes ya fuera desde las instancias del Estado, o bien dentro de la Iglesia sostenida por los poderes en turno, les combatieron, porque señalaban el recurso de la coacción y la violencia como elementos totalmente ajenos al espíritu del Evangelio”.

[5] Cit. por César Vidal Manzanares, “Lutero: mi conciencia, cautiva de la Palabra de Dios”, en Protestante Digital, 27 de enero de 2012, Este momento sería descrito, según el comentario de José Luis Medina Rosales en el blog de Vidal Manzanares, por el historiador escocés Thomas Carlyle como “La escena de mayor grandeza en la Historia Moderna Europea [...] originándose en ella la subsiguiente historia de la civilización” (Los héroes, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1932, p. 128).

[6] Luis Arturo García Dávalos, El carácter sacerdotal del pueblo de Dios: paradigma para una comprensión eclesial. México, Universidad Iberoamericana, 2000, p. 137.

[7] Ibid., p. 140.

Apocalipsis 5.6-10, Traducción en Lenguaje Actual


Entonces vi un Cordero cerca del trono. En el cuerpo llevaba las marcas de haber sido sacrificado. Estaba de pie, rodeado por los cuatro seres vivientes y por los veinticuatro ancianos. Tenía siete cuernos, y también siete ojos. Éstos son los siete espíritus de Dios, que han sido enviados para visitar toda la tierra. El Cordero fue y tomó el libro enrollado que tenía en la mano derecha el que estaba sentado en el trono. Apenas hizo esto, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron delante de él. Cada uno tenía un arpa, y llevaba una copa llena de incienso que representaba las oraciones del pueblo de Dios. Y todos ellos cantaban esta nueva canción: “Sólo tú mereces tomar el libro/ y romper sus sellos./ Porque fuiste sacrificado,/ y con tu sangre/ rescataste para Dios,/ a gente de toda raza,/ idioma, pueblo y nación./ Los hiciste reyes/ y sacerdotes para nuestro Dios;/ ellos gobernarán la tierra”.

viernes, 20 de enero de 2012

Letra 255, 22 de enero de 2012


EL SACERDOCIO DE LOS CREYENTES

Juan Calvino

Institución de la Religión Cristiana. Rijskwijk, Feliré, 1967.

La Ley moral y ritual no está vacía de Cristo

Debemos, pues, concluir de lo dicho, que puesto que a los judíos se les ofreció la gracia de Dios, la Ley no ha estado privada de Cristo. Porque Moisés les propuso como fin de su adopción, que fuesen un reino sacerdotal para Dios (Éx 19.6); lo cual ellos no hubieran podido conseguir de no haber intervenido una reconciliación mucho más excelente que la sangre de las víctimas sacrificadas. Porque, ¿qué cosa podría haber menos conforme a la razón, que el que los hijos de Adán, que nacen todos esclavos del pecado por contagio hereditario, fueran elevados a una dignidad real, y de esta manera hechos participantes de la gloria de Dios, si un don tan excelso no les viniera de otra parte? ¿Cómo podrían ostentar y ejercer el título y derecho del sacerdocio, siendo objeto de abominación ante los ojos de Dios por sus pecados, si no quedaran consagrados en su oficio por la santidad de su Cabeza? Por ello san Pedro, admirablemente acomoda las palabras de Moisés, enseñando que la plenitud de la gracia, que los judíos solamente hablan gustado en el tiempo de la Ley, ha sido manifestada en Cristo: "Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio" (1 Pe.2.9). Pues la acomodación de las palabras de Moisés tiende a demostrar que mucho más alcanzaron por el Evangelio aquellos a los que Cristo se manifestó, que sus padres; porque todos ellos están adornados y enriquecidos con el honor sacerdotal y real, para que, confiando en su Mediador, se atrevan libremente a presentarse ante el acatamiento de Dios. (II, vii, 1) […]

El sacerdocio de Jesucristo

En cuanto a su sacerdocio, en resumen hemos de saber que su fin y uso es que Jesucristo haga con nosotros de Mediador sin mancha alguna, y con su santidad nos reconcilie con Dios. Mas como la maldición consiguiente al pecado de Adán, justamente nos ha cerrado la puerta del cielo, y Dios, en cuanto que es Juez, está airado con nosotros, es necesario para aplacar la ira de Dios, que intervenga corno Mediador un sacerdote que ofrezca un sacrificio por el pecado. Por eso Cristo, para cumplir con este cometido, se adelantó a ofrecer su sacrificio. Porque bajo la Ley no era lícito al sacerdote entrar en el Santuario sin el presente de la sangre; para que comprendiesen los fieles que, aunque el sacerdote fue designado como intercesor para alcanzar el perdón, sin embargo Dios no podía ser aplacado sin ofrecer la expiación por los pecados. De esto trata por extenso el Apóstol en la carta a los Hebreos desde el capítulo séptimo hasta casi el final del décimo. En resumen afirma, que la dignidad sacerdotal compete a Cristo en cuanto por el sacrificio de su muerte suprimió cuanto nos hacía culpables a los ojos de Dios, y satisfizo por el pecado.

Cuán grande sea la importancia de esta cuestión, se ve por el juramento que Dios hizo, del cual no se arrepentirá: "Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec" (Sal. 110.4); pues no hay duda de que con ello Dios quiso ratificar el principio fundamental en que descansaba nuestra salvación. Porque, ni por nuestros ruegos ni oraciones tenemos entrada a Dios, si primero no nos santifica el Sacerdote y nos alcanza la gracia, de la cual la inmundicia nos separa. (II, xv, 6) […]

El sacerdocio pertenece a todo cristiano

Pero, ¿a qué alargarse más en esto, cuando se trata de un modo de expresión corriente en la Escritura? Aunque el pueblo de Dios estaba bajo la doctrina infantil de la Ley, sin embargo los profetas declaraban con suficiente claridad que los sacrificios externos encerraban en si una sustancia y verdad que perdura actualmente en la Iglesia cristiana. Por esto David pedía que subiese su oración delante del Señor como incienso (Sal 144.2). Y Oseas llama a la acción de gracias “ofrenda de nuestros labios” (Os 14.2); como David en otro lugar los llama “sacrificios de justicia” (Sal 51.19); ya su imitación, el Apóstol manda ofrecer a Dios sacrificios de alabanza; lo cual Él interpreta como “fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb 13.15).

No es posible que este sacrificio no se halle en la Cena de nuestro Señor, en la cual, cuando anunciamos y recordamos la muerte del Señor, y le damos gracias, no hacemos otra cosa sino ofrecer sacrificios de alabanza. A causa de este oficio de sacrificar, todos los cristianos somos llamados “real sacerdocio” (1 Pe. 2.9); porque por Jesucristo ofrecemos sacrificios de alabanza a Dios; es decir, el fruto de los labios que honran su nombre, como lo acabamos de oír por boca del Apóstol. Porque nosotros no podríamos presentarnos con nuestros dones y presentes delante de Dios sin intercesor. Este intercesor es Jesucristo, quien intercede por nosotros, por el cual nos ofrecemos a nosotros y todo cuanto es nuestro al Padre. Él es nuestro Pontífice, quien, habiendo entrado en el santuario del cielo, nos abre la puerta y da acceso; Él es nuestro altar sobre el cual depositamos nuestras ofrendas; en Él nos atrevemos a todo cuanto nos atrevemos. En suma, Él es quien nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios su Padre (Ap 1.6). (IV, xviii, 17) […]

Las órdenes mayores. El sacerdocio

Quedan las tres órdenes que ellos llaman mayores; de las cuales, el subdiaconado, según ellos dicen, ha sido puesto en este grupo después que apareció la multitud de las órdenes menores. Y como les parece que tienen confirmación de estas tres órdenes en la Palabra de Dios, las llaman órdenes sagradas. Pero hay que ver cuán perversamente abusan de la Escritura para probar su propósito. Comenzaremos, pues, por el orden presbiteral o sacerdotal. Porque ellos entienden una misma cosa por estas dos palabras, y llaman sacerdotes y presbíteros a aquellos cuyo oficio es — según ellos dicen — ofrecer en el altar el sacrificio del cuerpo y sangre de Jesucristo, decir las oraciones y bendecir los dones de Dios. Por esto cuando los ordenan les dan el cáliz, la patena y la hostia, en señal de que tienen poder de ofrecer a Dios sacrificios de reconciliación; les ungen las manos, para darles a entender que tienen poder de consagrar.

Pero yo afirmo que tan lejos están de tener testimonio en la Palabra de Dios respecto a ninguna de estas cosas, que no podían corromper más vilmente el orden establecido por Dios.

Primeramente debe tenerse por cierto lo que ya hemos dicho en el capítulo precedente, al tratar de la misa papista; que todos cuantos se hacen sacerdotes para ofrecer sacrificio de reconciliación, infieren una grave injuria a Cristo. El es quien ha sido ordenado por el Padre, y consagrado conjuramento para ser sacerdote según el orden de Melquisedec, sin que haya de tener fin ni sucesión (Sal 110.4; Heb 5.6; 7.3). Él es quien una vez ofreció la hostia de purificación y reconciliación eterna, y que ahora, habiendo entrado en el santuario del cielo, ora por nosotros. En Él todos nosotros somos sacerdotes; pero esto es solamente para ofrecer alabanzas y acción de gracias a Dios, y principalmente para ofrecernos a nosotros mismos, y, en fin, cuanto es nuestro. Pero aplacar a Dios, y purificar los pecados con su sacrificio, ha sido privilegio especial de Jesucristo. Mas como éstos usurpan tal autoridad, ¿qué queda, sino que su sacerdocio sea un detestable sacrilegio? Ciertamente su desvergüenza es indecible, al atreverse a adornarlo con el título de sacramento.

La imposición de las manos

En lo que respecta a la imposición de las manos que se realiza para introducir a los verdaderos presbíteros y ministros de la Iglesia en su estado, yo la tengo por sacramento. Porque, en primer lugar, es una ceremonia tomada de la Escritura; y, además, no es vana ni superflua, sino una señal y marca fiel —como lo confiesa san Pablo— de la gracia espiritual de Dios (1 Tim 4.14). Y el no haberlo nombrado con los otros dos se debe a que no es ordinario ni común a todos los fieles, sino oficio particular de algunos.

Por lo demás, cuando atribuyo esta honra al ministerio que Cristo ha instituido, no deben gloriarse de esto los sacerdotes papales. Porque aquellos de quienes hablamos son ordenados por boca de Jesucristo, para dispensar el Evangelio y los sacramentos (Mt 28. 19; Mc 16.15; Jn. 21.15); y no para ser verdugos ofreciendo víctimas y sacrificios cada día. El mandamiento que se les ha dado es que prediquen el Evangelio y que apacienten el rebaño de Cristo, y no que sacrifiquen. La promesa que se les hace es que recibirán las gracias del Espíritu Santo, no para realizar la expiación de los pecados, sino para gobernar como deben la Iglesia. (IV, xix, 28)

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EL IDEAL FRUSTRADO DE LA REFORMA PROTESTANTE: EL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LOS CREYENTES (II)

Francisco Rodés

Signos de Vida, CLAI, núm. 41, septiembre de 2006

El problema radica en el ejercicio del poder en la iglesia, cuando por conocer un poco más de teología o tener más habilidad para hablar en público, ejercemos estos dones, no para servir, sino para erigirnos en autoridad controladora de los demás. Así surgen las iglesias pastor-céntricas.

¿Qué son las iglesias pastor-céntricas?

Son iglesias en las cuales las decisiones emanan de la autoridad del pastor. Los miembros se han acostumbrado tanto a que la voz de Dios sólo se oiga desde el púlpito, que les parece un sacrilegio diferir en algo de las ideas de su pastor. Sería como una deslealtad, un pecado grave no estar de acuerdo con él. En muchos casos, el pastor que se ve a sí mismo como revestido de una unción exclusiva, se siente tan halagado por el aplauso de su congregación, que se desarrollan imperceptiblemente los rasgos de egocentrismo que conducen al autoritarismo. Estos son los rezagos de la antigua separación entre clérigos y laicos, alimentados por la propia tradición de la iglesia. Esto lo escribe quien ha sido pastor durante más de cuarenta años, por lo que lo hago sin ánimo de denigrar un llamamiento que reconozco como divino y una vocación que viviré hasta el último día de mi vida.

No es extraño, entonces, que el lenguaje más espiritual, la voz más cargada de bendición se convierta en solapada manipulación de los demás para imponer los criterios propios. Y todo ocurre en una atmósfera de piedad y devoción.

Los pastores así transformados por este autoritarismo empiezan a hablar de mi iglesia, mis miembros, yo no permito en mi iglesia, tengo un miembro, como si la iglesia fuera de su propiedad.

El modelo cristo-céntrico de Iglesia

Esto dista mucho del modelo cristo-céntrico de iglesia, en el cual Cristo es la cabeza, la autoridad, y los miembros del cuerpo, todos iguales en importancia, contribuyen cada uno con su don al crecimiento de todo el organismo. San Pablo nos advierte que el cuerpo no es uno, sino muchos (1ª Corintios 12.14). Y, de hecho, una iglesia puede existir sin pastor, pero no sin sus miembros.

Un texto en el que se funda una sana eclesiología es Efesios 4.11-12. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Estos diferentes servicios ofrecidos por los pastores, evangelistas, etcétera, perfeccionan a los santos, a la iglesia toda, para la obra del ministerio. Es decir, estos dones no son para auto-engrandecimiento, sino para ayudar a formar una iglesia consciente y preparada en su ministerio. La Iglesia es protagonista principal, el cuerpo de Cristo, que tiene una misión de Dios en el mundo.

Por esto es tan importante una toma de conciencia de los mecanismos psicológicos e inconscientes por los cuales una persona se erige en poder controlador sobre una comunidad creyente. Porque entonces el sacerdocio universal de todos los creyentes no pasa de ser un eslogan sin verificación práctica ninguna. Una iglesia en la cual la congregación no tiene voz propia en todos los asuntos, que no hace más que repetir la de su pastor, y lo decimos con todo respeto, es una comunidad pobre, inmadura y dependiente. El modelo bíblico es el de una comunidad participativa, rica en aceptación de la diversidad de criterios y personalidades y unida por el espíritu de amor y de paz que nos enseñó nuestro Maestro, quien, como sabemos, no vino para ser servido sino para servir y dar su vida por los perdidos.

Actividades

LOS ESPERAMOS A TODOS/AS EN LA MESA REDONDA DEL PRÓXIMO DOMINGO A LAS 17.30 HRS. EL TEMA ES: EL SACERDOCIO UNIVERSAL DE LOS CREYENTES. UNA PERSPECTIVA INTER-CONFESIONAL. PARTICIPAN: GONZALO BALDERAS (CATÓLICO), KARINA GARCÍA (LUTERANA) Y JOSÉ LUIS VELAZCO (PRESBITERIANO)

¡NO SE ARREPENTIRÁN!

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CULTO DE ORACIÓN Y ESTUDIO

Martes 24 de enero, 19 hrs.

Muerte de Salomón (I Reyes 11.27-43)

Modera: A.I. Lauro Adame B.

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LA RESISTENCIA SE ARTICULA

Carlos A. Dreher

T

oda esta opresión, la explotación y la expropiación causadas por la sustentación de la corte y por el endeudamiento externo, no habrán pasado desapercibidas para el pueblo israelita. Y, ciertamente, habrán despertado resistencia y anhelo deliberación. Tengo como cierto que una serie de textos bíblicos que pueden remontar al período salomónico, expresan la insatisfacción popular. No pretendo abordarlos aquí, sin embargo es justo que se les mencione.

Entre ellos deberán constar 1 Sm 8.11-17, el así llamado “derecho del rey”, según el cual toda la población se toma, finalmente, esclava del monarca. También los textos atribuidos al Yahvista en el bloque temático del Éxodo (Ex 1-14), se incluyen ahí. La opresión descrita en Ex 1.11; 2.11s; 5, habrá ciertamente identificado de manera velada la opresión salomónica con la esclavitud en Egipto. Finalmente, Dt 17.14-17, el texto que busca limitar los derechos del rey, evitando que multiplique caballos (ejército), mujeres (acuerdos e inter-cambios comerciales internacionales) y mucho oro y plata, parece brotar igualmente de aquella primera experiencia asustadora.

No obstante, la resistencia no consiguió lograr una articulación popular clara mientras Salomón gobernó. La única excepción es la frustrada tentativa de golpe emprendida por Jeroboam (1 R 11.26-40). A la par de la cobertura ideológica dada por la construcción del templo a todos estos desmanes, aquel fuerte y bien aparejado ejército habrá funcionado como elemento de represión. Si no fuesen esos dos factores —templo y ejército—, ni el esplendor de la corte ni el endeudamiento externo habrían llegado a tal punto; tal vez ni habrían existido. Al final, en cuanto la corte nadaba en el lujo y la riqueza, sustentando incluso el mismo palacio fenicio, los campesinos empobrecían, viendo desaparecer su producto en la mesa del rey y en las transacciones comerciales con el exterior. […]

Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, 5-6

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PRÓXIMAS ACTIVIDADES

29 – Celebración de cumpleaños/ Recepción de nuevos miembros/ Despensas/ Mesa redonda sobre el sacerdocio universal, 17.30 hrs.

Fe reformada y sacerdocio universal, L. Cervantes-O.

22 de enero, 2012


Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol (apóstolon) y sumo sacerdote (arjieréa) de la fe que profesamos.

Hebreos 3.1, Reina-Valera Contemporánea


1. Jesucristo, único sumo sacerdote

La carta a los Hebreos es una especie de carta magna y suma teológica, a la vez, acerca del sacerdocio único de Jesucristo a favor de la humanidad. Visto así, sus grandes y solemnes afirmaciones sobre el papel mediador de Jesucristo para encarnar de forma absoluta el sacerdocio antiguo, superarlo de una vez por todas y establecer una nueva forma de relación con Dios sólo a través de él, constituyen un auténtico tratado sobre el sacerdocio universal aplicado a los integrantes de la iglesia. Revisemos sólo algunas de ellas: “Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos” (3.1); “Por lo tanto, y ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, retengamos nuestra profesión de fe.” (4.14); “Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que ese honor se lo dio el que le dijo: ¿Tú eres mi Hijo,/ yo te he engendrado hoy’…” (5.5); “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que el sumo sacerdote que tenemos es tal que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en los cielos.” (8.1); y “…porque Cristo no entró en el santuario hecho por los hombres, el cual era un mero reflejo del verdadero, sino que entró en el cielo mismo para presentarse ahora ante Dios en favor de nosotros.” (9.24).

Cuando esta epístola afirma de manera tajante: “Porque al cambiar el sacerdocio, también se tiene que cambiar la ley” (7.12), estamos delante de una transformación revolucionaria que afectaría radicalmente el equilibrio de fuerzas dentro del esquema salvífico y de representación religiosa, pues el cambio en el sacerdocio implicaba una nueva manera de relacionarse con el Dios del pacto antiguo. Esto quiere decir que no solamente nacía una “nueva religión” sino que, además, se abrogaba cualquier privilegio que los seres humanos dedicados a la práctica profesional de la religiosidad pudieran tener como representantes de la divinidad en este mundo. El aspecto ético y espiritual de esta situación fue planteado por Juan Calvino en su crítica al sacerdocio católico-romano:


¿Cómo podrían ostentar y ejercer el título y derecho del sacerdocio, siendo objeto de abominación ante los ojos de Dios por sus pecados, si no quedaran consagrados en su oficio por la santidad de su Cabeza? Por ello san Pedro, admirablemente acomoda las palabras de Moisés, enseñando que la plenitud de la gracia, que los judíos solamente hablan gustado en el tiempo de la Ley, ha sido manifestada en Cristo: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio” (1 P 2.9). Pues la acomodación de las palabras de Moisés tiende a demostrar que mucho más alcanzaron por el Evangelio aquellos a los que Cristo se manifestó, que sus padres; porque todos ellos están adornados y enriquecidos con el honor sacerdotal y real, para que, confiando en su Mediador, se atrevan libremente a presentarse ante el acatamiento de Dios. (Institución de la religión cristiana, II, vii, 1)


En su comentario a Hebreos el reformador subraya continuamente la percepción de que la superioridad del sacerdocio único de Cristo funda nuevas relaciones con Dios como salvador y relativiza por completo todo lo sucedido anteriormente en el sentido de que la práctica religiosa sacerdotal judía (y de todo otro tipo) ha quedado obsoleta ante la supremacía de la mediación de Jesucristo, por lo que cualquier supuesta acción vicaria queda sometida al escrutinio divino y al juicio derivado de los logros redentores del enviado por el propio Dios. En la Institución agrega:


Por eso Cristo, para cumplir con este cometido, se adelantó a ofrecer su sacrificio. Porque bajo la Ley no era lícito al sacerdote entrar en el Santuario sin el presente de la sangre; para que comprendiesen los fieles que, aunque el sacerdote fue designado como intercesor para alcanzar el perdón, sin embargo Dios no podía ser aplacado sin ofrecer la expiación por los pecados. De esto trata por extenso el Apóstol en la carta a los Hebreos desde el capítulo séptimo hasta casi el final del décimo. En resumen afirma, que la dignidad sacerdotal compete a Cristo en cuanto por el sacrificio de su muerte suprimió cuanto nos hacía culpables a los ojos de Dios, y satisfizo por el pecado. (IRC, II, xv, 6)


Así, lo que se deriva de todo esto es que cada creyente será responsable de acudir a ese único sumo sacerdote para acercarse a Dios en busca de la salvación y, con ello, de recibir también un encargo, misión o llamado al servicio.


2. Fe reformada y nueva praxis del sacerdocio universal

Cuando la Reforma Protestante comenzó su segunda etapa, justamente la que proyectaría su impacto en la civilización religiosa y en estructura socio-política del siglo XVI, el ímpetu con que la tradición reformada iniciada en Suiza por Ulrico Zwinglio y desarrollada después por Calvino y otros teólogos y dirigentes logró consolidar sus bases bíblicas y teológicas. Una de ellas, precisamente la afirmación y práctica del sacerdocio universal de todos los creyentes adquirió particular importancia. De ahí que puede decirse que esta doctrina es una afirmación central de la Reforma, tanto luterana como calvinista (Baubérot y Willaime) y que su práctica, a pesar de la posterior clericalización de las iglesias protestantes, fue un redescubrimiento fundamental que influiría en el surgimiento de los impulsos democráticos dentro y fuera de las iglesias reformadas.

El profesor católico húngaro-francés Alexandre (Sándor) Ganoczy, uno de los mayores especialistas en el pensamiento de Calvino, destaca que éste aborda el tema del sacerdocio universal como parte de su redefinición del sacerdocio en la Nueva Alianza, junto al rechazo total de la institución papal y el establecimiento del ministerio evangélico.[1] Calvino trabajó ese asunto desde la primera edición de la Institución de la Religión Cristiana (1536), donde critica el doble abuso del clero romano, “que se aplican exclusivamente el nombre ‘clérigos’ (clerus) y se aprovechan para asegurar la dominación de los fieles”.[2] Prosiguió afirmando que que el sacerdocio no es una casta separada y que el testimonio bíblico del propio apóstol Pedro (en I P 5), quien no se atribuyó ninguna prerrogativa, subraya la atribución sacerdotal de todo el pueblo de Dios. Este apóstol se dirigió a toda la iglesia para hacer partícipes a todos del sacerdocio del Señor. Calvino afirma que en Cristo “todos somos sacerdotes para ofrecer alabanzas y acciones de gracias, en suma, para ofrecernos a Dios y asimismo todo lo que es nuestro”.[3] Este pasaje, explica Ganoczy, fue suprimido en la edición de 1543 y no apareció después, quizá debido a que Calvino evolucionó hacia la necesidad de promover un encargo ministerial en la iglesia que pudiera contrarrestar las ideas y prácticas anabaptistas.

Finalmente, la lectura y aplicación de los diversos pasajes bíblicos lleva a Calvino a concluir en su obra mayor que el sacerdocio de todos los fieles es la realidad comunitaria deseada por Dios para dar forma a una iglesia más consecuente con sus designios igualitarios y superar definitivamente el “corporativismo”, aunque sin sentar las bases de un individualismo egoísta o aislacionista:


El sacerdocio pertenece a todo cristiano

[…] Aunque el pueblo de Dios estaba bajo la doctrina infantil de la Ley, sin embargo los profetas declaraban con suficiente claridad que los sacrificios externos encerraban en si una sustancia y verdad que perdura actualmente en la Iglesia cristiana. Por esto David pedía que subiese su oración delante del Señor como incienso (Sal 144.2). Y Oseas llama a la acción de gracias “ofrenda de nuestros labios” (Os 14.2); como David en otro lugar los llama “sacrificios de justicia” (Sal 51.19); ya su imitación, el Apóstol manda ofrecer a Dios sacrificios de alabanza; lo cual Él interpreta como “fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb 13.15).

No es posible que este sacrificio no se halle en la Cena de nuestro Señor, en la cual, cuando anunciamos y recordamos la muerte del Señor, y le damos gracias, no hacemos otra cosa sino ofrecer sacrificios de alabanza. A causa de este oficio de sacrificar, todos los cristianos somos llamados “real sacerdocio” (1 Pe. 2.9); porque por Jesucristo ofrecemos sacrificios de alabanza a Dios; es decir, el fruto de los labios que honran su nombre, como lo acabamos de oír por boca del Apóstol. Porque nosotros no podríamos presentarnos con nuestros dones y presentes delante de Dios sin intercesor. Este intercesor es Jesucristo, quien intercede por nosotros, por el cual nos ofrecemos a nosotros y todo cuanto es nuestro al Padre. Él es nuestro Pontífice, quien, habiendo entrado en el santuario del cielo, nos abre la puerta y da acceso; Él es nuestro altar sobre el cual depositamos nuestras ofrendas; en Él nos atrevemos a todo cuanto nos atrevemos. En suma, Él es quien nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios su Padre (Ap 1.6). (IRC, IV, xviii, 17)


En suma, que el espíritu general de la Reforma y especialmente en la vertiente calvinista es el de reconocer cómo Dios mismo ha abierto la puerta al sacerdocio, al servicio fiel y constante, a todos los hombres y mujeres dispuestos a experimentar una relación estable con Él, mediada únicamente por Jesucristo y en el ejercicio de una responsabilidad cada vez más madura y consciente de las exigencias del Evangelio. Ése es el llamado al sacerdocio universal más autpéntico.



[1] A. Ganoczy, “La question du sacerdoce dans l’Eglise”, en Calvin: théologien de l’Eglise et du ministère. París, Les Éditions du Cerf, 1964, p. 243. Agradezco a mi amigo Luis Vázquez Buenfil el obsequio de este libro valiosísimo.

[2] Idem.

[3] J. Calvino, IRC (1541), cit. por A. Ganoczy, op. cit., pp. 244-245.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

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