Prólogo a la segunda edición
Son interesantes los relatos de tres lectores que me informaron sobre su imposibilidad de terminar la lectura del primer capítulo, por sentirse invadidos por la angustia y las lágrimas. Según el testimonio de estos tres lectores, después de un período de llanto, pudieron completar la lectura del caso de mi hermano Rafael, fallecido por depresión, a cuya memoria dedico la obra. La angustia produce llanto y, como afirma Freud, toda angustia es básicamente angustia de muerte. Los que lloraron, no lo hicieron por mi hermano sino por temor a su propia muerte al darse cuenta de que en ellos hay por lo menos algunos rasgos de depresión, aunque quizás no sean conscientes de esa realidad. [...]
Con este capítulo [el segundo] deseo mostrar a las personas que suelen reducir toda la problemática humana a cuestiones espirituales, que están totalmente equivocadas. A ellas les advierto que la depresión es una enfermedad y, por lo tanto, debe ser tratada como tal. Para los lectores que son capaces de distinguir un trastorno orgánico de otro que es psicológico, y de otro que tiene sus orígenes en lo moral y lo espiritual, este capítulo cuenta con una bibliografía suficiente para que el lector continúe investigando sobre este importante tema.
Antes de reflexionar sobre los siguientes capítulos deseo anticipar algo que voy a expresar en la introducción: «Creo necesario aclarar que no debemos intentar ayudar al depresivo utilizando sólo una de las herramientas mencionadas». Estas herramientas están divididas en dos grupos:
1. Las que tienen que ver con decisiones, actitudes y actos del creyente, en tanto sujeto: lo subjetivo.
2. Las que dependen de la comunidad de fe en la cual se inserta el creyente: lo objetivo, que no depende del sujeto, sino de estructuras institucionales establecidas.
En cuanto a lo subjetivo, la conversión integral es estrictamente personal (capítulo 3). También lo es la oración integral, que implica una disciplina y una perseverancia a lo largo de toda la vida (capítulo 4). En cuanto al capítulo 5 [La depresión y la Biblia], notamos que lo subjetivo puede estar mezclado con lo objetivo. Si bien la Biblia es la columna vertebral de la fe y de la ética cristiana, hay multitud de interpretaciones que liberan y otras que esclavizan al creyente. La revelación divina es una —es la Palabra de Dios—, pero las opiniones sobre esa revelación son muchas, y algunas no son más que «opiniones humanas». [...]
El problema hermenéutico plantea una de las mayores dificultades que enfrenta la iglesia de nuestros tiempos. Con la Biblia, mal interpretada, se puede probar cualquier cosa, hasta las más inmorales. Ese es el caso de la secta conocida por el nombre de «Los niños de Dios», que está prohibida en la Argentina. Sin embargo, ellos no son los únicos que institucionalizan el error. Lamentablemente, en el consultorio uno se encuentra con personas que han recibido interpretaciones de la Biblia que los han enfermado. Cualquiera puede, y debe, leer la Biblia devocionalmente, pero para interpretar cuestiones doctrinales o éticas hace falta mucho más que saber leer la Biblia.
Lo subjetivo es personal: no hay dos experiencias de conversión «igualitas» como dos gotitas de agua, pero las dos son válidas. No hay dos experiencias de oración exactamente iguales, pero las dos son válidas. Pequeñas diferencias en estas cuestiones no hacen daño. Lo que sí puede hacer mucho daño son las interpretaciones antojadizas de ciertos textos bíblicos impuestas por el poder humano. Por lo tanto, la Biblia puede contribuir a la sanación del depresivo, pero también puede enfermarlo más de lo que está. Todo depende de la interpretación.
Voy a dedicar un poco más de espacio a reflexionar sobre el último capítulo, que se refiere al ministerio pastoral de toda la congregación hacia todos los miembros de la comunidad de fe. Una ilustración puede ayudarnos a comprender el concepto que pretendo enfatizar. Es evidente la posibilidad de que exista la vida en un huevo, pero no es menos evidente que ésta nunca se concretará sin el tiempo de calor que se necesita. En el caso de la gallina, son 21 días de paciente espera hasta que nacen sus pollitos. En estas aves no hay participación del padre; diríamos que el gallo es un símbolo paradigmático del «machismo». Recuerden que muchas aves viven en pareja y se turnan para empollar sus huevos. A ese calor que provoca la vida latente en los huevos lo llamamos, en este libro, «contención afectiva y espiritual». Es de lamentar que algunas congregaciones carezcan de ese calor cristiano y esa afectividad que contribuye a la vida espiritual y a la fraternidad entre hermanos en la fe. Nuestro Señor Jesucristo descalifica la actitud del gallo (imitada muy bien por algunos seres humanos de género masculino) y se identifica con las aves menores que comparten, como padre y madre, la tarea de hacer concreta la vida que todavía no existe en forma manifiesta, pero que sí existe en forma latente en los huevos. Jesús asume una actitud maternal y expresa la «maternidad de Dios» con las siguientes hermosas palabras: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!” (Mt 23: 37, Versión Reina-Valera, 1995). [...]
Debemos reconocer que una iglesia que funcione solamente como «incubadora», una iglesia a la que sólo le interesa fabricar «convertidos», con la idea de que éstos se transformen en adultos en la fe de manera automática, ha perdido el sentido de su misión. Las alas protectoras de Jesús son hoy la acción pastoral de su iglesia, colocada en este mundo para servir y no para ser servida.
Hay congregaciones que no se mantienen estables porque son muchos los que entran y muchos los que se apartan. ¿A qué se debe ese fenómeno? Yo creo que se debe a la falta de calor afectivo y de cuidado pastoral personalizado. [...] Hay creyentes que se alejan de ciertas congregaciones porque su estado de ánimo no es estable, en coincidencia con la inestabilidad institucional para conservar a los nuevos feligreses. Esto ocurre sobre todo en congregaciones que aspiran a manejar multitudes y descuidan al ser humano concreto en sus necesidades personales. […]
Yo me pregunto si las congregaciones cuya preocupación y ocupación preferente consiste en ser «incubadoras de nuevas vidas en Cristo» pero carecen de un adecuado programa de formación bíblico-teológica y un adecuado cuidado pastoral personalizado para atender las necesidades de los recién convertidos en su singularidad histórica, ¿no son también incubadoras de inestabilidad e inseguridad anímica que puede conducir a algunos no sólo a la desilusión que les lleva a apartarse de la iglesia sino también a la depresión? He conocido algunos casos que se encuadrarían dentro de esta posibilidad. [...] ...no puedo ni debo dejar de presentar esta pregunta con preocupación.