martes, 31 de diciembre de 2013

El Señor nos conducirá en su luz, L. Cervantes-O.

31 de diciembre, 2013

El Señor es mi luz, mi salvación,
¿de quién tendré miedo?
El Señor es mi refugio,
¿a quién temeré?
Salmo 27.1, La Palabra (Latinoamérica)

Al hacer un alto en el camino para presentarse delante de Dios y renovar fuerzas para seguir adelante, cada estación recorrida, cada situación vivida reclama una interpretación de lo sucedido. Cerca de trasponer el umbral de otro año, apenas es posible advertir su particularidad, lo que lo caracterizó singularmente y la evaluación que se haga de él evolucionará con el tiempo. Existe la sensación de que 2013 no fue necesariamente un “buen año”, acaso porque las circunstancias de su último tercio esparcieron enorme decepción por todas partes. Así lo escribió Iván Ríos Gascón:

…la reforma (quizá sea mejor decir contrarreforma) petrolera, enarbolada como la panacea para el “desarrollo económico”, exhibió el vacío democrático que impera en el país a través de los congresos que aprobaron ciegamente y vía fast track, un viraje constitucional en la apertura del sector estratégico de la Nación. El pensamiento crítico fue desplazado en una amplia región de lo mediático. No se atendieron las voces discordantes, el poder legislativo se blindó hasta la ignominia, los “debates” sobre un tema fundamental del progreso y la soberanía fueron un circo de vulgaridades e insultos a la razón.
Cerramos el año con un aliento amargo. Las cámaras postergan una ley sobre la consulta ciudadana (y cómo no, el poder no se comparte) pero lanzan una reglamentación de dientes afilados para desalentar marchas y protestas. Quienes discrepan de los milagros y bondades de la apertura petrolera son tildados de “nacionalistas hipócritas” por el gobierno.[1]

Y solamente se habla del asunto que más llamó la atención; el otro, aludido aquí, sobre la participación más directa de la ciudadanía en la toma de decisiones, ha sido marginado y hecho casi invisible. Parece contradictorio citar palabras tan pesimistas y al mismo tiempo expresar los mejores deseos para el año que se avecina, pero lo cierto es que el desencanto no se puede ocultar tan fácilmente cuando los signos que nos rodean no son tan alentadores. Quizá el contraste con la fe que nos anima pueda desencadenar la esperanza de que las cosas sean mejores en los días que se avecinan. Algunos dicen que cuando se toca fondo lo que sigue es comenzar a salir de allí inevitablemente.
Un recorrido por el salmo 27 muestra que si algo lo define es la confianza en Dios por encima de todas las cosas, una “confianza triunfante y suplicante”. Y vaya que el autor del salmo tenía motivos para dudar: “Confianza a despecho de dificultades y peligros: aunque lo asedie un campamento y lo asalte un ejército, aunque lo abandonen sus padres, aunque lo acusen testigos falsos, él sigue confiando en el Señor y en su templo”.[2] Las primeras afirmaciones, aderezadas con sus preguntas retóricas correspondientes, son una auténtica confesión de fe: “El Señor es mi luz, mi salvación,/ ¿de quién tendré miedo?/ El Señor es mi refugio,/ ¿a quién temeré?” (v. 1). En ellas se combinan las metáforas de la luz y el refugio con la certeza del cuidado y la compañía cerca de Dios: todo lo que pueda acontecerle al que habla podrá ser superado. La luz es sinónimo de la presencia misma de Dios. Como lo explica Calvino:

El término “luz”, como es bien sabido, se usa en la Escritura para denotar alegría o felicidad perfecta. Asimismo, al explicar este significado, agrega que Dios era su salvación y la fortaleza de su vida, y que fue por su ayuda que experimentó seguridad y liberación de los terrores de la muerte. Ciertamente hallamos que todos nuestros temores brotan de esta fuente, que somos demasiado ansiosos acerca de nuestra vida, mientras no reconocemos a Dios como nuestro cuidador. No tenemos tranquilidad, entonces, hasta que alcanzamos la persuasión de que nuestra vida es guardada suficientemente y protegida por su poder omnipotente. La interrogación, también, muestra cuánto estimaba David la protección divina, mientras se regocija audazmente contra todos sus enemigos y peligros. Tampoco duda de que atribuimos el debido homenaje a Dios, a menos que, confiando en su ayuda prometida, nos atrevemos a presumir de la certeza de nuestra seguridad. Pesado, por así decirlo, en las escalas de todo el poder de la tierra y el infierno, David representa menos que una pluma, y considera a Dios únicamente como muy superior a la totalidad de las cosas.[3]

La confianza, desdoblada en tres situaciones, plantea varios “niveles de riesgo” que pueden sobrevenirle: situación violenta externa e incontrolable (v. 3), una problemática familiar (abandono paterno, v. 10) y una situación social o legal (un juicio amañado, v. 12). “Queda el denominador común, el miedo. Porque la confianza, por encima de todo, no tiene que vencer enemigos ni rebatir calumnias, tiene que vencer el miedo, el gran enemigo interior” (p. 437). Con todo, los peligros ya han sido nombrados (primer paso para superarlos), aunque por esta ocasión no aparezca, por citar otro, la enfermedad. Pero los tres mencionados pueden ser alusión de otros más.
En los vv. 4-6, la figura del templo como casa de refugio físico y espiritual resplandece como una posibilidad para alguien aquejado por los males y particularmente por la guerra: “El templo, refugio provisorio en una coyuntura bélica, puede ser morada para toda la vida, donde disfrutar de la presencia personal de Dios. Suceden así dos elevaciones: de refugio bélico a morada permanente, de edificio para habitar a lugar donde estar con Dios. Es un proceso de interiorización” (p. 439, énfasis agregado). Estar en el templo sensibiliza a la persona para una profunda experiencia de Dios en el camino hacia la superación de sus temores.
La segunda parte del salmo (vv. 7-14) es una súplica con una invitación final a la confianza. Son particularmente emotivas las peticiones del v. 9: “No me ocultes tu rostro,/ no rechaces con ira a tu siervo;/ tú eres mi ayuda:/ no me dejes, no me abandones,/ Dios salvador mío”. Tanta insistencia es señal de temor, de ansiedad ante los riesgos potenciales, el mayor de ellos ser objeto de la ira divina, lo que significaría una ruptura de relaciones con la fuente de bondad y seguridad. De ahí la búsqueda del apoyo, de la senda recta, de “la bondad del Señor/ en la tierra de los vivos” (v. 13). El abandono familiar y las calumnias pueden poner en entredicho la estabilidad emocional y espiritual de la persona, pero incluso eso será superado por la presencia divina. Imposible dejar de recordar el poema de César Vallejo en Trilce (1922): “Y Dios sobresaltado nos oprime/ el pulso, grave, mudo,/ y como padre a su pequeña,/ apenas,/ pero apenas, entreabre los sangrientos algodones/ y entre sus dedos toma a la esperanza”.[4]
La exhortación final subraya la certeza en la intervención de Dios sobre los poderes anónimos y concretos que acechan la vida de su fiel, quien únicamente espera en Él, igual que nosotros hoy al acercarnos a una nueva etapa de nuestra vida: “

El oprimido ha anclado totalmente su vida en Yahvé. Por eso, ningún poder enemigo podrá vencerle ni separarle del Dios de la salvación. Detrás de las oraciones de los acusados que se adhieren con toda confianza a Yahvé como a quien les va a hacer justicia, podremos ver aquellas palabras del Nuevo Testamento: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¡Dios es quien salva!” (Ro 8.33). Los amenazados de muerte se sienten seguros de que no habrá nada que pueda separarlos de Dios.[5]





[1] I. Ríos Gascón, “Postdata de 2013”, en Milenio Diario, 28 de diciembre de 2013, www.milenio.com/cultura/Postdata_0_215978642.html.
[2] L. Alonso Schökel y C. Carniti, Salmos I. (Salmos 1-72). Estella, Verbo Divino, 1992, p. 436.
[3] J. Calvino, Comentario a los Salmos, www.ccel.org/ccel/calvin/calcom08.xxxiii.i.html?bcb=right. Versión: LC-O.
[4] C. Vallejo, Trilce, XXXI, en Obra poética. Coord. de Américo Ferrari. París-México, Archivos UNESCO, 1996, p. 204.
[5] H.-J. Kraus, Los salmos. Vol. I. Salmos 1-59. Salamanca, Sígueme, 1993, pp. 517-518.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Letra 351, 29 de diciembre de 2013

REGALOS DE NAVIDAD
Vilma Fuentes
La Jornada, 27 de diciembre de 2013

FotoHoy se cumplen 90 años del fallecimiento de Gustave Eiffel, quien diseñó uno de los emblemas más famosos de París. La imagen fue captada en la capital francesa, que en estos días padece tormentas invernales.
Las fiestas navideñas son propicias a la expansión de los buenos sentimientos: generosidad, solidaridad, amor del prójimo, se comparten en familia y, de amigo en amigo, en toda la sociedad. Los cánticos de Navidad invitan al recogimiento ante la santidad de Stille nacht, Heilige nach. En Francia, el villancico navideño más célebre, aparte el Minuit Chrétiens que se canta de preferencia en la Misa de Medianoche, es una canción por completo laica, si no pagana, inmortalizada por el muy célebre cantante popular Tino Rossi, originario de la isla de Córcega donde su celebridad rivaliza con la de otro nativo del lugar: Napoleón. Las palabras de la canción de Tino Rossi comienzan: “Petit papa Noël, quand tu descendras du ciel, n’oublies pas mes petits souliers…”, es decir, solicitando no olvidar un regalo. La emoción de la noche de Navidad es rebasada por otra emoción más tenaz y urgente: ésa que arde en el corazón de los niños que esperan recibir los regalos soñados.
¿Qué padre o madre de familia, qué pariente, qué adulto, podría resistir a una imploración tan conmovedora? No todos poseen un corazón de pierda, por fortuna, y los regalos colocados bajo el árbol de Navidad o a las orillas del Nacimiento, según las convicciones religiosas, aún son el medio más evidente de manifestar su ternura y generosidad, cada persona lo sabe y nadie osaría escapar a la regla. Son incluso, a veces, los más pobres quienes se muestran más generosos.
En Francia, según las informaciones de la prensa y otros medios, una noticia chocante y singular ha hecho, sin embargo, su aparición. Presentada bajo la forma de un estudio estadístico, adquiere la autoridad casi científica de una verdad irrefutable. ¿De qué desgracia habla esta información para adquirir el rango de noticia? Nos anuncia, sin miramientos para nuestras buenas conciencias: seis personas sobre diez, sí, seis sobre diez, revenden la mañana siguiente los regalos que recibieron en Navidad. En el caso de los adolescentes y los niños, la estadística es aún más grave: tres cuartos de ellos ponen de inmediato en venta los tiernos regalos recibidos de los inquietos padres por demostrar su amor y dar una prueba tangible de éste a su progenitura.
De qué pasar brutalmente del sueño a la realidad y de bajar aún más rápidamente de las altura del cielo para aterrizar sobre la ingrata superficie de la tierra.
Esta venta inmediata es facilitada por los progresos de la técnica: los jóvenes saben utilizar internet mejor que sus mayores, pues ésta forma parte de su cultura. Saben que existe en la tela del web una infinidad de redes que permiten vender en línea todo lo susceptible de ser vendido y comprado. Así, se precipitan a proponer en el mercado el costoso juguete que causó tanta inquietud, y tanto dinero en ocasiones, a sus padres, para satisfacer sus deseos y, lo que ellos creen, sus secretos.
Nada más que el secreto de tres cuartas partes de los jóvenes franceses es simplemente cambiar los regalos contra algunos billetes.
Es fácil indignarse. Acusar a los jóvenes de uniformarse a las leyes de la sociedad en la cual se les ha hecho nacer sería injusto. No son los adolescentes de hoy quienes inventaron la sociedad mercantil, serían más bien sus padres y sus abuelos. Más vale interrogarse sobre el sentido de esta reventa inmediata. No queda sino admitir que muchos de los regalos no corresponden para nada al verdadero deseo de quienes lo reciben. ¿Quién puede vanagloriarse de hallar, en cada ocasión, el objeto, ordinario o muy raro, que responde exactamente al deseo del otro? ¿Quién escucha el deseo del otro, así sea el de la persona más amada? Encontrarlo sin equivocarse sería, acaso, una excepcional prueba de amor. De alguna manera, una perla aún más rara que las más bellas perlas de los mejores pescadores de perlas.
Y, después de todo, a semejanza de la abuela, o la vieja tía solterona, el travieso escuincle, ¿no se da más gusto al ofrecer que al recibir un regalo?
__________________________________________

EN NAVIDAD HACE 140 AÑOS
Carlos Martínez García
Protestante Digital, 22 de diciembre de 2013

En Navidad hace 140 añosEl 25 de diciembre de 1873 abrió sus puertas al culto evangélico el antiguo claustro mayor de San Francisco, en Gante número 5, céntrica vía en la capital del país. Desde entonces la Iglesia metodista la Santísima Trinidad ha sido un referente histórico no nada más para la denominación protestante a la que pertenece, sino también para el conjunto del protestantismo mexicano que más conocimiento tiene de los antecedentes de cómo echó raíces en la ciudad de México un cristianismo distinto al católico romano.
La construcción del primigenio templo de San Francisco fue concluida en 1525. La edificación fue “la primera iglesia que hubo en todas las Indias de lo que se llama Nueva España y Perú”. En sucesivas reconstrucciones y ampliaciones el lugar gana en extensión, hasta que San Francisco, “entre atrio, capillas, templo principal y convento propiamente dicho, cubría casi toda el área comprendida actualmente entre las avenidas Madero, San Juan de Letrán [Eje Central Lázaro Cárdenas] y calle de Venustiano Carranza, hasta lo que hoy es Edificio Iturbide y Banco Mexicano [actual Palacio de Cultura Banamex]”.
San Francisco desempeñó una función muy importante para la catequización católica de los indígenas. “Con la llegada, a fines de 1526 o principios de 1527, de fray Pedro de Gante, quien se trasladó a México después de haber residido en Texcoco, San Francisco vino a albergar la primera gran escuela para indios que hubo en el Continente, el claustro vio a menudo discurrir, ora en fervorosa actividad, ora en profundas meditaciones, su nobilísima figura: ¡el más grande educador que en aquel siglo tuvo América!”.
El Claustro Mayor de San Francisco fue obra del padre Buenaventura de Salinas, iniciándose la construcción en 1649 y concluida dos años más tarde. 4  Durante el resto de la Colonia española y hasta 1861, bajo el dominio político de los liberales juaristas, San Francisco continúo como pieza clave para las tareas del catolicismo romano en el país.
En octubre de 1821 en el Claustro de San Francisco tuvo efecto la Acción de Gracias por la consumación de la Independencia. La ceremonia fue presidida por Agustín de Iturbide, quien para ese entonces todavía no se había hecho investir como Emperador de México. En 1855 el edificio albergó por tres días (1 al 3 de junio) las ceremonias eclesiásticas para celebrar la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María.
Las leyes de Reforma promulgadas por Benito Juárez tuvieron como consecuencia que para los últimos días de diciembre de 1860 San Francisco fuese abandonado por los frailes. Al año siguiente, en abril, fue abierta la calle de Gante con el objetivo de unir Independencia (hoy 16 de septiembre) y San Francisco (hoy Madero).
La nacionalización de algunos bienes del clero católico romano hizo posible que en mayo de 1862 un  particular, Emilio  Degollado,  comprara el Claustro  de San Francisco. A partir de entonces el lugar tendría subsecuentes propietarios y variados usos. Fue teatro, salón de bailes y circo. En mayo de 1873 cesaron las representaciones de zarzuelas en el lugar, y a partir de entonces cerró sus puertas. Los dueños buscaron ponerlo en venta.
Desde los primeros días de su arribo a la ciudad de México (23 de febrero de 1873) el misionero metodista William Butler se hizo a la búsqueda de un espacio que pudiese usarse como lugar de reuniones para la que vendría a ser la Iglesia metodista episcopal en México.
Antes que él había llegado el obispo Gilbert Haven, quien desembarcó en Veracruz el 28 de diciembre de 1872, y el 3 de enero del año siguiente estaba instalado en la capital mexicana. Permaneció en el país tres meses, tras los cuales regresó a los Estados Unidos. Haven y Butler comprobaron que en la ciudad de México, que entonces contaba con 200 mil habitantes, ya existían bien implantados núcleos evangélicos, particularmente los vinculados al movimiento de la Iglesia de Jesús.
La que llegó a ser la Iglesia de Jesús tuvo sus antecedentes en el grupo de los llamados Padres Constitucionalistas. Éstos fueron sacerdotes católicos que iniciaron su organización en 1854, apoyaron la gesta liberal y la Constitución de 1857 que abrió la posibilidad de que en el país pudiesen existir legalmente organizados otros credos religiosos distintos al catolicismo romano. El de los Padres Constitucionalistas fue un movimiento que se caracterizó por ser “reformista intracatólico, nacionalista y antirromanista”.
Uno de los sacerdotes identificados con la lid por crear en la nación mexicana un cristianismo sin lazos con Roma organizó en su casa reuniones de estudio bíblico, en las cuales también se practicaba la Cena del Señor la cual impartía en dos especies. El pan y el vino “los distribuía [Manuel Aguilar Bermúdez] de rodillas”. Esto acontece antes de la Intervención francesa en México, es decir entre 1861 y principios de 1862. Su domicilio estaba localizado en el número 4 de la calle de la Hermandad de San Pablo.
En 1864 el sacerdote Manuel Aguilar Bermúdez, y el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John William Butler, entre otros, tienen reuniones de carácter evangélico en la ciudad de México, “en los bajos de la casa núm. 21 de la calle de San José del Real”. Entre los asistentes se encuentran José Parra y Álvarez, Prudencio G. Hernández y Sóstenes Juárez.
No mucho después del decreto de tolerancia de cultos promulgado por el emperador Maximiliano (26 de febrero de 1865), Butler, Sóstenes Juárez y algunos Padres constitucionalistas forman la Sociedad de Amigos Cristianos. Al triunfo de la República sobre los conservadores y Maximiliano, dicha Sociedad trasmuta su nombre por el de Comité de la Sociedad Evangélica, y sus integrantes abren al público sus reuniones que continúan desarrollándose en San José el Real.

[…]

La luz vino al mundo pero la humanidad amó las tinieblas, L. Cervantes-O.

29 de diciembre, 2013

Mientras es de día debemos realizar lo que nos ha encomendado el que me envió; cuando llega la noche, nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo.
Juan 9.4-5, La Palabra (Latinoamérica)

Es un hecho evidente que el simbolismo de la luz (phõs) desplegado tan abundantemente por el Cuarto Evangelio y aplicado a la presencia de Jesús no ignora ni menosprecia la realidad innegable de las tinieblas (skotía) en el mundo. Tan es así que en el inicio mismo del evangelio se afirma, dolorosa y radicalmente, que la humanidad ha preferido la oscuridad a dejarse dominar por la luz. En el vocabulario teológico de este evangelio, las tinieblas por lo que la visión del triunfo de la luz divina sobre la oscuridad (1.5: “luz que resplandece en las tinieblas/ y que las tinieblas no han podido sofocar”) no es en modo alguno triunfalista dado que se mueve en el plano de la utopía, siempre posible, pero utopía al fin, y en el de la esperanza bien fundada en las acciones previas de Dios.[1] La venida de la luz al mundo era una garantía de que las cosas comenzarían a cambiar, pero no se minimizan los efectos de la oscuridad en la existencia humana, puesto que a cada paso del texto juanino se aprecia cómo surgen los obstáculos para impedir la diseminación benéfica de la luz. Hans-Christian Hahn resume así este mensaje:

Aquí “tenemos un lenguaje no figurado sino propio. ‘La luz’ designa directamente el ser de Jesús. Él no es como una luz, sino que es ‘la luz’” (H. Conzelmann). R. Bultmann describe así el significado de esta luz: “Al iluminar al mundo, da la posibilidad de ver. El significado de ver no consiste sólo en que el hombre puede orientarse por los objetos, sino (al mismo tiempo) en que se entiende a sí mismo en su mundo, de forma que no “va tanteando” en las tinieblas sino que ve su ‘camino’”. Y no basta conocer este camino, sino que hay que andarlo.[2]

Sin acentos trágicos ni aspavientos, pero con notable realismo, el Cuarto Evangelio constata que la humanidad ha preferido las tinieblas y, por lo tanto, ha ido en el sentido contrario a la voluntad salvífica y liberadora del Dios de Jesús, que desde antaño ha promovido la paz, el bienestar y la justicia para todas sus criaturas. “Amar las tinieblas” es situarse en el polo opuesto a los designios de Dios, e incluso, de manera militante, resistirlos activamente para obedecer otros valores, distintos a los de su Reino y promesas. Esto no es poca cosa, porque situarse del lado de la oscuridad significa trabajar para intereses humanos o demoniacos que, tarde o temprano, serán evidenciados como tales. En ese sentido, la dualidad luz-oscuridad es irresoluble y el texto es enfático: “La causa de esta condenación está en que, habiendo venido la luz al mundo, los seres humanos prefirieron las tinieblas a la luz, pues su conducta era mala. En efecto, todos los que se comportan mal, detestan y rehúyen la luz, por miedo a que su conducta quede al descubierto. En cambio, los que actúan conforme a la verdad buscan la luz para que aparezca con toda claridad que es Dios quien inspira sus acciones.” (3.19-21). La luz vino para evidenciar la corrupción y la maldad que bloquean la instauración del orden divino en el mundo. “El hombre natural está ya dentro de este ámbito por su cuerpo. La oposición entre el mundo de la luz y el de las tinieblas encierra, por consiguiente, una llamada a la metánoia (conversión), a la decisión, es decir, a volverse desde las tinieblas de lo somático (ligado al cuerpo) a la luz y, por tanto, a la vida”.[3]
En el relato del ciego de nacimiento es muy notorio este rechazo a la luz que ofrece Jesús como remedio a las tinieblas del mundo, y su conflicto con los judíos consiste en buena medida en que ellos se sentían iluminados, sin darse cuenta de la oscuridad en la que vivían. Vivir en este estado permanente es la sumisión total a un poder negativo y malsano:

Esta esfera, que se caracteriza por la falta de conocimiento de Dios y de sí mismo, está claramente determinada por el pecado y por la muerte. El pecado consiste precisamente en la obstinación en esta situación de tinieblas, de mentira y de error. Pues: “La resistencia a la luz no se basa en su insuficiencia, sino que radica únicamente en el hombre” (E. Schweitzer), y “...las tinieblas sólo existen en cuanto rebelión contra la luz” (R. Bullmann). Ahora bien, el fin de esta rebelión es la muerte.[4]

Jesús afirma sin cortapisas que él es la luz del mundo (9.5) y que su trabajo consiste en demostrar la situación de oscuridad prevaleciente. Toda la historia es una metáfora de la manera en que la luz ha de luchar contra su contrario para demostrar su carácter nefasto para la vida humana. La culminación de la historia (un hombre capaz de ver la realidad que le rodea) es una muestra contundente de lo que Dios ha querido hacer al traer la luz de su Hijo al mundo.

Únicamente de la “lumbre” de Cristo puede recibir «nuestra luz su resplandor”, para poder comunicar plenamente consuelo y seguridad. Pues “él vive como una fuente de luz, a través de cuyo resplandor brilla para afuera... y mientras vive, es a su vez la luz que... aparece sobre el mundo, que hace a los hombres visibles a sí mismos, y que les hace el mundo visible” (K. Barth, KD, IV, 3, 1, 49). De Cristo procede la acción de los cristianos, pero de una manera especial bajo la promesa de “que en todas partes donde brilla la luz del amor, se difunde un resplandor y una claridad y una atmósfera nueva” (R. Bultmann).[5]



[1] Cf. Victorio Araya, “La utopía de la luz”, en Pasos, segunda época, núm. 56, nov.-dic. de 1994, pp. 34-38, www.dei-cr.org.
[2] H.-C- Hahn, “Luz”, en L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 469.
[3] H.-C. Hahn, “Tinieblas”, L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. IV. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 289.
[4] Ibid., p. 293.
[5] H.C. Hahn, “Luz”, p. 473.

Juan 9.1-12



1 Iba Jesús de camino cuando vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Sus discípulos le preguntaron: —Maestro, ¿quién tiene la culpa de que haya nacido ciego este hombre? ¿Sus pecados o los de sus padres? 3 Jesús respondió: —Ni sus propios pecados ni los de sus padres tienen la culpa; nació así para que el poder de Dios resplandezca en él. 4 Mientras es de día debemos realizar lo que nos ha encomendado el que me envió; cuando llega la noche, nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. 6 Dicho esto, escupió en el suelo, hizo un poco de lodo y lo extendió sobre los ojos del ciego. 7 Después le dijo: —Ahora vete y lávate en el estanque de Siloé (palabra que significa “enviado”). El ciego fue, se lavó y, cuando regresó, ya veía. 8 Sus vecinos y todos cuantos lo habían visto antes pidiendo limosna, comentaba: —¿No es este el que se sentaba por aquí y pedía limosna? 9 Unos decían: —Sí, es el mismo. Otros, en cambio, opinaban: —No es él, sino uno que se le parece. Pero el propio interesado aseguraba: —Soy yo mismo. 10 Ellos le preguntaron: —¿Y cómo has conseguido ver? 11 Él les contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de lodo con su saliva, me lo extendió sobre los ojos y me dijo: “Vete y lávate en el estanque de Siloé”. Fui, me lavé y comencé a ver. 1 Le preguntaron: —¿Y dónde está ahora ese hombre? Respondió: —No lo sé.

martes, 24 de diciembre de 2013

La luz de Jesús resplandece en medio de las tinieblas, L. Cervantes-O.

24 de diciembre, 2013

Verán a mi siervo triunfar,
exaltado, sumamente enaltecido.
Así como muchos se espantaban de él
al verlo tan desfigurado,
sin aspecto de persona,
con una figura sin rasgos humanos,
así asombrará a pueblos numerosos.
Los reyes, ante él, cerrarán la boca,
al ver lo que nadie les contó,
al descubrir lo que no habían oído.
Isaías 52.13-15, La Palabra (Latinoamérica)

Misterio, milagro, escándalo, festividad, tradición… Eso y mucho más puede decirse acerca del acontecimiento hacia el cual apunta la celebración del 24 de diciembre. Misterio, porque la escasa racionalidad humana jamás alcanzará a comprender la resonancia de una acción divina tan paradójica. Milagro, por cuanto lo sucedido, desde el punto de vista de la fe, vino a trastocar el rumbo de todo lo establecido. Escándalo, debido a que la inconmensurable eternidad de Dios entró en contubernio permanente con lo finito, lo absolutamente espiritual, asumió una forma visible, material.[1]

“La encarnación de la Palabra” afirma la presencia de Dios en nuestro mundo como un miembro de este mundo, como Hombre entre los hombres. De ese modo, la revelación de Dios es para nosotros, y nuestra reconciliación es con Él. Que esta revelación y reconciliación ya han ocurrido es el contenido del mensaje de la Navidad. Pero aún en el mismo acto de conocer esta realidad y de oír el mensaje de la Navidad, nosotros tenemos que describir el encuentro de Dios y el mundo, de Dios y el hombre en la persona de Jesucristo —y no sólo el encuentro sino su llegar a ser uno con nosotros— como lo inconcebible.[2]

Lo que celebramos es el esfuerzo del Dios bíblico por establecerse en la historia de manera definitiva mediante el acto supremo de la encarnación, de la secularización absoluta de lo sagrado al instalarse en el ámbito de lo terrenal. La fiesta cristiana de la Navidad forma parte de un conjunto de realidades que, si se analizan con detenimiento, llevan al encuentro de diversas manifestaciones del encuentro con lo sagrado de una manera nueva y desafiante. Aquél viejo proyecto anunciado por Isaías 40-55, la intención divina de llevar su luz a todos los habitantes del mundo, llega al mundo de una manera totalmente inesperada: desde la más rotunda debilidad, la divinidad creadora y redentora se sumerge en el mundo y no teme arrastrar las consecuencias de semejante decisión: rechazo, incomprensión, martirio. El siervo dispuesto a acompañar la tragedia humana, el mismo que ha sido objeto de burla, cuya luz debía darse a conocer en diferentes momentos, finalmente encarna en la persona de Jesús, quien introduce en su vida toda la fuerza con que Dios quiso impactar la historia humana. Para Is 52.13-15 se trata de un triunfo de la fe sobre los poderes, para Is 60 es la presencia de la luz a la que cuesta tanto trabajo acostumbrarse porque si ilumina también deslumbra: “¡Álzate radiante, que llega tu luz,/ la gloria del Señor clarea sobre ti!/ Mira: la tiniebla cubre la tierra,/ negros nubarrones/ se ciernen sobre los pueblos,/ mas sobre ti clarea la luz del Señor,/ su gloria se dejará ver sobre ti;/ los pueblos caminarán a tu luz,/ los reyes al resplandor de tu alborada” (vv. 1-3). “Ya no será el sol tu luz durante el día,/ ni el resplandor de la luna te alumbrará,/ pues será el Señor tu luz para siempre,/ tu Dios te servirá de resplandor;/ tu sol ya no se pondrá/ y tu luna no menguará,/ pues será el Señor tu luz para siempre/ y se habrá cumplido tu tiempo de luto” (vv. 19-20). La luz ha de imponerse no sin conflicto, sobre la más intensa y temible oscuridad.
La excesiva familiaridad con los relatos evangélicos de Mateo y Lucas ha producido una visión narrativa que, sin proponérselo, esconde otros aspectos muy necesarios de elucidar y que, en el caso del Cuarto Evangelio, aparecen expuestos con enorme profundidad utilizando, una vez más, en línea directa con Isaías, la gran metáfora de la luz, y remontándose, literalmente, a la apertura de los cielos para volcarse en el terreno humano e histórico sin remedio alguno, pero con una conciencia impresionante de eternidad. El Verbo, la Palabra preexistente, vino a insertarse en los intersticios de la conflictividad humana para destejer las cadenas de maldad e injusticia prevalecientes: “…esa vida era luz para la humanidad;/ luz que resplandece en las tinieblas/ y que las tinieblas no han podido sofocar” (Jn 1.4-5). “La verdadera luz, la que ilumina a toda la humanidad, estaba llegando al mundo” (1.9): con eso se cumple el proceso radical de encarnación, de entrar al mundo y hacerse parte de él sin fingimientos ni falsedades, como sugirió el docetismo.
La luz de Dios vino en Jesús a enfrentar directamente las tinieblas y sus efectos en la existencia humana. “Dar testimonio de la luz” (vv. 7-8) significó para Juan, el llamado Bautista, acercarse al profundo misterio que Dios había desplegado en el mundo al introducirse para cambiar todas las cosas. La luz de Jesús penetra en las zonas de oscuridad para hacer visible el bien y el mal; los signos de luz se muestran por doquier para hacer presente su amor y su gracia, a pesar de la constante oposición (1.14). Todo esto es muy diferente al “espíritu navideño” que nos ahoga por todas partes: “El ‘espíritu navideño’ nos envuelve en esas luces y sombras, pero esa no es la ‘espera respecto al Mesías’. Porque esperar al Mesías quiere decir que no estamos conformes con la sociedad de la que somos parte, aunque sea una sociedad que ‘celebra la Navidad’. Esperar al Mesías significa que nos rebelamos contra un mundo cerrado, nos resistimos a aceptar la realidad ‘pura y dura’ del mercado y pensamos que hay fisuras, que hay portales que se abren y que permiten ver otros mundos”.[3]
Por todo ello, la presencia bienhechora de la luz divina viene a darle otro rostro al mundo atosigado por la injusticia y la maldad consuetudinarias, el pecado instalado en todas las estructuras de la vida y la violencia diversificada al por mayor. El poeta creyente T.S. Eliot la celebró así:

¡Oh Luz Invisible, nosotros te alabamos!
demasiado brillante para la visión mortal,
Oh luz Mayor, nosotros te alabamos por la menor;
la luz del este que toca nuestras agujas por la mañana,
la luz que se inclina sobre nuestras puertas del oeste al atardecer,
la penumbra sobre quietos estanques al vuelo de murciélagos,
luz de luna y luz de estrellas, luz de lechuza y polillas,
luciérnaga resplandor sobre una brizna de hierba.
¡Oh luz Invisible, nosotros Te adoramos!

Te damos gracias por las luces que hemos encendido,
la luz del altar y del santuario;
las pequeñas luces de aquellos que meditan a medianoche
y las luces dirigidas a través de los rosetones
y la luz que refleja la piedra pulida,
la madera grabada dorada, los colores del fresco.
Nuestra mirada es submarina, nuestros ojos miran hacia arriba
y ven la luz que se fractura a través de aguas inquietas.
Vemos la luz pero no vemos de dónde viene.
¡Oh Luz Invisible, nosotros Te glorificamos![4]

Después de todo, en el final de los tiempos, el Señor iluminará todos con su luz y Él mismo será la luz para los suyos: “Una ciudad sin noches y sin necesidad de antorchas ni de sol, porque el Señor Dios será la luz que alumbre a sus habitantes, los cuales reinarán por siempre” (Ap 22.5).





[1] Cf. Alberto F. Roldán, “El escándalo de la Navidad”, en Prensa Ecuménica. Ecupres, http://ecupres.wordpress.com/2013/12/23/el-escandalo-de-la-navidad/
[2] K. Barth, Church Dogmatics, I.2, pp. 172-173, cit. por A.F. Roldán, “El milagro de la Navidad según Karl Barth”, en http://karlbarthenlatinoamerica.blogspot.mx/2010/12/el-milagro-de-la-navidad-segun-karl.html; Cf. Cf. Karl Barth, “El misterio y el milagro de la Navidad”, en Bosquejo de dogmática. Santander, Sal Terrae, 2000, pp. 112-118.
[3] V. Hernández Ramírez, “La espera del Mesías no es lo mismo que el espíritu navideño”, en Esglesia Evangélica Betel, 18 de diciembre de 2013, www.esglesia-betlem.org/la-espera-del-mesias-es-lo-mismo-que-el-espiritu-navideno/
[4] T.S. Eliot, “Coros de la Roca, X”, cit. por Rosanna Rion, en El profetismo en la obra literaria de T. S. Eliot. Tesis doctoral, 2006, www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/7433/tsrt1de1.pdf;jsessionid=121A76D7004EF0DCC2A298C2F66CA7A9.tdx2?sequence=1.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Letra 350, 22 de diciembre de 2013

EXPERIENCIA INTERIOR (Mt 1.18-24)
José Antonio Pagola

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.
_________________________________

MENSAJE DE NAVIDAD 2013 DEL SECRETARIO GENERAL
DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

Un nuevo amanecer lleno de esperanza
En las narraciones del nacimiento de Jesús del Nuevo Testamento, unos humildes pastores que vigilaban a sus rebaños aquella noche, en un caso, y unos hombres sabios que viajaban  hacia el Oriente, en el otro, distinguen algo nuevo en el cielo de esa misma noche estrellada. Todos ellos tienen en común la disposición para ver el cambio, para ver algo nuevo, para ver a alguien que trae esperanza al mundo.
La noche es un momento de contemplación del día pasado, y de expectativas y preparación para lo que Dios nos reserve para el nuevo día.
Juan el Evangelista comienza su relato antes del amanecer del primer día. En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios: el Verbo de vida y de luz, el Verbo eterno que sigue brillando y que siempre triunfará sobre las tinieblas.
El evangelio según San Lucas narra una serie de relatos previos al nacimiento de Jesús. Al principio de estos relatos, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, pronuncia una profecía, una canción de esperanza que se eleva y concluye con estas palabras: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para encaminar nuestros pies por camino de paz”. (Lucas 1:78-79)
En la Sagrada Escritura, la luz es un símbolo de Dios que nos guía en nuestra peregrinación de fe: “Tu palabra es una lámpara a mis pies; ¡es la luz que ilumina mi camino!” (Salmo 119:105).
Con toda franqueza, los mortales necesitamos ser guiados por Dios para encontrar el camino hacia la paz y la justicia, la reconciliación y la vida en abundancia. También necesitamos la palabra de Dios como lámpara para orientar nuestros pasos hacia el camino de Dios.
Así pues, en la reciente X Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias que se celebró en Busan (República de Corea), unimos nuestras voces en la oración que dio cohesión a la Asamblea: el tema de la Asamblea "Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz".
Uno de los símbolos que hemos traído con nosotros desde Busan es el de la peregrinación.  Hemos peregrinado de manera simbólica en los encuentros de oración en común, en los talleres y las deliberaciones institucionales, y nos hemos desplazado físicamente durante las visitas del fin de semana a lo largo y ancho de la República de Corea, desde las costas del sur hasta los confines de la zona engañosamente denominada "zona desmilitarizada" entre Corea del Norte y Corea del Sur.
Pudimos constatar cómo en el camino hacia la justicia y la paz es necesario superar la frontera que divide Corea, así como muchas otras fronteras de hostilidad de dividen a las naciones, culturas,  clases sociales y  familias.  En tanto que Asamblea, expresamos nuestra especial preocupación por las personas desplazadas, los refugiados, los migrantes, la región de los Grandes Lagos en África, particularmente el Congo, y la región de Oriente Medio, y denunciamos la politización de la religión como manera de tratar de justificar la violencia.
Además, y muy especialmente, hemos extendido una invitación a toda persona de buena voluntad para que se una a nosotros en la peregrinación por la Paz Justa en toda la Tierra.  Queremos avanzar juntos en nuestra peregrinación común, para ser testimonios de unidad y amor de los unos por los otros.
Hemos recibido la inspiración de los pastores y los hombres sabios de buscar al Príncipe de la Paz en los lugares más insólitos, incluso en los que podrían considerarse como lugares "equivocados".
Que las bendiciones de la Navidad estén con ustedes, y que la aurora derrame su luz sobre el mundo entero desde lo alto.

Pastor Dr. Olav Fykse Tveit, Secretario general
ALC Noticias, 20 de diciembre
___________________________

NUEVA WEB, MÁS INCLUSIVA, DE LA COMUNIÓN MUNDIAL DE IGLESIAS REFORMADAS

La “renovada y transformada” Comunión Mundial de Iglesias Reformadas ahora tiene un nuevo sitio web. El nuevo sitio incluye noticias la CMIR blog, información, detalles de cómo apoyar la CMIR, proyectos y mucho más.
Con un contemporáneo diseño, es más fácilmente accesible en teléfonos inteligentes, tabletas y otros dispositivos. El sitio web está inicialmente disponible en inglés, francés, alemán y español, estando el árabe, chino, coreano e indonesio previstos para enero de 2014.
"Vamos a seguir ampliando el contenido de modo que podemos ofrecer una comprensión cada vez más profunda de la visión y la labor de la Comunión Mundial Reformada", dijo el secretario general, Setri Nyomi, en una carta a las iglesias miembros anunciando la nueva web.
Las ofertas de ayuda financiera para la CMIR son agradecidamente aceptadas - y se puede hacer a través de la página de donaciones de la página web: www.wcrc.ch/donate/
El nuevo sitio web ha sido posible gracias a el generoso apoyo de la Fondation pour l' aide au Protestantisme Réformé ( FAP ).
____________________________________

PASTORA LUTERANA RECIBE PREMIO DE DERECHOS HUMANOS EN BRASIL

La secretaria general del Consejo Nacional de Iglesias Cristianas y pastora luterana Romi Bencke fue homenajeada el 12 de diciembre con el premio de Derechos Humanos 2013 en la categoría de Promoción y Respeto a la Diversidad Religiosa en una ceremonia presidida por la presidenta Dilma Rousseff, en el Centro Internacional de Convenciones de Brasil, en ocasión del Forum Mundial de Derechos Humanos.
El premio es un reconocimiento al trabajo de Romi al frente del Conic, sobre todo en la constante defensa de los derechos humanos y su empeño en favor de la justicia, lo que ha sido una constante en el Conic, al reafirmar que la religión y los derechos humanos no son dimensiones separadas.

La presidenta Rousseff participó en la ceremonia de entrega, acompañada del ministro en jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, José Elito; del ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo y de la ministra de la Secretaría de Derechos Humanos, Maria do Rosário.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...