domingo, 29 de agosto de 2021

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021 

Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Dios, lo mismo que ustedes; tengo los mismos problemas y dificultades, pero también tengo la fuerza que Dios nos da para soportar esos sufrimientos. Por anunciar el mensaje de Dios y hablar de Jesucristo fui enviado a la isla de Patmos.                               Apocalipsis 1.9, TLA 

Cuando se mira el mapa de las innumerables islas griegas y se ubica a Patmos, que los romanos usaron como cárcel para los presos políticos, aquella desde la cual se escribió el Apocalipsis, se pueden comprender un poco las dimensiones de lo que algunos estudiosos del libro han denominado “la pastoral del exilio” que tuvo que practicar el apóstol Juan. La escritura profética y apocalíptica que, como parte de la resistencia espiritual que encabezó, ha llegado hasta nosotros y casi siempre ha producido una mezcla de temor, asombro e incertidumbre, aun cuando surgió para promover y mantener la esperanza del pueblo perseguido de Dios por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo, tal como afirma el primer capítulo (1.9).

Una escritura que surge así, originada por la persecución, debía producir frutos en un corto plazo y, al mismo tiempo, proyectar su mirada en el tiempo divino, en el kairós que se vivía con tanta dificultad por el rechazo del que era objeto la fe cristiana. Cuando el autor del Apocalipsis expuso los detalles de la visión que recibió en medio de tanta soledad, el ambiente de inseguridad para los seguidores de Jesús de Nazaret estaba aún por llegar a momentos sumamente críticos, de modo que el lenguaje que debía asumirse para expresar la resistencia moral, política y religiosa al imperio tuvo que ser simbólico y no tan comprensible para quienes se acercaran a él desde fuera de las comunidades de fe. Ésa sería su principal característica y la que hasta hoy complica su comprensión y aplicación.

No obstante, al referirse a la palabra divina y al testimonio de Jesucristo al inicio del documento, la afirmación es muy clara: ambas realidades fueron la razón directa para el exilio de que fue objeto el autor del libro, quien fue visto como un peligro para el Imperio Romano. Es decir, que su fidelidad a ambas cosas lo llevaron a una retención forzada e injusta por la libertad con que intentó anunciar la venida del Reino de Dios en Jesucristo. Siempre que sucede algo similar, lo que está en juego sigue siendo esa misma fidelidad a la que somos llamados/as todos aquellos que debemos proclamar la palabra divina y el mensaje transformador de Jesucristo.

A contracorriente de quienes no dudan en amoldarse a las corrientes dominantes en cada época y así subordinar la predicación de la palabra redentora del Evangelio, nunca faltará quienes se opongan con un firme convencimiento a las imposiciones violentas de los poderes de turno. Tal como lo explicó en su momento el biblista Jorge Pixley:

 

Pero siempre hubo al lado de estos cristianos que quisieron ser ciudadanos leales y que lo eran hasta que se les pedía un juramento que violaba su conciencia, otros que veían en el imperio el principal obstáculo para que se realizara el ansiado Reino de Dios. Juan de Éfeso, los entusiastas frigios, Ireneo, Taciano y Tertuliano representan a este cristianismo radical, y esta lista es evidencia suficiente de la seriedad de esta corriente cristiana. Éstos se sienten peregrinos en una tierra extraña, y aguardan con ansiedad su liberación. Guardar la fe exigía no contaminarse con el mundo, mundo encarnado en las estructuras del imperio.[1] 

Quiera Dios que esa misma constancia y fidelidad hacia la Palabra del Señor y de su testimonio que ejemplarmente vemos en el libro final de las Sagradas Escrituras nos sigan uniendo y acompañando en nuestro caminar, y que sigan siendo nuestra consigna de fe adonde quiera que nos encontremos para desarrollar el ministerio que nos encomiende quien es el Jefe y Cabeza de la Iglesia, bajo la conducción soberana de su Espíritu. Amén.



[1] J. Pixley, “Las persecuciones: el conflicto de algunos cristianos con el Imperio”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, 2ª ed., núm. 7, 2000, p. 85, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/7.pdf.

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