viernes, 25 de marzo de 2016

Jesús aniquiló en la cruz las obras del diablo (Juan 18-19.37; I Juan 3.8-16), L. Cervantes-O.

25 de marzo, 2016

Para José Luis Aguilar, Nelly Arroyo y toda su familia


El camino del Jesús histórico es camino a la cruz. En un primer nivel, por consiguiente, habrá que entender la cruz de Jesús como aquella realidad que, con toda lógica histórica, resulta de su actuación y de su pretensión de poder ofrecer la misericordia compasiva y la salvación de Dios. Cuando alguien se presenta con la autoridad y con el poder con los que se presentó Jesús, contradiciendo con su pretensión a todas las convenciones cualesquiera que fuesen, como lo hizo Jesús, necesariamente provoca un conflicto en el que finalmente será vencido. Jesús anuncia como su Padre a un Dios en el que sus coetáneos no pueden reconocer a su propio Dios.[1]
Bárbara Andrade (Alemania-México, 1934-2014)

El largo camino hacia la cruz: Juan 18-19.30
Según el relato juanino, los dirigentes religiosos judíos, en contubernio con los representantes del invasor romano, actuando como “propietarios” de la vida del profeta de Nazaret, a quien han secuestrado ilegalmente (18.1-11), lo llevaron primero delante de Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás (18.12-14), el mismo que había anunciado la conveniencia de su muerte en vez de todo el pueblo, bajo la mirada soterrada y distante de dos de los discípulos más “aventajados”, Pedro y, muy posiblemente el propio Juan (18.15-18). El primero, tal como se le había anunciado, comenzó a negar a su maestro, mientras éste es interrogado por Anás (18.19-24), quien al recibir sus respuestas contundentes, lo envió atado a Caifás, con quien no tiene ningún encuentro, que hubiera resultado paradigmático. Pedro terminó sus negaciones (18.25-27) y Jesús es llevado ante Pilato (18.28), quien a su vez, se negó a juzgarlo e insistió en que, si se trataba de un asunto religioso, debían juzgarlo ellos (18.29-31a).

Ante la expectativa de una condena a muerte inevitable, los dirigentes cedieron ese “derecho” a los romanos (31b), por lo que Pilato procedió a interrogar a Jesús de manera sumamente indolente (18.33-38) sin encontrar en él ningún delito. Ése fue el verdadero diálogo paradigmático, en el que Jesús respondió las cinco preguntas con un estilo críptico, pero consecuente: sin negar que es el “rey de los judíos” (título totalmente fuera de lugar para el momento, 18.33-34), afirmó la supremacía de su reino sobre los reinos de este mundo (18.36). Ante la insistencia sobre su carácter real, estableció claramente su visión en relación con la verdad que había traído a este mundo: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (18.37). En ese punto fue donde finalmente ganó la atención del gobernador romano,[2] quien hizo la pregunta más valiosa, de tono filosófico: “¿Qué es la verdad?” (18.38), pero esta vez sin recibir respuesta, como si los lectores fueran obligados a recurrir a lo que el propio evangelio ha dicho al respecto varias páginas atrás (14.6).

Sin encontrar delito alguno, según el concentrado relato que el evangelio apresura con cierta impaciencia, Pilato solicitó que escogieran entre Barrabás, el ladrón, y Jesús (38b-40), con la elección consabida y profundamente injusta. Entonces se radicaliza la situación cuando el representante de Roma ordenó azotarlo y los soldados acentuaron sus burlas (19.1-3). El poder político-militar se quita así la máscara y aplica el rigor de la violencia gratuita sobre el cuerpo inerme del profeta galileo, visto ya como enemigo público número uno: ha hecho de él una caricatura de rey y así lo presentó ofensivamente ante sus supuestos “súbditos” (19.1-5) con las clásicas palabras: “¡Aquí está el hombre!” (Ecce homo), además de que les exigió que ellos lo mataran. La reacción de los judíos fue despiadada al solicitar el martirio (19.6-7), pero lo más llamativo es la actitud de Pilato: tuvo “más miedo” (19.8). Al retornar para unas nuevas preguntas, la confrontación ideológico-teológica entre él y Jesús sube de tono y alcanza su clímax, pues al alarde de poder de que hizo gala el romano (19.9-10), Jesús vuelve a responder con el orgullo judío y la convicción mesiánica de que uno más grande que Pilato está detrás del escenario y de la situación “No tendrías ningún poder sobre mí, si Dios no te lo hubiera dado. El hombre que me entregó es más culpable de pecado que tú” (19.11).

La suerte estaba echada definitivamente y ya nada detendría el asesinato a mansalva: con el poder religioso delegando en el “brazo secular” e imperialista su “derecho”, todo se precipitaría irremediablemente, y aunque Pilato trató de librarlo de la muerte, según insiste la narración (19.12), se vio orillado a entregarlo para la crucifixión después de un esfuerzo teatral que azuzó mayormente a la multitud de fanáticos (19.13-16). Dos aspectos destacan en el dramático momento: primero, el momento “litúrgico” del suceso (“Faltaba un día para la fiesta de la Pascua, y eran como las doce del día”, 14a, nuevo ejemplo de precisión juanina) y después, la confesión de lealtad y pertenencia al imperio por parte de los judíos, tal como los romanos deseaban escuchar: “No tenemos más rey que César” (15.b). De allí en adelante, lo que estaba por acontecer no es más que un añadido previsible en el relato al ser entregado para subirlo a la cruz (19.16).

El viacrucis estuvo lleno de simbolismo y alusiones a la tradición: Jesús mismo carga la cruz (17a), el nombre del lugar (17b), la compañía de los otros crucificados (18b). El laconismo del evangelio es brutal: “Allí clavaron a Jesús en la cruz” (18a). Y el letrero ordenado por Pilato fue una información (20), una advertencia y una auténtica parodia para el judaísmo servil y sometido, de ahí la protesta de los dirigentes judíos (21-22). Cada momento seguía siendo simbólico e incluso las características y el destino de la ropa del crucificado principal fue un motivo para citar las Escrituras (23-24; Éx 28.32; Sal 22.18). La presencia de María, otras tres mujeres y el “discípulo amado” (25-27) dio pie para el encargo de que éste fue objeto en palabras del Señor. La salvedad teológica que introduce el texto explica que “Jesús sabía que ya había hecho todo lo que Dios le había ordenado. Por eso, y para que se cumpliera lo que dice la Biblia, dijo: ‘Tengo sed’” (28). Y agregó otra expresión luego de probar el vinagre ofrecido “compasivamente” para potenciar el sabor del momento: “Consumado es” (30), las tres únicas que aparecen en esta versión de la Pasión. Finalmente, otra prueba del laconismo juanino es el cierre del instante trágico: “Luego, inclinó su cabeza y murió” (30b).

Ni siquiera en ese punto tan álgido y crucial, el Cuarto Evangelio olvida su clarividencia litúrgica al recordar el día que era y la ubicación cronológica en el marco de la fiesta (31a), por lo que los cuerpos no podían seguir allí, de modo que los meticulosos jefes judíos solicitaron que se les quebrasen las piernas a los tres hombres para que murieran más rápido y retirarlos del lugar (31b), lo que se cumplió al momento por manos romanas, inmundas (32), excepto a Jesús que ya había muerto (33), pero sin faltar el golpe de violencia de un soldado al atravesarlo con una lanza (34) e incluso allí, subraya el texto, se cumplió la Escritura (35-37; Ex 12.46, Zac 12.10). El narrador da fe, finalmente, de que todo es verdadero y “firma” su relato (37b).

Jesús deshizo las obras del diablo en la cruz (I Juan 3.8-16)
Más allá de cualquier forma de pasividad que el relato evangélico presenta mediante el inconfundible recurso del realismo, pues al ser el cuerpo de Jesús “propiedad”, fácticamente, de sus secuestradores, torturadores y asesinos, la tradición juanina se remontó en el tiempo y al revisar con un fuerte sentido teológico y cristológico lo sucedido encontró que los hechos visibles escondieron una realidad que muy pocos percibieron. A la constatación de que el mal diabólico procede de una praxis persistente de pecado y desobediencia (3.8a: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”) le sigue una de sus mayores afirmaciones soteriológicas: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (3.8b). De manera similar a san Pablo, quien con los ojos de la fe advirtió que Jesús en la cruz evidenció y ridiculizó a todos los poderes humanos y terrenales (Col 2.15), I Juan 3 observa a Jesús realizando una acción trascendental en el marco del proceso encaminado a obtener la salvación mediante el sangriento sacrificio operado en la cruz, pero sin ni siquiera moverse, siendo objeto de maledicencia, abandono y un rechazo absoluto. A la negatividad de la muerte prematura instalada como su destino histórico, la visión superior de un Cristo triunfante por el sufrimiento auto-asumido permite al apóstol alcanzar la perspectiva divina de todo lo que hizo Jesús en las alturas infamantes de la cruz. Al anular las obras del máximo enemigo, aquel que estaba detrás de todos los opositores al Evangelio del Reino, el maestro, mesías y salvador consiguió instalar un nuevo principio de vida entre sus seguidores, hombres y mujeres sinceros que anhelaban participar del mismo y experimentarlo en todas las áreas de su vida presente con la certeza de haber sido incorporados a la eternidad divina, pletórica de gracia, paz, justicia y verdad.

Ha escrito Carlos Osma: “Mientras Jesús se comportó como un predicador itinerante más o menos provocador en Galilea, su vida no corrió peligro, pero cuando se atrevió a enfrentarse en Jerusalén con los poderes de su tiempo, el religioso y el político, acabó muriendo como muchas otras personas incómodas han acabado a lo largo de la historia. Los discursos liberadores tienen el recorrido que tienen, y son eliminados cuando el poder los considera demasiado peligrosos para su supervivencia”.[3] Pero como Jesús dio el “salto de calidad” al abandonar radicalmente su espacio de seguridad, hizo que su sangre tuviera un precio pagado por quienes convencieron a uno de sus discípulos de entregarlo, pero que más tarde al devolverse compraría un “campo de sangre” (o Hacéldama, Hch 1.18-19). La violencia sacrificial aplicada sistemáticamente contra el cuerpo, la physis de Jesús, representó una etapa crucial en la ruta de la superación de todas las violencias humanas en la historia. Su forma, sentido y proyección nos ilumina hoy para acceder a una nueva conciencia de lo que significa en este tiempo persistir en la necesidad de nuevos e inútiles sacrificios en nombre de falsas divinidades, pues tal como ha escrito y predicado Raniero Cantalamessa:

…el sacrificio de Cristo contiene un mensaje formidable para el mundo de hoy. Grita al mundo que la violencia es un residuo arcaico, una regresión a estadios primitivos y superados de la historia humana y —si se trata de creyentes— de un enorme retraso culpable y escandaloso en la toma de conciencia del salto de calidad realizado por Cristo.
Recuerda también que la violencia es perdedora. En casi todos los mitos antiguos la víctima es el vencido y el verdugo el vencedor. Jesús cambió el signo de la victoria. Ha inaugurado un nuevo tipo de victoria que no consiste en hacer víctimas sino en hacerse víctima. Victor quia victima, vencedor porque víctima, así define Agustín al Jesús de la cruz (Confesiones 10, 43).
El valor moderno de la defensa de las víctimas, de los débiles y de la vida amenazada nació sobre el terreno del cristianismo, es un fruto tardío de la revolución llevada a cabo por Cristo. Tenemos la prueba contraria. Apenas se abandona (como hizo Nietzsche) la visión cristiana para devolver a la vida la pagana, se pierde esta conquista y se vuelve a “exaltar al fuerte, al poderoso, hasta su punto más excelso, el superhombre”, y se define a la cristiana “una moral de esclavos”, fruto del resentimiento impotente de los débiles contra los fuertes.[4]

O en las palabras de René Girard, quien trabajó el texto de Juan 11.50 en una clave antropológica sumamente iluminadora para estos fines a fin de demostrar la postura evangélica ante la imposición de la violencia sacrificial como única opción:

Lo esencial de la revelación bajo el punto de vista antropológico es la crisis de cualquier representación persecutoria provocada por ella. En la propia Pasión no hay nada de excepcional desde la perspectiva de la persecución. No hay nada de excepcional en la coalición de todos los poderes de este mundo. Esta misma coalición se halla en el origen de todos los mitos. Lo asombroso es que los Evangelios subrayen su unanimidad no para inclinarse delante de ella, para someterse a su veredicto, como harían los textos mitológicos, todos los textos políticos, e incluso los textos filosóficos, sino para denunciarla como un error absoluto, la no-verdad por excelencia.[5]

Y agrega, mediante un sondeo más específico fruto de la revisión de diversos textos bíblicos:

Cierto que la expresión chivo expiatorio no aparece ahí, pero los Evangelios tienen otra que la sustituye ventajosamente, y es la de Cordero de Dios. Al igual que chivo expiatorio, explica la sustitución de una víctima por todas las demás, pero reemplazando las connotaciones repugnantes y malolientes del macho cabrío por las del cordero, enteramente positivas, que expresan mejor la inocencia de esta víctima, la injusticia de su condena, la falta de causa del aborrecimiento de que es objeto.
Así que todo queda perfectamente explícito. Jesús es constantemente comparado, y se compara él mismo, con todos los chivos expiatorios del Antiguo Testamento, con todos los profetas asesinados o perseguidos por sus comunidades, Abel, José, Moisés, el Servidor de Jehová, etc.[6]

Pero I Juan 3 canaliza los logros de esa muerte en el perfil propositivo de vidas nuevas, nacidas de Dios (v. 9) que les permitirán tratar de otro modo con el pecado, “porque la semilla de Dios” está en ellos y fructificará para diferenciarlos de “los hijos del diablo” mediante una praxis de justicia (v. 10) donde el primado del amor es la gran realidad (11). La violencia fratricida (12: Caín y Abel) es excluida totalmente y llevada al plano de lo arcaico, aunque lamentablemente, no nos abandona aún. El mundo seguirá rechazando y renegando de esta vía (13), pero la superación de la muerte es una gran verdad en Cristo al experimentar auténticamente el amor por lo demás (14): seguir siendo incapaces de amar es estar muertos en vida. El homicidio virtual del que habló el Señor en el Sermón del Monte reaparece aquí en la clave juanina firmemente colocada como criterio para evaluar la presencia de la vida eterna (15) porque el mayor acto de amor reconocido fue el que Jesucristo llevó a cabo al anunciar que nadie le quitaría la vida externamente (Jn 10.18), a contracorriente de todo lo sucedido históricamente y, sobre todo, como rememora bien el texto, al poner su vida por nosotros, los beneficiarios conscientes de esa entrega absoluta, modelo para todas las demás entregas de vida que deben realizarse en este mundo (16), no en la forma de sacrificios cruentos y ni siquiera simbólicos, pues Dios ya no demanda la sangre ni la muerte de nadie, sino al contrario esa entrega continua es un acto de vida, y de vida plena (Jn 10.10).





[1] B. Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1999, p. 205.
[2] Cf. M. Arrizabalaga, “¿Quién fue Poncio Pilato?”, en ABC, Madrid, 19 de abril de 2014, www.abc.es/sociedad/20140418/abci-quien-poncio-pilato-201404071415.html.
[3] C. Osma, “Vía crucis en directo”, en ALC Noticias, 22 de marzo de 2016, http://alc-noticias.net/es/2016/03/22/via-crucis-en-directo/
[4] R. Cantalamessa, Homilía de Viernes Santo, 2 de abril de 2010, www.vatican.va/liturgical_year/holy-week/2010/documents/holy-week_homily-fr-cantalamessa_20100402_sp.html.
[5] René Girard, “Que muera un hombre…”, en El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986 (Argumentos, 81), p. 153.
[6] Ibíd., p. 156.

jueves, 24 de marzo de 2016

Jesús borró nuestros pecados, L. Cervantes-O.

24 de marzo, 2016

Jesús en manos de los poderes (Lucas 22)
Ya con Jesús en Jerusalén, los poderes político y religioso afilaron sus garras para asumir el control sobre su vida y no “alterar” la Fiesta de la Pascua, aunque para ellos resultase inevitable confrontarse con el clamor popular expresado en la llamada “entrada triunfal”: “Faltaban pocos días para que los judíos celebraran la fiesta de los panes sin levadura. A esta fiesta también se le llamaba Pascua. En esos días, los sacerdotes principales y los maestros de la Ley buscaban la manera de matar a Jesús en secreto, porque le tenían miedo a la gente.” (Lc 22.1-2). Pero al entusiasmo le seguiría el enfriamiento de la multitud hasta llegar al rechazo total. Incluso en su círculo más cercano creció el temor ante las pésimas expectativas que se avizoraban. Los prolijos relatos muestran la forma en que Jesús poco a poco se quedaría solo para enfrentar al aparato represor que lo llevaría al martirio. Lucas refiere cómo, dentro del grupo de discípulos, surgió la traición (22.3-5) para entregarlo a las autoridades.

La cena fue más bien un paréntesis en el proceso de Jesús, quien lo tenía muy claro todo: “He deseado muchísimo comer con ustedes en esta Pascua, antes de que yo sufra y muera” (22.15). A continuación, hubo una discusión sobre quién sería el superior (24-30), e inmediatamente después, Jesús informó a Pedro que habían sido solicitados por el maligno para ser “zarandeados como trigo” (31). En ese diálogo se confirmó la pronta ruptura y deserción del grupo, aunque el Señor les advirtió sobre la manera en que sería considerado: un criminal digno de muerte (37). Su realismo debió ser elocuente, pero ellos demostraron su incomprensión al ofrecer un par de espadas como instrumentos para la imposible defensa de su causa (38), lo que a él no le agradó pues su renuncia a responder a la violencia con más violencia fue absoluta (49-51).

Así llegó el “momento místico” extremo del Señor, su noche oscura, la soledad absoluta al orar en el Monte de los Olivos (39-46), en donde profundizó su diálogo con el Padre, al mismo tiempo que sus discípulos manifestaron su flaqueza y cansancio. Su humanidad estalló y le hizo decirle a Él lo más comprensible del momento: la posibilidad remota de evadir el sufrimiento y la crueldad (42), al grado de que recibió el apoyo de un ángel (43). El énfasis lucano característico expone a un Jesús en agonía, en una lucha espiritual intensísima, al grado de sudar gotas de sangre (44, aunque los manuscritos más antiguos no incluyen estos dos versículos), incluso antes de ser tocado por sus captores. La clave de la “tentación” fue, para él, la explicación de cómo interactuaban las fuerzas históricas violentas y asesinas con el propósito divino de redención. Jesús es una víctima inocente exigida por el sistema sacrificial para que las cosas marchasen como deberían, tal como lo dijo el sumo sacerdote Caifás: “¿No se dan cuenta? Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo, y no que sea destruida toda la nación” (Jn 11.50).

Caifás es el sacrificador por excelencia, el que hace morir unas víctimas para salvar a los vivos. Al recordárnoslo, Juan subraya que cualquier decisión verdadera en la cultura tiene un efecto sacrificial (decidere, lo repito, es degollar a la víctima) y por consiguiente se remonta a un efecto de chivo expiatorio no desvelado, a una representación persecutoria de tipo sagrado. […]
Lo que se enuncia en la decisión del sumo pontífice es la revelación definitiva del sacrificio y de su origen. Se enuncia sin que lo sepan el que habla y los que le escuchan. No sólo Caifás y sus oyentes no saben lo que hacen, sino que no saben lo que dicen.[1]

A partir de ese momento, la espiral violenta se desencadenó y fue irreversible: es aprehendido gracias a la señal de Judas (47-53), es negado por Pedro (54-62) y torturado (63-65), para finalmente ser llevado ante el concilio (66-71) y así consumar la farsa de juicio al que fue sometido.

El Hijo borra los pecados humanos (I Juan 3.1-10)
Las cartas de Juan son, por así decirlo, un eco de muchas expresiones de Jesús en el Cuarto Evangelio. Acaso el cap. 17 sea el que mayores resonancias tiene, especialmente en la primera epístola, en donde se van desgranando las consecuencias de lo anunciado por el Señor en ese discurso extraordinario: la filiación divina de sus seguidores (3.1-2); la mímesis con su Salvador (2b) y la búsqueda de ser como él (3); el pecado es desobedecer la ley (4), pero se afirma tajantemente, mediante un filtro teológico que ha colocado a Jesucristo en el lugar más preciso de la historia de la salvación: “Como ustedes saben, Jesucristo vino al mundo para quitar [borrar] los pecados del mundo” (5a). Esa acción, “borrar”, “quitar”, “eliminar”, es radical y definitiva: “Jesús, venido para comunicar la vida, excluye de él y de los que creen en él la realidad del pecado. Quien pretendiera verle o conocerle, permaneciendo en el pecado, se hace ilusiones. Su contacto lleva a cabo en el creyente una purificación que recupera el ser de arriba abajo”.[2] Aquel que es la vida y la luz instala definitivamente esas realidades en la vida de quienes reivindican su nombre. Por contraste, en el lenguaje paulino se afirma que Jesús “anuló el acta de los pecados que había en contra nuestra” (Col 2.14).

La gran afirmación evangélica, condición sine qua non para garantizar la salvación, es la impecabilidad absoluta de Jesús (5b), quien al situarse ante la ley y ser el único que podía cumplirla en su totalidad, podría ser capaz de replantear su relación con la fe, en función de lo que hizo en la cruz. La amistad con Jesús, otro gran tema juanino (Jn 15.14-15) aparece con toda su fuerza (v. 6). Mantenerse unido a él es lo que posibilita la superación del pecado. Las sentencias son precisas: “El que peca, no conoce a Jesucristo ni lo entiende” (6b); “Todo el que obedece a Dios es tan justo como lo es Jesús” (7b); “Por esta razón vino el Hijo de Dios al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo” (8b); “Ningún hijo de Dios sigue pecando, porque los hijos de Dios viven como Dios vive” (9a); “Podemos saber quién es hijo de Dios, y quién es hijo del diablo: los hijos del diablo son los que no quieren hacer lo bueno ni se aman unos a otros” (10).

La novedad de vida, posibilitada por el esfuerzo de Jesús, se avistaba en su horizonte al momento de invitar a sus seguidores a la comunión y al compromiso para experimentar la nueva praxis de justicia y amor, realidades absolutas que se hallan en el centro mismo del Evangelio del Reino de Dios. En el contexto tan conflictivo que vivieron las comunidades juaninas, hacia dentro y hacia fuera, el recuerdo de esa noche aciaga se transfiguró en un gran anuncio de salvación plena para toda la humanidad.



[1] René Girard, “Que muera un hombre…”, en El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986 (Argumentos, 81), p. 152.
[2] Jean Laplace, Discernimiento para tiempos de crisis. Madrid, Ediciones Encuentro, 2005, pp. 108-109.

Unidos a Cristo para gozar de su justicia, A.I. Ricardo Ruiz Ocampo

23 de marzo de 2016 

1 JUAN 2:24-29

Esta epístola, así como la de hebreos,  está escrita en una forma literaria distinta a la que se acostumbraba en una carta común, no nombra ni a su autor ni a los destinatarios, aun cuando es intensamente personal, tal como lo indica el uso frecuente del “yo” y el “vosotros”   y comienza con una introducción semejante al prólogo del cuarto evangelio y termina sin  despedida ni la típica formula de bendición que se encuentran en otras cartas.     Sin embargo, las epístolas de Juan contienen un  mayor número de mandatos y principios claros acerca de la separación del error, que cualquier otra parte de la Palabra de Dios.    Puede decirse que este escrito se asemeja más a un sermón, en donde las exposiciones doctrinales van alternándose con las exhortaciones y amonestaciones.       Haciendo alusión a que nuestra conciencia este siempre sensible a la santidad con un absoluto sometimiento a la autoridad de la Palabra inspirada por Dios, a  guardar un profundo vinculo de comunión espiritual con nuestros hermanos en la fe, manteniéndonos separados de los placeres del mundo y a buscar con la guía del Espíritu Santo el entendimiento claro e instintivo de las doctrinas evangélicas acerca de la salvación del alma, que es lo esencial de la fe, esto aunado a una profunda lealtad a esas doctrinas y voluntad para defenderlas.
De los tres temas principales que trata esta carta, hoy nos hablara el Señor sobre la verdadera fe a través de la cual solo  podemos gozar de la justicia de Dios.

El versículo   24. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”.      
El apóstol Juan había recibido de Jesús esta enseñanza y la expone en su evangelio capítulo 8 versículo 31 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Sí vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”   por eso lo expresa con la confianza que le brindaba el haberlo escuchado de los propios labios de Jesús. 

De igual forma que en el capítulo 14 versículo 23 ”Respondió Jesús y le dijo: el que me ama,  mi palabra guardara; y mi padre le amara, y vendremos a él, y haremos morada con él”

La seguridad que sentía Juan al describir esto se fundamentaba en el conocimiento directo de estos hechos que había vivido al lado de Jesús, y debemos puntualizar que no está queriendo decir que esto es verdad por ser lo más antiguo lo del principio, sino que no podía existir otra versión legitima que esta,    la expresada por el propio Jesús y que toda interpretación derivada de la mente humana era falsa llena de supersticiones y aberrante a las enseñanzas del divino maestro que los había instruido correctamente en la verdad.    Por lo que los exhorta no solo a que la tengan presente que la recuerden siempre, sino a que permanezcan en ella, que la estén practicando diariamente hasta convertirse en un modo de vida, que no la cambien que echen mano de su fe para continuar confiando y perseverando; tener siempre presentes las maravillas y prodigios que vivieron al lado de su maestro y que les dejo muy en claro que provenía del Padre.    

Que para ayudarlos a fortalecer y aumentar su fe y su esperanza,  su Espíritu los acompañaría a través de su palabra y si eran obedientes y fieles a ella darían testimonio de ser sus discípulos, poniendo en práctica sus enseñanzas para que el mundo creyera.   Por ello el conocimiento de Jesucristo para nosotros es imprescindible separados de Él nada somos y cuando hablamos del conocimiento de Él no pensemos que se hace referencia a que sepamos de memoria su biografía y todos los hechos y milagros que realizo, sino que con la inteligencia que fuimos creados busquemos lo que nos revela en la Escritura podamos comprender y aprender su manera de pensar; la manera de concordar con la sabiduría que le provenía del Padre  en obediencia y sujeción en eso consiste hacer su voluntad  y entonces seremos capacitados para realizar sus hechos.   El apóstol Juan a diferencia de los autores de los evangelios sinópticos, no busca la narrativa más exacta de los hechos de Jesús, sino más bien busca introducirse con una visión más íntima de lo que se encontraba en el pensamiento y en el corazón de Jesús, esto para Jesús representaba mucho lo veía como un verdadero discípulo.

25 "Esta es la promesa que nos ha ofrecido, aún la vida eterna". 

La promesa que encierra este versículo no es escatológica, es una promesa que desde hoy los creyentes ya podemos empezar a disfrutar,  estar en Jesús y en el Padre y ellos haciendo morada en nosotros,  nos lo ofrece desde hoy y hasta la eternidad.   Nos está diciendo si tú abonas, riegas y cuidas obediente y permanentemente la semilla del evangelio que ha sido sembrada en ti, ya puedes disfrutar desde ahora de la vida eterna, porque ya fuiste liberado del miedo a la muerte segunda,  tu no la vas a sufrir, Jesús la venció y ahora tiene las llaves del Hades, ya no puede ejercer poder, ni dominio sobre ti,  porque el reino de Dios ya fue instaurado y solo resta esperar su plenitud y perfección cuando Jesús regrese lleno de gloria a encontrarse con su amada esposa, su Iglesia.   Pero hermanos también para los que no creen hay algo, que atraen sobre si mismos aquí y ahora la perdida de la vida eterna.

Y mientras esperamos ese momento a los creyentes nos invita a que nos gocemos, que nos contentemos con lo que Él nos da, a hallar la felicidad con lo que tenemos sin amargar nuestra vida deseando lo que no podemos tener, luchando por ser mejores personas con la paz verdadera y la bendición que nos trae cuando Dios habita en nosotros guiándonos fructificando nuestra vida espiritual creciendo día a día.    
Pero muchas personas inquietas no conformes con la sencillez de la doctrina del evangelio enseñado por Jesús, desesperan y seducidos por la curiosidad,  más que movidos por su fe, hurgan en la Escritura buscando lo que a Dios no le plugo revelar sin apreciar lo que esta revelado tan claramente y ocupan meses, años desgastando el conocimiento adquirido en discusiones ociosas que a nada llevan, en lugar de poner en práctica las enseñanzas de Jesús y ser verdaderos testigos y embajadores de su reino y saben porque lo hacen, porque no están contentos con lo revelado, están inconformes y quieren sobresalir en el conocimiento de Dios y no se dan cuenta de que se alejan del propósito para el cual nos llamó el Señor,  que es ser discípulos de Jesús y no tratar de develar sus designios secretos.   Y no quiero hermanos decir con esto que seamos fundamentalistas y vivamos la Palabra de Dios a la letra, porque si así fuera entonces Lutero no habría sido guiado por el Espíritu santo para encontrar la verdad, él no la develo, el Señor lo guio para encontrar la verdad y descubrir las mentiras que la iglesia de aquel entonces empleaba manipulando al pueblo de Dios y lo más importante porque esto era justo.
El Señor Jesús dijo, en el Evangelio de Juan 5:24 “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida”. 
Sabemos que en el momento en que un inconverso cree que Cristo dio su vida por él, recibe la vida eterna, y esa persona ha renacido espiritualmente, ha pasado a formar parte de la familia de Dios. Por ello Juan se estaba dirigiendo a los hijos amados, a los hijos de Dios, al decir Mirad cual amor nos ha dado el Padre ¿Por qué? Porque ha entregado a su unigénito para darnos la salvación, y con ello nos hace participes de la adopción, ahora somos Sus hijos ha concedido su amor a sus hijos, y ellos responden a ese amor con una actitud de obediencia hacia Él viviendo una vida de servicio, al igual que su hijo Jesucristo.

26. Os he escrito esto sobre los que os engañan. 
Dios inspirando al autor a que haga una exhortación a los creyentes a defender la verdadera fe en Jesucristo, señalando las desviaciones de algunos seductores que, habiendo sido de la comunidad, se apartaron  de ella.      Estos negaban algunas de las verdades fundamentales: como que Jesús  fuera el Mesías y que viniera como hombre verdadero a redimirnos de nuestro pecado.
Desde el principio del cristianismo hermanos observamos cómo se presenta en el hombre esta terrible tentación de buscar en la precaria imaginación de su mente lo que en la revelación no encuentra o no le satisface, y es entonces cuando su mente entenebrecida por las tinieblas comienza a elucubrar interpretaciones que lejos de provenir de la luz de Dios, provienen de las tinieblas de su falsa fe, lejos de reconocer la justicia que alcanzamos por su sacrificio en la cruz,  con estos hechos lo declaraban injusto y mentiroso,     porque en realidad no habían creído en el evangelio y tratan de desvirtuar la verdadera fe para sacar al creyente del buen camino y llevarlo a su perdición, por lo que solo unidos a Cristo podemos gozar de su justicia, pues Él nos justifica ante el Padre concediéndonos la virtud de contentarnos y conformarnos con la suprema voluntad de Dios.   

Desde el principio este escrito ha sido reconocido como carta circular del apóstol Juan a las iglesias alrededor de Éfeso, para subrayar los hechos esenciales del Evangelio y para amonestar contra herejías nacientes que luego produjeron una forma corrompida y paganizada de cristianismo.       La carta fue escrita para poner en guardia a los cristianos de los enemigos de Cristo, cuyas doctrinas presentan algunas semejanzas con las que los llamados gnósticos propagarían más tarde por lo que se cree que este fue el comienzo de esas tendencias.

El cristianismo ya tenía unos 60 o 70 años de existencia y en muchas partes del imperio romano ya era una religión importante y una influencia poderosa.    Naturalmente, se habían presentado toda clase de intentos de amalgamar el Evangelio con filosofías y sistemas de pensamiento existentes.
Una forma de gnosticismo que perturbaba a las iglesias de los tiempos de Juan y que exageraba el valor del intelectualismo, y sostenía que en la naturaleza humana había un irreconciliable principio de dualismo: que el espíritu y el cuerpo eran dos entidades separadas y hostiles entre sí.      El pecado residía solamente en el cuerpo; el espíritu podía tener sus raptos y el cuerpo podía hacer lo que quisiera.     Una vida de piedad mental elevada y mística era del todo compatible con una vida sensual y voluptuosa.     Negaban la encarnación, en Éfeso el dirigente de este culto un tal Cerinto que decía tener místicas experiencias interiores y un elevado conocimiento de Dios pero era voluptuoso como los maestros de error que perturbaban a las siete iglesias mencionados en (Apoc. 2:2, 6, 14, 15, 20, 21)
   
Pero como no iba a oponerse Juan a estas herejías si había palpado con sus propias manos las de Jesús encarnado,  acompañándolo en su ministerio y tomando el encargo de cuidar a su madre hasta su muerte y haciendo de Jerusalén  su centro principal de trabajo hasta su destrucción, y una vez cerrada la edad apostólica, estableciéndose después  en Antioquia, que para entonces era ya el centro numérico y geográfico de la población cristiana.   Para Juan era imprescindible combatir los argumentos de estos herejes, ya que insistía siempre en que el conocimiento verdadero de Dios había de producir una transformación moral, y  que Jesús era la manifestación verdadera, material y autentica de Dios en la carne.  Y de ninguna manera hace mención a que es verdad solo porque él lo dice, sino pidiendo que se dejen guiar por el Espíritu de Dios el cual al unirnos a Jesucristo y al Padre nos hace uno solo con ellos y nos capacita y compromete para ser diligentes y cuidar la proclamación del evangelio puro.

La segunda epístola a los corintios capítulo 3: versículos 4 al 6;  4  Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios”;  5 “no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”;  6 “el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica”.      

Debemos evitar tratar de construir nuestro ministerio sobre la base de la preparación y las habilidades humanas exclusivamente, dejando a un lado las buenas obras que produce el estar en comunión con el Espíritu de Dios, esforzándonos diariamente por dar testimonio practicando el evangelio, ser sensibles hacia lo que le ocurre a los demás nos enriquece espiritualmente si compartimos su aflicción.

27. “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado,   permaneced en él”

En el antiguo testamento, la palabra unción (aleifo) termino general usado para una unción de cualquier clase: para ungir enfermos, para refrigerio físico después de lavarse, para una especie de embalsamiento de cadáveres o en sentido sagrado para ungir sacerdotes.    Ya en el Nuevo Testamento es crio la palabra empleada para unción y queda su uso en un sentido más limitado y confinado a unciones sagradas y simbólicas; de Cristo como el ungido de Dios,  Juan lo utiliza dos veces en los versículos 20 y 27  en un sentido metafórico; de que los creyentes tenemos la unción del Espíritu Santo  haciendo alusión a que a través de Él conocemos todas las cosas y que no hay necesidad de que nadie nos enseñe, porque la unción misma nos enseña todas las cosas refiriéndose a la Palabra de Dios inspirada por el propio Espíritu.    Con esto nos explica claramente que las enseñanzas ajenas a la Escritura son inútiles, no porque en si mismas lo sean, sino porque si el creyente ha sido ungido con el Espíritu Santo, él no iba a inspirar a los hombres que la escribieron a describir cosas lejos del alcance de nuestra inteligencia y mucho menos algo para que no lo entendiéramos, lo que si es necesario entonces,  es que cada uno adquiera el conocimiento de Dios conforme a la medida de su fe entre más estrecha sea nuestra relación con Dios, en la oración, la lectura de su Palabra y sobre todo en su aplicación para que nuestra fe no sea muerta, Dios nos permite alcanzar una mayor comprensión y conocimiento de ella, el Espíritu es el único corrector y aprobador de la doctrina y quien nos garantiza que conocimiento proviene de Dios y lo sella en nuestros corazones y en nuestras mentes.

Pero hermanos no debemos ser sistemáticamente excluyentes de toda fuente histórica, arqueológica, antropológica y de cualquier índole, que pueda actuar en auxilio para extender nuestro conocimiento de lo revelado en la Escritura,  pero considerando siempre como eje rector de nuestra fe la Palabra de Dios, porque solamente el Espíritu puede confirmarnos cuando la enseñanza proviene de Dios,  y que Él es quien nos está hablando.

Juan también hace mención que las enseñanzas de la unción, son verdaderas porque el Espíritu es como un sello con el cual la verdad de Dios es testificada;  y aun agrega y no es mentira indicando otro oficio del Espíritu, que nos dota con juicio y discernimiento, para que no seamos engañados por mentiras, para que no seamos indecisos y llevados por todo viento de doctrina.    Y por último hace nuevamente la exhortación a permanecer en Él refiriéndose a Cristo, que los fieles retengamos el conocimiento verdadero de Cristo.

28. “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”

Ahora el Apóstol Juan habla amorosamente haciendo un llamado a permanecer en Cristo, a los que han nacido de nuevo verdaderamente, a que manifiesten esa nueva vida permaneciendo en sus mandatos y enseñanzas las cuales no tienen  contraparte en ninguna sociedad en el mundo, ni en ningún otro orden religioso.    Porque un verdadero creyente recibe una notable identidad o unicidad con otros cristianos.    No es impositivo en su conocimiento de Dios ni transgresor, ni excluyente de quienes no piensan como él.

Tenemos que reconocer que a causa de la debilidad de nuestra carne aun como cristianos que han experimentado una verdadera conversión,  podemos albergar en nuestro corazón sentimientos de hostilidad, lo cual significa que no nos hayamos convertido, pero cristianos que profesan su fe por un lado,  pero por otro muestran frialdad e indiferencia persistente y ninguna necesidad de comunión con otros cristianos, demuestran claramente una ausencia de verdadera fe,  porque su comportamiento es constante en cualquier lugar donde se desenvuelvan,  denotando una pequeñez espiritual, no cuentan con amistades espirituales, no se involucran en ningún trabajo verdadero relacionado con el evangelio, desdeñan particularmente a aquellos que revelan entusiasmo por las cosas espirituales,  de ahí el llamado del  apóstol al pueblo de Dios para que nos integremos a la Iglesia, a que permanezcamos y expresemos con actitud cristiana nuestros vínculos con un amor profundo y de servicio al Señor porque es el sello de la congregación del pueblo que ha nacido de nuevo.   Y todavía más, con esto damos  clara evidencia de nuestra conversión al estar dispuestos a convivir y vincularnos en amor para trabajar para el Señor con hermanos de otras denominaciones cristianas.
Nos recuerda que Jesús vendrá nuevamente no para juzgar a que denominación pertenecemos para ser aceptados, sino que quiere encontrarnos sirviéndole con amor, ejercitando y fortaleciendo nuestra fe, porque la fe no es un conocimiento y aceptación siega y fría de Jesucristo, sino la acción viva y verdadera de su poder que nos produce la perseverancia y la confianza de no ser avergonzados a  su regreso, sin miedo a la tentación o a la muerte, porque los creyentes ya no tienen temor de enfrentar el tribunal de Cristo viven sosegada y piadosamente esperando su regreso. 

29. Si sabéis que Él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él. 

La palabra justicia Dikaiosune=es el carácter o cualidad de ser recto o justo. En la Escritura se usa para denotar un atributo de Dios. El propio Jesús lo utiliza en sus dichos expresados en (Mt. 6:33) ”Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”

En los tiempos del Antiguo Testamento se creía que la justicia se podía alcanzar por medio de la perfecta observancia de la Ley (La Tora) y emplearon métodos y vías para obtener la justicia que era una constante en el mundo judío como en el caso de Job.  Y respondiendo Bildad suhita las interrogantes de Job le dijo: 
(8:3) ¿Acaso torcerá Dios el derecho, O pervertirá el Todopoderoso la justicia?
(8:6) “Si fueres limpio y recto, Ciertamente luego se despertara por ti, Y hará próspera la morada de tu justicia”
Aun desde su perspectiva de confusión Job se preguntaba inquietantemente  “¿y cómo se justificará el hombre con Dios?” (Job. 9:2)
Pero ahora que contamos con toda la Escritura completa podemos observar que tuvo que ser Dios mismo quien encontrara la solución a este problema, proveyendo mediante la muerte y resurrección de su hijo un medio de justicia al alcance del hombre, pero amados hermanos desde la antigüedad en los tiempos de Job a nuestra era, tal pareciera que no hemos avanzado aun teniendo la Escritura completa que nos da el conocimiento perfecto de esta interrogante mucha gente desprecia aceptar, reconocer, creer que Jesucristo murió por sus pecados.
 (Heb. 5:12) “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuales son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”

(Rom. 4: 3, 5) “Porque ¿Que dice la escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”   “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia“
El apóstol Pablo utiliza para denotar el don de la gracia de Dios a los hombres por el cual todos los que creen en el Señor Jesucristo son introducidos a la correcta relación con Dios.   Esta justicia es inalcanzable por obediencia a ley alguna o por cualquier mérito propio del hombre o por cualquier otra condición que no sea la de la fe en Cristo.
(2 Cor. 5:21) “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”    
Es decir el pecador al creer en el Señor Jesucristo es justificado y deja su condición de pecador, para ser en Cristo todo aquello que Dios demanda que sea un hombre.    Debido a que Abraham acepto la Palabra de Dios, haciéndola suya mediante aquel acto de la mente y del Espíritu que recibe el nombre de fe, y, como demuestra lo  que sucedió posteriormente, sometiéndose a su control, por ello Dios lo acepto como uno que cumplió todas sus demandas.      
Cuando la fe es ejercida de esta forma el alma del pecador es llevada a una unión vital con Dios en Cristo, e inevitablemente produce rectitud de vida, esto es, conformidad y contentamiento con la voluntad de Dios.    
La justicia es entonces un don de Dios que se recibe por la fe, es así que venimos a ser hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparo de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef.2.10)
La justicia es considerada la virtud suprema por excelencia;   humanamente hablando la justicia “sensu stricto” es “el hábito consistente en la voluntad de dar a cada uno lo suyo” La justicia no es algo subjetivo idealista inalcanzable para el ser humano, pero imaginen que desde el principio una vez que sucedió la caída ¿cómo pueden dos hombres ponerse de acuerdo en algo que consideran justo desde su particular y diferente punto de vista?  ¿Quién y con base en que puede determinarse cuál de ellos tiene la razón? Caín como agricultor presenta su ofrenda al Señor al igual que Abel que era pastor de ovejas y solo la ofrenda de Abel es agradable a Dios y entonces surge la pregunta del lector cual es la causa de la parcialidad Divina para considerar justa la ofrenda de Abel y no así la de Caín?   El texto no expone cual es la causa de la preferencia Divina, aunque contiene algunos puntos ambiguos,   Psicológicamente nos impulsa a pensar que Caín lo mato por celos o envidia, pero el texto no dice nada de eso.    Otra comprensión posible es pensar que la maldad previa de Caín implica su incapacidad de agradar a Dios, pero el texto tampoco dice eso.     El relato describe que Caín se entristeció al no ser aceptado con su ofrenda, pero no debemos deducir de ello que se produce un rechazo total de parte de Dios porque estaríamos excluyendo la advertencia que el Señor le hace en el versículo 7 intentando evitar el desastre.    Esta historia toca temas muy profundos desde el punto de vista antropológico, moral y religioso. De un modo ingenuo e infantil para el modo contemporáneo de percibir la realidad, pero con una belleza que no puede ser despreciada.   No debe extrañarnos que entre muchos autores cristianos, ya se intuye la imagen de Jesucristo oculta en este pasaje, relacionando la sangre del justo Abel con la de Cristo derramada en el calvario como una anticipación al Misterio Pascual.    Sin embargo la crítica reciente, se ha visto en la narración un origen de tipo etiológico. Caín sería un héroe legendario que se sitúa en un tiempo remoto y que explicaría el origen del pueblo quenita.    Lo cierto de todo esto es que ninguna interpretación individual o colectiva logra determinar en qué consiste la justicia de Dios para encontrar la ofrenda de Abel agradable.

Y veamos ahora el punto de vista espiritual: La justicia no es subjetiva es objetiva y tiene que tomar vida en el diario vivir del hombre y la mujer, pero no como un acto hueco, vacío que tengo que hacer para que los demás me vean y gane su simpatía y reconocimiento.    La justicia pierde todo su virtuoso valor ante la presencia del amor, cuando un hombre deja de hacer justicia para buscar reconocimiento y encumbrarse en la sociedad puesto que estamos tan alejados  de la justicia  que se ha convertido en una virtud escasa y llena de conveniencia.    Pero cuando el creyente hace justicia por amor a su creador y a su prójimo entonces la justicia  deja su supremo valor humano y se convierte en la actitud divina de Dios que tiene para mostrar su naturaleza esencial (1 Jn. 4:7-8) “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios”   “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”    

Dios tuvo que echar mano de la ley,  para que esta fuera nuestro yugo,  como un espejo en el que pudiéramos ver a través de nuestros actos lo que era bueno y lo que era malo, lo que era recto delante de Dios y lo que era pecaminoso.  Ahora en nuestra era podemos entender y reconocer que el sacrificio de Jesucristo, al ser entregado por el Padre para redimirnos no como un acto de complacencia o sentimiento de afecto, sino como la más pura manifestación de su natural esencia y voluntad y que ahora no solo nos justifica delante de Dios por la fe en Él, sino que  al creer nos otorga el don inefable de su Espíritu y con Él su fruto que es el amor, para que venga a hacer morada en nosotros, lo cual significa que es nuestro Ayo Él se encarga de criarnos, educarnos espiritualmente, como si fuéramos niños, esto  implica ser conscientes de nuestra falta de rectitud, de nuestra vida de pecado y reconocer que solamente unidos a Cristo y a su amor podemos ejercitar la justicia hoy en este tiempo sirviéndole con amor para gozar de su justicia por siempre hasta la eternidad,  el profeta miqueas nos expresa lo que agrada a Dios del hombre:
“Oh hombre, Él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”

Permanecer en el conocimiento de la salvación, A.I. Rubén Núñez Castro

22 de marzo de 2016

Jesucristo, el justo que se entregó por los injustos, A.I. Edith Martínez Vázquez

21 de marzo de 2016


Jesucristo, el Justo, fue llevado a la muerte injustamente. Fue acusado y torturado injustamente porque no había culpa en Él. Los injustos trataron como culpable al único Justo que existía en el mundo. Y ante la humanidad la injusticia era la que se llevaba la victoria en ese momento. Sin embargo, Jesús tenía un propósito muy bien definido el cual era un propósito de amor, en el que estaba dispuesto a dar su vida justa a cambio del perdón de los pecados de los injustos.

El amor era el eje de todo lo que hizo y todo lo que hará. Todo lo que hacía Jesús era guiado y enfocado en el amor y en la justicia, por eso no pesaba que, ante la visión humana, la injusticia le estaba ganando a la justicia, porque el control de todo lo tenía Dios y en su control ya estaba decidido que esa vida que le quitaban a Jesús iba a tomarla nuevamente con su poder. La humanidad le quitaba la vida al Justo pero la soberanía es de Dios no del hombre. La vida y la muerte dependen de Dios no del hombre: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10: 17-18).

El ejemplo de Jesucristo fue de una total dependencia en Dios y una vida inmersa en amor y justicia. “Y ahora sí, hermanos, todo aquel que profesa a Jesucristo y no guarda sus mandamientos   ni sigue su ejemplo es mentiroso” (1ª de Juan 2:4). “El que dice que permanece en Cristo debe andar como Él anduvo” (1ª de Juan 2:6). Y ¿cómo anduvo Jesucristo? En amor y en justicia. También 1ª de Juan 2:11 dice: “ Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. Y ¿por qué se “aborrece” a alguien? Porque sentimos que hemos sido agraviados por ese alguien, o porque hemos recibido un daño, porque nos ha generado un sentimiento negativo como dolor, coraje, celos, envidia, rencor, desilusión, tristeza, decepción, etc. Y al tener esos sentimientos negativos, guardarlos y alimentarlos de más cosas negativas andamos en tinieblas, la oscuridad nos ciega y no nos deja ver con claridad en dónde estamos parados, ni ver cómo estamos viviendo. Nos acostumbramos a vivir con ese sentimiento guardado y lo peor es que a veces, sin darnos cuenta, estamos alimentando ese ogro que traemos dentro.

Empezamos a pensar cosas negativas, tanto de la persona como de nosotros mismos, y creemos que es real lo que nos imaginamos. Empezamos a tratar a la persona con coraje y vernos a nosotros como víctimas; nuestra mirada cambia, nuestros gestos se acentúan en contra de esa persona y nuestra tranquilidad se termina. Dejamos que fluya con toda rapidez nuestro pensar y tratamos con desprecio o altivez a la persona sin darnos cuenta que nos estamos dejando llevar por las tinieblas de los sentimientos negativos. Nos empezamos a causar daño a nosotros mismos. “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:14-16).

Y entonces podemos preguntarnos: ¿Jesús me dio ese ejemplo? ¿Jesús actuó así con sus verdugos? ¿Los vio con desprecio en la cruz? ¿Imploró a Dios por que los exterminara en ese momento? ¿Qué hizo él? Jesús dijo: “Perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Intercedió por aquellos que le hicieron daño. No los maldijo, sino que pidió un bien para ellos.

Amar a quienes te aman es fácil. Amar a quien te ha agraviado es cuando empiezas a vivir el amor perfeccionado que Cristo ha puesto en nosotros. “Pero el que guarda su Palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él” (1ª Juan 2:5). Cuando empezamos a dejar que el eje rector de nuestras vidas sea el amor y la justicia que Jesús vivió entonces las cosas cambian. Dios está en nosotros y Dios es amor. Es el amor de Dios el que nos mueve a perdonar, a darnos cuenta de que lo negativo no viene de lo alto, no es bendición sino destrucción y entonces necesitamos que nuestro corazón sea liberado, que Jesucristo rompa esas cadenas de esclavitud de rencor, de coraje, de celos, de envidia, de tristeza, de depresión, de insatisfacción, de frustración y muchos más sentimientos negativos que pueden existir.

Hermano, si sientes eso en tu corazón implora a Dios ayuda para que sea su amor el que te inunde y te ayude a expulsar de tu corazón todo lo que te estorba. “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3: 17-18).

El corazón debe sentir paz para que pueda amar y al mismo tiempo estar saturado de amor, pues eso trae paz al alma y a la mente. El perdón es algo que sana primeramente a quien lo otorga porque le trae liberación, porque en el perdón es cuando se puede bendecir en lugar de maldecir a quien nos agravió. En el amor es cuando se puede interceder por aquel del que recibimos o nos generó un sentimiento negativo.

Jesucristo, como hombre, no tomó la justicia con sus propias manos, aunque podía hacerlo; pero lo dejó en manos del Padre, en manos del Dios vivo y verdadero. Él nos dio el ejemplo de perdonar aunque no nos pidan perdón. A veces el que agravia se arrepiente, pide perdón a Dios y a nosotros siendo liberado; pero si nosotros no perdonamos de corazón los esclavizados seguiremos siendo nosotros.

Pero ¿qué haremos cuando los agraviados no somos nosotros sino más bien nosotros hemos agraviado, hemos cometido el mal y causado el dolor a nuestro prójimo? Debemos arrepentirnos de corazón, pedir perdón a Dios y a los afectados y reparar el daño causado en la medida de lo posible (tenemos el ejemplo de Zaqueo, Lucas 19:2-10). “Pues abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el Justo” (1ª Juan 2:1).

Jesucristo perdona cuando hay un corazón verdaderamente arrepentido. Hermanos, Jesucristo el Justo se entregó por los injustos. ¿Por qué somos injustos? Porque no hemos perdonado de corazón a quien nos agravió y no reflexionamos que a nosotros Jesucristo nos perdona día con día. Porque reclamamos al que nos agravió todo lo que nos hizo y se lo estamos recordando una y mil veces para que no se olvide de lo que nos hizo; cuando a nosotros Jesucristo ya no nos reclama los pecados cometidos y ya no se acuerda de ellos. Porque deseamos que sufra aquel que nos causó un mal y no nos damos cuenta de que a nosotros no nos desearon un sufrimiento sino antes, por el contrario, Jesús nos amó dando su vida para ofrecernos vida eterna.

Jesucristo, el Justo, nos puso un ejemplo de amor, de justicia y de perdón, nos puso ejemplo de intercesión y bendición. Si queremos seguir sus pasos y querer que su amor y su paz dirijan nuestras vidas pongamos en sus manos todo aquello que nos estorba y seamos liberados, pues como dice 1ª Juan 2:10: “El que ama a su hermano, permanece en la luz y en él no hay tropiezo”.

domingo, 20 de marzo de 2016

El gesto profético de Jesús y la alabanza infantil, L. Cervantes-O.

20 de marzo, 2016

La entrada a Jerusalén: gesto profético provocador
Mateo 21.1-11 y Juan 12.12-19 narran el mismo suceso: la entrada de Jesús a Jerusalén, un episodio considerado como obligatorio en el ministerio redentor del Señor. Cada uno, a su manera, presenta el gesto profético de “asaltar” la urbe con la compañía, el apoyo y la manifestación de sus seguidores a su favor.

La intensidad con que es descrito el entusiasmo provocado por su mesianismo se muestra en las expresiones de júbilo que alteraron el orden de la ciudad y pusieron en guardia a los adversarios de Jesús. Para Mateo, este suceso era un cumplimiento de las Escrituras (21.5) que cita al profeta Zacarías, mientras que para Juan representó, además de eso, la posibilidad de que “el mundo entero se fuera tras él” como subrayan los propios fariseos al final del relato (12.19b).

No obstante sus diferencias, ambos destacan el impacto con que Jesús llegó a la ciudad para “recuperarla”, es decir, para encarnar la continuidad mesiánica con el rey David, una figura que estaba instalada en la memoria y en la conciencia del pueblo como modelo de gobierno justo. Y precisamente en eso estriba el núcleo del gesto profético: en subrayar que el verdadero gobernante del mundo había enviado a su representante al mundo para establecer su reinado, un ambiente de paz, justicia y equidad abierto para todos/as.

Alabanza infantil y Reino de Dios
Mientras Juan insiste, posteriormente al suceso (12.20-27) en colocarlo como parte del “programa” de Jesús de afrontar el sufrimiento como ruta crítica para obtener la salvación de su pueblo, Mateo introduce el conflicto (que la tradición ha traslado al “lunes de autoridad”), también profético, de la expulsión de los vendedores del templo y la alabanza infantil de que es objeto, algo que incomodó profundamente a los sacerdotes que estaban de guardia (21.15), al grado de que le reclamaron a Jesús, quien respondió, citando una vez más las Escrituras: ““Los niños pequeños,/ los que aún son bebés,/ te cantarán alabanzas” (21.16b).

Nuevamente, las diferencias entre ambos narradores saltan a la vista para fundamentar las dos realidades presentes en esos momentos que comenzaban a ser culminantes en el proyecto de salvación de Dios para su pueblo, pues, por un lado, reflejan el profundo compromiso de Jesús con la obra encomendada por el Padre, el cual debía llevar a cabo con la cuota de dolor y sufrimiento que las circunstancias obligaban. Por el otro, se subraya el simbolismo de la afirmación mesiánica por parte de los niños, uno de los sectores más acallados de la sociedad judía en general, que ahora concentraba en sus cantos y exclamaciones el sentir de una nación sometida.


De ahí que vincular ambas perspectivas sea muy necesario al momento de recordar el trascendental suceso y el énfasis político-espiritual que tuvo en la conciencia de los seguidores/as de Jesús, en la construcción histórica del plan comunitario de Dios a realizarse en el mundo. Mateo y Juan coinciden en afirmar que la presencia de Jesús en Jerusalén era un signo de contradicción para los poderosos, pero una fuente de enorme esperanza para el pueblo empobrecido y sin más aspiraciones que la sobrevivencia de cada día, gracias al sometimiento de que era objeto por parte del imperio romano y de sus líderes. Es por ello que celebrar la entrada de Jesús a Jerusalén debe resonarnos hoy también con ese significado e importancia.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...