sábado, 31 de octubre de 2020

viernes, 30 de octubre de 2020

Letra 693, 25 de octubre de 2020

 

LOS ESCRITOS REFORMISTAS DE LUTERO

A 500 AÑOS DE SU PUBLICACIÓN

El periodo de julio de 1519 a julio de 1521 marca el pináculo de la vida de Lutero en cuanto a sus escritos y obra reformadora. Después de su regreso de Leipzig a Wittenberg, Lutero se vio forzado a sostener una polémica por escrito con varios representantes de la teología romana. Sus convicciones iban afinándose conforme pasaba el tiempo, pero las excesivas tensiones y ansiedades poco a poco afectaban su salud. Para empeorar las cosas, el Papa demoraba la convocatoria de un concilio tal y como lo esperaba Lutero. […] …es sorprendente saber sobre su abundante producción literaria en los meses siguientes al debate de Leipzig. Estaba convencido de que una reforma de la iglesia era indispensable y no podía esperar más tiempo. Había llegado el momento para poner manos a la obra reformadora. […]

En 1520, Lutero también escribió tres tratados en los cuales prácticamente delineó un programa de reforma.

Alberto L. García y Rubén D. Domínguez, Introducción a la vida y teología de Martín Lutero.

Nashville, AETH-Abingdon Press, 2008, pp. 103, 105.

 

1. A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca del mejoramiento del estado cristiano (agosto) (Fragmento)



C

on gran habilidad los "romanistas" se circundaron de tres murallas, con las cuales se protegían hasta ahora, de modo que nadie ha podido reformarlos y con ello toda la cristiandad ha caído terriblemente. Primero: cuando uno quería obligarlos por el poder secular, establecían y manifestaban que el poder secular no tenía ningún derecho sobre ellos, sino, por el contrario, el poder eclesiástico estaba por encima del secular. Segundo: si uno quería censurarlos mediante las Sagradas Escrituras, le objetaban que interpretar las Escrituras no le correspondía a nadie sino al Papa. Tercero: cuando uno los amenazaba con un concilio, inventaban que nadie puede convocar un concilio sino el Papa. De esta manera, nos hurtaron subrepticiamente los tres azotes para quedarse sin castigo, y se hicieron fuertes detrás de la protección de estas tres murallas para practicar toda clase de villanías y maldades, como lo vemos ahora. Y cuando se vieron forzados a celebrar un concilio, le restaron eficacia con anticipación, obligando previamente a los príncipes mediante juramentos a dejarlos tales como son. Además, dieron al Papa pleno poder respecto al ordenamiento del concilio con supercherías y ficciones. Tan terriblemente temen por su pellejo ante un concilio correcto libre, que intimaron a los reyes y príncipes para que creyesen que estarían contra Dios, si no les obedeciesen en todas esas fantasmagorías pérfidas y astutas.

Que Dios nos ayude ahora y nos dé una de las trompetas con las cuales se destruyeron las murallas de Jericó, a fin de que derribemos también de un soplo esas murallas de paja y papel, y tomemos los azotes cristianos para castigar el pecado y revelar la astucia y el embuste del diablo. Así, mediante el castigo, nos corregiremos y recuperaremos el favor de Dios. […]

Muchas veces ofrecí mis escritos para su juicio y examen. Pero no me valió para nada. También sé perfectamente que mi causa, si es justa, ha de ser condenada en la tierra y sólo justificada por Cristo en el cielo. Toda la Escritura enseña que la causa de los cristianos y de la cristiandad debe ser juzgada sólo por Dios. Jamás fue justificada alguna causa por los hombres en la tierra, sino siempre hubo en exceso una resistencia grande y fuerte. Siempre han sido mi preocupación mayor y mi temor que mi causa quede sin condenación, puesto que en esto notaría por cierto que aún no agrada a Dios. Por ello que procedan con desenvoltura el Papa, los obispos, los curas, los monjes o los doctos. Son las personas indicadas para perseguir la verdad, como siempre lo hicieron. ¡Que Dios nos dé a todos un entendimiento cristiano y, especialmente a la nobleza cristiana de la nación alemana, un modo de pensar recto y espiritual para hacer lo mejor en beneficio de la pobre Iglesia!

Amén.

2. La cautividad babilónica de la iglesia (octubre) (Fragmento)

Comenzaré por negar la existencia de siete sacramentos, y, por el momento, propondré sólo tres: el bautismo, la penitencia y el pan. Todos ellos se han reducido por obra y gracia de la curia romana a una mísera cautividad, y la iglesia ha sido totalmente despojada de su libertad. Aquilatando mis palabras al uso de la Escritura, en realidad tendría que decir que no admito más que un sacramento y tres signos sacramentales. […]

Lo único convincente, lo que no me deja lugar a dudas, son las propias palabras de Cristo: “Ésta es mi sangre que será derramada por vosotros y por muchos en remisión de los pecados” (Mt 26.28).

Ahí tienes, con claridad meridiana, que la sangre se entregó a todos aquellos por cuyos pecados fue derramada. ¿Quién se atreverá a decir que no se derramó por los laicos? ¿Es que no te das cuenta de quiénes son a los que se dirige cuando pasa el cáliz? ¿No se lo da a todos? “Por Vosotros”, dice: admitamos que se refiera aquí a los sacerdotes, pero en él “y por muchos” no puede reducirse sólo a ellos. Y, sin embargo, dice: “Bebed todos de él” (Mt 26.27). […]

Levantaos todos los aduladores del papa a una, aprestaos, defendeos de la impiedad, de esa tiranía, de esa lesa majestad del evangelio, de la injuria que supone tal oprobio frailuno, vosotros, que fulmináis como herejes a quienes no opinan a tenor de la ensoñación de vuestro cerebro, a pesar de tantas y tan poderosas razones de la Escritura. Si alguien ha de ser calificado de cismático, no lo sean los bohemios, no los griegos, puesto que parten de la sagrada Escritura; vosotros, los romanos, que no escucháis más que vuestras ficciones contra la evidencia de la palabra de Dios, vosotros sois los herejes y cismáticos impíos. ¡Purificaos de esto, hombres! […]

Lo que deploramos, en fuerza de esta cautividad, es que en nuestro tiempo se esté velando con tanto ardor por que las palabras de Cristo no lleguen a oídos de ningún laico, como si se tratase de algo tan sagrado, que no lo puedan escuchar los seglares. Nosotros, los sacerdotes, cometemos la locura de reservarnos las palabras de lo que llaman consagración, y las decimos en secreto, de forma que no para provecho nuestro sirven; no las tomamos en calidad de promesa, de testamento, de alimento de nuestra fe, sino que, no sé por qué artificio supersticioso, por qué impía creencia, les prestamos más veneración que fe. Bien se sirve Satanás de nuestra miseria para no dejar ni reliquia de la misa en la iglesia y para, mientras tanto, ir llenando todos los rincones de misas, es decir, de abusos, de verdaderas burlas del testamento divino y para cargar al mundo con pecados cada vez más graves de idolatría y agrandar su condenación. ¿Qué idolatría más gigantesca puede darse que la de abusar perversamente de las promesas divinas y hacer olvidar y apagar la fe en ellas? […]

“Bendito sea Dios y padre de nuestro señor Jesucristo, que, por la riqueza de su misericordia” (Ef 1.3, 7), ha conservado al menos este sacramento puro e incontaminado de instituciones humanas, no lo ha reservado en exclusiva a ninguna clase ni testamento de los hombres, ni ha sufrido que se vea oprimido por los horrores tremendos del lucro ni por las monstruosidades impiísimas de la superstición. El lugar preeminente que hoy día ocupa el bautismo se debe al designio divino de aplicarlo a los niños, incapaces como son de codicia y de superstición, y de santificarlos por la fe sencillísima en su palabra. Si este sacramento se tuviera que conferir a los adultos y a los mayores, la tiranía de la avaricia y de la superstición, esa tiranía que nos ha arrebatado todo lo que pertenece a Dios, no hubiera permitido que salvaguardase su valor y su gloria. La astucia de la carne ya se las habría arreglado para dar también aquí con preparaciones y dignidades, después habrían llegado las reservas, las restricciones, todas las redes similares para pescar dinero y gracias a las cuales el agua saldría tan cara como los actuales pergaminos (de bulas e indulgencias). […]

Lo primero que hay que tener en cuenta en relación con el bautismo es la promesa divina formulada de la manera siguiente: “Quien creyere y se bautice, será salvo” (Mr 16.16). Esta promesa tiene que preferirse, sin punto de comparación, a todas las apariencias pomposas de las obras, de los votos, de las órdenes religiosas y a todo lo que la industria humana ha introducido; de ella depende totalmente nuestra salvación. […]

Me llega la noticia de que otra vez se están preparando bulas y condenaciones papistas para forzar mi retractación o, en caso contrario, para declararme hereje. Si ello es cierto, deseo que este mi librito se vea como una parte de mi retractación futura, para que no se quejen de que su tiranía se ha inflamado en vano. No tardará en aparecer la otra parte; pero saldrá de forma que, con la ayuda de Cristo, dirá cosas que jamás haya visto ni oído la sede romana. Testificaré así sobradamente mi obediencia. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

3. La libertad cristiana (noviembre) (Fragmento)


1. Para que nos resulte posible un conocimiento a fondo de lo que es un cristiano y de la forma en que se tiene que actuar en relación con la libertad que Cristo le ha conquistado y donado —y de la que tanto habla san Pablo— comenzaré por establecer estas dos conclusiones:

 

- el cristiano es un hombre libre, señor de todo y no sometido a nadie;

- el cristiano es un siervo, al servicio de todo y a todos sometido.

 

Estas dos afirmaciones son claramente paulinas. Dice el apóstol en el capítulo 9 de la I carta a los Corintios: “Soy libre en todo y me he hecho esclavo de todos”. En Romanos (cap. 13): “No contraigáis con nadie otra deuda que la del mutuo amor”. Ahora bien, el amor es siervo de aquel a quien ama, y a él se halla sometido; por este motivo, refiriéndose a Cristo, dice (Gál 4): “Dios ha enviado a su hijo, nacido de mujer, y lo ha sometido a la ley”.

2. Para comprender estas dos afirmaciones contradictorias sobre la libertad y la servidumbre, tenemos que pensar que el cristiano consta de dos naturalezas, la espiritual y la corporal. Atendiendo al alma, es denominado hombre espiritual, nuevo, interior; se le llama hombre corporal, viejo y exterior en relación con la carne y la sangre. A causa de esta diversidad tiene la Escritura palabras que se contradicen, según se refieran a la libertad o a la servidumbre, como he dicho ya.

3. Ocupémonos en primer lugar del hombre interior y espiritual; veremos así lo que se requiere para que un cristiano pueda decirse y ser justo y libre. Es evidente que nada que sea externo —llámese como se llame— puede justificarle y hacerle libre, porque su bondad y su libertad, al igual que su malicia y su cautiverio, no son realidades corporales y externas. ¿Qué ventaja reporta al alma que el cuerpo esté libre, en buenas condiciones, rebosante de salud, que coma, beba y viva como le venga en gana? Y al contrario, ¿en qué se perjudica el alma por el hecho de que el cuerpo se encuentre cautivo, enfermo, abatido y que contra lo que quisiera esté hambriento, sediento y agobiado por las penalidades? Nada de ello afecta al alma ni contribuye a su liberación o cautiverio, a hacerla justa o injusta. […]

5. Lo único que en el cielo y en la tierra da vida al alma, por lo que es justa, libre y cristiana, es el santo evangelio, palabra de Dios predicada por Cristo. Así lo afirma él mismo (Jn 11): “Yo soy la vida y la resurrección; quien cree en mí vivirá para siempre»”; en Jn 14: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”; y en Mateo 4: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Debemos tener, por tanto, la certeza de que el alma puede prescindir de todo menos de la palabra de Dios, lo único capaz de ayudarla. Nada más necesita si posee la palabra de Dios; en ella encuentra toda satisfacción, comida, gozo, paz, luz, inteligencia, justicia, verdad, sabiduría, libertad y todos los bienes en sobreabundancia. Por eso leemos en el Salterio, y de forma especial en el Salmo 119, cómo el profeta no clama más que por la palabra de Dios. Y en la Escritura se ve que la mayor desgracia que puede sobrevenir, como signo de la ira divina, consiste en que Dios retire su palabra, y la gracia más preciada en que la envíe, a tenor del Salmo 104: “Les envió su palabra; con ella les socorrió”. Cristo mismo vino con la única misión de predicar la palabra de Dios. Incluso los apóstoles, los obispos, sacerdotes y todos los eclesiásticos han sido llamados e instituidos sólo en función de la palabra (aunque, desgraciadamente, en nuestro tiempo no actúen en consecuencia con este ministerio). […]

25. Por lo antedicho se comprende con facilidad el criterio para reprobar o admitir las obras buenas y la manera de entender las doctrinas que hablan de estas buenas obras. Si se incluye la cláusula absurda de que por ellas intentamos justificarnos y salvarnos, esas doctrinas no son buenas, hay que rechazarlas en su totalidad; atentan contra la libertad y ofenden a la gracia de Dios que es la única que por la fe justifica y salva. Esto no lo pueden realizar las obras, y el intento de hacerlo es una ofensa contra la obra y la gloria de la gracia de Dios. […]

30. De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive en sí mismo; vive en Cristo y en su prójimo: en Cristo por la fe, en el prójimo por el amor. Por la fe se eleva sobre sí mismo hacia Dios, por el amor desciende por debajo de él mismo, pero permaneciendo siempre en Dios y en el amor divino, como dice Cristo (Jn 1): “Veréis el cielo abierto y a los ángeles que suben y bajan sobre el hijo del hombre”.

Ésta es la libertad auténticamente espiritual y cristiana: la que libera al corazón de todos los pecados, leyes y preceptos; está por encima de cualquier otra libertad, como lo está el cielo sobre la tierra. ¡Que Dios nos conceda su comprensión y su conservación!

Amén.

domingo, 25 de octubre de 2020

Culto de adoración, avance y consolidación, DIII Aniversario de la Reforma Protestante, 25 de octubre de 2020

 CULTO DE AVANCE Y CONSOLIDACIÓN

NOBLEZA, CAUTIVIDAD Y LIBERTAD: LOS GRANDES DOCUMENTOS DE LUTERO DE 1520

I Corintios 9.16-27, Traducción en Lenguaje Actual

16 Yo no anuncio la buena noticia de Cristo para sentirme importante. Lo hago porque Dios así me lo ordenó. ¡Y pobre de mí si no lo hago! 17 Yo no puedo esperar que se me pague por anunciar la buena noticia, pues no se me preguntó si quería hacerlo; ¡se me ordenó hacerlo!

18 Pero entonces, ¿qué gano yo con eso? ¡Nada menos que la satisfacción de poder anunciar la buena noticia, sin recibir nada a cambio! Es decir, anunciarla sin hacer valer mi derecho de vivir de mi trabajo como apóstol.

19 Aunque soy libre, vivo como si fuera el esclavo de todos. Así ayudo al mayor número posible de personas a creer en Cristo. 20 Cuando estoy con los judíos, vivo como judío, para ayudarlos a creer en Cristo. Por eso cumplo con la ley de Moisés, aunque en realidad no estoy obligado a hacerlo. 21 Y cuando estoy con los que no obedecen la ley de Moisés, vivo como uno de ellos, para ayudarlos a creer en Cristo. Esto no significa que yo no obedezca la ley de Dios. Al contrario, la obedezco, pues sigo la ley de Cristo. 22 Cuando estoy con los que apenas empiezan a ser cristianos, me comporto como uno de ellos para poder ayudarlos. Es decir, me he hecho igual a todos, para que algunos se salven. 23 Y todo esto lo hago porque amo la buena noticia, y porque quiero participar de sus buenos resultados.

24 Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio, sino uno solo. Pues nuestra vida como seguidores de Cristo es como una carrera, así que vivamos bien para llevarnos el premio. 25 Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarlos. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho! Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre. 26 Yo me esfuerzo por recibirlo. Así que no lucho sin un propósito. 27 Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mí mismo. Pues si anuncio a otros la buena noticia, no quiero que al final Dios me descalifique a mí.



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Año XXVI, núm. 42, domingo 25 de octubre de 2020



Culto de Adoración, Avance y Consolidación

DIII Aniversario de la Reforma Protestante

 

Preside: D.I. José Antonio Aquino Robles

 

Introito

Libres, Cristo nos hizo libres para la libertad.

Liberados por Dios nos mantenemos firmes.

Libres por la gracia de Dios nos atrevemos a no someternos otra vez al yugo de la esclavitud.


Preludio:Hno. Jacobo Núñez Cabrera

 

Afirmamos la libertad que Cristo nos ha dado

La gracia de nuestro Señor Jesucristo,

La semilla de la nueva vida que crece en nosotros, El amor de Dios, uniéndonos mutuamente

y la comunión del Espíritu Santo

que nos envía a proclamar la libertad a los cautivos, está en medio nuestro.

Plenamente convencidos de la obra de Dios en nuestras vidas

proclamamos que hemos sido justificados por la fe

en Jesucristo y por ello cantamos

y afirmamos la salvación que Dios nos ha entregado.

Oración de ofrecimiento

Himno: “Soberano Señor de los mundos” (60)

 

Obtenemos el perdón del Señor

Atentos/as a la orientación de su Santo Espíritu, nuestra conciencia nos recuerda que hemos incurrido en nuevas fallas y desobediencias para poner por obra tu voluntad. Pero sabemos que nuestro abogado eterno intercede ante ti, oh Dios, y eso nos reconforta y anima para retomar el camino que quieres que sigamos.

Momento de oración personal. / Oración audible.

Unidos/as: Tú perdonas nuestra maldad
y olvidas nuestro pecado.
Tan grande es tu amor por nosotros
que tu enojo no dura para siempre.
Vuelve a compadecerte de nosotros,
y arroja todos nuestros pecados
a lo más profundo del mar!                    
Miqueas 7.18b-19

 

Himno: “Del santo amor de Cristo” (150)

 

Proclamamos la unidad del pueblo de Dios

Saludo de la hermana Nelly Arroyo Noriega

Himno “El Señor es mi fuerza” (146, 3ª yestrofas)

 Nos unimos en la plegaria compartida

Les aseguro que, si ustedes tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Hasta podrían hacer lo mismo que yo hice con la higuera, y más todavía. Si le dijeran a esta montaña: “Quítate de aquí y échate en el mar”, ella los obedecería.

Mateo 21.21-22

Oración de intercesión

 

La Palabra que transforma y reconstruye

Lectura del Antiguo Testamento: Habacuc 3.1-13

Lectura del Nuevo Testamento: I Corintios 9.16-27

 

Reflexión bíblica

NOBLEZA, CAUTIVIDAD Y LIBERTAD:
LOS GRANDES DOCUMENTOS DE LUTERO DE 1520

 La iglesia renueva su fe y confianza

Himno “Castillo fuerte” (42)

Acto de reinstalación de oficiales

 La entrega de amor y gratitud

Todos los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían.                                                              Hechos 4.32, NTV

Oración por las ofrendas

Himno “Padre, Dueño y Señor” (436)

 

Conducidos/as por Dios en el camino

¡Que el Señor Jesucristo los bendiga!
¡Que Dios les muestre su amor!
¡Que el Espíritu Santo los acompañe siempre!
II Corintios 13.13

 

Bendición coral: Coro Laudate Dominum

Himno “Hasta que Él venga / Nos transformará”

Linda Johnson / Tom Fettke


Postludio

Intereses de la comunidad

 

LOS DOCUMENTOS DE 1520, MOMENTO CUMBRE DE LA REFORMA PROTESTANTE

·       En los dos años transcurridos entre la apertura del proceso romano (mayo-junio de 1518) y la promulgación de la bula de amenaza de excomunión Exsurge Domine (15 de junio de 1520), Lutero desarrolló sin descanso una ofensiva de publicaciones, aclarando sus posiciones teológicas precisamente en medio de las controversias en las que se veía envuelto y consolidando el apoyo político del electorado de Sajonia, con el que contaba desde la primavera de 1518.

·       …su declaración como hereje, amenazante, pero en suspenso, aumentó una vez más el interés por su persona, que había crecido ya de manera imponente en los años 1519-1520, y lo convirtió en el líder carismático de un movimiento en adelante imposible de sojuzgar. [...] ...la autoridad y la influencia de Lutero crecieron entre la opinión pública de una forma nunca antes conocida por un teólogo. En efecto, supo utilizar el medio que representaba la imprenta en una medida y con una habilidad tales, y arrastrar a su público de tal modo, que su persona se convirtió en una figura clave de la política imperial.

Thomas Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017.

 

·       Los escritos llamados programáticos de 1520 tienen su tiempo, pero conservan todavía una innegable fuerza de argumentación que no es difícil captar, y cuya honestidad y decisión por señalar abiertamente las injusticias de la época nos pueden enseñar mucho en nuestros días. En ellos está contenida prácticamente la doctrina básica de Lutero y, no sería exagerado decirlo, de toda la Reforma.

Humberto Martínez, en Martín Lutero, Escritos reformistas de 1520. México, SEP, 1988.

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 Culto de Comunión y Apertura

1 de noviembre de 2020


“EN MI CARNE HE VER A DIOS”: LA AFIRMACIÓN DE

LA VIDA EN EL LIBRO DE JOB

Base bíblica: Job 15.1-11

Preside: Hna. Ninel Núñez Castro





Nobleza, cautividad y libertad: los grandes documentos de Lutero de 1520, L. Cervantes-O.



México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), 258 pp.

25 de octubre, 2020

 

A pesar de que soy un hombre libre y sin amo, me he hecho esclavo de todos para llevar a muchos [a Cristo].

Ἐλεύθερος γὰρ ὢν ἐκ πάντων πᾶσιν ἐμαυτὸν ἐδούλωσα, ἵνα τοὺς πλείονας κερδήσω:

I Corintios 9.19, Nueva Traducción Viviente

 

Quizá uno de los grandes problemas que han enfrentado las iglesias evangélicas mexicanas (y latinoamericanas) en relación con su identidad religiosa, teológica, ideológica y cultural haya sido (y siga siendo) su escasa comprensión de los grandes episodios y documentos de las Reformas protestantes del siglo XVI. Y no se trata de la acumulación de nombres y fechas, o de la celebración anual del acontecimiento sino, más bien, de una falta de afinidad más cercana con los momentos fundadores de la gran tradición evangélica. Si alguien nos pregunta qué textos o documentos de la Reforma son los esenciales para el entendimiento de su gran proyecto renovador, los primeros que deberían acudir a nuestra mente deberían ser los tres cuyo 500º aniversario estamos conmemorando. Y me atrevería a decir que, además de sus títulos, también deberíamos decir las fechas precisas de su publicación y hacer un resumen breve de su contenido e importancia para esos movimientos de renovación religiosa y cultural. Y todavía más, deberíamos recomendar, en México, la edición que de ellos hizo el gobierno federal a fines de 1988, bajo la coordinación del escritor Carlos Montemayor (1948-200). Esos documentos son: A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca del mejoramiento del estado cristiano (agosto; publicado ante por la UNAM en 1977), La cautividad babilónica de la iglesia (octubre) y La libertad cristiana o del cristiano (noviembre).

1520 fue un año crucial para el movimiento encabezado por Lutero y que comenzaba a agitar las aguas religiosas por toda Europa. En palabras de Thomas Kaufmann, fue “el año milagroso de Lutero”, pues ya encontraba “en el horizonte de la reforma de Dios”.[1] Con menos de tres años en el escenario religioso y político por causa de las tesis dadas a conocer en octubre de 1517, el monje agustino alemán, que ya estaba amenazado por la excomunión desde junio de ese año dedicó el resto del tiempo a producir varias respuestas a la bula papal. Para ello, se valió del inmenso impulso otorgado por la imprenta a la difusión de las ideas y desplegó toda su capacidad expresiva y literaria. Prueba de esa influencia fueron los miles de ejemplares vendidos en sólo cinco días del primer documento. Luego de la Disputa de Heidelberg, abril de 1518, en la que expuso sus puntos de vista ante los compañeros de su orden, y de la realizada en Leipzig, junio-julio de 1519, en la que aceptó positivamente los dogmas de John Wyclif y Jan Hus, lo que estuvo en juego fue la autoridad de la iglesia romana, con lo que las indulgencias pasaron a un segundo plano.

En el primero, un auténtico manifiesto dirigido a la nobleza de su país, desde sus primeras palabras, se siente el enorme furor profético con que lo pensó y redactó:

 

¡Ante todo, gracia y paz de Dios, reverendo, digno y amado señor y amigo! Pasó el tiempo de callar y ha llegado el tiempo de hablar, como dice el Eclesiastés. Según nuestro propósito, hemos reunido algunos fragmentos acerca de la reforma del estado cristiano para proponerlos a la nobleza cristiana de la nación alemana, si acaso Dios quisiera auxiliar a su Iglesia mediante el estado laico, puesto que el estado eclesiástico, al cual con más razón esto corresponde, lo ha descuidado completamente.[2]

 

Documento religioso-político, fue un enérgico llamado a que los nobles germanos asumieran su papel cristiano de conducción de la iglesia por causa de que los dirigentes religiosos, especialmente desde Roma, estaban fallando profundamente en su misión. Las “tres murallas” del poder papal que atacó Lutero, esto es, que la Iglesia tuviera su propia ley espiritual, que el papado fuera el único autorizado para interpretar las Escrituras y que sólo él pudiera convocar un concilio, son evidenciadas sólidamente. Puede decirse que es un documento nacionalista y, al mismo tiempo, el que mejor expresó en ese momento el sacerdocio universal de los creyentes: “Como el poder secular ha sido bautizado como nosotros y tiene el mismo credo y evangelio, debemos admitir que sus representantes sean sacerdotes y obispos que consideran su ministerio como un cargo que pertenece a la comunidad cristiana y le debe ser útil. Pues el que ha salido del agua bautismal puede gloriarse de haber sido ordenado sacerdote, obispo y papa, si bien no le corresponde a cualquiera desempeñar tal ministerio”. Los príncipes recibieron el aval para organizar una nueva iglesia, ciertamente más cercana a sus intereses, como se ha dicho, pero al mismo tiempo con un enfoque jurisdiccional derivado de aquellos. Las consecuencias de todo esto rebasarían ampliamente las expectativas del reformador y perfilarían lo que hasta entonces era impensable, una verdadera revolución cultural que daría un rostro completamente distinto a la iglesia y a la sociedad.

 

La cautividad babilónica de la iglesia aborda los aspectos sacramentales y reduce a solamente dos los que debe administrar la iglesia, además de que la Eucaristía debía ser para todos los fieles en las dos especies. Sus palabras son claras y directas:

 

El sacramento no es propiedad de los sacerdotes sino de todos. Los sacerdotes no son amos sino siervos (ministri). Deben dar ambas especies a los que las piden y cuantas veces las pidieran. Si arrebatan a los laicos este derecho y se lo niegan por fuerza son tiranos. Los laicos están libres de culpa si carecen de una especie o de ambas. Con tal de que mientras tanto conserven la fe y el deseo de recibir el sacramento íntegro. Los mismos ministros deben dar el bautismo y la absolución a quien los pida, puesto que tiene derecho a ello. Si no lo dan, el solicitante tiene pleno mérito por su fe. Y ellos mismos serán acusados ante Cristo como siervos inútiles.[3]

 

El reformador “se lanza contra todo el sistema sacramental católico. En el fondo, ha compuesto una sinfonía violenta cuyos movimientos vienen a caer siempre en el tema de que la iglesia de Roma, con el papa y sus secuaces, han reducido al pueblo cristiano a un cautiverio que ha hecho de los sacramentos cadenas, lazos explotados avaramente por el pontífice y su cortejo”.[4] Con este texto, vendría a erosionar “una de las fibras más sensibles de la espiritualidad medieval”.[5] La negación de cinco de los siete sacramentos es absoluta. A la Eucaristía dedicó la mayor parte de la obra. Un biógrafo de Lutero sintetizó esto el impacto de este planteamiento:“Este ataque a la enseñanza católica era más devastador que todo lo anterior […] La razón de esto reside en que las pretensiones de la Iglesia Católica Romana descansan en forma absoluta en los sacramentos como únicos caminos de gracia y sobre las prerrogativas del clero, por quien los sacramentos son administrados en forma exclusiva. Si se socava el sacramentalismo, entonces el sacerdocio está condenado a caer”.[6]

 La libertad cristiana o del cristiano es, tal vez, el más profundo y agudo de los documentos, pues apunta hacia la práctica viva e interior de la fe por parte de cada creyente, además de que resume en su argumento principal la razón de ser de la transformación integral de la vida para experimentar la vida justificada por la obra de Cristo mediante la fe. Después de las 95 Tesis, este tratado marcó el que es, quizá, el momento más alto de la primera gran etapa de Lutero como reformador. “El tono de su carta refleja que Lutero se pone en una condición de igualdad al Papa, como si fuese su consejero o confesor. La actitud de Lutero, aunque gentil, no esconde sus cuestionamientos”.[7] Las palabras que ha tomado del apóstol Pablo refulgen con luz propia: “El cristiano es libre señor de todas las cosas, y no está sujeto a nadie. / El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”.[8] Jean Delumeau (1923-13 de enero de 2020, autor de obras importantes como Nacimiento y afirmación de la Reforma, 1965) se refirió al documento como “la obra más bella del Reformador” y destacó sus elementos principales en los términos de la religiosidad individual: “El alma, iluminada por la gracia, tiene la certidumbre de hallarse liberada de todo lo que no sea Dios, pese a lo que pueda acaecer al ‘hombre exterior’. Dios se ha convertido en la fortaleza del alma”.[9]

Y es que el tono con que se dirige a todo creyente es afable, didáctico y pastoral: “Tú sientes que tu Dios dijo que toda la vida y la obra no son nada delante de Dios, de hecho, deberías, con todo aquello que hay en ti, ir a la perdición eterna. [...] Mas para que te sea posible salir de ti mismo, esto es, de tu perdición, Dios te presenta a su amadísimo Hijo Jesucristo, y con su palabra viva y consoladora, te dice: Entrégate a él con fe inquebrantable, confía en él sin desmayar”.[10] “Para Lutero, el hecho de que la fe se demuestre en el comportamiento correspondiente se sustenta en el ser mismo de la fe. La verdadera fe no puede existir sin obras. En la fe se experimenta el amor de Dios como fuerza transformadora y renovadora, y ésta se muestra luego en las obras y en el comportamiento. La famosa imagen de Lutero del árbol y los frutos lo explica claramente”:[11]

 

“Las obras buenas y justas jamás hacen al hombre bueno y justo, sino que el hombre bueno y justo realiza obras buenas y justas”. […] Se desprende de esto que la persona habrá de ser ya buena y justa antes de realizar buenas obras, o sea, que dichas obras emanan de la persona justa y buena, como dice Cristo: “El árbol malo no lleva buenos frutos; el árbol bueno no da frutos malos”. Ahora bien, está claro que ni los frutos llevan al árbol ni se producen los árboles en los frutos, sino que por el contrario los árboles llevan los frutos y los frutos crecen en los árboles.

 

El día que entró en vigor la excomunión, el 10 de diciembre de 1520, Lutero llevó a cabo un acto central para su labor reformadora: “…con voz temblorosa y casi inaudible pronunció la sentencia de herejía contra la iglesia pontificia que había caído en la falsedad”.[12] Basándose en el Salmo 21.11, quemó el Derecho canónico, algunos libros escolásticos y, como de paso, la bula de amenaza de excomunión. Esa fecha “marcó el ‘giro copernicano’ de la historia del cristianismo de Occidente”.[13] La gran trilogía de textos reformadores sería una inmensa semilla que germinaría progresivamente en los diversos campos a los que llegaría para expandir con sus frutos la posibilidad latente de una iglesia nueva, siempre conflictiva y contradictoria, pero más libre y dispuesta, en teoría, a someterse al impulso renovador de su Señor.



[1] T. Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017 (Estructuras y procesos), p. 53.

[2] M. Lutero, en Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 27.

[3] M. Lutero, en Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), p. 128.

[4] T. Egido en Lutero. Obras. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977 (El peso de los días, 1), p. 86.

[5] Ídem.

[6] Roland Bainton, México, Casa Unida de Publicaciones, 1989, p. 148.

[7] V. Westhelle, “Introducción” a La libertad cristiana, en Giacomo Cassese y Eliseo Pérez, eds., Lutero al habla. Antología. México, varias instituciones, 2005, p. 136.

[8] H. Martínez, op. cit., p. 234. Énfasis original.

[9] J. Delumeau, El caso Lutero. Barcelona, Luis de Caralt, 1988, p. 16. Énfasis agregado.

[10] M. Miegge, Martín Lutero. La Reforma Protestante y el nacimiento de la sociedad moderna. Barcelona, CLIE, 2016 (Biografía e historia), p. 49. H. Martínez, op. cit., p. 236.

[11] M. Hoffmann, La locura de la cruz. La teología de Martín Lutero. Textos originales e interpretaciones. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 2014, pp. 103-104.

[12] Thomas Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017, p. 54.

[13] Ídem.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

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