martes, 15 de julio de 2008

Interpretar la Biblia desde la economía (II), José Míguez Bonino

No hay duda que el sentido de estas interpretaciones responde a una concepción de la fe centrada en la vida eterna, la purificación del alma de toda preocupación por las cosas materiales, un cierto desprecio por este mundo con sus tentaciones y halagos. ¿Cómo ver, entonces, en la referencia ‘económica’ de estos padres?: ¿Son la crítica de la riqueza, la desconfianza cuando no el rechazo de la propiedad privada, el comercio y la prosperidad, la condena, en varios de ellos, de la esclavitud y la insistencia en la caridad, fundamentalmente, como alguna vez lo propusiera Max Weber, la expresión de una piedad ultramundana? ¿No será también y a la vez una hermenéutica, en el idioma de una espiritualidad más o menos platónica, de la tradición bíblica de la justicia, del derecho de los pobres? ¿O tal vez, como otros lo han sugerido, la reminiscencia —compartida también en mitos griegos y romanos— de una edad de oro primitiva, identificada en la visión bíblica con el jardín del Edén, donde todas las cosas eran compartidas y reinaba una plena paz y abundancia? En cuyo caso, el pecado ha corrompido ese ‘tiempo primigenio’ y la ‘purificación del alma’ de esa corrupción es la preparación para la recuperación, escatológica y/o ultraterrena, de ese Edén. ¡Sólo así el ‘joven rico’ podrá alcanzar ‘la vida eterna’!
Juan Calvino ha quedado establecido, a partir de interpretaciones, a veces abusivas, de las tesis de Max Weber, como la figura religiosa que, por su teología y la piedad o actitud religiosa que engendró, impulsó y legitimó el desarrollo del capitalismo. Como, a la vez, Calvino representa una línea de la Reforma particularmente estricta en su insistencia en la suficiencia de la Escritura, resulta especialmente interesante considerar, aunque sea brevemente, la ‘hermenéutica’ con la que las interpretó.
Si leemos, para mantenernos en perspectiva, su comentario a la historia del ‘joven rico’, nos sorprende la semejanza con lo que leímos en Clemente: (1) el propósito de la demanda de Jesús no es condenar la riqueza sino la avaricia, rescatar al joven (‘funcionario’ dice Calvino, siguiendo a Lucas) de su obsesión por las cosas terrenales y remitirlo al ámbito de la vida eterna; (2) no basta despojarse de las riquezas; es esencial darlo ‘a los pobres’ —el propósito no es la desposesión sino el amor; (3) las riquezas, sin embargo, son un grave obstáculo, porque, debido a la corrupción del alma humana, se posesionan del ser humano y lo alejan de Dios y del prójimo. “Conservar lo que Dios ha puesto en nuestras manos, siempre que, sosteniéndonos a nosotros mismos y a nuestra familia sobria y frugalmente, demos una por
ción a los pobres es más virtuoso que derrocharlo todo”. La enseñanza que verdaderamente se sigue de ese relato es “la oculta enfermedad de la avaricia”. Despojarse de las riquezas es el único remedio posible para alguien que “permanece atado a su riqueza y arde de avaricia”. Porque, “es cierto que las riquezas no nos impiden por sí mismas el seguir a Dios, pero, a consecuencia de la perversidad de la mente humana, es casi imposible que los que tienen gran abundancia no sean intoxicados por ella...por así decirlo, encadenados por Satanás e impedidos de elevar su pensamiento al cielo; por el contrario, se entierran y se atan y se esclavizan totalmente a la tierra”. Pero, con Clemente, añade que no basta con despojarse de su riqueza porque “el despojar a los demás y a sí mismo del uso del dinero, no merece aplausos; por eso Cristo aplaude, no simplemente el vender sino el ayudar con generosidad a los pobres”
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Sin embargo, sin adherir a la interpretación weberiana, es evidente que Calvino enfrenta problemáticas económicas distintas a las de los primeros siglos, que asume otras responsabilidades ‘políticas’ y que define una interpretación original de las Escrituras, dentro de los parámetros generales de la Reforma. En primer lugar, lo hace dentro de un marco teológico que explicita con toda claridad en la sección sobre “La función de la ley moral”
de la Institución de la Religión Cristiana: La ley moral, que está presente en la conciencia humana, aunque entenebrecida por el pecado, y que supremamente se formula con toda claridad en las demandas de la ley en la Escritura, particularmente en la ley moral mosaica, tiene tres funciones igualmente necesarias: acusadora, coercitiva y educativa.

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