Juan Stam
Para los que creemos profundamente en la deidad/divinidad de Jesucristo y estamos convencidos de que él era (y es) Dios, nos resulta algo difícil reconocer también su plena humanidad. La primera herejía cristológica, que el Nuevo Testamento asocia con el Anticristo, es la de negar que Jesucristo ha venido en carne (1 Jn 4:3; 2 Jn 7). Aunque nos pueda parecer muy espiritual y santo exagerar exclusivamente el carácter divino de Jesús y minimizar o negar su humanidad, y muchos tenemos algo de esa tendencia, de hecho es un error gravísimo. El Nuevo Testamento enseña que Jesús es tan Dios como el Padre, pero también tan humano como cualquier de nosotros. De hecho, más humano, porque no tenía nada del pecado que nos deshumaniza a nosotros.
Cuando Juan 1:14 declara que "el Verbo fue hecho carne", al escoger la palabra "carne" enseña en una forma muy enfática la plena identificación de Cristo con nuestra humanidad. El término "carne" sugiere nuestra debilidad como seres humanos, nuestra vulnerabilidad y aun nuestra inclinación hacia el pecado. Y esa es la naturaleza humana que el Verbo eterno quiso asumir al nacer entre nosotros. No nació con alguna naturaleza humana privilegiada, inmune a la tentación y las angustias de nuestra vida humana, como una especie de "Superman" o ángel divino que sólo aparentaba ser humano. Él era realmente humano, era "carne".
La palabra "Navidad" viene del latín, "Nativitas Dei", el nacimiento de Dios. En tiempos pasados a veces indicaban las fechas como "tantos años desde el nacimiento de Dios". ¡Qué increíble! ¡El Dios eterno e infinito, en la persona divina del Verbo, quiso nacer como un bebé! ¡Se convirtió en un paquetito de vida y amor envuelto en pañales y acostado en un pesebre! Fue Dios que dormía en ese pesebre, pero no fue Dios Padre ni fue el Espíritu Santo sino que fue el Verbo que desde la eternidad quiso nacer entre nosotros. Eso es lo que celebramos cada año en la Navidad.
El Nuevo Testamento nos enseña que Jesús nació por concepción virginal, sin padre biológico, pero nos enseña también que el embarazo de María era plenamente humano hasta que "se cumplieron los días de su alumbramiento" (Lc 2:6). De eso queda evidente que Jesús no sólo nació como bebé, sino también que durante unos nueve meses vivía encerrado dentro del vientre de su madre, como cualquier otro bebé en formación. Eso nos resulta aun más increíble. ¡Lo infinito reducido físicamente a lo más diminutivo, hasta un embrión microscópico! ¡Jesucristo es el Dios que quiso ser un feto prenatal!
San Lucas insiste también en que Jesús tuvo una infancia y una niñez muy humanas y muy normales. De su pariente Juan (Jesús tuvo una familia extendida), Lucas dice que "el niño crecía y se fortalecía" (Lc 1:80), y de la misma manera dice de Jesús que "el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría" (Lc 2:40). Jesús no nació con la cabeza llena de conceptos teológicos; al nacer, ni sabía hablar. Sin lugar a dudas, aprendió a hablar como aprende todo niño, y después aprendió a leer y escribir. Y crecía. Aun a los doce años, después de su brillante diálogo con los maestros en el templo (Lc 2:41-47), no dejó de crecer sino que "crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para conDios y los demás" (2:52). Jesucristo es el Dios que quiso ser muchacho. Es el Dios que quiso hacerse plenamente humano, para hacernos a nosotros también plenamente humanos.
"Y el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1:14). Su origen y naturaleza divina no lo separó de la comunidad que le rodeaba. Jesús no moraba en las nubes, en las alturas místicas ni en un monasterio espiritual de piedad individualista. "Tomó residencia en la tierra", como dijera Pablo Neruda. Su vida humana fue una constante y profunda relación con los demás seres humanos, con los que quiso compartir en lo más profundo toda la realidad de nuestra vida. En Cristo Dios quiso estar más cerca de nosotros. Jesucristo es el Dios que quiso ser nuestro vecino.
La celebración de la Navidad nunca debe separarse de esa otra gran celebración cristiana, la Semana Santa. Esa carne que Jesús asumió al nacer, un día la entregó por nosotros sobre una cruz. Esta fue la última expresión de su identificación con nosotros, la expresión final y definitiva de su amor. Durante el Sábado Santo fue un muerto (Ap 1:18; 2:8, "fui cadáver"), pero al tercer día resucitó a novedad de vida. Jesucristo es el Dios que quiso compartir nuestra muerte con nosotros, para que nosotros podamos morir con él y compartir su vida eternamente.
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CÓMO PUEDE AYUDAR LA TEOLOGÍA A SALVAR AL MUNDO DEL CAMBIO CLIMÁTICO
Juan Michel
Consejo Mundial de Iglesias, 22 de diciembre de 2009
Qué dice la Biblia sobre el cambio climático? ¿Qué ideas teológicas pueden ofrecer las iglesias al mundo frente a una crisis ecológica sin precedentes? Estas preguntas, planteadas en un seminario sobre "La creación y la crisis climática" al que asistieron representantes de iglesias durante la cumbre de la ONU sobre el clima en Copenhague, parecen hoy aún más urgentes luego del fracaso de la cumbre que no logró producir el acuerdo justo, ambicioso y jurídicamente vinculante que millones esperaban.
"No hay ninguna relación evidente entre el evangelio y el cambio climático", dijo Jakob Wolf, jefe del Departamento de Teología Sistemática de la Universidad de Copenhague, que copatrocinó el seminario junto con el Consejo Nacional de Iglesias de Dinamarca. Sin embargo, como el cambio climático es consecuencia de la actividad humana, cae bajo el imperativo de los principios éticos, porque los seres humanos son responsables de sus actos. La exigencia ética de amar al prójimo se aplica aquí en cuanto que el "planeta Tierra se ha convertido en nuestro prójimo", dijo Wolf, y uno "vulnerable a la actividad humana".
Según Wolf, una visión teológica del planeta y de la vida que hay en él como creación de Dios les confiere un valor intrínseco, por lo que suscita "respeto y amor". "Cuanto más amemos la vida sobre la Tierra más dispuestos estaremos a actuar de forma no egoísta", subrayó Wolf. Ésta es la contribución que la fe y la teología cristiana pueden aportar a la lucha contra el cambio climático: una motivación que es abarcadora, profunda y "mucho más vigorosa" que si se basara en "meros cálculos y frías obligaciones".
Esto es fundamental, enfatizó Wolf, porque la humanidad "tiene a mano todos los instrumentos" para adoptar medidas en relación con el cambio climático. "Lo único que falta es la voluntad."
No apocalipsis, sino esperanza
La biblista Barbara Rossing, profesora en la Facultad Luterana de Teología de Chicago, Estados Unidos, estuvo de acuerdo con Wolf en que "la Biblia no dice nada sobre el cambio climático". Pero ella cree que los cristianos pueden basar en la Biblia su respuesta a ese fenómeno.
El punto de partida de Rossing es la pregunta: "¿Dónde está Dios en esta crisis?" Ella rechaza la noción de que Dios castiga a la humanidad y cree, más bien, que Dios "se lamenta junto con el mundo". Según su lectura del libro del Apocalipsis, "Dios llora por la tierra, no la maldice". Las famosas plagas no son predicciones, sino amenazas y advertencias, llamadas de alarma, proyecciones al futuro de las consecuencias lógicas de los actos humanos si no se cambia el rumbo. Para Rossing, el libro del Apocalipsis no anuncia el fin del mundo, sino el fin del Imperio. Así pues, a pesar de las actuales pautas insostenibles de consumo y de una economía basada en el carbono, Rossing encuentra en él un mensaje de esperanza: "La catástrofe no es necesariamente inevitable; todavía hay tiempo para cambiar." Esta "visión de esperanza para hoy" es una contribución esencial que la teología y la fe cristianas pueden aportar a los esfuerzos mundiales para afrontar el cambio climático.
La dimensión ecuménica del cambio climático
"De forma muy amenazadora e inquietante, la crisis del clima nos hace estar unidos como la humanidad una, como la comunidad una de creyentes, como la iglesia una ", dijo Olav Fykse Tveit, secretario general electo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). "Estamos llamados a mostrar un signo de lo que significa ser la humanidad una, de lo que significa el hecho de que Dios ama al mundo entero", dijo Tveit. Cuando las iglesias se reúnen para ofrecer este signo, la lucha contra el cambio climático "nos une de forma muy especial: como iglesias, como creyentes"
El mensaje de que Dios ama al mundo y a cada criatura que hay sobre la tierra "ha sido el latido del movimiento ecuménico enfrentándose al cambio climático", dijo Tveit, recordando la larga historia de la preocupación del CMI por las cuestiones ecológicas. En una perspectiva ecuménica, la preocupación por la Creación ha estado siempre vinculada a la preocupación por la justicia y la paz. "No se puede decir que éste es un planeta para algunos de nosotros", dijo Tveit, "es un planeta para todos nosotros". Destacó también este aspecto Jesse Mugambi, de la Universidad de Nairobi y miembro del grupo de trabajo del CMI sobre el cambio climático. […]
Mugambi explicó que en África el cambio climático está causando ya graves sequías, por una parte, e inundaciones, por otra. Con la ayuda de mapas demostró que las partes del continente ricas en agua y tierras cultivables son también las zonas de mayor conflicto. Este conflicto "no tiene nada que ver con la etnicidad, está relacionado con los recursos", dijo. Para Mugambi, la función de la fe cristiana y de la religión en general, por medio de sus líderes, teólogos y eticistas, es la de "hacernos volver a las normas". […]