viernes, 11 de diciembre de 2009

La humanidad de Dios (II), Olegario González de Cardedal

13 de diciembre de 2009

LA HUMANIDAD DE JESÚS ES TAN REAL Y DECISIVA COMO su divinidad […] Jesús es el fruto eterno del Padre, de sus amorosas entrañas; y es el fruto temporal de María, de sus amorosas entrañas en el consentimiento, en la gestación, en la compañía durante su ministerio y en la renuncia a estar en el centro para que él lo fuera todo […] Jesús se parece a Dios y se parece a María. El Padre es el origen de su existencia personal eterna y María, por la acción del Espíritu Santo, que suscita el cuerpo del engendrado, a la vez que prepara el alma y alumbra la conciencia de la engendradora, es el origen de su existencia personal temporal. El cristianismo sólo tiene fundamento y sólo merece la pena ser cristiano si Cristo es el Verboencarnado y en él tenemos dicha la Verdad y dada la Realidad de Dios. […]
No hay una plenitud humana que llegando a su expresión máxima sea plenitud de Dios; no hay conquista ni iniciativa que desde el mundo puedan llegar hasta Dios. Lo que encontramos en Jesús es el resultado del acto gratuito ylibre, perfectivo y consumativo de la realidad humana universal simultáneo con el acto asumptivo de una humanidad particular por Jesús, ya que en esa naturaleza humana suya queda definida, realizada y destinada la humanidad detodos los hombres. En cuanto “hombre asumido por Dios”, Cristo es la expresión suprema de la realidad humana, por haber sido lanzada a sus máximas posibilidades en el orden ontológico (ser personalizado por Dios), en el intelectivo (conocer a Dios) y en el volitivo (corresponder a Dios con un amor divinamente proporcionado). Una vez así constituido, Cristo es el mediador tanto de la autocomunicación como de la autointerpretación de Dios al mundo como de la respuesta proporcional del hombre y del mundo a Dios.
En Cristo tenemos la última palabra, el don irreversible y el perdón definitivo si además de la gratuidad absoluta con que aquel don es dado por Dios, tenemos la seguridad de que el don ha alcanzado al mundo y ha sido recibido, se convierte ya en propiedad de la humanidad comenzando a actuar en ella como fermento de una posibilidad nueva y anticipo de una promesa de vida eterna. Cristo es visto por el NT como el Don definitivamente dado y el Don definitivamente aceptado, como la aparición victoriosa del Reino de Dios en el mundo y la victoria realizada ya en quien es “anticipo”, primicias del mundo futuro (I Co 15.20).
La resurrección, la nueva humanidad de Jesús, la Iglesia y la forma de santidad de la primitiva iglesia son la forma concreta de la victoria de Dios en el mundo, al surgir las expresiones realizadas del Reino, que son no sólo manifestaciones de su potencia y soberanía eterna sino también manifestaciones de la humanidad nueva. La gloria y potencia de Dios se manifiestan no tanto en lo que ellas hacen por sí mismas cuanto en lo que ellas suscitan, en la libertad que otorgan y en la respuesta que hacen posible.
Jesús puede ser llamado con toda razón microcosmos y mediador. La primera palabra se ha utilizado para designar al hombre que contiene en sí de alguna manera todo el resto del mundo, que él es el mundo en pequeño. Con toda verdad esta fórmula sólo se puede aplicar a Jesús en cuya realidad personal convergen reconciliados Dios y el mundo, la humanidad y la divinidad, lo máximo y lo mínimo, la santidad y el pecado.

La entraña del cristianismo, 1997

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