domingo, 20 de diciembre de 2009

La humanidad de Dios (III), Olegario González de Cardedal

20 de diciembre de 2009

A PARTIR DE LAS AFIRMACIONES DE COL 1.16-17 EN QUE Cristo aparece como principio en el que todo es creado, forma e imagen conforme a la cual todo es creado y fin al que se ordena todo lo creado; y a la luz de Ef 1.10, donde se afirma que Cristo es el que lleva a cabo la anakefalaiosis (reunir todas las cosas) de todo el cosmos, la teología comprenderá a Cristo como el centro de toda la realidad. Con toda naturalidad se afirmará que el microcosmos real es Jesucristo y no el hombre. […] El momento cumbre de esta reflexión cristológica lo encontramos en múltiples textos de Fray Luis de León y con especial claridad al exponer el nombre Pimpollo. Para entenderlo hay que añadir aquella corriente que pone la encarnación en el centro del plan divino y la piensa con anterioridad e independencia del pecado humano.
Cristo es, por tanto, el blanco, centro y meta de toda la obra divina del mundo. De la idea de él encarnado, por tanto sumando Dios, ser humano y mundo en pequeño, derivan todas las ideas y reciben todo su sentido. "Esto es ser Cristo Fruto, y darle la Escritura ese nombre a Él, es darnos a entender a nosotros que Cristo es el fin de las cosas, y aquel para cuyo nacimiento feliz fueron todas criadas y enderezadas […] este Universo todo, cuan grande y hermoso es, lo hizo Dios para fin de hacer hombre a su Hijo y para producir a luz este único y divino Fruto, que es Cristo, que con verdad le podemos llamar el parto común y general de todas las cosas". […]
Cristo media completamente entre Dios y la humanidad, y no menos entre ésta y Dios; es el camino que trae Dios a los seres humanos y el camino que los hace llegar a Dios. […] El NT afirma que Jesucristo asciende a Dios, porque primero ha descendido de Dios (Jn 3.13; Ef 4.9). […] Escribe San Agustín: "La gracia de Dios no pudo ser encarecida más gratuitamente que haciéndose hombre el Hijo de Dios sin dejar su inmutabilidad y dando a la humanidad el espíritu de su amor, por mediación del hombre, mediante el cual lleguen los seres humanos a Él, que está tan lejos de los mortales por su inmortalidad, de los mudables por su inmutabilidad, de los impíos por su justicia y de los miserables por su felicidad".
Constituido así mediador, Jesús está del lado del Padre acogiendo la ofrenda de la humanidad a la vez que del lado de ésta le muestra cuál es el verdadero destinatario del sacrificio de su existencia, a quién pueden adorar y a quién no deben servir, porque sería una degradación de su dignidad humana, la cual sólo es inferior a Dios y por ello nada fuera de Dios puede mostrarse superior a ella o exigirle el sacrificio tanto de la vida como de las obras. El sacrificio de Jesús consuma todos los sacrificios anteriores y, permaneciendo actual en la Iglesia, nos permite unirnos a él y santificar nuestra existencia con la consumación de la suya. Él es sacerdote oferente y oblación al mismo tiempo. […]
El cristianismo no sólo dice una palabra sobre Dios sino dice, sobre todo, una palabra sobre la humanidad. Jesús resucitado, los apóstolesy la iglesia naciente son la respuesta de las libertades humanas a la oferta de Dios en el mundo. Partiendo de la nada de la muerte, la negación en la traición, el odio en la persecución en el caso de Pablo, la pobreza, pecado e ignorancia en las primeras comunidades, Dios suscita una nueva creación. Al Amén de Dios al mundo en Jesús, la Iglesia, integrando la Creación entera, corres-ponde con otro Amén, que acoge y agradece la oferta de redención.

La entraña del cristianismo. 1997

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