LA LECTURA DE LA BIBLIA
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El redescubrimiento de la Biblia por parte de los grupos creyentes más comprometidos en su vida de fe, constituye una razón para la esperanza; este movimiento espontáneo, pero fuerte, minoritario aún pero entusiasta, de regreso a la Palabra de Dios, que se está dando entre nosotros es un don de Dios.
Una difícil ocupación para los creyentes
Sería ingenuo pensar que, por ser necesaria, la lectura de la Biblia es una lectura fácil. Jamás lo ha sido y nunca lo será. Dos son las causas que originan esta dificultad; ambas provienen de una doble encarnación: encarnación de la Palabra en una literatura antigua y encarnación del creyente lector en el mundo moderno.
Como cualquier documento histórico, nuestra dificultad de entender la Biblia aumenta en proporción a nuestro alejamiento de las épocas que la vieron nacer y de los hombres que la produjeron. La pérdida de contemporaneidad con personas y sucesos bíblicos se nos convierte n serio obstáculo para lograr hacernos oyentes del Dios que, a través de ellos, nos quiere hablar. Nuestra modernidad constituye nuestro irrenunciable impedimento para la escucha de la Palabra y para su seguimiento obediente.
Hoy nos nace, en efecto, frente a la Biblia sentimientos de extrañeza y de incomodidad. El mundo que en ella se refleja nos sorprende: esos hombres y ese Dios no se comportan según nuestras normas; a menudo, su actuación y las razones que la motivan hieren nuestra sensibilidad o, cuando menos, se nos hacen indignas de nosotros. ¿Cómo ‘oír’ y ‘asentir’ a voces tan anticuadas? ¿Sería legítimo consentir con usos y mentalidades superadas? ¿No correremos el riesgo de hacernos extraños a nuestro mundo, si seguimos el ideal de vida propuesto en las narraciones bíblicas? ¿Habrá que dejar de ser hombre de nuestro tiempo para empezar a ser creyentes?
Pero la mayor dificultad no le nace al creyente moderno de esa sensibilidad cultural que comparte con los hombres de su tiempo. El problema más arduo lo provoca, precisamente, su actitud de creyente, que le impide poder identificar su experiencia personal de Dios con el Dios que se le manifiesta en los relatos bíblicos y que le obstaculiza aventurarse a un diálogo duradero con ese extraño Dios. Para el creyente moderno no es tan penoso intentar comprender a ese su Dios; podría, con esfuerzo, lograr un cierto grado de entendimiento de Él, pero sin que le exigiera un compromiso por iniciar y mantener una mutua relación de confianza y fidelidad. El Dios bíblico fue siempre un extraño amante y un amigo difícil.
La verdadera dificultad para la lectura bíblica no reside tanto en la Biblia como en cuantos la leen; el texto bíblico es de difícil comprensión no por ser un libro antiguo, sino por pretender la conversión del lector, por ser un libro que busca comprometer. Los problemas que hacen penosa su lectura no son, en primer lugar, de orden intelectual, sino que se sitúan en el dominio de su libertad: lo que quiere decir la Biblia no es introducir conocimientos nuevos ni ensanchar saberes antiguos, sino iniciar cambios y motivar fidelidades. Su lectura no pretende informar a hombres curiosos ni formar sabios, sino encontrar hombres que oigan y hacerlos obedientes. Puesto que a sí misma se propone como Palabra de Dios, la Biblia no pide comprensión ni explicación, no precisa definición ni aclaraciones; única respuesta que espera es realización. Fue puesta por escrito para que, siempre que encuentre lectores interesados, sea puesta en práctica.
Si ellos es así, la mejor lectura de la Biblia no será necesariamente la más preparada, la más lógica, aquélla que es producto de análisis penoso y consecuencia de largos esfuerzos, aquélla que es meta de métodos seguros y críticos. A la Biblia no hay que acercarse con un buen dominio de los métodos actuales de lectura, sino con buenos motivos para leerla. El acceso a su mensaje no queda facilitado tanto por el empleo de procedimientos razonados cuanto por la disposición de búsqueda y de aceptación de lo encontrado que exista en el lector: en una palabra, no son los ‘como’ de la lectura, sino su ‘por qué’ la condición previa e imprescindible de una lectura creativa de la Biblia. La lectura que crea lo que lee es la de quien cree en el texto leído. Ésta es la clave de lectura que hace de la Escritura Palabra de Dios. Porque no es quien mucho sabe sobre la Biblia quien mejor la lee y la comprende; ni es su mejor intérprete quien mejor conoce las preguntas. El mejor lector de la Biblia es y será siempre quien sea el creyente mejor.
Quien viva ya lo que lea y lea para vivirlo, entenderá la Palabra de Dios, sin necesidad de intermediarios. Quien mejor habla y con más frecuencia con Dios, le entenderá mejor cuando Dios le hable.
Criterios para una lectura cristiana de la Biblia
No toda la lectura de la Biblia es una lectura creyente, ni toda comunidad lectora es, por el simple hecho de leer la Escritura, una comunidad cristiana. La Biblia se deja leer con métodos y actitudes previas, pero no habla si no encuentra actitudes nuevas o deseos de iniciarlas: el mejor lector de la Biblia es su mejor oyente; quien mejor la interpreta más la obedece. Hay, pues, criterios de lectura bíblica que no dependen del talento del lector, sino que provienen directamente del ser mismo de la Escritura. Ellos son los que garantizan el que cualquier lectura, espontánea o reflexiva, sea lectura creyente, una lectura que cree y crea lo que lo que está leyendo.
1. Criterio literario
La Biblia es y se nos presenta como Libro. Hay que partir, por tanto, de la aceptación consecuente de la literalidad de la Palabra de Dios. El que Dios hable por medio de una obra escrita impone ciertos condicionamientos a nuestra lectura. Esta voluntad de encarnación de la Palabra de Dios ha de ser respetable por nosotros; tendremos que adquirir literaria, conocer los recursos expresivos de la obra escrita, sus formas y géneros, su historia peculiar, de la misma manera que todo conocimiento sobre la Palestina del siglo primero nos ayuda a captar la originalidad de Jesús de Nazaret.
No puede considerarse como una coincidencia que la exégesis moderna de la Biblia comenzara cuando se empeñó a considerarla como literatura. Y por más obvio que resulte el hecho, no deja de tener consecuencias; si toda palabra tiene que ser dicha y necesita oyentes para ser verdaderamente una palabra, el peligro que atenaza a la Palabra de Dios consiste precisamente en su presentación literaria: con facilidad la podemos tomar por palabra antigua, sin sentido para nosotros hoy, sólo porque está redactada según los modos y los medios literarios del pasado.
2. Criterio comunitario
Es la comunidad oyente la que restituye la vida a la Palabra escrita. Si hay un Libro es porque hubo antes una comunidad creyente que lo creó; es el medio de esa comunidad donde la Escritura se celebra como Palabra. La comunidad eclesial, cuando lee la Escritura, devuelve a sus orígenes lo que lee, la hace palabra pública y viva; únicamente en medio de una comunidad creyente podemos proclamar el Libro como Palabra de Dios. Y siempre que lo hacemos, lo confesamos con agradecimiento. Para que la Biblia deje de ser un libro más, material de Biblioteca, ha ce volver al lugar de origen y allí originarse como Palabra proclamada al mundo; ese ‘lugar’ es la comunidad viva de creyentes.
Ello implica que cualquier lectura de la Biblia que pretende llegar hasta la Palabra que la vivifica, tiene que ser una lectura comunitaria. Una lectura, en primer lugar, que se haga en común por gentes que comparten su fe y su referencia frente a la Palabra, su agradecimiento y su disposición para la obediencia. Esta es la única lectura que saca de su extrañeza a la Biblia y la hace actual: es entre hermanos donde el Libro habla con voz propia. En segundo lugar, una lectura privada de la Escritura sólo es legítima cuando el lector se sabe y se quiere miembro vivo de esa comunidad; quien se quiera ‘enviado’ por su comunidad a oír la Palabra de Dios ése sentirá oír a Dios y volverá a su comunidad a decirles cuanto ha escuchado de su Dios; este redescubrimiento del grupo de hermanos es la garantía de que lector, encontrándose con la voz de Dios, se ha hecho oyente de su palabra.
3. Criterio cristiano
La Palabra de Dios no tiene más contenido que Jesús el Cristo: Biblia e historia de Jesús de Nazaret son dos momentos de una única encarnación de Dios tomó carne en Jesús y letra en la Escritura: ambos extremos pertenecen al mismo misterio. Y los primeros cristianos ya lo percibieron cuando para explicarse y explicarnos qué había sucedido buscaron en la Escritura fue y sigue siendo un atestiguar que Jesús es el Cristo: dicho de otra forma, Dios no tiene más Palabra que Cristo Jesús.
Lo que significa que, como criterio de lectura, todo lo que sepamos sobre la Biblia es saber sobre Jesús: en ella todo nos habla de él, todo se puede reducir a él. Y esto incluye dos consecuencias: de un lado, la mejor exégesis de toda la Escritura es la vida de Jesús. Quien está viviendo lo que lee hará revivir la palabra escrita: para el cristiano la Biblia es Cristo, la Palabra eterna del Dios Vivo.
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El redescubrimiento de la Biblia por parte de los grupos creyentes más comprometidos en su vida de fe, constituye una razón para la esperanza; este movimiento espontáneo, pero fuerte, minoritario aún pero entusiasta, de regreso a la Palabra de Dios, que se está dando entre nosotros es un don de Dios.
Una difícil ocupación para los creyentes
Sería ingenuo pensar que, por ser necesaria, la lectura de la Biblia es una lectura fácil. Jamás lo ha sido y nunca lo será. Dos son las causas que originan esta dificultad; ambas provienen de una doble encarnación: encarnación de la Palabra en una literatura antigua y encarnación del creyente lector en el mundo moderno.
Como cualquier documento histórico, nuestra dificultad de entender la Biblia aumenta en proporción a nuestro alejamiento de las épocas que la vieron nacer y de los hombres que la produjeron. La pérdida de contemporaneidad con personas y sucesos bíblicos se nos convierte n serio obstáculo para lograr hacernos oyentes del Dios que, a través de ellos, nos quiere hablar. Nuestra modernidad constituye nuestro irrenunciable impedimento para la escucha de la Palabra y para su seguimiento obediente.
Hoy nos nace, en efecto, frente a la Biblia sentimientos de extrañeza y de incomodidad. El mundo que en ella se refleja nos sorprende: esos hombres y ese Dios no se comportan según nuestras normas; a menudo, su actuación y las razones que la motivan hieren nuestra sensibilidad o, cuando menos, se nos hacen indignas de nosotros. ¿Cómo ‘oír’ y ‘asentir’ a voces tan anticuadas? ¿Sería legítimo consentir con usos y mentalidades superadas? ¿No correremos el riesgo de hacernos extraños a nuestro mundo, si seguimos el ideal de vida propuesto en las narraciones bíblicas? ¿Habrá que dejar de ser hombre de nuestro tiempo para empezar a ser creyentes?
Pero la mayor dificultad no le nace al creyente moderno de esa sensibilidad cultural que comparte con los hombres de su tiempo. El problema más arduo lo provoca, precisamente, su actitud de creyente, que le impide poder identificar su experiencia personal de Dios con el Dios que se le manifiesta en los relatos bíblicos y que le obstaculiza aventurarse a un diálogo duradero con ese extraño Dios. Para el creyente moderno no es tan penoso intentar comprender a ese su Dios; podría, con esfuerzo, lograr un cierto grado de entendimiento de Él, pero sin que le exigiera un compromiso por iniciar y mantener una mutua relación de confianza y fidelidad. El Dios bíblico fue siempre un extraño amante y un amigo difícil.
La verdadera dificultad para la lectura bíblica no reside tanto en la Biblia como en cuantos la leen; el texto bíblico es de difícil comprensión no por ser un libro antiguo, sino por pretender la conversión del lector, por ser un libro que busca comprometer. Los problemas que hacen penosa su lectura no son, en primer lugar, de orden intelectual, sino que se sitúan en el dominio de su libertad: lo que quiere decir la Biblia no es introducir conocimientos nuevos ni ensanchar saberes antiguos, sino iniciar cambios y motivar fidelidades. Su lectura no pretende informar a hombres curiosos ni formar sabios, sino encontrar hombres que oigan y hacerlos obedientes. Puesto que a sí misma se propone como Palabra de Dios, la Biblia no pide comprensión ni explicación, no precisa definición ni aclaraciones; única respuesta que espera es realización. Fue puesta por escrito para que, siempre que encuentre lectores interesados, sea puesta en práctica.
Si ellos es así, la mejor lectura de la Biblia no será necesariamente la más preparada, la más lógica, aquélla que es producto de análisis penoso y consecuencia de largos esfuerzos, aquélla que es meta de métodos seguros y críticos. A la Biblia no hay que acercarse con un buen dominio de los métodos actuales de lectura, sino con buenos motivos para leerla. El acceso a su mensaje no queda facilitado tanto por el empleo de procedimientos razonados cuanto por la disposición de búsqueda y de aceptación de lo encontrado que exista en el lector: en una palabra, no son los ‘como’ de la lectura, sino su ‘por qué’ la condición previa e imprescindible de una lectura creativa de la Biblia. La lectura que crea lo que lee es la de quien cree en el texto leído. Ésta es la clave de lectura que hace de la Escritura Palabra de Dios. Porque no es quien mucho sabe sobre la Biblia quien mejor la lee y la comprende; ni es su mejor intérprete quien mejor conoce las preguntas. El mejor lector de la Biblia es y será siempre quien sea el creyente mejor.
Quien viva ya lo que lea y lea para vivirlo, entenderá la Palabra de Dios, sin necesidad de intermediarios. Quien mejor habla y con más frecuencia con Dios, le entenderá mejor cuando Dios le hable.
Criterios para una lectura cristiana de la Biblia
No toda la lectura de la Biblia es una lectura creyente, ni toda comunidad lectora es, por el simple hecho de leer la Escritura, una comunidad cristiana. La Biblia se deja leer con métodos y actitudes previas, pero no habla si no encuentra actitudes nuevas o deseos de iniciarlas: el mejor lector de la Biblia es su mejor oyente; quien mejor la interpreta más la obedece. Hay, pues, criterios de lectura bíblica que no dependen del talento del lector, sino que provienen directamente del ser mismo de la Escritura. Ellos son los que garantizan el que cualquier lectura, espontánea o reflexiva, sea lectura creyente, una lectura que cree y crea lo que lo que está leyendo.
1. Criterio literario
La Biblia es y se nos presenta como Libro. Hay que partir, por tanto, de la aceptación consecuente de la literalidad de la Palabra de Dios. El que Dios hable por medio de una obra escrita impone ciertos condicionamientos a nuestra lectura. Esta voluntad de encarnación de la Palabra de Dios ha de ser respetable por nosotros; tendremos que adquirir literaria, conocer los recursos expresivos de la obra escrita, sus formas y géneros, su historia peculiar, de la misma manera que todo conocimiento sobre la Palestina del siglo primero nos ayuda a captar la originalidad de Jesús de Nazaret.
No puede considerarse como una coincidencia que la exégesis moderna de la Biblia comenzara cuando se empeñó a considerarla como literatura. Y por más obvio que resulte el hecho, no deja de tener consecuencias; si toda palabra tiene que ser dicha y necesita oyentes para ser verdaderamente una palabra, el peligro que atenaza a la Palabra de Dios consiste precisamente en su presentación literaria: con facilidad la podemos tomar por palabra antigua, sin sentido para nosotros hoy, sólo porque está redactada según los modos y los medios literarios del pasado.
2. Criterio comunitario
Es la comunidad oyente la que restituye la vida a la Palabra escrita. Si hay un Libro es porque hubo antes una comunidad creyente que lo creó; es el medio de esa comunidad donde la Escritura se celebra como Palabra. La comunidad eclesial, cuando lee la Escritura, devuelve a sus orígenes lo que lee, la hace palabra pública y viva; únicamente en medio de una comunidad creyente podemos proclamar el Libro como Palabra de Dios. Y siempre que lo hacemos, lo confesamos con agradecimiento. Para que la Biblia deje de ser un libro más, material de Biblioteca, ha ce volver al lugar de origen y allí originarse como Palabra proclamada al mundo; ese ‘lugar’ es la comunidad viva de creyentes.
Ello implica que cualquier lectura de la Biblia que pretende llegar hasta la Palabra que la vivifica, tiene que ser una lectura comunitaria. Una lectura, en primer lugar, que se haga en común por gentes que comparten su fe y su referencia frente a la Palabra, su agradecimiento y su disposición para la obediencia. Esta es la única lectura que saca de su extrañeza a la Biblia y la hace actual: es entre hermanos donde el Libro habla con voz propia. En segundo lugar, una lectura privada de la Escritura sólo es legítima cuando el lector se sabe y se quiere miembro vivo de esa comunidad; quien se quiera ‘enviado’ por su comunidad a oír la Palabra de Dios ése sentirá oír a Dios y volverá a su comunidad a decirles cuanto ha escuchado de su Dios; este redescubrimiento del grupo de hermanos es la garantía de que lector, encontrándose con la voz de Dios, se ha hecho oyente de su palabra.
3. Criterio cristiano
La Palabra de Dios no tiene más contenido que Jesús el Cristo: Biblia e historia de Jesús de Nazaret son dos momentos de una única encarnación de Dios tomó carne en Jesús y letra en la Escritura: ambos extremos pertenecen al mismo misterio. Y los primeros cristianos ya lo percibieron cuando para explicarse y explicarnos qué había sucedido buscaron en la Escritura fue y sigue siendo un atestiguar que Jesús es el Cristo: dicho de otra forma, Dios no tiene más Palabra que Cristo Jesús.
Lo que significa que, como criterio de lectura, todo lo que sepamos sobre la Biblia es saber sobre Jesús: en ella todo nos habla de él, todo se puede reducir a él. Y esto incluye dos consecuencias: de un lado, la mejor exégesis de toda la Escritura es la vida de Jesús. Quien está viviendo lo que lee hará revivir la palabra escrita: para el cristiano la Biblia es Cristo, la Palabra eterna del Dios Vivo.
De otro lado, la mejor narración de la vida de Jesús, la más completa y la más profunda, empieza cuando la Palabra creó el mundo y acabará cuando nos lo recree de nuevo; lo que nos narra la Biblia sobre la Palabra todavía no está acabado, aún faltan algunas ‘palabras’ al diálogo que Dios inició con el hombre y con el mundo a través de su Palabra; todavía falta a la ‘vida de Jesús’ algunas acciones que realizar: por eso, ahí tenemos razones para la esperanza. Quien lee la Biblia en cristiano, no sólo recuerda sino que confía; no es sólo la memoria agradecida lo que se ejercita con la lectura cristiana de la Escritura, sino sobre todo la esperanza ilusionada.
4. Criterio práctico
Entendido de esta forma, la Biblia es un Libro inacabado. Es el relato de una vida: la de Dios que se quiso hacer de los nuestros. Pero que, como narración de una forma de ser Dios, tiene por intención motivar una vidas nuevas: la de unos hombres y tiende a querer producir continuamente esa misma relación. El lector creyente no lee por curiosidad ni siquiera por interés; quien lee en cristiano se sabe ya comprometido con lo que lee y se siente obligado a realizarlo en su vida.
La lectura de la Biblia no es un capricho gratuito ni un pasatiempo útil para el creyente; quien hace la lectura de la Escritura ha de escribir con su vida lo que ha leído. El lector de la Biblia está emplazado por el mismo texto leído a vivir –y escribir su ‘quinto evangelio’. Este es el criterio que garantiza, de forma definitiva, que hemos leído cristianamente la Escritura: el que le hayamos concedido nuestra vida para que ella sea Palabra de nuestro Dios. Encarnando con nuestra vida la Palabra de Dios que leemos haremos de ella Biblia cristiana: entonces, sólo entonces, sabremos “leer” la Escritura Sagrada.
4. Criterio práctico
Entendido de esta forma, la Biblia es un Libro inacabado. Es el relato de una vida: la de Dios que se quiso hacer de los nuestros. Pero que, como narración de una forma de ser Dios, tiene por intención motivar una vidas nuevas: la de unos hombres y tiende a querer producir continuamente esa misma relación. El lector creyente no lee por curiosidad ni siquiera por interés; quien lee en cristiano se sabe ya comprometido con lo que lee y se siente obligado a realizarlo en su vida.
La lectura de la Biblia no es un capricho gratuito ni un pasatiempo útil para el creyente; quien hace la lectura de la Escritura ha de escribir con su vida lo que ha leído. El lector de la Biblia está emplazado por el mismo texto leído a vivir –y escribir su ‘quinto evangelio’. Este es el criterio que garantiza, de forma definitiva, que hemos leído cristianamente la Escritura: el que le hayamos concedido nuestra vida para que ella sea Palabra de nuestro Dios. Encarnando con nuestra vida la Palabra de Dios que leemos haremos de ella Biblia cristiana: entonces, sólo entonces, sabremos “leer” la Escritura Sagrada.
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POR PRIMERA VEZ SE CELEBRARÁ ASAMBLEA DE AIPRAL EN CENTROAMÉRICA
Mayra Rodríguez
Bajo el lema de “El fruto de la justicia se siembra en comunión y paz”, se celebrará aquí, del 8 al 14 de agosto próximo, la XI Asamblea General de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (aipral), convirtiéndose Guatemala en el primer país centroamericano donde tiene lugar tan importante reunión.
La anfitriona será la Iglesia Evangélica Nacional Presbiteriana, la cual viene trabajando con mucho entusiasmo para que los participantes se sientan bien recibidos y tengan una buena estadía en este hermoso, pero conflictivo país, en un contexto socioeconómico y político caracterizado de la siguiente manera.
Con una extensión territorial de 108,890 kilómetros cuadrados y 14.7 millones de habitantes, paisajes hermosos mezcla de la época colonial y el posmodernismo con la magnificencia de la naturaleza, Guatemala es una nación que no supera las condiciones de pobreza y los bajos índices de desarrollo humano que dieron pie a 36 años de conflicto armado interno y que, 14 años después de haberse firmado la paz, los niveles de violencia han alcanzado, incluso, hasta las 22 muertes violentas diarias, constituyéndose la inseguridad ciudadana en el problema más sentido por la gente.
En términos de población, conviven en el país 24 diferentes culturas expresadas en 22 idiomas mayas, un garífuna y un xinka, siendo el español el idioma oficial. […]
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