…recordando
de vosotros la obra de la fe y del trabajo del amor y de la perseverancia de la
esperanza del Señor de nosotros, Jesucristo, delante del Dios y Padre de
nosotros.
Continuamente
recordamos qué activa ha sido su fe, qué servicial su amor, y qué fuerte en los
sufrimientos su esperanza en nuestro Señor Jesucristo, delante de nuestro Dios
y Padre.
I Tesalonicenses
1.3, El Nuevo Testamento interlineal palabra por palabra; Dios Habla Hoy
El primer documento producido por las comunidades cristianas, que sería el germen del Nuevo Testamento, fue la primera carta a los creyentes de la ciudad griega de Tesalónica, situada en el norte del Mar Egeo, capital de la provincia romana de Macedonia, y que visitó san Pablo en su segundo viaje misionero, en el verano del año 50 (Hch 17.1-9). Fechada a inicios del año siguiente en Corinto (apenas veinte años después de los acontecimientos pascuales), representa el inicio de la reflexión militante de quien sería el más visible de los pensadores cristianos del primer siglo y quien esbozó de manera amplia cuál sería el perfil de la doctrina de la Iglesia. “El apóstol recoge los ejes centrales de la predicación primitiva y exhorta a una jovencísima comunidad cristiana a vivir en la esperanza de la venida próxima de Jesús”.[1]
Asomarse a los inicios mismos del Nuevo Testamento para encontrar la forma en que el apóstol hizo las primeras formulaciones de la fe en Cristo debe ser una experiencia que permita “medir la vitalidad de los comienzos del evangelio”. Asimismo, este documento “ilumina también el pensamiento de Pablo en sus primeros destellos y contribuye, por comparación con las cartas sucesivas, a percibir la evolución del apóstol. De este modo nos recuerda oportunamente que el pensamiento de Pablo, lejos de estar fijado para siempre, se fue profundizando a medida de las circunstancias y de los problemas que se le iban planteando”.[2] Se analizará el primer capítulo para apreciar las tres acciones que la comunidad de Tesalónica habían puesto en marcha como parte de su respuesta al mensaje cristiano.
La actividad
de la fe (v. 3a)
En I Tesalonicenses, la palabra fe
ha conservado tamblen el sentido de “fidelidad”, por ejemplo en 3.7 (“En medio
de todos nuestros aprietos y dificultades vosotros con vuestra fe-fidelidad nos
animáis”). Pero, habitualmente, ella define la actitud fundamental de la
persona que se adhiere al mensaje cristiano: confianza, entrega de sí mismo a Dios,
reconocimiento del sentido de este mensaje para la existencia humana. Ésta es la
respuesta positiva, el “sí” de los seres humanos al anuncio de la muerte y resurrección
de Jesús.
La
fe de los tesalonicenses era activa (ergou, “obra”). ¿Cómo lo
sabemos? Cabe pensar que esta fe produjo obras coherentes, concretas, en una vida
transformada por ella. Pero esa obra, en el pensamiento paulino, se entendió
como “amor-caridad”. Por eso parece preferible ver en esta “obra-acción” la dimensión
de la fe de los tesalonicenses, pues ella misma se convirtió en un anuncio de
la palabra divina. Los vv. 8-10 de este mismo capítulo son su mejor comentario.
El esfuerzo
del amor (v. 3b)
Este amor es “esforzado”: la
palabra “esfuerzo” pone de relieve una de las características del ágape, no sólo
en las cartas de Pablo, sino en todo el Nuevo Testamento. “No se trata nunca de
un amor que pueda ser vivido solamente como un deseo o un sentimiento, se trata
siempre de un amor manifestado en actos concretos, que llegan incluso hasta la
muerte. El amor es una manifestación, una marca, una prueba de amor”.[3] Pues bien, la palabra griega “esfuerzo” (kópou)
ilustra muy bien esta característica concreta del ágape: es el aspecto penoso
de la acción humana, el costo de los esfuerzos. Pablo la utiliza a menudo para
designar a la tarea apostólica (cf. 2.9, 3.5).
El tesón
de la esperanza (v. 3c)
Como en el caso de la fe y del
amor, no encontramos ninguna definición, pero según el contexto de los diversos
usos en san Pablo, puede decirse que para él la esperanza cristiana es una
espera paciente y confiada en el porvenir, basada en el misterio de Cristo.
Este porvenir estará conformado por realidades nunca experimentadas, aunque entregadas
ya bajo la forma de “prenda” (cf. I Cor 2. 9; 15.19, Rom 5.4-5; 8.24-25). Así, pues,
“la esperanza añade a la espera la certeza de recibir lo esperado y da un colorido
muy fuerte a la oración de los cristianos, en efecto, pone continuamente ante
sus ojos unas perspectivas no realizadas todavía y cuya realización sólo puede
ser insistentemente pedida al Dios de la promesa”.[4] En esta carta, se dirige especialmente hacia la segunda
venida del Señor Jesús, con todo lo que se espera de ella: “Estar con el Señor”,
“gloria y reino de Dios”, alegría”. Esta esperanza esta aquí calificada por el “tesón”
(perseverancia), que con frecuencia es sinónimo de esperanza. Estas dos
palabras son tan cercanas una de otra que, mas tarde, en las cartas a Timoteo y
a Tito, la tríada se convertirá en “fe, amor y perseverancia (tesón)”.
A todo ese reconocimiento de la fe y acción de los/as creyentes tesalonicenses se agrega el hecho de que fueron elegidos por Dios para ser parte de su pueblo (4) y que, al recibir las buenas noticias, los apóstoles no las anunciaron solamente con palabras (5a), sino con el genuino poder de Dios que el Espíritu otorgó a los apóstoles (5b). Lo que ellos/as hicieron fue seguir el ejemplo de los enviados y, aun cuando habían sufrido mucho, el mensaje les proporcionó una enorme alegría (6). De ahí que se convirtieron en un auténtico ejemplo “para todos los seguidores de Jesucristo de las regiones de Macedonia y Acaya” (7). A su vez, anunciaron el mensaje de Jesucristo en esas regiones y fuera de ellas (8a), cuya población se enteró de la confianza que tenían en Dios (8b). Su testimonio fue óptimo, pues dieron fe de que habían abandonado a los otros dioses y se consagraron a “adorar y servir al Dios vivo y verdadero” (9b).
El final de esta sección recuerda que esas mismas personas se enteraron de que los cristianos/as de la ciudad esperaban el retorno de Jesucristo del cielo (10a). El Señor Dios había hecho que él resucitara para salvarlos del castigo reservado a pecadores en el día del juicio (10b). La esperanza que sostiene a la iglesia, hoy y siempre, es la certeza de que el Señor y Salvador vendrá a su encuentro en el futuro. Ella deberá servir siempre a los creyentes como yelmo o casco, junto con la armadura de la fe y el amor (I Tes 5.8, basado en Is 59.17, versión griega), ante los embates de las tentaciones y las pruebas.
[1] Michel Trimaille, Primera carta a los tesalonicenses. Estella, Verbo Divino, 1982 (Cuadernos bíblicos, ), p. 1. Cf. Ramón Alfonso Díez Aragón, "La tríada paulina 'fe, amor, esperanza' a la luz de 1 Tesalonicenses. Historia de la investigación y estudio exegético", en www.agustinosvalladolid.es/estudio/investigacion/estudioagustiniano/estudiofondos/estudio1992/estudio_1992_2_02.pdf.
[2] Ibid., p. 15.
[3] Ibid., pp. 15-16.
[4] Ibid., p. 16.
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