20 de junio de 2021
INTRODUCCIÓN: ESCUCHANDO
TRAS LA PUERTA
Hay algo
importante en lo que debemos recapacitar cuando nos acercamos a la lectura de
alguna epístola del Nuevo Testamento: ¡y es que espiar el correo es un delito
federal! En efecto, cuando leemos una epístola, como la de esta mañana, que
dice claramente “A los tesalonicenses”, significa que ¡no es una epístola que
fuera escrita para nosotros! Estamos, en cierto modo, invadiendo la privacidad
de una comunidad. Una comunidad que tiene sus propios conflictos y situaciones,
sus propias historias y miembros.
Como cristianos
creemos, quizá demasiado pronto, que todo lo que tenemos derecho a leer,
consultar y aplicar todo lo que está escrito en la Biblia. Al fin y al cabo,
fue inspirada por un Dios universal y, por lo tanto, su mensaje debe ser
escuchado por todo el mundo como una “autoridad externa” u objetiva.[1]
Pero antes de asumir con alegría y premura el dogma de la inspiración,
empaticemos un poco con los habitantes de la Biblia. ¿A nosotros nos gustaría
que alguna situación privada de nuestra familia o en la iglesia, quizá
bochornosa o dolorosa, sirviera de “ejemplo” para todos los cristianos del
mundo y de la historia? De ocurrir tal cosa, lo menos que podríamos esperar de
quienes se enteraran de tales situaciones sería, por lo menos, un poco de
respeto hacia nuestras circunstancias.
A veces, cuando
leemos la Biblia nos sentimos Moisés, ¡escuchando directamente del rostro de
Dios su palabra! Sin embargo, si algo nos enseña Jesús, una y otra vez, es que
nadie puede llegar directamente al Padre, ni escuchar su voz como si
reprodujera una canción de YouTube. Juan Calvino solía decir que “Dios no habla
cada día desde el cielo”.[2]
Por su parte, el pastor Karl Barth señalaba que solo los apóstoles y profetas
tuvieron una revelación inmediata (theologia immediatae revelationis),[3] en
tanto que, todos aquellos que nos encontramos tras ellos solo podemos aspirar a
una teología mediada por la proclamación de la Palabra de Dios a través de
Cristo y en la comunidad de la iglesia.
¡Al leer la Biblia
no somos Moisés escuchando directamente a Dios! Solo escuchamos a Dios a través
de Cristo, la puerta al Padre. Y jugando con esta metáfora de la puerta,
podemos decir que más que Moisés en el Sinaí, cuando leemos las Escrituras
somos como Sara escuchando a hurtadillas, tras la puerta, la conversación de
Dios con Abraham (Génesis 18:10). Y como Sara, nuestra principal reacción ante
la voz divina mediada por la puerta, por Cristo en nuestra situación, debe ser,
la risa: el gozo y la alegría, pero también el respeto hacia las circunstancias
de quienes escuchamos su historia.
No con los ojos de
Moisés, sino con el oído de Sara les invito a que nos acerquemos esta mañana a
lo que el Apóstol le está diciendo, ¡no a nosotros!, sino a una comunidad en
Tesalónica que vivía rodeada de Fake News o noticias falsas sobre el
regreso de Cristo.
1.
Derroche de vida
Por lo demás,
hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que
aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis
más y más (v.1).
La Biblia, como
tal, y pese a lo que suele decirse de forma un tanto irresponsable, no es un
“Manual para la vida”. ¿Se imaginan que el Dios eterno hubiera movido cielo y
mar para revelarse a los seres humanos solo para que su voz se redujera a un
simple manual de conducta o un catecismo de creencias? Si Dios hubiera querido
darnos un manual para armar nuestra vida, lo primero que hubiera creado habría
sido IKEA. La revelación de Dios no puede reducirse a un simple catálogo de normas.
De otra forma, la
Biblia sería mil veces más grande de lo que es y repleta de códigos civiles y
jurídicos para cada situación de la vida. ¿Cómo vestirnos?, ¿qué cosas debo
comprar en el súper?, ¿puedo contratar Netflix? Como también escribía Karl Barth,
si la Biblia pudiera hablar y escuchara nuestras preguntas circunstanciales
sobre la familia, el trabajo o la moda, seguramente nos respondería: “Mi muy apreciable señor, esos son sus
problemas: ¡no me pregunte a mí!...
usted puede y debe decidirlo por sí mismo…” La Biblia seguirá
exhortándonos: usted debe preocuparse “por hacer mis preguntas”.[4] La Biblia es la Revelación gratuita de Dios al ser
humano, no la reduzcamos a un simple catálogo de normas u oráculos para la
pragmática vida cotidiana. No confundamos la Biblia con el horóscopo.
Esto es muy
importante recordarlo al leer las epístolas que, como hemos dicho, ¡no se
escribieron para nosotros!, sino que podemos acceder a su contenido solo tras
la puerta, y así enterarnos de las situaciones y conflictos por los que
atravesaban estas comunidades y personas, así como las medidas que tomaron para
salir adelante. Pero no son en sí normas directas para que las “apliquemos” el
día de hoy. Personalmente me provoca mucha angustia esa desesperación por
“aplicar” la Biblia a cualquier situación de la vida. Porque es muy egoísta de
nuestra parte pensar que la Biblia existe para estar a nuestro servicio y
resolver todas nuestras situaciones. Ese énfasis pragmático de leer la Biblia
solo para “aplicarla” además de ser muy capitalista, nos aleja de la escucha de
la proclamación de la Palabra de Dios. Que muchas veces no tiene “aplicación”
inmediata. Para decirlo sin rodeos, sería muy bueno que no leyéramos la Biblia
de forma tan interesada y egoísta, solo pensando en nuestras circunstancias,
sino que podamos acceder a ella con el deleite estético y espiritual de poder beber,
por la mediación de Cristo, a la revelación divina.
La Biblia no tiene
que servirnos. No es una mercancía para obtener ganancias o resultados que
“apliquemos” a nuestra vida”. La Biblia es el testimonio de tantas voces sobre
lo que Dios ha dicho. Y eso debemos respetarlo.
Por lo tanto, más
que pretender que las indicaciones consignadas en este capítulo, por más buenas
y útiles que nos parezcan, son una especie de código universal de conducta,
quiero resaltar el espíritu que se encuentra sustentando el mensaje del Apóstol
y el cual puede encontrarse en la palabra griega /perisseuēte/
(περισσεύητε), la cual significa “abundancia”, “exceso” o “derroche”. Que, para
dejarnos sin duda, el apóstol enfatiza con un “más y más”.
A veces pensamos
que los mandamientos de Dios son privaciones y limitaciones, debido a que, por
cultura, estamos más adoctrinados por las bases del derecho romano que por la
pedagogía bíblica. La Palabra de Dios no está solo para limitarnos, sosegarnos.
La Revelación divina no es austera. ¡Al contrario! Está marcada por el
derroche, por la “vida en abundancia”, por el gozo pletórico derramado por la
copiosa riqueza de Dios. En realidad, en la Biblia no encontramos, como si lo
encontramos en la economía de todas las épocas, una doctrina de la escasez,
sino de la abundancia. La economía bíblica, a despecho de nuestra muy estimada
“ética protestante”, no está basada en la privación y la frugalidad, sino en el
exceso del pan, el vino y el aceite en la mesa (Salmo 104). La economía bíblica
no es una doctrina de la mesura, ni un alegato estoico de la moderación, sino
una doctrina de los campos que producen “al ciento por uno” (Marcos 4:20), de
la copa “rebosante” (salmo 23:5), de la vida “eterna”, plena, de la “vida en
abundancia” (Juan 10:10).
Evidentemente esto
no significa la tan famosa “prosperidad” en términos exclusivamente
materialistas y lujosos. Abundancia, desde luego implica realidades tales como
cobijo, alimento y bienes, pero no se reduce a ellos. Significa también fuerza
emocional, integridad moral, plenitud espiritual. La abundancia bíblica no es
la egoísta “prosperidad” económica, sino un excedente o derroche de alegría,
amor y vida. El mes pasado falleció un biólogo chileno llamado Humberto
Maturana, este científico decía que, a diferencia de la creencia popular, no
todo lo que somos depende de los genes, sino que nuestra vida puede
desarrollarse mucho más allá de la estructura genética con la que nacemos para
dar paso a nuevas estructuras y realidades. Maturana le llamaba a esa creación
de nuevas realidades biológicas, pero también existenciales, “sobrevida”.[5]
¡Una sobrevida!
Una vida desbordante y en abundancia, Tal es el derroche que nos permite tener
la Palabra de Dios consignando en el término griego /perisseuēte/: “para
que así abundéis más y más”.
2.
Alianza de vida.
Porque ya sabéis
qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús (v.2).
En este versículo,
para hablar de “instrucciones”, el Apóstol utiliza la palabra /parangelias/
(παραγγελίας). Este término no implica una orden judicial, ni un mandamiento o
precepto de observancia universal. Por ejemplo, cuando Jesús quiere señalarle a
sus discípulos que el amor es la culminación de todos los mandamientos en Juan
13:34 (“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros…) utiliza
el término /entolēn/ (ἐντολὴν), el cual tiene una concordancia con un precepto
religioso general. En el caso de 1 Tesalonicenses /parangelias/ se
divide en dos partes el prefijo /para/, que signirica “al lado” y /angelos/
que expresa “mensaje”. /Parangelias/ significa pasar el mensaje a un
lado, o transmitir, y es un término semejante al de “evangelio” = el buen
mensaje. Aquí “instrucciones” significa, por tanto, una indicación o
recomendación específica, particular para una determinada circunstancia o
situación.
Como Sara estamos
escuchando tras la puerta cómo se le recomendó a la comunidad de Tesalónica
organizarse, y de estas instrucciones podemos obtener alguna enseñanza
práctica, pero más aún, al leer este mensaje evangélico conocemos una forma en
la cual es posible vivir en abundancia o sobrevida.
Pues la voluntad
de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación (v. 3).
La santidad suele
entenderse de forma muy filosófica, pero no bíblica. Había en roma una escuela
filosófica llamada los estoicos, los cuales consideraban que el objetivo de la
vida era algo que llamaban “ataraxia”, lo cual puede traducirse por
apatía, frialdad y mesura. Por razones históricas los cristianos de los
primeros siglos confundieron la santidad con esa ataraxia o apatía estoica. Y
de este modo se comenzó a considerar que alguien sato era una persona que se
alejaba de los placeres, privándose de goces terrenos en la soledad. Pero en la
Biblia la santidad no va ligada ni a la privación, ni al aislamiento. Si bien
“santo” significa “apartado”, no es apartad en el sentido de lejano, sino de
“dedicado” o “comprometido”.
La santidad nace
del pacto de Dios con el mundo. ¿Cuál es ese pacto?: “Y los bendijo Dios, y
les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” (Génesis 1:28). Es
decir, la posibilidad de producir más vida, o bien, como le hemos llamado, una
sobrevida, un exceso o derroche de vida. Y es que eso son los hijos.
Leía que un esposo
le preguntó a su suegro: “¿Cuánto es 1+1?” y el señor respondió prudente y
matemáticamente 2. Pero el yerno responde diciendo que, en este caso se
equivoca y que la repuesta es 3. “¿Cómo 1+1 van a ser 3?” responde incrédulo el
suegro. “Bueno es que si sumamos a su hija conmigo, aunque cada uno representa
a uno, en realidad seremos 3, ¡porque ella está embarazada! Así es, la alianza
de Dios hace que una vida más una vida, sean tres vidas, o, incluso cuatro, si
vienen gemelos. ES decir ese “fructificad y multiplicaos” de la bendición
divina es una sobrevida o un exceso de vida: esa es la alianza, esa es la
santidad tal como se expresa en el libro de Levítico. Sin la alianza de Génesis
no habría alianza sacerdotal en Levítico.[6]
Es, por lo tanto,
bastante lógico que la instrucción dada por el apóstol a la comunidad de
Tesalónica a fin de que alcancen la santidad o sobrevida de la alianza de Dios
sea apartarse de fornicación. El término en griego es /porneias/
(πορνείας,), que de hecho no alude solo a fornicación, sino a los encuentros
sexuales con prostitutas y otras relaciones sexuales fuera de la alianza o
pacto entre las personas. Es, en todo caso, un quebrantamiento de un pacto con
tu pareja. Y es bastante lógico, si la santidad se basa en la alianza de Dios
con su pueblo para la sobrevida, lo opuesto a tal santidad es el
quebrantamiento de la alianza entre las personas.
Como podemos ver
en los versículos siguientes, este quebrantamiento de la alianza se da en
varios niveles. Primero a nivel de pareja y matrimonial (“que cada uno de
vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor” v. 4), pero
también alianzas fraternas (“que ninguno agravie ni engañe en nada a su
hermano” v.6). Santidad también significa dar honor a la alianza o acuerdos
que se establecen en el trabajo (“que procuréis tener tranquilidad, y
ocuparos en vuestros negocios” v.11), e incluso guardar una buena relación
de respeto con quienes no sean cristianos (que os conduzcáis honradamente
para con los de afuera” v. 12).
En ese sentido debemos entender la expresión “no
nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (v. 7) no solo como
pureza sexual, sino, en realidad como respeto a los acuerdos y alianzas con
todas las personas la pareja, colegas de trabajo, vecinos, etc. La inmundicia,
en términos bíblicos, significa no respetar los pactos, faltar a la palabra, quebrantar
la confianza o defraudar. Porque ser santos es ser como Dios que guarda la
alianza de vida que ha establecido con el mundo.
3.
Vida en comunidad
Vivir como a Dios
le agrada es vivir bajo su bendición, gozando de la vida abundante con que nos bendijo
en su alianza de la Creación, y, siendo nosotros mismos ejemplo de tal alianza
honrando los acuerdos y la palabra empeñada con los demás. Hay un término
bíblico para eso, se llama “koinonía”, comúnmente traducido como
“servicio”, pero que se extiende también hacia solidaridad, mutualidad,
cooperación, trabajo en conjunto. Esta es una gran herencia de nuestra
tradición reformada: la santidad se encuentra en el trabajo y el bien común,
porque eso es lo que favorece no solo la vida material, sino la sobrevida o
vida en abundancia. Respirar es vivir, oler el aroma de un pan recién horneado
que se puede compartir en familia, es más que vivir, es vida en abundancia.
Poder mover el cuerpo es vivir, moverlo para abrazar con fuerza a nuestros
seres queridos, y más en este contexto de distancia social en que vivimos, es
sobrevida, un derroche vital que nos da plenitud.
Para garantizar
las condiciones óptimas de bienestar para la vida abundante, plena, íntegra es
necesario que cada uno de nosotros y nosotras ejercitemos nuestra facultad de
cooperación y esfuerzo comunitario, respetando y honrando nuestra palabra
empeñada, siendo leales hacia quienes confían en nosotros: nuestro matrimonio,
nuestra familia, la comunidad de hermanos y con quienes, aún no formando parte
de la comunidad de la iglesia, nos relacionamos y trabajamos en conjunto. En
síntesis, ejercitando el “amor fraternal” (v. 9), desinteresado. No orientado
por el egoísmo personal, sino dedicado a la integración comunitaria para un
bien más allá de mí mismo. Ayudar a otro es una forma de exceder mis
necesidades e intereses personales a para habilitar el bienestar a alguien más.
Ayudar a otros es vida en abundancia: algo más allá de mi propia vida. Tal es
el amor cristiano: amar a los demás y, de este modo, extender la vida y
anunciar el Reino de Dios.
Vivir como a Dios
le agrada es vivir bajo su alianza, logrando que 1+1 excedan sus resultados
para decir con Mario Benedetti, “y en la calle codo a codo, somos mucho más
que dos”.
BENDICIÓN
Deseo hermanas, hermanos que cada uno de
nosotros y de nosotras podamos vivir abundantemente, sobrepasando nuestros
intereses personales y brindando vida en abundancia mediante el apoyo fraterno,
el respeto y honra a nuestros compromisos con los demás, en el amor hacia
nuestra familia, en suma, deseo que, con la bendición de Dios, ejercitemos y
gocemos de la fe que es la perfecta evidencia de la caridad.[7]
[1]
WARFIELD, Benjamín, Estudios bíblicos y teológico, CLIE: Barcelona,
1991, pág 426.
[2]
CALVINO, Juan, Institución de la Religión Cristiana, Libro I, vii, 1.
[3]
BARTH, Karl, The Doctrine of the Word of God (Prolegomena to Church
Dogmatics, vol. 1, Part 1), Edimburgo: T&T Clark, 1960, pág 309.
[4]
BARTH, Karl, “El extraño nuevo mundo dentro de la Biblia”. Com-Unión.
Revista de información y análisis teológico. Año V, núm 10.
[5]
MATURANA, Humberto, La realidad, ¿objetiva o construida? I. Fundamentos biológicos
de la realidad, Anthropos, Universidad Iberoamericana, 1995.
[6]
DOUGLAS, Mary, El Levítico como literatura. Una investigación antropológica
y literaria de los ritos en el antiguo testamento, Gedisa, Barcelona, 2006.
[7]
CASO, Antonio, Doctrinas e idas, México, Editorial Andrés Botas e hijo,
s/f, pág. 31.
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