sábado, 19 de junio de 2021

Vivir como a Dios le agrada, Pbro. Raúl Méndez Yáñez

20 de junio de 2021

INTRODUCCIÓN: ESCUCHANDO TRAS LA PUERTA

Hay algo importante en lo que debemos recapacitar cuando nos acercamos a la lectura de alguna epístola del Nuevo Testamento: ¡y es que espiar el correo es un delito federal! En efecto, cuando leemos una epístola, como la de esta mañana, que dice claramente “A los tesalonicenses”, significa que ¡no es una epístola que fuera escrita para nosotros! Estamos, en cierto modo, invadiendo la privacidad de una comunidad. Una comunidad que tiene sus propios conflictos y situaciones, sus propias historias y miembros.

Como cristianos creemos, quizá demasiado pronto, que todo lo que tenemos derecho a leer, consultar y aplicar todo lo que está escrito en la Biblia. Al fin y al cabo, fue inspirada por un Dios universal y, por lo tanto, su mensaje debe ser escuchado por todo el mundo como una “autoridad externa” u objetiva.[1] Pero antes de asumir con alegría y premura el dogma de la inspiración, empaticemos un poco con los habitantes de la Biblia. ¿A nosotros nos gustaría que alguna situación privada de nuestra familia o en la iglesia, quizá bochornosa o dolorosa, sirviera de “ejemplo” para todos los cristianos del mundo y de la historia? De ocurrir tal cosa, lo menos que podríamos esperar de quienes se enteraran de tales situaciones sería, por lo menos, un poco de respeto hacia nuestras circunstancias.

A veces, cuando leemos la Biblia nos sentimos Moisés, ¡escuchando directamente del rostro de Dios su palabra! Sin embargo, si algo nos enseña Jesús, una y otra vez, es que nadie puede llegar directamente al Padre, ni escuchar su voz como si reprodujera una canción de YouTube. Juan Calvino solía decir que “Dios no habla cada día desde el cielo”.[2] Por su parte, el pastor Karl Barth señalaba que solo los apóstoles y profetas tuvieron una revelación inmediata (theologia immediatae revelationis),[3] en tanto que, todos aquellos que nos encontramos tras ellos solo podemos aspirar a una teología mediada por la proclamación de la Palabra de Dios a través de Cristo y en la comunidad de la iglesia.

¡Al leer la Biblia no somos Moisés escuchando directamente a Dios! Solo escuchamos a Dios a través de Cristo, la puerta al Padre. Y jugando con esta metáfora de la puerta, podemos decir que más que Moisés en el Sinaí, cuando leemos las Escrituras somos como Sara escuchando a hurtadillas, tras la puerta, la conversación de Dios con Abraham (Génesis 18:10). Y como Sara, nuestra principal reacción ante la voz divina mediada por la puerta, por Cristo en nuestra situación, debe ser, la risa: el gozo y la alegría, pero también el respeto hacia las circunstancias de quienes escuchamos su historia.

No con los ojos de Moisés, sino con el oído de Sara les invito a que nos acerquemos esta mañana a lo que el Apóstol le está diciendo, ¡no a nosotros!, sino a una comunidad en Tesalónica que vivía rodeada de Fake News o noticias falsas sobre el regreso de Cristo.

1.      Derroche de vida  

Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más (v.1).

La Biblia, como tal, y pese a lo que suele decirse de forma un tanto irresponsable, no es un “Manual para la vida”. ¿Se imaginan que el Dios eterno hubiera movido cielo y mar para revelarse a los seres humanos solo para que su voz se redujera a un simple manual de conducta o un catecismo de creencias? Si Dios hubiera querido darnos un manual para armar nuestra vida, lo primero que hubiera creado habría sido IKEA. La revelación de Dios no puede reducirse a un simple catálogo de normas.

De otra forma, la Biblia sería mil veces más grande de lo que es y repleta de códigos civiles y jurídicos para cada situación de la vida. ¿Cómo vestirnos?, ¿qué cosas debo comprar en el súper?, ¿puedo contratar Netflix? Como también escribía Karl Barth, si la Biblia pudiera hablar y escuchara nuestras preguntas circunstanciales sobre la familia, el trabajo o la moda, seguramente nos respondería: “Mi muy apreciable señor, esos son sus problemas: ¡no me pregunte a mí!...  usted puede y debe decidirlo por sí mismo…” La Biblia seguirá exhortándonos: usted debe preocuparse “por hacer mis preguntas”.[4] La Biblia es la Revelación gratuita de Dios al ser humano, no la reduzcamos a un simple catálogo de normas u oráculos para la pragmática vida cotidiana. No confundamos la Biblia con el horóscopo.

Esto es muy importante recordarlo al leer las epístolas que, como hemos dicho, ¡no se escribieron para nosotros!, sino que podemos acceder a su contenido solo tras la puerta, y así enterarnos de las situaciones y conflictos por los que atravesaban estas comunidades y personas, así como las medidas que tomaron para salir adelante. Pero no son en sí normas directas para que las “apliquemos” el día de hoy. Personalmente me provoca mucha angustia esa desesperación por “aplicar” la Biblia a cualquier situación de la vida. Porque es muy egoísta de nuestra parte pensar que la Biblia existe para estar a nuestro servicio y resolver todas nuestras situaciones. Ese énfasis pragmático de leer la Biblia solo para “aplicarla” además de ser muy capitalista, nos aleja de la escucha de la proclamación de la Palabra de Dios. Que muchas veces no tiene “aplicación” inmediata. Para decirlo sin rodeos, sería muy bueno que no leyéramos la Biblia de forma tan interesada y egoísta, solo pensando en nuestras circunstancias, sino que podamos acceder a ella con el deleite estético y espiritual de poder beber, por la mediación de Cristo, a la revelación divina.

La Biblia no tiene que servirnos. No es una mercancía para obtener ganancias o resultados que “apliquemos” a nuestra vida”. La Biblia es el testimonio de tantas voces sobre lo que Dios ha dicho. Y eso debemos respetarlo.

Por lo tanto, más que pretender que las indicaciones consignadas en este capítulo, por más buenas y útiles que nos parezcan, son una especie de código universal de conducta, quiero resaltar el espíritu que se encuentra sustentando el mensaje del Apóstol y el cual puede encontrarse en la palabra griega /perisseuēte/ (περισσεύητε), la cual significa “abundancia”, “exceso” o “derroche”. Que, para dejarnos sin duda, el apóstol enfatiza con un “más y más”.

A veces pensamos que los mandamientos de Dios son privaciones y limitaciones, debido a que, por cultura, estamos más adoctrinados por las bases del derecho romano que por la pedagogía bíblica. La Palabra de Dios no está solo para limitarnos, sosegarnos. La Revelación divina no es austera. ¡Al contrario! Está marcada por el derroche, por la “vida en abundancia”, por el gozo pletórico derramado por la copiosa riqueza de Dios. En realidad, en la Biblia no encontramos, como si lo encontramos en la economía de todas las épocas, una doctrina de la escasez, sino de la abundancia. La economía bíblica, a despecho de nuestra muy estimada “ética protestante”, no está basada en la privación y la frugalidad, sino en el exceso del pan, el vino y el aceite en la mesa (Salmo 104). La economía bíblica no es una doctrina de la mesura, ni un alegato estoico de la moderación, sino una doctrina de los campos que producen “al ciento por uno” (Marcos 4:20), de la copa “rebosante” (salmo 23:5), de la vida “eterna”, plena, de la “vida en abundancia” (Juan 10:10).  

Evidentemente esto no significa la tan famosa “prosperidad” en términos exclusivamente materialistas y lujosos. Abundancia, desde luego implica realidades tales como cobijo, alimento y bienes, pero no se reduce a ellos. Significa también fuerza emocional, integridad moral, plenitud espiritual. La abundancia bíblica no es la egoísta “prosperidad” económica, sino un excedente o derroche de alegría, amor y vida. El mes pasado falleció un biólogo chileno llamado Humberto Maturana, este científico decía que, a diferencia de la creencia popular, no todo lo que somos depende de los genes, sino que nuestra vida puede desarrollarse mucho más allá de la estructura genética con la que nacemos para dar paso a nuevas estructuras y realidades. Maturana le llamaba a esa creación de nuevas realidades biológicas, pero también existenciales, “sobrevida”.[5]

¡Una sobrevida! Una vida desbordante y en abundancia, Tal es el derroche que nos permite tener la Palabra de Dios consignando en el término griego /perisseuēte/: “para que así abundéis más y más”.

2.      Alianza de vida.

Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús (v.2).

En este versículo, para hablar de “instrucciones”, el Apóstol utiliza la palabra /parangelias/ (παραγγελίας). Este término no implica una orden judicial, ni un mandamiento o precepto de observancia universal. Por ejemplo, cuando Jesús quiere señalarle a sus discípulos que el amor es la culminación de todos los mandamientos en Juan 13:34 (“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros…) utiliza el término /entolēn/ (ἐντολὴν), el cual tiene una concordancia con un precepto religioso general. En el caso de 1 Tesalonicenses /parangelias/ se divide en dos partes el prefijo /para/, que signirica “al lado” y /angelos/ que expresa “mensaje”. /Parangelias/ significa pasar el mensaje a un lado, o transmitir, y es un término semejante al de “evangelio” = el buen mensaje. Aquí “instrucciones” significa, por tanto, una indicación o recomendación específica, particular para una determinada circunstancia o situación.

Como Sara estamos escuchando tras la puerta cómo se le recomendó a la comunidad de Tesalónica organizarse, y de estas instrucciones podemos obtener alguna enseñanza práctica, pero más aún, al leer este mensaje evangélico conocemos una forma en la cual es posible vivir en abundancia o sobrevida.

Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación (v. 3).

La santidad suele entenderse de forma muy filosófica, pero no bíblica. Había en roma una escuela filosófica llamada los estoicos, los cuales consideraban que el objetivo de la vida era algo que llamaban “ataraxia”, lo cual puede traducirse por apatía, frialdad y mesura. Por razones históricas los cristianos de los primeros siglos confundieron la santidad con esa ataraxia o apatía estoica. Y de este modo se comenzó a considerar que alguien sato era una persona que se alejaba de los placeres, privándose de goces terrenos en la soledad. Pero en la Biblia la santidad no va ligada ni a la privación, ni al aislamiento. Si bien “santo” significa “apartado”, no es apartad en el sentido de lejano, sino de “dedicado” o “comprometido”.

La santidad nace del pacto de Dios con el mundo. ¿Cuál es ese pacto?: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra” (Génesis 1:28). Es decir, la posibilidad de producir más vida, o bien, como le hemos llamado, una sobrevida, un exceso o derroche de vida. Y es que eso son los hijos.

Leía que un esposo le preguntó a su suegro: “¿Cuánto es 1+1?” y el señor respondió prudente y matemáticamente 2. Pero el yerno responde diciendo que, en este caso se equivoca y que la repuesta es 3. “¿Cómo 1+1 van a ser 3?” responde incrédulo el suegro. “Bueno es que si sumamos a su hija conmigo, aunque cada uno representa a uno, en realidad seremos 3, ¡porque ella está embarazada! Así es, la alianza de Dios hace que una vida más una vida, sean tres vidas, o, incluso cuatro, si vienen gemelos. ES decir ese “fructificad y multiplicaos” de la bendición divina es una sobrevida o un exceso de vida: esa es la alianza, esa es la santidad tal como se expresa en el libro de Levítico. Sin la alianza de Génesis no habría alianza sacerdotal en Levítico.[6]

Es, por lo tanto, bastante lógico que la instrucción dada por el apóstol a la comunidad de Tesalónica a fin de que alcancen la santidad o sobrevida de la alianza de Dios sea apartarse de fornicación. El término en griego es /porneias/ (πορνείας,), que de hecho no alude solo a fornicación, sino a los encuentros sexuales con prostitutas y otras relaciones sexuales fuera de la alianza o pacto entre las personas. Es, en todo caso, un quebrantamiento de un pacto con tu pareja. Y es bastante lógico, si la santidad se basa en la alianza de Dios con su pueblo para la sobrevida, lo opuesto a tal santidad es el quebrantamiento de la alianza entre las personas.

Como podemos ver en los versículos siguientes, este quebrantamiento de la alianza se da en varios niveles. Primero a nivel de pareja y matrimonial (“que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor” v. 4), pero también alianzas fraternas (“que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano” v.6). Santidad también significa dar honor a la alianza o acuerdos que se establecen en el trabajo (“que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios” v.11), e incluso guardar una buena relación de respeto con quienes no sean cristianos (que os conduzcáis honradamente para con los de afuera” v. 12).

En ese sentido debemos entender la expresión “no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (v. 7) no solo como pureza sexual, sino, en realidad como respeto a los acuerdos y alianzas con todas las personas la pareja, colegas de trabajo, vecinos, etc. La inmundicia, en términos bíblicos, significa no respetar los pactos, faltar a la palabra, quebrantar la confianza o defraudar. Porque ser santos es ser como Dios que guarda la alianza de vida que ha establecido con el mundo.

3.      Vida en comunidad

Vivir como a Dios le agrada es vivir bajo su bendición, gozando de la vida abundante con que nos bendijo en su alianza de la Creación, y, siendo nosotros mismos ejemplo de tal alianza honrando los acuerdos y la palabra empeñada con los demás. Hay un término bíblico para eso, se llama “koinonía”, comúnmente traducido como “servicio”, pero que se extiende también hacia solidaridad, mutualidad, cooperación, trabajo en conjunto. Esta es una gran herencia de nuestra tradición reformada: la santidad se encuentra en el trabajo y el bien común, porque eso es lo que favorece no solo la vida material, sino la sobrevida o vida en abundancia. Respirar es vivir, oler el aroma de un pan recién horneado que se puede compartir en familia, es más que vivir, es vida en abundancia. Poder mover el cuerpo es vivir, moverlo para abrazar con fuerza a nuestros seres queridos, y más en este contexto de distancia social en que vivimos, es sobrevida, un derroche vital que nos da plenitud.

Para garantizar las condiciones óptimas de bienestar para la vida abundante, plena, íntegra es necesario que cada uno de nosotros y nosotras ejercitemos nuestra facultad de cooperación y esfuerzo comunitario, respetando y honrando nuestra palabra empeñada, siendo leales hacia quienes confían en nosotros: nuestro matrimonio, nuestra familia, la comunidad de hermanos y con quienes, aún no formando parte de la comunidad de la iglesia, nos relacionamos y trabajamos en conjunto. En síntesis, ejercitando el “amor fraternal” (v. 9), desinteresado. No orientado por el egoísmo personal, sino dedicado a la integración comunitaria para un bien más allá de mí mismo. Ayudar a otro es una forma de exceder mis necesidades e intereses personales a para habilitar el bienestar a alguien más. Ayudar a otros es vida en abundancia: algo más allá de mi propia vida. Tal es el amor cristiano: amar a los demás y, de este modo, extender la vida y anunciar el Reino de Dios.

Vivir como a Dios le agrada es vivir bajo su alianza, logrando que 1+1 excedan sus resultados para decir con Mario Benedetti, “y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos”.  

BENDICIÓN

Deseo hermanas, hermanos que cada uno de nosotros y de nosotras podamos vivir abundantemente, sobrepasando nuestros intereses personales y brindando vida en abundancia mediante el apoyo fraterno, el respeto y honra a nuestros compromisos con los demás, en el amor hacia nuestra familia, en suma, deseo que, con la bendición de Dios, ejercitemos y gocemos de la fe que es la perfecta evidencia de la caridad.[7]



[1] WARFIELD, Benjamín, Estudios bíblicos y teológico, CLIE: Barcelona, 1991, pág 426.

[2] CALVINO, Juan, Institución de la Religión Cristiana, Libro I, vii, 1.

[3] BARTH, Karl, The Doctrine of the Word of God (Prolegomena to Church Dogmatics, vol. 1, Part 1), Edimburgo: T&T Clark, 1960, pág 309.

[4] BARTH, Karl, “El extraño nuevo mundo dentro de la Biblia”. Com-Unión. Revista de información y análisis teológico. Año V, núm 10.  

[5] MATURANA, Humberto, La realidad, ¿objetiva o construida? I. Fundamentos biológicos de la realidad, Anthropos, Universidad Iberoamericana, 1995.

[6] DOUGLAS, Mary, El Levítico como literatura. Una investigación antropológica y literaria de los ritos en el antiguo testamento, Gedisa, Barcelona, 2006.

[7] CASO, Antonio, Doctrinas e idas, México, Editorial Andrés Botas e hijo, s/f, pág. 31. 

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