sábado, 24 de septiembre de 2011

Letra 238, 25 de septiembre de 2011



EL CRISTIANISMO EN LA RECONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA
Carlos García de Andoin
www.iglesiaviva.org/213/213-13-ANDOIN.pdf

No son pocos los que piensan que el cristianismo tiene poco que decir en la tarea de la construcción de una ciudadanía democrática. Mirando a la historia no ven en la Iglesia sino uno de los adversarios de la democracia. Identifican a la religión con toda suerte de fundamentalismos, guerras e intolerancias. Así pues, la democracia será posible apartando a la religión de la vida pública. […]




La secularización en Europa podría hacer pensar en la insignificancia del cristianismo para la reconstrucción de una ciudadanía democrática. Sin embargo, desde una perspectiva mundial esto es francamente discutible. Según ese analista sobresaliente de los tiempos que vivimos, Manuel Castells, en la nueva sociedad de la información hacia la que vamos, la sociedad-red, la construcción de la identidad adquiere una centralidad determinante. La crisis de legitimidad de las grandes tradiciones, sistemas políticos e instituciones y la disfunción creada entre la función tecnoeconómica y los significados vitales, dejan un vacío de sentido que hoy se busca llenar a través de los procesos de reconstrucción de la identidad. […]

El cristianismo: matriz de ciudadanía democrática
No se pueden obviar las guerras de religión que asolaron Europa. También es verdad que la Iglesia, no Dios, se convirtió tardíamente a la democracia; de hecho se opuso a las ideas de democracia aliándose con el Antiguo Régimen y anatematizando el liberalismo (Syllabus). En nuestro entorno ahí ha estado una complicidad con la guerra civil que tan largamente interrumpió la democracia en España. […]



Hoy también adopta posiciones eclesiales —por ejemplo, en relación a la mujer— impropias de una cultura democrática. Sin embargo, sin el factor cristiano no puede explicarse la tradición democrática norteamericana; tampoco la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial sobre los pilares de la democracia, los derechos humanos y la solidaridad social. ¡Cómo olvidar el liderazgo político de los cristianos y padres fundadores de la Unión europea: Schumann, Adenauer y De Gasperi!. ¡Cómo no recordar la Declaración de los Derechos Humanos en la que activamente participó el intelectual cristiano Jacques Maritain! […]



Si además nos retrotraemos en la historia del pensamiento político para analizar la génesis de la idea moderna de libertad, ésta es impensable sin la existencia del cristianismo. Lo dice con gran lucidez el autor de ese gran manual de historia de las ideas políticas, George Sabine. La existencia y especificidad del cristianismo crea unas condiciones que serán de estricta necesidad para el surgimiento de los fundamentos de la conciencia política moderna: la conciencia, el sujeto individual y la libertad: “...el cristianismo planteó un problema que no había conocido el mundo antiguo —el problema de las relaciones entre iglesia y estado— y supuso una diversidad de lealtades y un juicio íntimo no incluido en la antigua idea de ciudadanía. Es difícil imaginar que la libertad hubiera podido desempeñar el papel que llegó a tener en el pensamiento político europeo, si no se hubiese concebido que las instituciones éticas y religiosas eran independientes del estado y de la coacción jurídica, y superiores en importancia a ellos” (Historia de la teoría política, FCE, p.145). La propia noción de justicia procede de la escolástica. La solidaridad como la fraternidad son conceptos ético-políticos procedentes de la tradición judeo-cristiana. El concepto de libertad, así como los de igualdad y fraternidad emergerán políticamente articulados después de siglos de maceración histórica en una cultura cristiana, por supuesto, con sus críticas, conflictos y guerras. La idea de ciudadanía democrática es deudora de la cultura política de matriz cristiana.




La contribución del cristianismo a la ciudadanía democrática reclama de la comunidad política una concepción de laicidad abierta. La laicidad no puede convertirse en el argumento para un dogmatismo antirreligioso. La defensa del pluralismo y de la democracia no puede hacerse sobre la indiferencia o el rechazo a la religión. La religión puede ser un complemento valioso de la democracia. Y la democracia es el mejor marco para el ejercicio de las religiones. Así lo dice la Asamblea del Consejo de Europa, en un informe redactado por el parlamentario socialista Lluis M. Puig: “la democracia y la religión no son incompatibles; todo lo contrario, la democracia proporciona el mejor marco a la libertad de conciencia, al ejercicio de la fe y al pluralismo de las religiones. Por su parte, la religión, por su compromiso moral y ético, por los valores que ella defiende, por su sentido crítico y por su expresión cultural puede ser un complemento valioso de la sociedad democrática”.



La creencia religiosa no es ajena a la esfera pública. Es un asunto privado, pues es opción personal la elección de uno u otro credo o la ausencia del mismo. Con la democracia han acabado los tiempos de la imposición religiosa. No obstante, en cuanto hecho compartido por una amplia ciudadanía, con indudables efectos en la vida cotidiana, en las referencias éticas, incluso en el comportamiento político, es preciso tomar la religión como un asunto público. Un asunto que es preciso examinar desde los valores constitucionales. En este sentido han de apoyarse las formas religiosas que contribuyen a un desarrollo de la ciudadanía democrática y de una sociedad justa. Por el contrario, deben combatirse aquellas formas fundamentalistas que atenten contra la libertad de la persona y la tolerancia que debe caracterizar la vida democrática. […]

La tradición cristiana, factor vigente de ciudadanía exigente
El vínculo entre religión y socialidad es antropológica y sociológicamente muy íntimo. La religión en sí misma es un factor de creación y recreación de la socialidad humana. En cuanto tal, representa un antídoto de gran valor ante uno de los factores culturales que están operando en el vaciamiento de la cultura democrática, a saber, el del individualismo posesivo. Así lo señaló ese padre de la sociología moderna que es E. Durkheim. En 1913 E. Durkheim escribió en Las formas elementales de la vida religiosa que “casi todas las grandes instituciones sociales han nacido de la religión”. Decía “si la religión ha engendrado todo lo esencial de la sociedad, es porque la idea de la sociedad es el alma de la religión”.



En el caso de la tradición bíblica la experiencia religiosa entraña en sí misma una serie de valores antropológicos que hacen especialmente plausible una idea de ciudadanía despierta ante lo público y exigente ante la política. Así lo describe J. M. Mardones.



El judeo-cristianismo sitúa al individuo en una tradición, religa al individuo concreto con una comunidad humana que tiene un historia compartida, proporciona el sentido de la vinculación con generaciones anteriores y posteriores. Esto implica la socialización en unos valores como la conciencia de ser agraciado o receptor de una herencia, el sentimiento de no estar sólo sino integrado en un colectivo, el sentido del bien común, la capacidad de sacrificio por el colectivo, por los otros...



La religión, como oferta de salvación, educa y agudiza en el sentido de la finitud y del pecado, coloca la felicidad no en la satisfacción material, sino en la colaboración personal y supone una llamada a la responsabilidad personal para con la vida y el mundo. La religión socializa en unos valores de fuerte sentido de la responsabilidad ante la vida y el mundo, de sentido del deber, etcétera.



La tradición bíblica afirma el valor absoluto de la persona humana en su concreción. Educa en el respeto al otro, en su carácter inmanipulable y en la igualdad radical de todas las personas porque el hombre está hecho a imagen de Dios. Libertad, responsabilidad y solidaridad. La tradición bíblica concibe a la persona como ser libre y por ello educa en la responsabilidad del hombre para con los otros y para con Dios. La religión educa en la “orientación hacia el mundo” en la corresponsabilidad, en la actitud de projimidad.



La religión nos sitúa ante la profundidad insondable de la realidad. Nos sitúa ante el misterio, ante la realidad como símbolo, como sacramento. Así educa en la contemplación, en la captación respetuosa de la realidad, en la interioridad inagotable de la propia persona. Y combate la recortada mirada positivista, funcional y pragmático-utilitarista de nuestra cultura. […] Hoy como ayer sigue siendo una misión esencial de un cristianismo evangelizador la educación de cristianos buenos discípulos y ciudadanos. Sin embargo ni la sociedad, ni la cultura, ni la iglesia son las mismas. Hoy la socialización en una experiencia cristiana del Dios que se pone del lado de los pobres como productor de ciudadanía democrática, requiere ser repensada. […]



La pedagogía del compromiso ciudadano basada en un concepto de religión política contará con un grupo de resistentes, siempre necesario, pero necesitará nuevos formatos si quiere ser una propuesta suficientemente relevante eclesial y culturalmente.



El cristianismo sigue hoy formando una minoría cristiana activa precisamente bajo los parámetros de una ciudadanía democrática exigente en oposición a una ciudadanía de baja intensidad ¿A qué nos referimos con la expresión religiosidad existencial? En el mundo joven se está experimentando desde los noventa una nueva sensibilidad por los valores espirituales en medio de un proceso de desinstitucionalización de la religión y de recreación de formas nuevas de religiosidad.



J. Elzo, en su análisis de la religiosidad juvenil propone la hipótesis de una nueva religiosidad que reelabora la tradición recibida bajo una modalidad experiencial, en sus relaciones cotidianas, con sus pares primordialmente, con resultados heterogéneos. Una religiosidad que está reclamando a la Iglesia “demanda de sentido, de utilidad, de respuesta a requerimientos personales y sociales más que el cumplimiento de determinadas normas cuyo contenido se les aparece, a lo mejor incomprensible, a lo peor caduco, irrelevante y no plausible”. Es una demanda más religiosa que moral, “como eco y respuesta a las preguntas primeras y últimas, tanto a nivel individual cuanto colectivo, y no como instancia normativa a códigos de conducta”. Este tipo de religiosidad está más centrada en el individuo que en la institución, más en la experiencia y el acontecimiento vivido que en la doctrina, más en la referencia del grupo que de la autoridad eclesiástica. Desde el punto de vista del compromiso social, es una religiosidad que valora la acción directa, humanitaria, útil, con implicación personal, con sentimiento, como experiencia... Es distante a las elaboraciones ideológicas y ante lo que consideran la vieja política representada por los partidos y sindicatos. Este cambio religioso es parejo al proceso de cambio cultural que estamos experimentando. […]



En Jesús, la propuesta del Reino de Dios se dirige a todo el Pueblo de Israel con implicaciones en todos los órdenes de la vida pública. Entraña una fuerte carga de crítica social: bienaventurados los pobres. Igualmente relativiza todos los poderes. Su propia figura emerge como Profeta y como Mesías. Su muerte es el resultado de una alianza entre la autoridad romana y la aristocracia sacerdotal judía. Su predicación representaba un conflicto intrajudío serio que ponía en cuestión el orden político-religioso establecido. Pablo desplazará la centralidad del Reino de Dios para proclamar el Evangelio de Jesucristo.




Adopta una actitud más positiva respecto al Imperio romano. No centrará la prioridad cristiana en las transformación frontal de las estructuras del Imperio. Se propone más bien crear y tejer una red de comunidades domésticas, casa a casa, de ciudad en ciudad, en las que la gente se reconoce y se ayuda, comunidades socialmente heterogéneas y culturalmente mestizas, con un tenor de conducta admirable y según todos sorprendente como dice la Carta a Diogneto sobre cómo los cristianos son alma del mundo.

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