6 de noviembre, 2011
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (ὅτι οὐκ ἔστιν ἡμῖν ἡ πάλη πρὸς αἷμα καὶ σάρκα, ἀλλὰ πρὸς τὰς ἀρχάς, πρὸς τὰς ἐξουσίας, πρὸς τοὺς κοσμοκράτορας τοῦ σκότους τούτου, πρὸς τὰ πνευματικὰ τῆς πονηρίας ἐν τοῖς ἐπουρανίοις).
Efesios 6.11-12, RVR 1960
1. La verdadera guerra espiritual
Precisamente en estos días están apareciendo ¡6 libros! sobre la llamada “guerra espiritual” escritos por C. Peter Wagner, promotor y practicante de esta moda religiosa. Uno de ellos, Confrontemos las potestades, lleva en el título la marca de una propuesta espiritual agresiva, muy distante de las orientaciones con que Jesús, y luego los apóstoles, previnieron a los discípulos/as ante la presencia de los “principados y potestades” (arjchás y exousías), que es la terminología casi técnica con que se refiere a esas presencias el Nuevo Testamento, al menos en cuatro ocasiones: Ef 3.10 (“para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales,”), 6.12, Col 2.10 (“…y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”) y Col 2.15 (“…y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”). Esta dupla expresa la combinación de factores espirituales e históricos que, como explica René Girard, engloba la visión terrenal y trascendente de realidades que se desdoblan en su manifestación ante los seres humanos:
Por su origen violento, satánico o diabólico, los Estados soberanos en cuyo seno surge el cristianismo son objeto, por parte de los cristianos, de una gran desconfianza. De ahí que, para nombrarlos, en lugar de recurrir a sus nombres habituales, en lugar de hablar, […] del Imperio Romano o de la Tetrarquía herodiana, el Nuevo Testamento suela recurrir a un vocabulario específico, el de las “potestades y principados”. […]
Las potestades llamadas celestes no se distinguen en nada de las potencias de este mundo.[1]
La traducción de Ef 6.11-12, en Dios habla hoy, es muy exacta: “Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea”. Ésta es la base para una sólida reflexión sobre el tema, pues el énfasis exhortativo que utiliza el apóstol Pablo recae en la búsqueda de los creyentes puedan resistir, aunque no con sus fuerzas si no con la “armadura divina” los embates diabólicos, como resume Mariano Ávila:
Este es un llamado al discernimiento espiritual de un hecho básico: aunque en nuestras luchas cotidianas a menudo sólo vemos personas, detrás de ellas hay fuerzas espirituales de gran poderío. Las que se mencionan son del más alto rango posible en un ejército. Su campo de acción es “las tinieblas de este mundo”, y son de un carácter perverso, “de maldad”. No debemos olvidar que las palabras que Pablo usa para referirse a las fuerzas espirituales del mal eran usadas con respecto a los gobernantes políticos (cf. 1.21). […] Una traducción que sugiere este aspecto es: “sino contra espíritus malignos y sus jefes que gobiernan nuestro mundo de oscuridad”.
Las dos primeras categorías que Pablo usa aquí, “principados y autoridades”, son las mismas palabras que usa en 1.21 y en 3.10 y Col 2.15. El pensamiento astrológico de aquella época creía que estos dos tipos de seres eran los que gobernaban la vida humana[2]
2. Jesús ve a Satán caer como un rayo desde el cielo
Cuando Jesús recibe a los 72 enviados a misionar en su nombre, y luego de escucharlos testificar sobre el poder con que han sometido incluso a los demonios, inmediatamente da fe de que ha visto a Satán descender sobre el mundo, en picada, como un rayo (Lc 10.18), pero como parte de una metáfora espiritual mediante la cual quiere demostrar a los discípulos que la lucha contra él apenas comienza y que ese descenso no implica, necesariamente, su derrota definitiva. También los exhorta a no celebrar de manera triunfalista la sujeción de esos espíritus malignos (10.), sino a alegrarse por la salvación de cada uno. Por el contrario, y en el esquema de la más genuina batalla espiritual, que fue la entablada por el propio Jesús con su vida y obra, Satán sigue presente en el mundo, por lo que los textos del Nuevo Testamento incluso lo llaman el “dios de este mundo” (II Cor 4.4). Pero, al mismo tiempo, la acción de Jesús y sus seguidores/as comenzó a minar su papel como “virus moral” y como “parásito del orden”. Su caída implica que seguirá en este mundo para hacer presente la violencia en formas sagradas y trascendentes, como escribe Girard.[3]
Su presencia en el mundo quiere imponer un orden propio, basado en la violencia mimética, es decir, en una búsqueda frenética por sacrificar siempre a un inocente que cargue con las culpas de todos. Las palabras de Girard son elocuentes al explicar la fuerza con que Jesús vino a trastocar el “orden” establecido por Satán:
Cristo es el único hombre que franquea la barrera de Satán. Muere por no participar en el sistema de los chivos expiatorios, es decir, en el principio satánico. A partir de su resurrección, un puente, que no existía anteriormente, se establece entre Dios y el mundo; Cristo hace pie en el mundo por su muerte y destruye las murallas de Satán. Su muerte, pues, ha puesto el desorden en el orden satánico para implantarse en el mundo y abrir una vía a través de la cual los hombres pueden pasar.
Dicho de otra manera, Dios recupera un sitio en el mundo, no porque haya violado la autonomía de los hombres y de Satán, sino porque Cristo ha resistido, ha triunfado sobre el obstáculo (de Satán).[4]
De ahí que la presencia de Jesús implicó la puesta en marcha de un sólido plan divino para “reconquistar” el mundo, puesto que la realidad innegable del mal como instrumento satánico, se había colocado como “lo indiscutible” o “lo insuperable”, como un statu quo, un estado de cosas “normalizado” que no podía ser sustituido con nada, algo así como lo que ahora se escucha y contra lo que han surgido, literalmente, formas de indignación humana, moral y espiritual. El espíritu de Jesús, quien advirtió de los riesgos del descenso de Satán al mundo, consiste en luchar espiritualmente contra él desde una praxis de fe y justicia, alejada de cualquier forma de violencia que reproduzca los planes satánicos para este mundo. Ésa sería la verdadera guerra espiritual.
[1] R. Girard, Veo a Satán caer como el relámpago. Trad. de F. Díez del Corral. Barcelona, Anagrama, 2002 (Argumentos, 278), pp. 131, 133.
[2] M. Ávila, Carta a los efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, pp. 241-242.
[3] R. Girard, Aquel por el que llega el escándalo. Madrid, Caparrós, 2006, p. 65.
[4] Ibid., p. 66.
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