ALEGRÍA EN DIOS
Karl Barth, Instantes
“Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador” (Lucas 1.47)
Cuando hablamos de la obra de Dios, no nos
referimos a una tenebrosa fuerza última que sentimos de alguna manera y en
algún lugar, ni al destino que, cual férreo anillo, mantiene unido el mundo, ni
tampoco a una de esas ideas en las que compendiamos lo que para nosotros es el
valor supremo, lo mejor, lo excelso, lo bello, lo verdadero. De ninguno de
estos dioses podríamos decir: “Mi espíritu se alegra en él”. Sólo podemos
alegrarnos en aquel al que llamamos “Dios, mi salvador”. Así designamos a aquel
que ha venido a ayudarnos y que con su sola presencia nos dice que estamos
necesitados de ayuda. Sea lo que sea de todo lo demás, él es quien nos ayuda,
quien cuida de nosotros, quien nos trae salvación en medio de la desgracia de nuestra
existencia. Ése es el Dios salvador. Y en este Dios puede y debe uno, incluso
necesariamente, alegrarse. Sobre los otros dioses cabe reflexionar, cabe
doblegarse con rostro sombrío ante el destino, cabe correr afanosamente tras consuelos
elaborados por uno mismo o seguir con fanatismo las propias ideas.
Pero ¿dónde está
ahí la alegría? La alegría es lo más raro e infrecuente del mundo. De seriedad y
entusiasmo fanáticos, y de celo sin sentido del humor, ya tenemos bastante en
el mundo. Pero ¿qué ocurre con la alegría? Esto nos remite al hecho de que el
conocimiento del Dios vivo es algo infrecuente. En Dios, mi salvador, nos
alegramos cuando lo hemos encontrado o cuando él nos ha encontrado a nosotros.
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PROTESTANTISMO ENTRE NORTE, CENTRO Y SUDAMÉRICA: LAS IGLESIAS
HISTÓRICAS, EL DESPERTAR PENTECOSTAL Y LAS NUEVAS FORMAS RELIGIOSAS
Congreso “Escuchando América:
encuentros entre pueblos, culturas y religiones. Caminos para el futuro”,
sesión II: Culturas americanas y experiencia cristiana: contaminaciones,
intercultura, culturas globales
Universidad Urbaniana, Roma, Italia,
7 de abril de 2014
A la memoria del
profesor Antonio Gouvêa Mendonça (1922-2007)
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