domingo, 20 de abril de 2014

Un sacerdote que conduce a su pueblo a la salvación total, L. Cervantes-O

19 de abril, 2014

Y al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.
Hebreos 10.10, La Palabra (Hispanoamérica)

La consumación de la obra sacerdotal absoluta de Jesucristo procede directamente de su victoria sobre la muerte, la cual se da por sentada al momento de presentarlo como ocupante de un lugar cercanísimo de Dios (“su derecha”, Sal 110.1). Dicha obra tenía que manifestarse en la glorificación de la corporalidad humana del Hijo de Dios (7.16: “en virtud de una vida indestructible”, zoĕs akatalútou). “En 7,23-24 su sacerdocio se contrapone al de los sacerdotes levíticos precisamente en la medida en que la muerte impedía a éstos permanecer en el cargo, mientras que Jesús tiene un sacerdocio que no pasa, en virtud de la ‘vida indestructible’ que recibió en su resurrección”.[1] Pues así lo establece claramente Heb 10.5, citando el salmo 40.8: “No has querido ofrendas ni sacrificios,/ sino que me has dotado de un cuerpo”. “El significado del salmo es que Dios prefiere la obediencia al sacrificio; no es un rechazo de los ritos, sino una declaración de su inferioridad relativa. Puesto que la obediencia de Jesús quedó expresada mediante la ofrenda voluntaria de su cuerpo (es decir, de sí mismo) en la muerte, la lectura del v. 7b en los LXX es especialmente aplicable a él, hasta el punto de que se ha llegado a pensar que dicha lectura tal vez fuera introducida en los LXX debido a la influencia de Heb”.[2] Heb 10.10 destaca también la ofrenda de “su propio cuerpo una vez por todas”.
Nuevamente se subraya la incapacidad de la ley para lograr la perfección de las personas (10.1b) y las consecuencias de la repetición continua de los sacrificios rituales (10.3). “Los sacrificios anuales de expiación traían a la ‘memoria’ (anamnésis) los pecados pasados, pero no podían borrarlos”.[3] El cuerpo de Jesús, en virtud de la resurrección, es el “espacio físico espiritualizado” que consigue la certeza de la plenitud salvífica. El salmo 110 anuncia la figura del sacerdote supremo que será agradable a Dios para siempre. “Jesús, por su muerte y resurrección, ha levantado un nuevo templo, no material sino espiritual, que permite a los creyentes entrar realmente en relación con Dios”.[4]

Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad.                                                                                   Hebreos 10.19-20

Para este documento cristiano, la resurrección de Jesús es la premisa básica sobre la cual se construye todo el edificio de la nueva economía salvífica. La historia completa de la salvación se consolida mediante la presencia efectiva del supremo sacerdote que, habiendo superado todas las pruebas y obstáculos, incluyendo la misma muerte, es capaz de ofrecer y transferir a sus seguidores/as la máxima consecuencia de su esfuerzo, la vida eterna, “un camino nuevo y viviente”, y una nueva humanidad, marcada por la realidad de un sacerdocio, amplio y universal, que abarca y dignifica a cada ser humano que se compromete con el Reino de Dios. La Pascua de Jesucristo, proclamada por las mujeres discípulas de Jesús y corroborada, más tarde, por todas las apariciones y manifestaciones del Resucitado, funda en el corazón del mundo una realidad nueva de vida y superación de todas las trabas que pretenden cerrar el acceso al Dios eterno que comparte su plenitud. La resurrección es una forma de insurrección contra la pretendida dictadura de la muerte en todas sus manifestaciones, pues Jesús dirige y personifica la insurrección contra la muerte, el pecado y la injusticia, saliendo airoso en ese conflicto.

Los evangelios de Pascua “están de su parte” [de las mujeres]. Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: “¡Hemos visto al Señor!”. De ellas recibimos la buena noticia: el Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los en- vía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos. Él va siempre delante de nosotros, palabra de mujeres. (Dolores Aleixandre)

Esta “nueva conciencia de la vida” desde el corazón de su negación,. Tal como sucedió con la persona de Jesús de Nazaret, debe movilizarnos para seguir en un sendero de paz, compromiso y militancia en los valores que Él vino a vivir e instaurar.

SONETO DE IN/RE/SURRECCIÓN

In memoriam Juvenal Ruiz Mota, quien ya pertenece a la iglesia triunfante

Hoy la vida aterriza a ras de suelo
e irradia su impacto bienhechor:
de las sombras emerge el Bienamado,
ya renace con todo su fulgor.

Es la Vida en persona la que viene
a embriagar nuestro pecho de fervor:
resucita el profeta galileo,
el mañana se muestra sin rubor.

El sepulcro amanece derrotado
y la muerte abandona su vigor.

La victoria proclama su llegada,
toma el cuerpo de nuestro redentor

y lo entrega dichoso, como prenda
del futuro rotundo, arrollador.

PARÁBOLA DE LA RESURRECCIÓN

A la llorada memoria de mi tío, Livio Pérez Garay, guía y maestro

Se ha apurado la sangre inútilmente desde el vacío cáliz de la carne,
se  han  sorteado  en  vano  las  entrañas  del  hombre,
como  vampiro  inmenso  el  cielo  abre  sus  alas,
la  tierra  se  desdobla  en  dos  maderos  anchos.

Ya  ha  consumido  el  sol  su  propio  fuego,
como  un  licor  para  embriagar  al  mundo,
y  en  el  opaco  alero  de  su  sombra
sólo  el  lampo  del  hombre.

Como  un  turbión  de  nubes  se  despeña,
la  figura  de  Dios  sobre  el  abismo,
mientras  su  luz  rebota  desde  el  fondo
como  espuma  hasta  el  hombre.

Y  se  ha  rasgado  en  dos  el  velo  de  la  muerte  en  la  hora  novena,
y  se  ha  borrado  el  límite  del  tiempo
mientras  la  cruz  vacía  se  yergue  sobre  el  mundo
el  hombre  se  reencarna  en  la  madera,  y  fosforece.



[1] Myles M. Bourke, “Carta a los hebreos”, en R. Brown et al., eds., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 505.
[2] Ibid., p. 519.
[3] Ídem.
[4] A. Vanhoye, El mensaje de la carta a los hebreos. Estella, Verbo Divino, 1994, p. 

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