jueves, 17 de abril de 2014

Un sacerdote con eficacia absoluta, L. Cervantes-O.

17 de abril, 2014

Porque un sacerdocio distinto lleva necesariamente consigo una ley distinta.
Hebreos 7.12, 24-25,  28, La Palabra (Hispanoamérica)

La redacción de la carta a los Hebreos tuvo propósitos muy específicos: que la comunidad de Roma abandonase toda forma de adherencia al judaísmo, además de intentar impedir una judaización levítica del culto y de la doctrina de la comunidad cristiana.[1] Al describir tales intenciones, Pablo Richard las ubica históricamente en su contexto y señala cómo su autor buscó “detener los posibles efectos negativos de la caída de Jerusalén sobre los judeo-cristianos de Roma” e “impedir una rejudaización del culto cristiano”. El documento cumplió sus objetivos, por lo menos en el siglo II, aunque posteriormente fue “paradójico que en el siglo IV, justamente cuando se reconoce la autenticidad de la carta a los Hebreos, ésta se deja de lado y la cristiandad sufre una profunda rejudaización teocrática de sus estructuras ministerial y cúltica”.[2] Lamentablemente, se implantó “una concepción judía davídico-salomónica del templo cristiano” y se impuso una sacerdotalización negativa, totalmente contraria a toda la tradición cristiana de los dos primeros siglos.
Como parte de este proyecto doctrinal, resulta admirable, sumamente creativa y muy provocadora la forma en que la carta a los Hebreos construye y presenta la imagen de Jesús como sacerdote absoluto. “El sacerdocio de Cristo es muy distinto del sacerdocio antiguo y cómo éste se encuentra ya totalmente superado”.[3] En 7.11-28, presenta un análisis muy detallado del Salmo 110, en el que demuestra que Jesucristo “es sacerdote de una manera muy distinta de Aarón”, pues se encuentra en la línea de Melquisedec, el antiguo y enigmático personaje que recibió las ofrendas de manos del patriarca Abraham, fundador de la nación hebrea. El autor se remonta hasta Gn 14.18-20, aunque no comenta ese texto. “Su proceder consiste en poner en relación entre sí, sin decirlo inmediatamente, a) el antiguo episodio, b) el oráculo del salmo y c) la posición actual de Cristo glorificado”.[4] Si “el papel del sumo sacerdote no consiste simplemente en tomar parte de la miseria humana: consiste sobre todo en transformar esa situación por medio de una ofrenda de sacrificio”,[5] este nuevo sacerdote ofreció, a diferencia de Aarón, “ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte” (5.7), puesto que había asumido toda la experiencia humana en plenitud.

…mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. […] Hebreos 7.24-25

Así, en primer lugar descubre que Gn 14 ofrece “una descripción de Melquisedec que lo asemeja de antemano a Cristo glorificado”. Porque, en efecto, este texto presenta a Melquisedec como sacerdote sin mencionar sus orígenes de clan, un hecho sumamente extraño porque en el Antiguo Testamento la familia tenía una enorme importancia para el sacerdocio (cf. Esd 2.62). Gn 14 tampoco habla del nacimiento ni de la muerte de Melquisedec, colocándolo con ello fuera del tiempo. “Evoca entonces la figura de un sacerdote que participaría de la eternidad divina y sería sacerdote para siempre: en resumen, un sacerdote que sería al mismo tiempo el Hijo de Dios (7.1-3)”.[6] Sobre esos rasgos volverá varias veces la argumentación (vv. 5, 6, 13-14, 16a; vv. 8, 16b-17, 23, 25, 28). Además, Melquisedec fue superior a Abraham y, con ello, a los sacerdotes judíos que fueron sus descendientes. “Con este análisis de Gn 14, el autor ha minado la convicción tradicional de los judíos que atribuían al sacerdocio levítico el más alto valor. En efecto. ha demostrado que, incluso antes de hablar del nacimiento de Leví, la Biblia había esbozado ya la figura de un sacerdote distinto y superior”.
A partir del salmo 110.4, se fortalece la ofensiva contra las instituciones antiguas (sacerdocio judío y ley de Moisés). Los vv. 11-28 presentan varias dificultades, sin embargo, el argumento de fondo es sencillo: “el autor observa que, al proclamar de forma profética el sacerdocio perpetuo de un sacerdote distinto —que tomaría evidentemente el lugar de los sacerdotes levíticos—, el oráculo del salmo manifiesta el carácter provisional e imperfecto del sacerdocio antiguo”.[7] Éste último era la base de todo el edificio de las instituciones antiguas (7. 12). “Por una parte, queda abrogada la ordenación precedente por razón de su ineficacia... y por otra queda introducida una esperanza mejor”, la que ofrece un sacerdocio plenamente válido (7.18-19).

La ley de Moisés, en efecto, constituye sumos sacerdotes a personas frágiles, mientras que la palabra de Dios, confirmada con juramento y posterior a la ley, constituye al Hijo sacerdote perfecto para siempre. Hebreos 7.28

El texto estudia entonces el valor de la consagración sacerdotal en el Antiguo Testamento. “En la traducción griega del Antiguo Testamento los ritos prescritos para conferir el sacerdocio no se llamaban ‘consagración sacerdotal’ ni ‘ordenación’ sino ‘perfeccionamiento’ (teléiosis), que quería decir “acción que hace perfecto” o “acción que da la perfección”. El autor manifiesta claramente que esta palabra está muy bien escogida, puesto que una verdadera consagración sacerdotal tiene que transformar profundamente a quien la recibe. Eso permite que “en él ya no pueda disgustar nada a Dios. Es lo que exige su papel de mediador. Por tanto, la consagración sacerdotal tiene que dar la perfección. De ahí depende la posición del sacerdote ante Dios y su capacidad de intervención en favor del pueblo”.[8] Al proclamar implícitamente la destitución completa del sacerdocio antiguo, el salmo permite concluir que en el Antiguo Testamento la consagración sacerdotal ni siquiera merecía ese nombre. No era efectivamente una “acción que otorgara la perfección”, ya que no le aseguraba al sacerdote una buena relación con Dios. De haber sido así, Dios no habría tenido ninguna razón para generar un nuevo modelo de sacerdocio (7.11), De hecho, Dios ha “suscitado” (esa misma palabra significa en griego “resucitar”) a un sacerdote totalmente distinto, ajeno a la tribu de Leví, parte de la tribu no sacerdotal de Judá (7.13-14) y que no recibió el sacerdocio por sucesión familiar sino gracias a la transformación glorificadora de su resurrección (7.16). Todo esto es verdaderamente revolucionario, tal como se anuncia en el v. 12 al referirse al cambio de ley por el surgimiento de un nuevo sacerdocio.
Finalmente, este sacerdocio superior y eficaz es también eterno, a perpetuidad. La fragilidad de que habla el v. 28 en términos de la mortalidad e imperfección de los sacerdotes judíos (7.20-22), además de sus ceremonias ahora vistas como inútiles confirma lo expresado por el salmo en cuestión sobre su ineficacia. El salmo anuncia la figura de un sacerdote siempre agradable a Dios. “En él se realiza lo que la Biblia esbozaba al hablar de Melquisedec: un sacerdote que es el Hijo de Dios y que tiene entonces con Dios la relación más íntima que se puede imaginar. Su consagración no fue ineficaz: fue realmente una ‘acción que hace perfecto’”: “santo, sin mancha, apartado de los pecados y hecho más sublime que los cielos” (7.26).


[1] P. Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29, www.claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html.
[2] Ídem.
[3] A. Vanhoye, El mensaje de la carta a los hebreos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 19), p. 46.
[4] Ídem.
[5] Ibid., p. 43.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Ídem.

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