EL AYUNO QUE AGRADA A DIOS
Horacio Simian Yofre
El profeta proclama una palabra del Señor contra el pueblo a propósito del ayuno. El texto se
divide en tres secciones. Is 58,1 es una orden del Señor para que el profeta
denuncie ciertos pecados y rebeldías del pueblo, y en particular la práctica de
algunas formas de piedad sin tener en cuenta sus exigencias profundas (Is
58,2-5).
Hay dos actitudes que están estrechamente unidas en la mente y
en la práctica del pueblo: la búsqueda de la voluntad del Señor y el ayuno.
Pero es probable que el pueblo espere del Señor sólo las sentencias y decisiones
que le convienen (véase Is 30.10-11). Cuando el Señor responde de un modo
diferente al previsto, el pueblo se queja de no ser escuchado. Esta búsqueda de
la voluntad del Señor está enturbiada por comportamientos injustos (explotación,
violencia e hipocresía: Is 58.3-5) que acompañan la práctica del ayuno.
En contraposición a esta manera formalista y meramente ritual de
practicar el ayuno, el Señor describe cuál es el auténtico ayuno que él espera:
liberación de la opresión y la tiranía, dar de comer al hambriento, vestir al
desnudo y evitar la calumnia (Is 58.6-7, 9-10). En tales condiciones el Señor
se hace presente y acompaña el camino de su pueblo. Como en el desierto, lo
precede y lo sigue, se convierte para él en luz en medio de la noche, lo guía y
lo alimenta. La mención del desierto (Is 58,11) desemboca en una afirmación de
sabor sapiencial: el pueblo mismo se convierte en huerto y en fuente de aguas
(véase Is 41.17-20; Sal 1.3).
La promesa de Is 58,12 implica que la justicia del pueblo en sus
relaciones mutuas es la condición para poder reconstruir la nación.
58.13-14 Guardar el sábado. Is 58,13-14 vuelve sobre el tema de
la observancia del sábado, que había sido introducido ya por Is 56,1-8. No es
imposible que estos dos versos procuren establecer un equilibrio entre una
concepción del ayuno, que alguien habría considerado demasiado espiritual y
poco concreta, y una práctica cultual verificable, como son las prescripciones
que describen el descanso sabático
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AMLO Y LA RELIGIÓN: EL ESTADO LAICO BAJO AMENAZA, DE B. BARRANCO Y R. BLANCARTE (III)
La entrega que [AMLO] ofreció al pueblo de México es total. Se
ha dicho que es un protestante disfrazado Es un auténtico hijo laico de Dios y
un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos (AMLO y la religión, pp.
133-134). Porfirio Muñoz Ledo,
presidente de la Cámara de Diputados
La segunda parte del libro “AMLO y la
irrupción política de las iglesias” (pp. 91-202), incluye la colaboración del
sociólogo y periodista Bernardo Barranco, conductor del programa televisivo
“Sacro y profano”, que consta de seis secciones. En la introducción se refiere
la importancia de la laicidad como un “régimen de libertades que en México
hemos construido a jaloneos” y que “ha otorgado a la nación estabilidad frente
a los afanes e intereses de los más diversos actores políticos y religiosos”.
Advierte que su trabajo no ataca la llamada “4T” (o “cuarta transformación”,
que es como ha denominado el presidente López Obrador a su sexenio, como
supuesta continuidad de las tres transformaciones iniciales del país) sino que
es una defensa del Estado laico, el cual se encuentra ante el riesgo de
“exponer de más el espacio público a segmentos fundamentalistas de algunos
evangélicos y a las posturas de católicos intransigentes con sed de revancha”
(p. 93).
Asimismo, señala que las posibles modificaciones al Estado bajo
este régimen es algo que podría lamentarse si se lleva a cabo. También destaca
la inesperada y sólida preponderancia que, desde la campaña electoral de 2018,
han tenido los grupos evangélicos como nunca antes en la historia reciente de
México, además de que la iglesia católica “ve perder sus ancestrales
privilegios y reacciona con discrepancia en agendas que podrían convertirse en
confrontaciones abiertas con la 4T”. Todo ello va acompañado de otras circunstancias
cuestionables como la distribución de la Cartilla moral de Alfonso Reyes y el
protagonismo excesivo de algunos líderes religiosos y políticos ligados a AMLO
y a su proyecto, entre varios elementos más.
La introducción concluye con un planteamiento inquietante: “Más
que pensar en la moralización de la sociedad y en la participación de las
iglesias en programas sociales, creo que la cuestión de fondo es otra, y
recorre todo el texto: ¿cómo colaboran las iglesias en la construcción de una
democracia madura e incluyente?”.
Para Barranco el mayor error que puede cometer AMLO en esta
materia “es pretender convertir a las diversas asociaciones religiosas en
iglesias de Estado” (p. 95). Y a fin de mostrar la problemática surgida de esta
tendencia, expone en la primera sección (“Transformaciones de lo sagrado:
debacle católica e irrupción política de los evangélicos pentecostales”) un
tema sobre el que ha vuelto muchas veces: el derrumbe católico en América
Latina y en México durante los últimos 50 años, lo que ha producido una serie
de rápidas transformaciones del rostro religioso de la región.
Como buen conocedor del catolicismo, enumera hasta 11 factores
de la crisis de la Iglesia católica que han contribuido a este derrumbe
religioso, desde los escándalos ocasionados por la pederastia hasta la
“paganización de lo católico”, sin olvidar hacer una nueva crítica a algunos
jerarcas como Norberto Rivera, a quien mira como un “miembro de la clase
política embelesado por los símbolos y códigos del poder” (p. 99). El aumento
de fieles evangélicos ha conllevado un aumento inevitable de su presencia en
los espacios socio-políticos, como nunca antes. La forma en que esto ha
sucedido tiene un nombre: estamos ante la “irrupción pentecostal” en la
política latinoamericana, un creciente fenómeno de visibilización de los
sectores cristianos no católicos que consideran que ha llegado su tiempo para
influir de manera determinante en el destino de los diferentes países.
El crecimiento de la presencia evangélica en América Latina alcanza
ya el 25% de la población, con regiones en donde es mayor como Centroamérica.
Esa realidad obliga a replantear estrategias desde la arena política, lo que ha
estado sucediendo en mayor o menor medida en Brasil, principalmente, pero
también en otros países. Las características actuales de las iglesias
evangélicas que antes no estuvieron interesadas en la política las ha llevado a
colocarse en esa trinchera gracias a algunos elementos ideológicos tan
cuestionables como la llamada “teología de la prosperidad”, el uso del
marketing y una fuerte actividad en los medios electrónicos de comunicación.
Barranco se sirve de una tabla para mostrar la existencia de partidos
filo-evangélicos en todo el subcontinente.
El caso de México (con 6.3 de evangélicos), con un nuevo mosaico
religioso, confirma el descenso del catolicismo y, a la vez, la conformación de
nuevos sectores activos, como lo ha mostrado el censo de 2010. Esto lleva al
autor a referirse a “la falacia del voto religioso” mediante la descripción de
lo acontecido con la alianza que llevó al poder a AMLO, en la que participó el
evangélico Partido Encuentro Social (PES), como una auténtica “presencia
extraña” en el conjunto de fuerzas pretendidamente izquierdistas que lo
lanzaron como candidato presidencial. Al interior de esta coalición hubo
irritación por la negociación que permitió que este partido tuviera un lugar
tan relevante al momento de las elecciones de julio de 2018. Paradójicamente, y
para alivio de muchos críticos, el PES perdió su registro electoral, aun cuando
obtuvo un buen número de diputados y senadores. Este hecho soporta el argumento
de que el voto arrollador por López Obrador no obedeció tanto a la filiación
religiosa como al hartazgo hacia el régimen anterior expresado en las urnas, el
cual estuvo presente en todas las confesiones e incluso en los sectores
irreligiosos.
Lo anterior puso en tela de juicio la efectividad del liderazgo
del PES y la amplia pluralidad que permitió que AMLO accediera al poder, quien
como candidato comenzó a multiplicar las alusiones religiosas y bíblicas de un
modo desmedido: “El candidato parecía en ocasiones un pastor misionero, cuya
prédica era un relato simple y contundente: canalizar el hartazgo del pueblo.
Por ello, su discurso consistía en prometer moralizar
la vida pública del país recurriendo al poder de Estado con la sapiencia
religiosa contenida en los libros sagrados” (p. 114, énfasis agregado).
Ésa es la razón por la que AMLO se pareció a Bolsonaro en
Brasil, al costarricense F. Alvarado y hasta al guatemalteco Jimmy Morales: un
“candidato de Dios” presentándose a sí mismo “al clásico estilo evangélico”
(Ídem). Detrás de la alianza política estaba, como en esos países, el eventual
avance de las agendas derechistas encarnadas en el discurso conservador del
PES, que trató muy mal de disimular Hugo Éric Flores, su dirigente más visible,
aun cuando la alianza ideológica no fue tan evidente antes de los comicios. La
irrupción política de los evangélicos no podía significar otra cosa que el
ascenso de agendas religiosas intransigentes y una nueva forma de
“reconfesionalización de la clase política” (p. 115). Al pretender sumar a las
iglesias a la moralización del país, AMLO se ha acercado al riesgo de
reconfigurar la laicidad del Estado mexicano, esté consciente o no de los
alcances que esto podría tener.
En “¿AMLO: homo religiosus
o animal político?”, Barranco se acerca a una innegable realidad: “Las
creencias religiosas del presidente se han vuelto una cuestión de Estado” (p.
119), es decir, algo que en los sexenios recientes no era un asunto tan
relevante para la marcha del país. Ahora, con la forma tan aguerrida en que el
presidente ha optado por darle tan amplio lugar a la religión, se discute
(hasta frívolamente) si es evangélico o católico, un tema que debería estar en
un plano muchísimo menor, especialmente ante la abierta ambigüedad con que se
ha comportado al respecto, mandando señales en uno u otro sentido. Sus
frecuentes citas de la Biblia y la recurrente incorporación de símbolos
religiosos en su discurso producen mucha desazón.
De ahí que se haya tenido que servir de una especie de “vocero
religioso” (o “capellán”, como lo han llamado algunos) para atemperar y
clarificar, si fuera posible, ese caudal irrefrenable que lo llevó a una forma
de “sacralización” de su candidatura (p. 122), mediante la cual quiso imponer
algo así como un fetichismo alrededor de su persona. Ese mesianismo de
naturaleza mística no ha dejado de percibirse negativamente y ha servido para
explicar muchas de sus expresiones relacionadas, por ejemplo, con el “bienestar
del alma” o la necesidad de que este régimen garantice la “felicidad” de la
población. […] (LC-O)
Protestante
Digital, 24 de enero de 2020