“QUE
TU FE NO FALTE”: LA ORACIÓN MODELO EN LA PRUEBA
Pablo Martínez Vila
Muchas
son las preguntas de la persona que sufre, pero hay una
de capital importancia: ¿dónde está Dios ahora? De su respuesta va a depender
que salgamos del horno de fuego fortalecidos o destruidos. Nuestra fe puede ser
“purificada” por la prueba (1 P 1.7), pero también “chamuscada” (Mt 13.21).
Empezamos
el Año Nuevo con ilusión, pero también con enigmas e incertidumbres. La
presencia de Dios en nuestra vida no garantiza que todo va a ser “verdes prados
y delicados pastos”. La promesa de Dios en Isaías 43, uno de los textos más
apreciados de toda la Biblia, es muy realista: “Cuando pases por las aguas, yo
estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán…” (Is 43.2). Muchos
quisiéramos pasar por las aguas de la prueba sin mojarnos, pero esto no es lo
que Dios nos promete ni garantiza. Lo más importante es no ahogarte, que tu fe
no naufrague en el río de las pruebas.
Especial
relevancia tienen en este sentido las palabras del Señor Jesús a Pedro, poco
antes de Getsemaní, avisándole de horas difíciles: “Satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti que tu fe no falte” (Lc 22.31-32).
¡Formidable
oración! Ante la inminencia del sufrimiento, el Señor podía haber pedido muchas
cosas para sus apóstoles, por ejemplo, que el Padre les evitara la prueba, que
proveyera una salida adecuada, o que fuera lo más breve posible; todo ello
entraría dentro de las peticiones legítimas de un creyente abrumado por el
dolor. Tampoco Jesús se entretiene en darle explicaciones sobre las aflicciones
que se avecinan: el cómo, el por qué, cuánto tiempo. Se limita a una frase tan
breve como elocuente; su ruego encarecido es “que tu fe no falte”.
Estamos
aquí ante una auténtica oración modelo en tiempo de prueba. Ésta es la súplica
que todo creyente puede y debe hacer. Tenemos, además, el inmenso privilegio de
saber que el mismo Señor que rogó por Pedro sigue “intercediendo por nosotros
desde la diestra del Padre” (Ro 8.34; Heb 7.25). La oración de Jesús por Pedro
sigue vigente hoy para todos los que son zarandeados por Satanás con pruebas
duras.
¿Por
qué el Señor ora así? Jesús quería enseñarle a Pedro una “lección” esencial: en
la hora del sufrimiento lo más importante no es entender enigmas, sino
encontrar a Dios; la pregunta clave no es “¿por qué Dios...?”, sino “¿dónde
está Dios ahora?”. Recordar —y en lo posible experimentar— el “Yo estaré
contigo” de Isaías 43 es la prioridad.
Cuando
la tormenta arrecia, la fe es el bien supremo a preservar y a cultivar. Ello es
así por muchas razones: en la prueba la fe es la columna que nos sostiene, es
el alimento que nos fortalece, es la luz que alumbra nuestra oscuridad, es el
vínculo inquebrantable que nos mantiene unidos a Cristo (Ro. 8:38-39). Pero hay
una razón que viene primero: la fe es el mayor tesoro que puede tener el
creyente, es el bien más preciado a guardar. En palabras del mismo Pedro (¡lo
había aprendido bien!) la fe es “mucho más preciosa que el oro” (1 Pedro 1.7).
Por ello, cuando atravesamos el río de la prueba lo primordial es cuidar tu fe,
“que tu fe no falte”.
Teresa
de Ávila lo describe con estos sentidos versos: “Si a Dios tienes, ¿qué te
falta? / Y si Dios te falta, ¿qué tienes?”. La gran mística española podía
exclamar con certeza estas palabras porque había experimentado toda la promesa
de Isaías 43.2: “No temas, porque yo te redimí; / te puse nombre, mío eres tú /
Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé / No
temas porque yo estoy contigo”.
Dios
no abandona a sus hijos en las aguas turbulentas de la prueba. No puede
hacerlo, ha pagado un precio demasiado alto para olvidarnos. Por ello, Cristo
en persona sigue diciéndonos a ti y a mí hoy: “Yo ruego que tu fe no falte”.
Protestante Digital, 2 de enero de 2020
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ISAÍAS III (Tritoisaías)
Contexto y autores de
la tercera parte del libro. Al volver del destierro
y no cumplirse las maravillosas promesas del profeta (40–55), sucede el
desencanto, decae la fidelidad al Señor; se forman y se consolidan grupos
opuestos de conservadores realistas o exclusivistas y de idealistas ilusionados.
Al “Trito Isaías” tocará mantener vivas las esperanzas.
Comparando los diversos oráculos de esta última parte del libro de Isaías, se
observan claras tensiones entre la preocupación presente y la esperanza futura,
la denuncia de delitos y los mensajes de aliento, el desencanto presente y la
expectación mesiánica, la apertura a los extranjeros y la condena sin matices.
La proyección escatológica cobra fuerza y se afirma al final, como sucesora de
la profecía. Pasa a segundo plano el tema del éxodo y ocupa el primer plano la
futura Jerusalén, la ciudad transfigurada por el cumplimiento de las promesas.
Asignar el bloque de los capítulos 56-66 a un Isaías III o Trito
Isaías fue durante mucho tiempo opinión difundida, abandonada ya. Hoy se piensa
que forman una colección de oráculos heterogéneos. Indudablemente muchos
fragmentos continúan el estilo del maestro: poca construcción, amplitud al
desarrollar, imágenes visionarias.
Fin
del exclusivismo (56.1-8)
En consonancia con el mensaje
final del Libro de la Consolación —la escucha de la Palabra—, esta parte se
abre con la llamada a poner en práctica esa Palabra; esto es, velando porque se
practique la equidad y la justicia (cf. 58.5-7).
Criaturas
que se resisten y se oponen, armonizan y unen fuerzas, no domesticadas por los
poderosos sino guiadas por una criatura pequeño. Es difícil no asimilar la
visión profética de Isaías cuando vemos los múltiples estragos de la opresión,
del sufrimiento y de la destrucción y, a la vez, desde lugares muy inesperados,
percibimos que las fuerzas opositoras están siendo dirigidas por niños y niñas.
Jesús, pero en nuestro propio tiempo y contexto, desde sitios con poca
esperanza aparecen brotes de nueva vida.
Encontramos
una bienaventuranza: dichoso, feliz, bienaventurado el que practica la justicia
(cf. Mt 5,10). Aquí no se refiere exclusivamente a los hijos de Israel, el
texto original dice “Bienaventurado el ben-Adam”: el hijo de Adán que haga estas
cosas... Esto es importante porque se comienza a registrar la evolución del
pensamiento religioso judío hacia la paternidad universal de Dios, que tendrá
su culmen en el Nuevo Testamento con Jesús, y luego con la comunidad primitiva
(Hch 10.34). Dios es Padre de todos porque Él es justo; y lo que nos hace a
todos hermanos es la práctica de la justicia.
El
judaísmo, que comienza a configurarse como tal sólo después del exilio, enfrenta
la duda de quiénes pueden o no pertenecer al pueblo judío. Los versículos 3-8
son la posición del profeta, muy clara. Sin embargo, el ala más “ortodoxa” del
judaísmo se ha encargado de cerrar cada vez más esta apertura del amor de Dios.
Jesús retomará la línea profética (cf. Jn 4; 20.23), y en Él desaparecerá
cualquier forma de acepción de personas (Hch 10.34; Gál 3.28).
Perros
mudos (56.9-57.2)
Si este oráculo no es anterior al
destierro, sus motivos sí parecen serlo. El profeta ataca fuertemente la
ineptitud de los que han guiado a Israel, comparándolos con los perros guardianes
que se dejan llevar por la molicie y la pereza.
Este
tema de los malos guías es muy común en los profetas (cf. Jr 2.8, 26s; 5.4-5, 31;
10.21-23; 23.1s; Ez 8.11-13); Jesús los llamará también guías ciegos (Mt 23.16-24),
y salteadores y bandidos (Jn 10.1s).
Biblia de Nuestro Pueblo. Biblia del Peregrino
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