ISAÍAS 56-66: PROYECCIÓN PROFÉTICA Y UTÓPICA DE LA ESPERANZA
Horacio Simian Yofre
Para la
comprensión del texto, más importante que la
determinación del autor es la descripción tanto de la comunidad en la cual el
texto tuvo su origen como de los problemas a los cuales el autor-profeta
procuraba responder.
Esta
comunidad se sitúa en un momento de la historia del cercano Oriente que no
difiere de la situación del Segundo Isaías: el imperio babilonio ha
desaparecido, el imperio persa es aún potente, y los pueblos deportados por los
babilonios pueden tornar a sus lugares de origen. Pero en este marco de
acontecimientos internacionales se ha producido una situación diferente en la
pequeña historia doméstica de Jerusalén.
Is
56-66 reflejaría el conflicto que surgió a la vuelta del exilio entre el
partido hierocrático monárquico (sadoquita) y el partido levítico, teocrático
profético, por el control del poder en Jerusalén. Sobre este problema el
estudio más importante es aún el de P. D. Hanson (El surgimiento de la apocalíptica, 1975). Su hipótesis, con
variantes de detalle, ha sido retomada por numerosos comentarios y estudios. Ha
sido también atacada numerosas veces con argumentos demasiado generales. En
todo caso quienes la atacan, no alcanzan a proponer una descripción mejor del
mundo del Tercer Isaías.Cuando David traslada el arca desde Silo a Jerusalén e
inaugura así el culto del Señor en la ciudad santa, establece el culto bajo la
dirección de los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Este último, de origen levita, era
miembro de una familia sacerdotal que había protegido a David cuando era
perseguido por Saúl (1 Sm 22.22-23). De Sadoc no se conoce claramente el
origen. Tal vez estuviera vinculado al sacerdocio jebuseo que existía ya en
Jerusalén antes del traslado del arca. Cuando Adonías, legítimo heredero del
trono, es asesinado por orden del rey Salomón, Abiatar, que había tomado
partido por Adonías, es desterrado a Anatot, patria del profeta Jeremías (véase
I Re 2.26-27). Sadoc, por el contrario, que ya había ungido rey a Salomón, es
confirmado como sacerdote del templo, que a partir de ese momento queda bajo el
control del grupo sadoquita.
En la Biblia no faltan testimonios de esta tensión. En I Re 2.27,
35 el nombramiento de Sadoc y el desplazamiento de Abiatar es justificado como
el cumplimiento de una promesa que el Señor había hecho de suscitar un
sacerdote fiel en lugar de los infieles descendientes inmediatos de Eli (véase I
Sm 2.27-36).
Los escritos sacerdotales, elaborados al menos en parte durante
el exilio en Babilonia, reservan el servicio sacerdotal a los descendientes de
Sadoc, mientras los levitas, de la familia de Abiatar, son considerados como
donados al servicio del templo (Nm 3.6-10; 8.19; 18.1-7).
También la constitución civil y eclesiástica propiciada por Ez
40-48, vinculada al ambiente sacerdotal, declara que solamente los sacerdotes
sadoquitas pueden acercarse al altar (Ez 40.46), mientras los levitas quedan
excluidos por haber adorado los ídolos (Ez 44.10-14).
Esta tensión debió agudizarse durante el exilio. Probablemente
los sadoquitas, como personas de influjo en el templo, fueron deportados, junto
con los oficiales militares y funcionarios civiles (véase II Re 25.8-21; Jr 52.29-30).
Según las listas de los que vuelven del exilio, pocos levitas habrían sido
deportados en comparación con los sadoquitas (véase Esd 2.36-40; Neh 7.39-43).
Esto significa que el culto en Jerusalén durante el exilio, aunque
probablemente reducido, quedó en manos de los levitas (sobre los sacrificios en
este período véase Jr 41.5; sobre las liturgias penitenciales, Zac 7.1-5; 8.18-19).
Con el regreso de los desterrados (véase Esd 1.5-11), entre los
que se encuentran los sadoquitas, se reproduce la tensión. El predominio de los
sadoquitas se consolida definitivamente con la consagración del templo en el
año 515 a.C, y la instalación de Zorobabel como gobernador y de Josué como sumo
sacerdote. I Cr 24, hacia el año 400 a.C, testimonia aún el malestar de los
levitas ante esta situación. Detrás del conflicto político y eclesiástico
descrito, hay un conflicto humano y religioso que es también conflicto de dos
mentalidades: una ideológica-conservadora y otra utópica-apocalíptica.
Comentario al Antiguo Testamento. II. Madrid, La Casa de la
Biblia, 1997.
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AMLO Y LA RELIGIÓN: EL ESTADO LAICO BAJO
AMENAZA, DE B. BARRANCO Y R. BLANCARTE (I)
Andrés Manuel López Obrador es un
hombre que cree que él, a través de la religión, puede transformar al país,
pacificándolo y reconstruyendo su tejido social. Mientras en el discurso pretende
separar la economía de la política, en los hechos acerca la política a la
religión.
Las palabras
de este epígrafe, tomadas de la introducción a AMLO y la religión:
el Estado laico bajo amenaza, volumen aparecido a fines de 2019, ejemplifican muy bien el enfoque de
sus autores al abordar la polémica actuación en materia religiosa (y política)
del presidente mexicano Andrés Manuel Obrador, luego de un año de asumir el
cargo.
Desde
sus respectivos espacios (Barranco en la prensa y la televisión, publicó Las batallas del Estado laico en 2016, y
Blancarte más en la academia y también en la prensa, autor de La república laica en México, 2019), ambos
colaboradores han sido sumamente críticos del mandatario, en especial por la
forma en que su pretendido discurso “liberal” y “juarista” (en alusión al
presidente Benito Juárez, quien en 1859 promovió las Leyes de Reforma que
cuestionaron profundamente el papel de la iglesia católica en el país y que se
convirtieron en un auténtico modelo histórico reconocido internacionalmente)
está chocando frontalmente con algunas de sus acciones y declaraciones. […]
De
allí la gran inconformidad que ha ocasionado el accionar del presidente que es
interpretado como una manera irresponsable de relacionar los dos ámbitos. Las
palabras de Blancarte son sumamente incisivas. […]
Como
una especie de azar caprichoso, la aparición del libro coincidió con la
iniciativa presentada por María Soledad Luévano Cantú, senadora del partido
presidencial (Movimiento de Regeneración Nacional, Morena) a fin de modificar
varios artículos de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público,
promulgada en julio de 1992. […]
La
introducción del libro en cuestión es muy clara acerca de sus propósitos:
analizar la preocupante tendencia de AMLO a asumirse como un “salvador de la
nación” mediante “el regreso de la religión a la vida pública en México” (p.
9), así como señalar críticamente sus actitudes que lo hacen ver, frecuentemente,
como un predicador. […]
Este
aparente retorno de lo religioso es visto como una auténtica regresión, por lo
que los autores se plantean algunos interrogantes cruciales que discuten a lo
largo de todo el volumen: “¿en qué cree el presidente? ¿Es un homo religiosus o un animal político o
una mezcla peligrosa de ambas? ¿Tiene un proyecto político-religioso para
purificar y salvar al país de la corrupción, del atraso y de la violencia?
¿Puede hacerlo sin violentar la enorme pluralidad y diversidad de nuestra sociedad?
¿Sin atropellar la autonomía moral del individuo? ¿Sin contradecirse
continuamente? Pero, sobre todo, ¿no está confundiendo su papel como presidente
de una República laica y asumiendo el de sumo pontífice panreligioso?” (p. 10).
El
restauracionismo religioso del actual presidente mexicano se presenta como
parte de un proyecto de “restauración moral” del país, en el que algunas
iglesias evangélicas (de las más conservadoras), a diferencia de otras épocas
en que el dominio católico era abrumador, han recibido un trato preferencial,
al grado de que son prácticamente las abanderadas de este plan presidencial.
El
riesgo que se advierte es que, de avanzar este comportamiento oficialista, “el
Estado laico se convierta en un Estado multiconfesional, donde no una, sino
varias iglesias hegemónicas se distribuyan los privilegios y favores oficiales,
e incidan de manera directa en la conformación de las políticas públicas” (p.
11). […]
(LC-O)
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