DIOS TIENE COVID
E |
l covid-19
ha trastocado toda la cultura contemporánea. La economía globalizada
trastabilla y se presentan grandes cambios en la vida cotidiana debido a
prolongados confinamientos. Existe la incertidumbre de que la vida social no
volverá a ser como antes. Las Iglesias y las grandes religiones no escapan al
tremendo estremecimiento civilizatorio de un virus que amenaza ser endémico. La
humanidad deberá convivir con la acechanza del contagio durante lustros. Las
Iglesias y templos vuelven a cerrar sus gruesas puertas de madera, adoptando
medidas para la celebración de actividades religiosas desde diversas
plataformas tecnológicas.
En
este diciembre se abre nuevamente un periodo excepcional, las confesiones religiosas
se enfrentan a un reto sin precedente: ¿cómo permitir que los fieles vivan su
fe a pesar de la suspensión del contacto grupal? La fuerza de las religiones
está en su capacidad de convocatoria. Y el contacto humano es parte integral de
los ritos religiosos. Una religión, sugiere la etimología religare, es lo que
conecta a los miembros de una comunidad entre sí y a los hombres con Dios. Toda
práctica religiosa es societal. El trastorno prolongado del covid-19 puede
afectar en primer lugar a las estructuras eclesiásticas, en segunda línea a las
prácticas religiosas y finalmente a la misma concepción de Dios.
Los
usos de una religión incluyen rituales, conmemoraciones, oficios, cultos,
veneraciones a alguna deidad o símbolo; incluye sacrificios, fiestas, cortejos
funerarios, enlaces matrimoniales, meditación y oración. Incluyen diversas
manifestaciones artísticas, como la música, la danza y la poesía, así como
estructuras e instituciones que administran lo religioso con normas, leyes y
códigos.
Más
allá de las concentraciones humanas emplazadas por las ceremonias religiosas,
el contacto físico en el culto se convierte en un incidente peligroso.
Inimaginable, hasta hace poco, pensar en una plaza de San Pedro vacía, la Gran
Mezquita de La Meca despoblada en el Ramadán y una Basílica de Guadalupe
desierta el 12 de diciembre.
Quizá
una de las imágenes más impactantes durante esta pandemia la encontramos en el
largo trayecto que realizó el papa Francisco el 27 de marzo de 2020, ante una
plaza de San Pedro desolada, gris y húmeda. Esa imagen icónica ensombreció el
fervor de millones de creyentes. El Papa le habla al mundo con dramatismo desde
el despoblado santuario más importante de la catolicidad. Su bendición Urbi
et orbi del domingo de Pascua la dio en el contexto de la devastada Italia;
ahí el Papa enfatizó: “Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa… La
tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas
y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.
Las
catedrales, iglesias, mezquitas y sinagogas son testigos mudos, gigantescos
monumentos de soledad. Las fortificaciones sagradas que representan una
sociabilidad religiosa hoy son amenazas. Los palacios sagrados constituyen un
territorio de peligro para la feligresía. Surge otra pregunta obligada: ¿los
creyentes necesitan los suntuosos castillos de Dios para celebrar su fe?
Muchas
iglesias protestantes rescatan la noción del cristianismo primitivo de Iglesia-comunidad,
de tipo profético, que vivían con intensidad su fe en pequeñas entidades
diferenciándose del judaísmo tradicional. Otros regresan a la celebración de la
Iglesia-familia, vivir la fe y compartirla en el pequeño
núcleo del hogar.
En
México el costo para la Iglesia católica y el catolicismo mayoritario ha sido
muy alto. La Semana Santa, tradicionalmente multitudinaria, fue alterada. En
especial, millones de fieles resintieron su ausencia en la tradicional
representación de Iztapalapa. Las fiestas del 2 de noviembre se vieron mermadas
por el cierre de los panteones que concentraban tumultos de familiares; otros
cementerios sólo permitieron la entrada de un familiar por sepulcro.
Sin
embargo, fue más visible y sentido el cierre de la Basílica de Guadalupe del 11
al 13 de diciembre porque fue suspendida la celebración religiosa más
importante del país. Insólito ver vacío el atrio, cuando era ocupado por el
paso de más de 7 millones de peregrinos. El confinamiento durante meses, el
cierre de templos y la ausencia de servicios religiosos, como bodas, 15 años y
bautizos han representado una merma sustantiva en los ingresos de la Iglesia.
El secretario de la Conferencia del Episcopado, Alfonso Miranda, declaró en
abril que los ingresos globales de la Iglesia católica en México han caído 90%.
Surgen
varias paradojas. Cuando se presentan crisis graves, en este caso la pandemia,
la población tiende a refugiarse en la fe y resulta ser beneficioso el consuelo
para muchos creyentes. Tenemos el ejemplo del incremento del culto a la virgen
de Guadalupe en momentos delicados de nuestra historia. Sin embargo, el
covid-19, por su obligado confinamiento, está trastocando la tendencia
histórica de las religiones a ganar peso en tiempos de crisis y tragedia. Con
el coronavirus, las religiones no podrán capitalizar los miedos y la necesidad
de apoyo moral proporcionando un sentido de comunidad. La base misma de la
práctica religiosa se cimbra porque la aglutinación pública es hoy susceptible
de muerte.
La
pandemia del coronavirus se ha convertido en un trauma civilizatorio. Las
religiones y las iglesias encaran desafíos insospechados. Las más creativas se
adaptarán a la demanda espiritual al alza. El uso de medios alternativos, como
redes sociales e internet parecen imponerse, pero su alcance es parcial; en
México su cobertura aún no alcanza a poblaciones rurales o apartadas. La
mayoría de las Iglesias han mostrado sensatez; sin embargo, el acecho fundamentalista
ahí está latente. Emergen posturas religiosas retrógradas y oscurantistas que
la sociedad moderna debe rechazar. Portadoras de un no-Dios excluyente,
tenebroso y punitivo.
El
aislamiento por el coronavirus está llevando a las confesiones religiosas a
usar intensivamente el streaming y las redes sociales. El fenómeno no es
nuevo y ha sido una herramienta valiosa. Con grandes desafíos de los lenguajes
nuevos frente a los viejos lenguajes religiosos. Un ejemplo es cómo pasar vía
internet el lenguaje simbólico de la liturgia. El enorme reto ahí está, cómo
llevar consuelo y acompañamiento espiritual vía internet. Facebook se convierte
en templo virtual ¿Un instrumento que llegó para quedarse? ¿Estamos ante la
construcción de creencias virtuales? Aunque parezca sorprendente, Dios también
está afectado por la pandemia.
Proceso, 4 de enero de 2021
PERMANECIENDO ALEGRES DURANTE EL COVID 19
Rev. Diana de Graven
Iglesia Reformada, Surinam
H |
ace casi un año
que el mundo se enfrentó a la pandemia de covid-19. Para muchos, los
últimos meses han sido terribles. Otros
fueron capaces de adaptarse a la nueva normalidad, pero la mayoría
de las personas ahora se están cansado de covid-19. No
es fácil sentirse o estar alegre en estos días.
A
pesar de la tristeza que puede abrumar, creo que el apóstol Pablo nos está
guiando hacia una mentalidad más alegre. En Filipenses 4.4 escuchamos a Pablo
decir: “Alégrate siempre en el Señor. Les diré de nuevo: ¡Alégrate!” Filipenses
es un libro corto en el Nuevo Testamento – solo cuatro capítulos de largo. Pero
en estos cuatro capítulos Pablo dice: “Alégrate... Sea alegre” por lo menos 16
veces.
Lo
asombroso es que Pablo, mientras estaba en prisión, escribió este libro que
puede ser visto como el libro más positivo de la Biblia. La carta de Pablo a
los Filipenses es una carta de agradecimiento misionera, pero me parece mucho
más. ¡Es el compartir el secreto de Pablo de la Alegría Cristiana!
Es obvio que hemos permitido que los “ladrones” nos roben nuestra alegría. Me gustaría nombrar cuatro.
1. Nuestras circunstancias
¿Alguna vez ustedes se
han considerado cuántas circunstancias de la vida están realmente bajo nuestro
control? No tenemos control sobre cuando nacemos, no tenemos control sobre
quiénes son nuestros padres, no tenemos control sobre el clima, sobre el
tráfico o sobre las cosas que la gente nos dice y nos hace. Sin embargo,
incluso cuando las cosas salgan mal, todavía podemos tener alegría. La persona
cuya felicidad depende de circunstancias ideales va a ser miserable de la mayor
parte del tiempo. Cuando esperen demasiado, les decepcionen fácilmente a
ustedes.
El secreto de la alegría es encontrar otra palabra que también se repita a menudo en Filipenses – y esa es la palabra “mente”. Nuestra alegría se encuentra en la forma en que pensamos, cuál es nuestra actitud hacia nuestras circunstancias. Nuestro filtro para ver nuestras circunstancias es a menudo nuestra propia actitud o nuestro pensamiento. Proverbios 23.7 dice: “Ten cuidado como piensas, tu vida está formada por tus pensamientos”.
2. Personas
Todos hemos perdido
nuestra alegría por las personas: Lo que son, lo que dicen y lo que hacen. Sin
duda nosotros mismos hemos contribuido a esta realidad. Pero tenemos que vivir
y trabajar con la gente.
Si tuviera
la opción de trabajar con personas o solo, yo elegiría trabajar solo. Puedo
estar solo durante horas trabajando en algo, porque he experimentado que la gente
a veces causa retraso (pero, por supuesto, eso es pensar mal). No podemos
aislarnos y todavía vivir para glorificar a Cristo. Somos una iglesia, el
cuerpo de Cristo, nos necesitamos unos a otros. La iglesia es todo acerca de la
gente.
La
iglesia no crecerá sin gente. Es por eso que necesitamos manejar a las personas
con cuidado.
3. Cosas
En Lucas 12.15 leemos:
“entonces les dijo: ¡Cuidado! Esté en guardia contra todo tipo de avaricia; la
vida de una persona no consiste en la abundancia de sus posesiones.” Realmente
creo que Dios quiere que seamos bendecidos materialmente. Debemos ver nuestra
bendición holísticamente: Espíritu, Alma y cuerpo... así que esto significa
todo.
Pero
Jesús nos advierte: “esté en guardia contra todo tipo de avaricia”. Necesitamos
compartir nuestras bendiciones y no almacenarlas. Porque almacenarlos puede
robarnos de la única clase de alegría que realmente dura.
4. Preocupación
¡Lo peor! Si Pablo
quería preocuparse, tenía todas las ocasiones. ¡Pero a pesar de todas las
dificultades que enfrentó, Pablo no se preocupa! En cambio, escribe una carta
llena de alegría y nos dice cómo dejar de preocuparse.
La
Biblia claramente nos enseña a evitar preocuparnos. “No te preocupes por nada;
en su lugar, Dile a Dios lo que necesitas, y gracias por todo lo que ha hecho.”
—Filipenses 4.6 (Traducción Nueva).
La palabra griega para preocuparse (merimnao) está formada por dos palabras “divididas” y “mente”. Preocuparse significa ser tirado en muchas direcciones diferentes. Lo importante es que preocuparse no se añade a su vida. Puede restar horas de su día, pero aún más puede restar días, meses y años de su vida.
La
preocupación es una mala inversión de tiempo y energía, independientemente de
cómo se mire. Las investigaciones han demostrado que 97% de lo que nos preocupa
nunca ocurre.
Filipenses
es un libro que nos explica qué mentalidad debemos tener si queremos
experimentar alegría durante estos tiempos turbulentos.
Durante
el último año, ustedes y yo tuvimos que lidiar con los ladrones que he
mencionado. No siempre pudimos protegernos de estos ladrones. En nuestro
esfuerzo por permanecer gozosos durante la pandemia del covid-19 y tratar de
reimaginar nuestra perspectiva hacia el futuro, tomemos estas palabras de
Pablo: “Alégrate siempre en el Señor. Les diré de nuevo: ¡Alégrate!”.
https://canaac.wcrc.ch, 26 de febrero de 2021