14 de febrero de 2021
El llamado que hace el apóstol Pablo en este capítulo lo realiza después de haber hablado ampliamente en el capitulo 11 de la salvación y como ésta se lleva a cabo a raíz del singular trato que Dios tiene para con Israel. Siendo el apóstol Pablo un hombre versado en la Ley de Moisés y también en las enseñanzas cristianas, percibe de una forma impresionante la profundidad de la sabiduría y prudencia de Dios lo cual lo manifiesta al final del cap. 11, específicamente en el v. 33.
Posterior a ello y ya entrando en el cap. 12, advierte a los lectores que, ante la magnitud del regalo que representa la salvación, nos presentemos
nosotros mismos como una ofrenda viva, sirviendo a Dios durante nuestras vidas (v. 1).
Apercibe a que no nos dejemos arrastrar por los vaivenes de este mundo y sus
tendencias (v. 2). De igual modo, y con referencia a que fuimos rescatados por
Dios, como algo valioso sin tener valor alguno. No por ello (por el rescate a
precio de sangre), debemos tener mayor concepto de nosotros mismos, que el que
deberíamos tener (v. 3).
Manifestando el apóstol Pablo lo
anterior, haciendo explícito el aspecto comunitario, ya con una mente renovada a la
cual hace referencia en el v. 2 ("Cambien su forma de pensar para que
cambie su forma de vivir", parafraseando). Mismo que utiliza para explicar la
forma en que cada una de las partes del cuerpo humano, siendo muchas, cada una
realiza una función en nuestro ser, de forma tal que actúan sinérgicamente en
armonía y solidaridad. Haciendo con ello una similitud con los que conformamos
el Cuerpo de Cristo que es la iglesia (v. 5).
Y al igual que cada miembro del
cuerpo humano tiene capacidades diferentes para ocupaciones diferentes, nosotros en la Iglesia fuimos llamados o convocados para diferentes funciones,
animándonos a realizar cada una de ellas con diligencia, con prontitud, con un
redoblado esfuerzo incluyendo la función de animar a los demás (vv. 6-8).
Finalmente, el apóstol en los vv. 9-13 da una serie de instrucciones que inician con una palabra clave: "Amen a los demás con sinceridad". Y por supuesto que el amor será necesario para realizar todo lo demás, puesto que si nos amamos como hermanos, nos respetaremos (v. 10).
Si tenemos amor por Dios y por
los hermanos, haremos la obra de Dios con diligencia y prontitud. Cuando
tengamos amor como fruto del Espíritu, estaremos alegres aun cuando suframos por
el Señor y, más aún, tendremos ese amor paciente cuando oremos o cuando esperemos
algo en él. Y tendremos también amor dadivoso de aquel amor que hace que no
seamos egoístas y que compartamos lo que Dios nos ha dado en abundancia.
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