21 de febrero de 2021
Hay una historia de dos franceses: uno, un autor, por nombre Jean Giono; y, el otro, un pastor de ovejas, llamado Elzeard Bouffier. El señor Bouffier vivía en Provence, Francia, en los Alpes franceses donde cuidaba a su pequeño rebaño. Había muy poca gente en su alrededor porque la desforestación de las montañas dejaba todo el terreno baldío. El viento y la lluvia ya habían erosionado el terreno. No había árboles; los ríos y arroyitos ya se habían secado. Los pueblitos alpinos estaban abandonados.
En 1913 cuando Giono estaba escalando las montañas, llegó a la cabaña de Bouffier, quien invitó al alpinista a quedarse por la noche. Después de cenar, Giono observaba al pastor cuidadosamente escogiendo bellotas de un montón que había juntado. Con paciencia, tiró las bellotas rotas, malformadas y demasiado pequeñas. Cuando ya había apartado 100 bellotas perfectas, las guardó y se acostó.
Al
platicar con el pastor, Giono aprendió que él había estado plantando árboles en las montañas por más de
tres años. En tres años, había plantado
100,000 [cien mil] árboles. Estimaba que
20,000 florecerían, y la mitad de ellos serian comidos por animales o se secarían,
dejando tal vez 10,000 para vivir y crecer.
Después de la Primera Guerra Mundial, Giono regresó a las montañas para visitar a su amigo Bouffier, y descubrió un bosque tupido, frondoso y verde con efectos secundarios en todos aspectos de la región. El agua fluía de nuevo en los arroyuelos que ya se habían secado. Había árboles, prados, flores y plantas. Las raíces de los árboles retenían firmemente la tierra, permitiendo que todo el ecosistema floreciera.
Giono
regresó otra vez después de la Segunda Guerra Mundial. Su amigo Bouffier ya tenía más de 80 años. Y Bouffier seguía plantando bellotas y otros arbolitos
que él cultivaba a pesar de vivir como a veinte millas de las líneas de
batalla. El siguió plantando árboles por más de 40 años después de la guerra.
La reforestación, la revitalización y la transformación de los Alpes franceses continuaron. Había pueblos y granjas, familias y jóvenes,
vida para todos.
1Los fuertes en la fe debemos apoyar a los débiles, en vez de hacer lo que nos agrada a nosotros mismos. 2 Cada uno debe agradar al prójimo para su bien, con el fin de edificarlo.
Por muchos años el autor Giono dejó que la gente creyera que su amigo Elzeard Bouffier era una persona de verdad. Se esperaba que el ejemplo no-egoísta del pastor Bouffier y los resultados de su trabajo, paciencia, perseverancia, visión y determinación fuesen una inspiración para que los demás cuidaran de la tierra.
El ejemplo personal, no-egoísta, que el apóstol Pablo nos da es el del Señor Jesucristo. Debemos pensar en el bien de nuestro prójimo/a y de la persona más débil, para agradarles, animarles, y edificarles: “Porque ni siquiera Cristo se agradó a sí mismo...”.
Pablo nos instruye cómo vivir. Primero, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, teniendo la misma actitud de Jesús, cultivando el mismo sentir de Jesús. Luego, reflejando la mente, la actitud, el sentir y el corazón de Cristo Jesús, para que seamos un ejemplo hacia y para los demás, sobre todo para los débiles.
Ahora, francamente, hoy en día prefiero no usar la palabra “débiles” para describir a otros/as cristianos/as en comparación conmigo o entre otros/as hermanos/as, porque se presta demasiado fácilmente a pensar: “Hmm, soy más fuerte que Fulanita. Yo soy mejor cristiana que Zutanito. Yo tengo mejor fe que Menganita.” Y, luego, “yo nunca caería en la tentación y el pecado cómo Perenganito”. Tenemos que recordar que, sin Cristo, todos y todas somos desesperadamente débiles y perdidos.
4 Pues lo que fue escrito anteriormente fue escrito para nuestra enseñanza a fin de que, por la perseverancia y la exhortación de las Escrituras, tengamos esperanza.
Podemos tener esperanza, podemos tener paciencia mientras que esperamos, podemos tener perseverancia y fuerzas porque ya sabemos que Dios es fiel y cumple su palabra. Aun durante el tiempo de esperar y anticipar, podemos confiar en Dios.
Por la perseverancia y la exhortación de las Escrituras, tengamos esperanza. Con el conocimiento de la fidelidad de Dios, ya podemos confiar y esperar.
Durante la Segunda Guerra mundial, había dos escoceses que fueron capturados por los nazis y detenidos en los campos de concentración. El campo donde estaban tenía una cerca de alambre muy alta que separaba el lado de los americanos y el lado de los ingleses. Curiosamente uno de los escoceses estaba detenido en el lado de los americanos, quienes pudieron elaborar un radio muy simple. Los guardias alemanes del campo no sabían del radio, y estaban despistados cuando sus cautivos escucharon las noticias de la guerra. El prisionero escocés el en campo americano podía pasar las noticias a su amigo escocés en el lado inglés, comunicándose por el idioma antiguo gaélico, lo cual los alemanes no entendían. Un día llegaron las noticias que los alemanes ya se habían rendido. Los Aliados habían ganado la guerra. Aunque los guardias no supieron de la rendición por tres días más, los prisioneros estaban transformados. A pesar de seguir en la prisión, en las mismas condiciones horribles, los prisioneros sabían que ya vendría su libertad. Las fuerzas Aliadas todavía tenían que llegar al campo para librarlos oficialmente, pero, con el conocimiento del triunfo, la paciencia y la esperanza ya bullían en los corazones de los prisioneros.
Convivir en la iglesia significa
aceptarnos mutuamente y recibirnos unos a otras. Significa alentarnos y animarnos
mutuamente. Podemos alentarnos, podemos
tener esperanza, porque sabemos que ya Dios tiene el triunfo. Por eso, podemos obedecer cuando Dios nos llama a convivir y ministrar en
mutualidad y armonía. Todo es para
la gloria de Dios, y la edificación mutua. Claro, cumplir esto no es
necesariamente fácil.
Algunas personas no nos sentimos cómodas con cambios que tal vez cambian lo conocido y familiar; que cambian nuestro poder, nuestras ventajas o nuestra comodidad. Claro, no es cómodo cambiar las dinámicas si hacerlo significa renunciar a unos privilegios o hábitos favoritos. Pero, ser discípulo y discípula de Jesucristo no tiene una prioridad en los privilegios y comodidades egoístas.
No es cómodo para los privilegiados ceder el
paso a las personas más sencillas, más pobres, más humildes. Aun en México no es cómodo para las personas de
piel más clara ceder el paso a las personas indígenas o de piel más oscura.
Algunas personas no estamos cómodas con la idea de que las mujeres tengan más oportunidades, más libertad, más autoridad, más responsabilidades. A los hombres les asustan tales ideas porque temen que van a perder su posición de poder, de autoridad, de control y privilegio. Tales ideas aun asustan a algunas mujeres porque no estamos acostumbradas a cosas así. Tanto las mujeres como los hombres tenemos que aprender cómo colaborar juntas y juntos con madurez, respeto mutuo, escuchar y responsabilidad.
Algunas personas no nos sentimos cómodas con la
idea de que las señoritas y jóvenes tengan más oportunidades, libertad y
responsabilidad. Tal vez debemos re-evaluar
que tan bien hemos educado y preparado a nuestros/as jóvenes y señoritas para que
asuman tales responsabilidades con sabiduría y madurez.
No es cómodo tomar en cuenta los riesgos cuando algunos de nosotros queremos ya regresar a reunirnos en persona en el templo a pesar de la pandemia. Debemos pensar que todavía hay mucha gente vulnerable esperando sus vacunas. Tenemos que aprender a trabajar y colaborar y ministrar juntas y juntos para edificar al reino de Dios, utilizando todos los dones en la iglesia, toda la fe de la comunidad, y toda la visión divina.
Todo debe hacerse para la gloria de Dios, y la edificación mutua. Hacer esto no significa hacerlo con una actitud condescendiente o de superioridad. El ministerio no es una competencia ni un juego de poder, sino de mutualidad y armonía.
Así como un bosque alpino es un ecosistema de interdependencia de todo lo que vive allí, también así es la iglesia.
Así como un bosque necesita cuidado, cultivo, respeto, también la iglesia.
Así como un bosque sufre por el descuido, el abuso y la contaminación, también la iglesia.
Así como un bosque florece con cariño, atención, cultivo, perseverancia, también la iglesia.
En la iglesia y en el mundo, Cristo nos llama a apoyar, alentar, edificar, y animar a los demás. Recuerdo una película en que un hombre dijo a su amada, “El estar contigo, me ayuda a ser lo mejor que puedo ser.”
Sé alguien que
ayuda a los demás a ser ‘lo mejor que puede ser.’ Cultiva lo mejor de los
demás.
Tengan un espíritu que cultiva la perseverancia, la fuerza, la paciencia y la esperanza. Cooperen y cedan el paso. No seas una persona amarga, negativa, gruñona, alguien que critica y se queja de todo. El mundo ya tiene demasiada gente así.
Guarden el mismo espíritu, la misma actitud, la misma mente de Jesucristo. De hecho, si somos unánimes con una mente y en una voz, reflejando a Cristo, así glorificamos a Dios.
Acéptense mutuamente, recíbanse unos a otras, como Jesús nos ha recibido y aceptado. Viendo lo que hizo Jesús, ¿Quiénes somos nosotros para no hacer lo mismo? Entonces, vivamos con humildad y con mutualidad; vivamos en armonía, no cacofonía. La vida cristiana y el reino de Dios no es un juego de poder, ni es una competencia para ganar.
Claro, todavía nos va a faltar mucho para vivir como en el huerto del Edén, pero la vida que refleja los valores de Cristo reflejaría un poquito más y un poquito mejor el ideal que Dios espera de nosotros/as y el Reino de Dios.
Termino con la bendición en Romanos 15:13 para ustedes: “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo". Amén.
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