viernes, 14 de marzo de 2008

Letra 66, 9 de marzo de 2008

JESÚS, SEÑOR DE LA MUJER (Fragmento)
María Clara Luchetti Bingemer
Servicio de Documentación e Investigación,
www.sedos.org/spanish/bingemer.htm

Lo que nos es dado conocer del Jesús histórico a través de los relatos evangélicos lo muestra como el iniciador de un movimiento itinerante carismático, donde hombres y mujeres son admitidos en relaciones de fraterna amistad. Diferente del movimiento de Juan Bautista, con marcado acento sobre la ascesis y la penitencia; diferente también de Qumrân, donde solo los hombres son admitidos, el movimiento que Jesús instaura se caracteriza —además de la preocupación central de la predicación del Reino como proyecto histórico concreto— por la alegría, la participación sin prejuicios en fiestas y comidas a las cuales son admitidos pecadores y marginados en general, y por la ruptura con una serie de tabúes que caracterizaban la sociedad de su tiempo.
Entre estas rupturas, ciertamente una de las más evidentes es la que tiene relación con la mujer. La mujer en el judaísmo del tiempo de Jesús era considerada social y religiosamente inferior, "primero por no ser circuncidada y, por consiguiente, no pertenecer propiamente a la Alianza con Dios; después por los rigurosos preceptos de purificación a los cuales estaba obligada debido a su condición biológica de mujer; y finalmente, porque personificaba a Eva con toda la carga peyorativa que se le agregaba".
La triple plegaria judía característica del rabinismo del siglo II va a reflejar la mentalidad que ya desde la época de Jesús es vigente en el Judaísmo: la oración con la cual el judío piadoso daba gracias a Dios todos los días por tres cosas: por no haber nacido gentil, ni ignorante de la ley, ni mujer. En este contexto, la práctica de Jesús se muestra no solo innovadora, sino también chocante. A pesar de no haber dejado ninguna enseñanza formal respecto al problema, la actitud de Jesús para con las mujeres es tan insólita que llega a sor­prender hasta a los mismos discípulos (Jn 4.27).
Es común a los cuatro evangelios que las mujeres forman parte de la asamblea de Reino convocada por Jesús, en la que no son simples componentes accidentales, sino activas y participantes (Lc 10.38-42) y aun beneficiarias privilegiadas de sus milagros (cf. Lc 8.2; Mc 1.29 31; Mc 5.25-34; Mc 7.24-30, etcétera) (cf. Boff 1979; Tepedino 1990; Ricci 1991; Bingemer 1991; Aquino 1992; y otros).
Esa promoción de las mujeres por parte de Jesús tiene para nosotros, hoy, un doble alcance teológico:

1. Se trata de un aspecto particular del Evangelio en lo que tiene de más esencial "la Buena Nueva anunciada a los pobres liberados en prioridad por Jesús: los desheredados, los rechazados, los paganos, los pecadores y los marginados de toda suerte, entre los cuales se incluyen las mujeres y los niños, no considerados por la sociedad judía. A todos estos Jesús los hace destinatarios privilegiados de su Reino, integrándolos plenamente en la comunidad de hijos de Dios, porque con su mirada divina, informada constantemente por los movimientos del Espíritu y por lá relación filial con el Padre, sabe discernir en todos estos pobres —en los cuales está incluida la mujer— valores ignorados: "la vida preciosa del cañizo pisoteado o el fuego no extinto de la mecha que aún humea" (Laurentin 1980, 84).
Las mujeres desempeñan un papel importante en esta visión evangélica de la reversión social que la praxis y la palabra de Jesús traen. Entre las diferentes categorías de marginados son ellas que aparecen como representativas de los pequeños oprimidos. El diálogo y primer reconocimiento de Jesús como Mesías sucede con una mujer samaritana (cf. Jn 4). Una mujer siro-fenicia (cf. Mc 7,24-30) o cananea (Mt 15,21-28) es la que lleva a Jesús a realizar el gesto profético de la Buena Nueva anunciada a los gentiles. Entre los pobres, declarados bienaventurados por Jesús porque saben abrirse y sacar hasta de lo más necesario, la figura de la viuda (cf. Lc 21,3) es la que se destaca como la más destituida y la más generosa. Entre los moralmente más marginados y fuera de la ley que serán, por otro lado, los primeros a entrar en el Reino de Dios, se mencionan las prostitutas (cf. Mt 21,31). Entre los impuros, a los cuales es vedado el acceso a los ritos y al universo religioso, la mujer con flujos (Lc 8,4; Mt 9,20-22) es el prototipo, permanentemente impura — según la ley judía (cfr. Lev 15,19) — y volviendo impuro hasta lo que ella toca.
Las mujeres son, pues, parte integrante y principal de la visión y de la misión mesiánica de Jesús, y en ella aparecen como las más oprimidas entre los oprimidos. Ellas son el escalón más bajo de la escala social, siendo por lo tanto vistas como los últimos que serán los primeros en el reino de Dios. Cargan sobre sus hombros la doble opresión social y cultural, clasista y sexista. Por eso, son destinatarias privilegiadas del anuncio y de la praxis liberadora de Jesús. Por eso también la respuesta que dan esas oprimidas y discriminadas a la propuesta mesiánica es tan rápida y radical. Por estar situadas en la base de la red de relaciones sociales de su época, soportando el peso de sus contradicciones, las mujeres son las que mayor razón y mejores condiciones tienen para desear y luchar por la no-perpetuación del status quo que las oprime y esclaviza.
2. La relación de Jesús con la mujer carga aun otro componente que, estrechamente entrelazado con el primero, enriquece y complementa el cuadro de la propuesta liberadora del Reino. Se trata de la relación de Jesús con el cuerpo de la mujer, dimensión central, por donde pasa la discriminación de que esta es objeto.
Jesús, con su praxis liberadora en relación a las mujeres, aceptándolas tal como eran, aun con su cuerpo considerado débil a impuro en su cultura, proclama una antropología integrada, que valora al ser humano en su dimensión de cuerpo animado por el soplo divino, como un todo donde espíritu y corporeidad son una sola cosa. Es importante recordar aquí unos episodios evangélicos donde Jesús aparece en contacto más directo con la corporeidad femenina, reafirmando su dignidad y su valor como creación de Dios:
- curando a una mujer con flujos — impura para los judíos — se expone al riesgo de volverse él mismo impuro al tocarla (Mt 9.20-22; Lc 8.43);
- resucitando a la hija de Jairo: La toma por la mano delante de los discípulos (Lc 8.49-56);
- dejándose tocar, besar y ungir los pies por una conocida pecadora pública, permite que el anfitrión fariseo ponga en duda su condición de profeta (Lc 7.36-50).
Como lo biológico en la mujer es el punto central por donde pasa la marginación de la cual su persona es objeto, la praxis de Jesús actúa ahí concretamente como liberadora y salvadora, abriendo posibilidades y nuevos horizontes de comunión a todas estas que la sociedad excluía, y proclamando el advenimiento de una nueva humanidad donde la imagen original creada por Dios — "macho y hembra" (Gen 1,27) — pueda llegar a su plena estatura (cf. Ef 4,13). El Evangelio pues, no presenta un dualismo donde masculino y femenino se oponen, conflictúan o aun se "complementan" románticamente. Ofrece más bien una propuesta de vida y de relaciones donde la mitad de la humanidad, que sigue siendo despreciada y discriminada, tiene derecho y acceso a una relación humana a igualitaria, adulta y responsable.
Al mismo tiempo que proclama esta antropología integrada e integradora, Jesús la vive en su propia persona y en su vida, lo que nos brinda un dato más para afirmar, con seguridad, que la cristología es el fin del patriarcalismo.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (VI)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

Profesión de fe y compromiso
En conclusión, JAM se adentra con inteligencia y sinceridad en la figura de Jesús, acepta sus planteamientos éticos, pero no logra sintetizar el conjunto de su pensamiento. En su peculiar cristianismo faltan, a nuestro juicio, líneas esenciales del mensaje del Nazareno, pero hay que dar la bienvenida a la defensa que hace de la ética cristiana, máxime cuando en una sociedad en la que cada vez más se esgrime la religión como motivo de enfrentamiento personal y político, Marina, desde su influencia pública como intelectual, hace años que defiende valores cada vez más atacados, como el respeto, el sentido común, el rigor, el análisis desprejuiciado, el laicismo y los derechos humanos.
Incluso ha escrito un libro para expresar su particular profesión de fe. Al principio la formula de manera negativa, identificando con agudeza a dos de los principales enemigos actuales del cristianismo genuino (aunque los caracteriza con rasgos secundarios, incluso anecdóticos, en cuanto a su gravedad): «Si ser cristiano quiere decir creer en un jefe de Estado que tocado con una tiara bizantina dice desde su palacio vaticano que es infalible y prohíbe el uso de la píldora anticonceptiva, o se entiende por ser cristiano emocionarse con la romería de la Virgen del Rocío o dejarse timar afectivamente por los telepredicadores neocon americanos, no cuenten conmigo» (p. 10, 11). Pero al final la fórmula es positiva, y va acompañada de su personal compromiso de acción: «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. Para comprobarlo habrá que ponerla en práctica. No hay forma de saber si esto será así o no. […] Voy a fiarme de él, a ver qué pasa. La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”. Pues por mí que no quede» (p. 149).

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