21 de septiembre de 2008
Miqueas 6.6-16; Hechos 6
1. La naturaleza diaconal de la Iglesia
El gran trasfondo bíblico para la actitud de servicio que debe ser característica fundamental de las iglesias o comunidades cristianas es el empeño profético por rehumanizar a las personas en medio de las tendencias deshumanizantes que siempre se manifiestan en las diversas sociedades. De ese modo, Miqueas y el Segundo Isaías procesaron la fe de Israel en Yahvé para encontrar la forma en que éste esperaba que actuara su pueblo hacia el resto de los seres humanos, comenzando con quienes se encontraban en estado de indefensión adentro mismo de la comunidad. El pueblo de Dios, a su pesar, debía convertirse en siervo de Yahvé, lo cual implicaba servir a los demás, pero no sólo por sus características propias o por el mero amor a Dios, sino por la comprensión genuina de sus necesidades como semejantes que son. Los profetas reforzaron su denuncia y, además, plantearon la posibilidad efectiva de hermanarse con el resto de la humanidad, pero eso no podía llevarse a cabo si no existía una verdadera empatía con ellos.
El reforzamiento de la predicación profética alcanzó grandes alturas con el llamado de Miqueas a ejercer verdaderamente la justicia en medio de la anomia social ocasionada por las políticas gubernamentales de preferencia por las clases dominantes. La exhortación del profeta es a estar del lado de Dios en su esfuerzo por equilibrar la vida social. La armonía social, basada en la justicia, era el requisito básico que Dios esperaba, más allá de la constancia ritual o cúltica, la cual servía para enmascarar la desobediencia del pueblo. El contexto del momento era la explotación de la población rural por parte de las ciudades, en nombre de la religión. Por su parte, el modelo del Siervo Sufriente del Segundo Isaías sirvió para llamar al pueblo, en su nueva situación de exiliado, a recuperar el proyecto de Dios denominado “Luz de las gentes”, luz para la humanidad, pues sólo a partir del servicio humano verdadero podrían las demás naciones ver el rostro del Dios universal que ama a todos por igual.
El relato de Hechos 6 manifiesta el esfuerzo pragmático y teológico de la Iglesia por responder a las necesidades de las personas. La murmuración de las familias de origen griego contra los apóstoles ocasionó que éstos redefinieran su función comunitaria a partir de un postulado práctico elemental: “No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas. Hermanos, escojan de entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría, para encargarles esta responsabilidad. Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra”. (vv. 2b-4). Esta división del trabajo en la Iglesia tenía como propósito abarcar las tareas que la comunidad requería mediante un complemento equilibrado. Luego de la elección y la puesta en marcha de este ministerio, el texto se ocupa de demostrar la amplitud con que el trabajo de diácono podía desarrollarse, al grado de que Esteban (como Felipe después) es uno de los primero mártires de la Iglesia. Eso es un paradigma y un modelo, pues el servicio desinteresado (que en realidad no loes, pues se busca el advenimiento del Reino de Dios por medio de la solidaridad), eventualmente conduce al martirio.
2. El servicio diaconal en las iglesias reformadas
Las Ordenanzas eclesiásticas, establecidas por Juan Calvino en 1561 en la iglesia de Ginebra, se estableció así el ministerio de los diáconos: “Los diáconos tienen dos tareas: el apoyo a los pobres y la preocupación por los enfermos. La primera consiste en conseguir limosnas y distribuirlas entre los necesitados; aquí también entra la alimentación de los pobres. La segunda tarea concierne a la organización de los hospitales y de los albergues para forasteros. Los pobres son atendidos en forma gratuita, y para los niños hay un profesor que trabaja dentro del hospital”.[1]
Las bases bíblicas se encuentran en varios lugares (Hch 6.1-6, I Tim 3.8-13; 5.9-10, Ro 12.8; 16.1-2), por lo que Calvino identificó dos funciones diaconales: la administración de la compasión (benevolencia) y el cuidado personal de los necesitados, tareas que entendió fueron asignadas a hombres y mujeres (con base en). Se trataba, en suma, de obtener y administrar recursos económicos para el sostén de los pobres, los enfermos y los inmigrantes refugiados en un sistema público de seguridad y servicios médicos y sociales. Este programa de asistencia social marcó la diferencia con los siglos previos, cuando muy escasas instituciones se preocupaban por atender a las capas más débiles de la sociedad. El diaconado en Ginebra permitió la creación de un sistema que tenía como objeto desterrar la mendicidad, eliminar la ociosidad y atender el bienestar de todas las personas. La institución que encarnó este proyecto fue el Hospital de Ginebra, dirigido por los diáconos, que proveía alojamiento, alimentación, asistencia médica, capacitación para el trabajo y otros servicios a miles de ciudadanos pobres e inmigrantes empobrecidos.
Los diáconos, que requieren ser ordenados, “son ministros de la Iglesia, no empleados del pastor. No predican ni administran los sacramentos independientemente, pero pueden apropiadamente recolectar las ofrendas y ofrecer la copa en la Eucaristía, como expresiones del carácter espiritual de su ministerio caritativo”.[2] Lo distintivo del diaconado en la tradición calvinista se aprecia bien al contrastarlo, primero, con la vocación de todos los creyentes y, después, con los demás diaconados. En el primer caso, se enseña que cada creyente es llamado a la diakonia, dirigiendo y creando estructuras que no reemplacen el servicio individual al prójimo; y en el segundo, a diferencia del catolicismo medieval, para el que el diaconado era un ministerio sacramental y el dinero un asunto inapropiado para la obra eclesiástica, el protestantismo insistió “en que la caridad es un ministerio religioso pero sin acuerdo acerca de quién era el responsable del mismo”,[3] pues las dos alas de la tradición reformada no coincidían, dado que los zwinglianos creían que los gobernantes cristianos eran los responsables de los ministerios prácticos, incluyendo la asistencia social, al grado de que, en algunas comunidades zwinglianas la diaconía eventualmente perdió sus raíces eclesiásticas y se integró a las acciones de la autoridad secular.
Para los calvinistas, basados en este aspecto sobre todo en el NT, la diaconía cristiana debería diferenciarse de la acción social del Estado: “En un Estado cristiano, el bienestar civil y el diaconado de la Iglesia pueden coincidir o cooperar, pero el diaconado calvinista no depende del Estado para su existencia”. [4] Según la época y el lugar, hubo variaciones en la teoría y práctica de este oficio e incluso las responsabilidades de los diáconos a veces no eran tan claras. Escasas iglesias experimentaron el diaconado femenino, pero la mayoría eran hombres, como en Ginebra, para pesar de Calvino. La práctica de este oficio para hoy tiene un fuerte acento relacionado con la lucha por la justicia, así como por la caridad, la ordenación de las mujeres como diaconisas plenas y la participación en la renovación ecuménica del diaconado. Mucho de esta perspectiva se refleja en una declaración de la Consulta Internacional para preparar las celebraciones del 500º aniversario del natalicio de Calvino:
En el corazón de esta visión se encuentra un compromiso de compasión con el amor, la justicia, el cuidado responsable y la hospitalidad hacia “las viudas, huérfanos y extranjeros”: los indefensos, desplazados, hambrientos, solitarios, silenciados, traicionados, sin poder, enfermos, destruidos en cuerpo y alma, y todos aquellos que sufren en nuestro mundo polarizado y globalizado. “Adonde Dios es conocido, también hay un cuidado por la humanidad” (Comentario a Jeremías, cap. 22.16). Calvino proclama que vemos a Cristo en todas las personas y que son levantados y juzgados por su presencia en ellos, y aun proclamados en nuestras palabras y acciones al considerar la integridad de la creación como “el teatro de la gloria de Dios”.[5]
1. La naturaleza diaconal de la Iglesia
El gran trasfondo bíblico para la actitud de servicio que debe ser característica fundamental de las iglesias o comunidades cristianas es el empeño profético por rehumanizar a las personas en medio de las tendencias deshumanizantes que siempre se manifiestan en las diversas sociedades. De ese modo, Miqueas y el Segundo Isaías procesaron la fe de Israel en Yahvé para encontrar la forma en que éste esperaba que actuara su pueblo hacia el resto de los seres humanos, comenzando con quienes se encontraban en estado de indefensión adentro mismo de la comunidad. El pueblo de Dios, a su pesar, debía convertirse en siervo de Yahvé, lo cual implicaba servir a los demás, pero no sólo por sus características propias o por el mero amor a Dios, sino por la comprensión genuina de sus necesidades como semejantes que son. Los profetas reforzaron su denuncia y, además, plantearon la posibilidad efectiva de hermanarse con el resto de la humanidad, pero eso no podía llevarse a cabo si no existía una verdadera empatía con ellos.
El reforzamiento de la predicación profética alcanzó grandes alturas con el llamado de Miqueas a ejercer verdaderamente la justicia en medio de la anomia social ocasionada por las políticas gubernamentales de preferencia por las clases dominantes. La exhortación del profeta es a estar del lado de Dios en su esfuerzo por equilibrar la vida social. La armonía social, basada en la justicia, era el requisito básico que Dios esperaba, más allá de la constancia ritual o cúltica, la cual servía para enmascarar la desobediencia del pueblo. El contexto del momento era la explotación de la población rural por parte de las ciudades, en nombre de la religión. Por su parte, el modelo del Siervo Sufriente del Segundo Isaías sirvió para llamar al pueblo, en su nueva situación de exiliado, a recuperar el proyecto de Dios denominado “Luz de las gentes”, luz para la humanidad, pues sólo a partir del servicio humano verdadero podrían las demás naciones ver el rostro del Dios universal que ama a todos por igual.
El relato de Hechos 6 manifiesta el esfuerzo pragmático y teológico de la Iglesia por responder a las necesidades de las personas. La murmuración de las familias de origen griego contra los apóstoles ocasionó que éstos redefinieran su función comunitaria a partir de un postulado práctico elemental: “No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas. Hermanos, escojan de entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría, para encargarles esta responsabilidad. Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra”. (vv. 2b-4). Esta división del trabajo en la Iglesia tenía como propósito abarcar las tareas que la comunidad requería mediante un complemento equilibrado. Luego de la elección y la puesta en marcha de este ministerio, el texto se ocupa de demostrar la amplitud con que el trabajo de diácono podía desarrollarse, al grado de que Esteban (como Felipe después) es uno de los primero mártires de la Iglesia. Eso es un paradigma y un modelo, pues el servicio desinteresado (que en realidad no loes, pues se busca el advenimiento del Reino de Dios por medio de la solidaridad), eventualmente conduce al martirio.
2. El servicio diaconal en las iglesias reformadas
Las Ordenanzas eclesiásticas, establecidas por Juan Calvino en 1561 en la iglesia de Ginebra, se estableció así el ministerio de los diáconos: “Los diáconos tienen dos tareas: el apoyo a los pobres y la preocupación por los enfermos. La primera consiste en conseguir limosnas y distribuirlas entre los necesitados; aquí también entra la alimentación de los pobres. La segunda tarea concierne a la organización de los hospitales y de los albergues para forasteros. Los pobres son atendidos en forma gratuita, y para los niños hay un profesor que trabaja dentro del hospital”.[1]
Las bases bíblicas se encuentran en varios lugares (Hch 6.1-6, I Tim 3.8-13; 5.9-10, Ro 12.8; 16.1-2), por lo que Calvino identificó dos funciones diaconales: la administración de la compasión (benevolencia) y el cuidado personal de los necesitados, tareas que entendió fueron asignadas a hombres y mujeres (con base en). Se trataba, en suma, de obtener y administrar recursos económicos para el sostén de los pobres, los enfermos y los inmigrantes refugiados en un sistema público de seguridad y servicios médicos y sociales. Este programa de asistencia social marcó la diferencia con los siglos previos, cuando muy escasas instituciones se preocupaban por atender a las capas más débiles de la sociedad. El diaconado en Ginebra permitió la creación de un sistema que tenía como objeto desterrar la mendicidad, eliminar la ociosidad y atender el bienestar de todas las personas. La institución que encarnó este proyecto fue el Hospital de Ginebra, dirigido por los diáconos, que proveía alojamiento, alimentación, asistencia médica, capacitación para el trabajo y otros servicios a miles de ciudadanos pobres e inmigrantes empobrecidos.
Los diáconos, que requieren ser ordenados, “son ministros de la Iglesia, no empleados del pastor. No predican ni administran los sacramentos independientemente, pero pueden apropiadamente recolectar las ofrendas y ofrecer la copa en la Eucaristía, como expresiones del carácter espiritual de su ministerio caritativo”.[2] Lo distintivo del diaconado en la tradición calvinista se aprecia bien al contrastarlo, primero, con la vocación de todos los creyentes y, después, con los demás diaconados. En el primer caso, se enseña que cada creyente es llamado a la diakonia, dirigiendo y creando estructuras que no reemplacen el servicio individual al prójimo; y en el segundo, a diferencia del catolicismo medieval, para el que el diaconado era un ministerio sacramental y el dinero un asunto inapropiado para la obra eclesiástica, el protestantismo insistió “en que la caridad es un ministerio religioso pero sin acuerdo acerca de quién era el responsable del mismo”,[3] pues las dos alas de la tradición reformada no coincidían, dado que los zwinglianos creían que los gobernantes cristianos eran los responsables de los ministerios prácticos, incluyendo la asistencia social, al grado de que, en algunas comunidades zwinglianas la diaconía eventualmente perdió sus raíces eclesiásticas y se integró a las acciones de la autoridad secular.
Para los calvinistas, basados en este aspecto sobre todo en el NT, la diaconía cristiana debería diferenciarse de la acción social del Estado: “En un Estado cristiano, el bienestar civil y el diaconado de la Iglesia pueden coincidir o cooperar, pero el diaconado calvinista no depende del Estado para su existencia”. [4] Según la época y el lugar, hubo variaciones en la teoría y práctica de este oficio e incluso las responsabilidades de los diáconos a veces no eran tan claras. Escasas iglesias experimentaron el diaconado femenino, pero la mayoría eran hombres, como en Ginebra, para pesar de Calvino. La práctica de este oficio para hoy tiene un fuerte acento relacionado con la lucha por la justicia, así como por la caridad, la ordenación de las mujeres como diaconisas plenas y la participación en la renovación ecuménica del diaconado. Mucho de esta perspectiva se refleja en una declaración de la Consulta Internacional para preparar las celebraciones del 500º aniversario del natalicio de Calvino:
En el corazón de esta visión se encuentra un compromiso de compasión con el amor, la justicia, el cuidado responsable y la hospitalidad hacia “las viudas, huérfanos y extranjeros”: los indefensos, desplazados, hambrientos, solitarios, silenciados, traicionados, sin poder, enfermos, destruidos en cuerpo y alma, y todos aquellos que sufren en nuestro mundo polarizado y globalizado. “Adonde Dios es conocido, también hay un cuidado por la humanidad” (Comentario a Jeremías, cap. 22.16). Calvino proclama que vemos a Cristo en todas las personas y que son levantados y juzgados por su presencia en ellos, y aun proclamados en nuestras palabras y acciones al considerar la integridad de la creación como “el teatro de la gloria de Dios”.[5]
Notas
[1] G. Plasger, “Juan Calvino, la reforma en Ginebra y los inicios de la reforma en Francia”, lección 3 del Curso de Historia y Teología Reformada, www.reformiert-online.net/t/span/bildung/grundkurs/gesch/lek3/lek3.jsp#5.
[2] E.A. McKee, “Deacons”, en D. McKim, ed., Enciclopedia of reformed tradition. Louisville, WJKP, 1994, p. 96.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] “¿Cuál es el significado del legado de Calvino para los cristianos de hoy? Documento final de la Consulta Internacional realizada en Ginebra del 15 al 19 de abril de 2007”, en www.calvin09.ch/media/pdf/Materialpool/070726_PO_report_Esp.pdf, sitio web oficial de las actividades y programas dirigidos a celebrar el 500º aniversario del nacimiento de Calvino.
[2] E.A. McKee, “Deacons”, en D. McKim, ed., Enciclopedia of reformed tradition. Louisville, WJKP, 1994, p. 96.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] “¿Cuál es el significado del legado de Calvino para los cristianos de hoy? Documento final de la Consulta Internacional realizada en Ginebra del 15 al 19 de abril de 2007”, en www.calvin09.ch/media/pdf/Materialpool/070726_PO_report_Esp.pdf, sitio web oficial de las actividades y programas dirigidos a celebrar el 500º aniversario del nacimiento de Calvino.
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