sábado, 3 de abril de 2010

Jesús y Jerusalén: una relación contradictoria (I), L, Cervantes-O.

28 de marzo de 2010
1. El Mesías en Lucas, un “rey necesario”
Dentro del proyecto querigmático-teológico de Lucas, el episodio de la llegada a Jerusalén reviste una importancia que está determinada por el flujo narrativo de los sucesos ligados a la vida de Jesús. Luego de exponer la llamada “parábola de las minas”, el texto señala escuetamente que “iba delante subiendo a Jerusalén” (Lc 19.28b), y al aproximarse a Betfagé y Betania, aldeas cercanas al monte de los Olivos, envía a dos seguidores a tramitar el transporte con que ingresará a la ciudad. A diferencia de Marcos, en donde la clandestinidad de su trabajo muestra su llegada casi como un “asalto”, o de Mateo, en donde su aparición allí era muy necesaria para el plan de afirmación mesiánica en clave estrictamente judía, Lucas, acaso por su formación paulina y su carácter gentil, resume los preparativos en una breve escena: las instrucciones de Jesús para conseguir el animal y la entrada misma son contadas en trazos ágiles, entre los vv. 30 y 35, la referencia implícita al salmos 118 se mantiene (aunque desaparece la palabra aramea hosanna) y la de Zacarías 9, más velada, sobre el rey humilde (“El asno era históricamente la montura propia de un príncipe que entraba en una ciudad en son de paz y alegría: Gn 49.11 (dominio de Judá sobre las doce tribus); I Re 1.38 (coronación de Salomón); Zac 9,9 (carácter pacífico del rey mesiánico)”.
[1]) es complementada por las reprensiones de los fariseos, quienes le exigen al propio Jesús hacer callar las voces populares que le dieron un toque mesiánico al suceso, además de que remite al cántico angelical ligado a su nacimiento (vv. 38-39).
Luego de la confesión mesiánica de Pedro y de la transfiguración, Lucas había mostrado la firme decisión de Jesús de ir a Jerusalén (9.51) y va como graduando su acercamiento a la misma (13.22; 17.11; 19.11). Como explica Carroll Stuhlmueller, Lucas se ha servido de sus fuentes para llevar a cabo un relato diferente:

En comparación con Mr y Mt, no se pone tanto énfasis en el día final o parusía. En Lc aparece Jesús tomando posesión de Jerusalén, especialmente del templo, y purificándolo a fin de que se convierta en lugar adecuado para su ministerio. Los antagonistas ya no son en su mayor parte los fariseos, como en las secciones anteriores, sino los escribas y los sacerdotes (compárese Lc 20.20 con Mr 12.13). Lucas desarrolla gradualmente la noción teológica de que la ciudad física y el templo material ya no son los lugares sagrados de la presencia de Dios; Jesús ha asumido esta prerrogativa y este honor en su propia persona. Lucas se apoya principalmente en Mr 11.1-13, 37.
[2]

Lucas cambia las ramas cortadas por la multitud por los mantos tendidos en actitud de reconocimiento real (v. 36) y en el siguiente versículo agrega que la razón de ser de la alabanza a Dios por la llegada de Jesús (aunque el v. 37 aclara que no necesriamente entró a la ciudad como tal) eran las maravillas que habían visto hasta ese momento, especialmente las curaciones que tanto habían llamado la atención de “el médico amado”. La labor sanadora es, en este proyecto, un elemento consustancial a la proclamación de la venida del Reino de Dios. La oposición de los fariseos (demagogos por excelencia, pero sin vocacíón de servicio) a esa labor es eminentemente de naturaleza política, pues las exclamaciones ponían en peligro la supuesta estabilidad o el equilibrio de fuerzas establecido por el invasor romano. Esas voces debían callar para no alertar a las legiones sobre las esperanzas populares en un rey más grande que el gobernador impuesto.
La reacción de Jesús es dura y proverbial: “Si éstos callan, las piedras hablarán” (v. 40). Con ello, autoriza, legitima y acepta los gritos de júbilo con que fue recibido y asume su condición de rey mesiánico que viene a retomar su poder en la ciudad principal. La toma de la ciudad, aun cuando es pacífica, enciende las luces de alarma entre los observadores y críticos de su actuación, pues ellos habían aceptado el estado de cosas, que no era más que un “estado de excepción”, pues el verdadero rey del pueblo era el propio Dios y bestaba siendo suplantado por los dominadores extranjeros. Después de responder, sigue su camino, sin polemizar aún con sus adversarios (v. 41).

2. Jesús y Jerusalén
Para Jesús, su aparición en la ciudad principal de su pueblo era un escenario imprescindible para cumplir su misión, pero ese encuentro estaba plagado de contradicciones y malos entendidos. Más bien se trataría de un desencuentro, pues la concentración del poder religioso, político y militar en ese lugar le planteaba uan serie de cuestionamientos, a los cuales responderá más con actos que con palabras. No obstgante, los vv. 41-44, en su brevedad, muestran qué pensaba Jesús sobre ella y qué expectativas tenía. Para el provinciano Jesús, hombre de fronteras, la ciudad concentraba los males de su época, pues el reproche mayor consiste en denunciar las ansias mesiánicas excesivas y el orgullo de ser una ciudad siempre presente en los planes divinos para bien. Sólo que Jesús invierte los términos: a causa de ese orgullo, la ciudad sería derribada a tierra y no quedará nada de ella (v. 44).
En 13.34, Jesús caracteriza a la ciudad como “asesina de profetas”, pero esa afirmación va acompañada de una declaración de compasión también, aun cuando como todo provinciano judío, Jerusalén era un símbolo de la opresión del campo. Por todo ello, para él, la ciudad había sido infiel a Dios y terminaría mal, necesariamente. En el cap. 21 será más explìcito sobre la devastación que le esperaba.

Notas
[1] Carroll Stuhlmueller, “Evangelio según san Lucas”, en Joseph A. Fitzmyer, dir., Comentario Bíblico San Jerónimo. Tomo III. Nuevo Testamento I. Madrid, Cristiandad, 1972, p. 391.
[2] Ídem, Énfasis agregado.

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