La Iglesia Presbiteriana Ammi-Shadday es una comunidad cristiana que adora y sirve al Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En ella se reúnen hombres y mujeres de todas las edades y de todas las condiciones para celebrar agradecida, gozosa y conscientemente el amor divino revelado en Jesucristo, y para ofrecer humilde pero sinceramente el afecto fraterno a todas las personas que buscan el consuelo de Dios y el calor de la comunidad humana.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Letra 198, 28 de noviembre de 2010
Culto de oración y estudio, 30 de noviembre de 2010
En su enojo Dios me desgarra y me persigue;
El luto es parte de mi cuerpo;
¡Ah, tierra, no cubras mi sangre!
A novedad de vida hemos sido llamados, L. Cervantes-Ortiz
La tradición juanina es la que insistió con mayor intensidad en las palabras de Jesús relacionadas con la vida traída por Jesús al mundo y centralizó en su persona misma la forma en que Dios ha hecho presente su intención de dotar a la existencia humana de una dignidad y plenitud que le permita sobreponerse a las adversidades y oposiciones para su realización. Cada ser humano es confrontado con la novedad de vida ofrecida por Jesús a fin de que logre salir de sus propias tinieblas para atisbar la posibilidad de sumarse, en la medida de sus fuerzas, a la praxis efectiva de los valores del Reino de Dios, como prenda de su plenificación en el futuro. De ahí que la propuesta de Jesús, al mostrarse él mismo como “camino, verdad y vida” (Jn 14.6) asimila el pasado tradicional anunciado por la frase histórica “Yo soy…”, tomada del acontecimiento del Éxodo, para proyectarlo hacia un presente continuo en donde la primacía de la vida como existencia plena y digna sea el eje alrededor del cual giren las demás realidades.
Este énfasis liberador, más que la insistencia en los aspectos meramente religiosos, trasciende las fronteras de una comprensión más limitada de la vida, como sobrevivencia, pues como bien anticiparon salmos como el 128, la vida no puede merecer ese nombre si se experimenta como carga y esfuerzo sin sentido (vv. 1-2): es trabajo en vano que sólo ocasiona fatiga y frustración. La presencia de Dios en la vida, sugiere el salmo, constituye la razón de ser de todo, el motor y la plataforma a partir de la cual todo encontrará no solamente un significado sino también las posibilidades reales de articular proyectos de vida acordes con los valores introducidos al mundo por la esperanza en la venida del Reino de Dios. De modo que las afirmaciones juaninas sobre la calidad de la vida, ligadas a la persona de Jesús, no son únicamente fórmulas prescriptivas acerca de una existencia idealizada. Así lo explica C.H. Dodd: “Al introducir el concepto de ‘vida eterna’ en el contexto del pensamiento filosófico griego, el evangelista ha suprimido, sin embargo, la cualidad abstracta y estática que es connatural al ‘misticismo’ griego o helenístico […] Aquí la afiliación de su pensamiento a antecedentes hebreos es importante porque la concepción hebrea de la vida entraña siempre las ideas de acción, de movimiento y de gozo”.[1]
Como se ve, para esta tradición no existió contradicción entre los alcances escatológicos de la vida nueva (y eterna) anunciada por Jesús y los ideales y esperanzas antiguos, centrados en la afirmación de una vida larga, próspera y acompañada por una gran familia, resumen de las creencias sobre la forma en que Dios bendecía de verdad a su pueblo. Más bien, el cambio de matiz está en que la calidad de vida con que ahora se afronte el nuevo éon (la nueva etapa del plan de Dios en el mundo) no puede verse disminuida por los factores externos que se oponen a la realización del Reino de Dios en el mundo, por lo que la nueva vida es, por decirlo así, la “excepción ética” que el mundo se niega a reconocer como don divino y que, por ello, la combate porque los valores opuestos (anti-valores en realidad), instalados también en el mundo, libran una intensa lucha contra los criterios producidos por la acción de Dios. En este sentido, los portadores de la nueva vida tienen bien ubicada su trinchera al contraponerse a los “ímpetus del mundo” mediante la práctica de una existencia al servicio de los designios divinos. Ésa es la razón por la que las comunidades relacionadas con el “discípulo amado” se volvieron tan exigentes incluso con los integrantes de otras comunidades cristianas de la época, pues consideraban que la simpatía por el mundo en cuanto espacio de negación de la vida procedente de Dios era un retroceso a las formas de vida ya superadas por la venida del Reino anunciado por Jesús.
2. Novedad de vida, capacitación para luchar por la justicia
En Juan 14, la vida y la luz que emanan de Jesús, son algo anhelado por los discípulos que sienten que su señor y maestro los abandona. En diálogo con Pedro, Tomás y Felipe, él mismo les reitera cómo habrá de manifestarse la presencia de Dios en medio de la comunidad: “Vendrá pronto el momento en que, aunque él sea invisible para el mundo, sus discípulos lo verán; viéndole (y, por tanto, poseyendo la visión de Dios), tendrán vida; tendrán ese conocimiento de Dios que es participación real en la inhabitación mutua del Padre y del Hijo”.[2] Por ello, las acciones de vida y esperanza de los integrantes de la comunidad cristiana representan una auténtica epifanía de la vida ofrecida por Dios en Jesús al mundo, cuyo anticipo máximo es la resurrección. No hay que esperar la muerte para comenzar a disfrutar de la vida eterna pues ésta comienza en el momento mismo en que se asume la obra redentora de Jesús como baluarte de la existencia. La vida tiene que desdoblarse y reproducirse en formas creativas que manifiesten con “obras de justicia” el obligado contraste entre la luz y las tinieblas, para utilizar el lenguaje juanino. Si este contraste se difumina o nubla, las obras de vida quedarán sometidas al poder de la injusticia y la maldad, en algo tan incongruente con la magnitud del esfuerzo divino al que estos textos hacen referencia.
El chileno Gastón Soublette lo expresó impecablemente en su poema “Rostro de hombre”:
La primavera sólo sabe responder con flores e insectos
Y los volcanes con fuego y cólera
La vida sólo sabe responder con la vida
¿No era eso lo único que deseamos a través de nuestra azarosa existencia?
Pues la vida se manifestó
y Pedro y Juan la vieron.[3]
La esperanza en el regreso de Jesús, tal como la muestra Jn 14, ha de entenderse, entonces, como una afirmación de que la vida derrotará a la muerte, pero con “obras de justicia”, pues tal como lo expresó el apóstol Pablo, los creyentes, hijos e hijas de Dios, poseídos ahora “por la vida de Jesús” (II Co 4.10: “para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”) y poniendo a funcionar la vida en su máxima expresión (4.12: “De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”) los/as capacite para actuar en un sentido muy diferente al que prevalece en el mundo: “De igual manera el pecado ya no tiene poder sobre ustedes, sino que Cristo les ha dado vida, y ahora viven para agradar a Dios. Así que no dejen que el pecado los gobierne ni que los obligue a obedecer los malos deseos de su cuerpo [no desperdicien la vida]. Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han vuelto a vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo. Más bien entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada” (Ro 6.11-13, Traducción en Lenguaje Actual; RV 1960: “…sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”).
Esta acción de poner los miembros, el ser, la persona entera “al servicio de la justicia” es la manifestación máxima de la vida de Dios en el mundo a través de una práctica humanizante, dignificante y plenificante de la existencia en todas sus formas y manifestaciones.
Notas
[1] C.H. Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio. Madrid, Cristiandad, 1978, p. 159.
[2] Ibid., p. 405. Énfasis agregado.
[3] G. Soublette, “Rostro de hombre”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Terrassa (España), CLIE, 2009, p. 496.
Todos los días nace el Señor, J.A. Espinosa
sábado, 20 de noviembre de 2010
Letra 197, 21 de noviembre de 2010
Por ello, el sabor que tiene este centésimo aniversario no puede ser sino extremadamente agridulce, pues al hecho de que la celebración la encabece un gobierno que no simpatía ideológicamente con el suceso histórico se agrega la firme sensación de que la Revolución fracasó profundamente al institucionalizarse en un régimen autoritario y corporativo. Algunas de las perspectivas con que antes se revisó el acontecimiento (una “Revolución interrumpida”, por ejemplo) han dejado su lugar a un análisis dominado por el escepticismo y por la aceptación general de una pésima conducción política contaminada por la corrupción predominante en el partido gobernante que surgió para las elecciones de 1929 (en las que fue pre-candidato el obregonista presbiteriano Aarón Sáenz), fecha que se identifica como el parte-aguas en el que “los hijos de la Revolución”, militares y civiles, se asumieron como sus representantes genuinos y definieron el rumbo del país.
Desde el sexenio anterior, en que Vicente Fox utilizó la figura de Francisco I. Madero para simbolizar su ruptura con el sistema priísta (más encariñado con la de Plutarco Elías Calles), se notó la manera en que la clase política ha modificado su comprensión de la historia del país. El énfasis maderista en la no-reelección y su ubicación oficial como “mártir de la democracia” no se ha visto correspondido con una auténtica voluntad de hacer visible el tan pregonado cambio. Las diferencias ideológicas y de comprensión histórica no pueden disminuir, aunque lo desee fervientemente este gobierno, la importancia de la Revolución como verdadera explosión del llamado “México profundo”, precisamente el que ahora está siendo despreciado, mal atendido y violentado. Y es que el ímpetu original de la primera revolución del siglo XX, al convertirse en gobierno de partido único y en monumento histórico, podría decirse que progresivamente fue sufriendo una “descomposición cultural” que con el paso del tiempo la desdibujó demasiado como punto de partida social.
Finalmente, la participación de núcleos protestantes en los primeros años del movimiento obedeció a que su cultura política de raíz liberal, colocó a buena parte de las comunidades en la oposición, lo que se reflejaría más tarde en el espíritu participativo propio de las iglesias “históricas”. Éstas, en medio de una práctica asociativa que les hizo experimentar formas democráticas que contradecían al sistema, contribuyeron con sus acciones cívicas, teñidas de un “juarismo” casi idolátrico, al proceso que desembocaría en 1910 con el estallido en diversas regiones. Incluso, hubo grupos vinculados al magonismo (dirigido por los hermanos Flores Magón), una corriente de inspiración anarquista. Los nombres del presbiteriano Hexiquio Forcada y del metodista José Rumbia Guzmán, auténticos agitadores sociales, sonaron muy fuerte en esta línea organizativa, pues ambos no dudaron en combinar sus labores pastorales con la lucha política.
Además, el protestantismo no tuvo problemas para relacionarse con los grupos de masones anti-porfiristas (sus aliados naturales) y con comunidades espiritistas que se luchaban contra la dictadura. No debe olvidarse que el propio Madero fue un creyente informado de esta última vertiente religiosa, pues como bien ha contado el novelista Ignacio Solares y muchos historiadores, siempre sintió que fue dirigido por un espíritu tutelar. En el norte del país, el nombre de Pascual Orozco, general evangélico, estuvo asociado al movimiento maderista.
Por el lado del zapatismo, el profesor Otilio Montaño colaboró intensamente en la redacción del Plan de Ayala. Y qué decir de personajes como Andrés Osuna y Moisés Sáenz (hermano de Aarón), importantes educadores cuya contribución a una de las vertientes más visibles de la Revolución fue valiosísima, conscientes como estaban de la necesidad de cambio que les producía su fe y la exigente coyuntura en un país que salía de la convulsión. Pocos evangélicos de hoy saben que Sáenz fue el creador de la educación secundaria y un notable defensor de la identidad indígena, prueba de lo cual es su clásico libro México íntegro.
Con la institucionalización del proceso revolucionario, las cosas cambiarían, pues las iglesias renunciaron en bloque a sus proyectos educativo, médico y asistencial (que tanto ayudaron a las clases subalternas) para cederlos a los gobiernos emanados de la Revolución triunfante. Hoy, los limitados recursos que invierten las comunidades evangélicas en esas áreas, especialmente la educativa, están dirigidos a clases económicas altas, en flagrante contradicción con el pasado. Éste es apenas un primer abordaje a lo que todavía puede representar hoy la lucha que comenzó hace exactamente 100 años. (LC-O)
Culto de oración y estudio, 23 de noviembre de 2010
Dignidad de vida y vocación humana en el mundo, L. Cervantes-O.
La tradición bíblica fue y es, a todas luces, libertaria, emancipadora. Si para la teoría política una revolución no concluye sino hasta que produce nuevas leyes y un nuevo acuerdo social (constitución), el legado bíblico del acontecimiento del Éxodo estuvo en plena consonancia con ese ideal: apenas salió el pueblo de la esclavitud, Dios en voz de Moisés procedió a establecer las bases legales de la nueva convivencia en libertad y dentro del marco del pacto antiguo con los antecesores/as, las madres y padres de Israel (Ex 20ss). La búsqueda de la vida digna para el pueblo tenía que pasar por un proceso de concientización religiosa y social que colocara el amor y la obediencia hacia Yahvé como centro espiritual que posibilitara y acarreara el ejercicio de una nueva existencia como colectividad, partiendo del irrestricto respeto por la vida individual y familiar. Para la época de Miqueas, en el siglo VIII a.C., la sociedad israelita se había alejado del ideal producido por aquél proceso y había instalado profundas desigualdades en su seno. De ahí que, ante la crisis nacional que se avecinaba, los profetas de la época (pertenecientes a la llamada etapa clásica de este movimiento religioso) aparecieron para denunciar la forma en que había sucedido ese alejamiento e hicieron intensos llamados a los gobernantes y al pueblo para retomar el camino. Su discurso, plagado de llamados al arrepentimiento, apelaba, sobre todo, a la observación y el reconocimiento de la injusticia estructural, así como al grado de desobediencia hacia la ley de Dios, que era, por así decirlo, como el signo de contradicción de la vida social.
Jorge Pixley resume así la perspectiva dominante del profeta en el famoso cap. 6: “La sección A' (5,9-6,7) nuevamente ataca el mal, la corrupción de medidas falsas, la violencia y la mentira (6,9-15). Contiene una querella (rîb) contra Israel, en la que se acusa al pueblo de olvidar las obras salvíficas de Yavé y pretender con sacrificios cubrir las injusticias (6,1-8)”.[1] .El libro, para Pixley, sienta las bases espirituales para que la protesta profética contra la vida indigna que se había instalado como la “normalidad” se convierta en una auténtica insurrección, como se aprecia claramente en 3.9-11, en donde se critica la pretensión de justificar teológicamente la opresión, en flagrante violación del derecho divino establecido en la Ley mosaica. La advertencia y amenaza del v. 12 (“Sión será arada como campo y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas”) muestra las dimensiones del problema.
El pueblo es llamado a levantarse mediante una arenga que no sólo intenta abrirle los ojos, sino que, a la luz del pasado salvífico y redentor, coloca al pueblo una vez más como protagonista de su propia historia, con una actitud muy lejana a aceptar las imposiciones de sus clases gobernantes. Pixley explica cómo se trató de censurar este llamado incluso a la hora de redactar la versión final del cap. 2 para aligerar la lectura desde una clase social atacada por el texto:
Los traductores por lo general quitan la acción del pueblo como enemigo en el v.8, pues suponen que Miqueas fue censurado por dirigirse a los ricos y no pueden entender al texto, que claramente hace del pueblo el actor (y probablemente también el interpelado en la profecía censurada). El texto hebreo es claro sobre que es el pueblo el que se ha alzado. Una vez eliminado el pueblo como el interpelado, los imperativos del v.10 (“¡Alzaos, id, pues no es tiempo de descanso!”) se tienen que leer como un llamado a los ricos a huir. Si se tradujera en el v. 8 a “mi pueblo” como sujeto, entonces resultaría que ¡el pueblo es quien debe alzarse, pues no es tiempo de descanso![2]
De modo que hasta una revolución puede ser un acto de amor de Dios hacia su pueblo…
Cada prójimo/a es portador/a de la imagen invisible de Dios, una imagen que se puede calificar de “moral”, dicho en términos más o menos legales. Si esa imagen va por doquier como una expresión visible de la presencia de Dios en el mundo, entonces no habría escapatoria para decir que no es posible amar a Dios y que este amor, como plantea I Jn, sólo es viable a partir de personas concretas. Estamos hablando entonces de una doble encarnación del amor de Dios en el mundo: siguiendo las pautas del Cuarto Evangelio, I Jn desea profundizar radicalmente en el hecho de que si Dios “vino en carne” en Jesús de Nazaret, también el prójimo es encarnación de Dios en el mundo y que a través de él es posible hacer visible el amor a Dios, el invisible. James Wheeler lo resumió así: “El amor de Dios hacia nosotros es un amor que engendra praxis de amor entre nosotros, y si no existe tal praxis el amor que Dios nos tiene no está en nosotros. A su vez, el amor nuestro a Dios sólo es posible y se verifica en nuestro amor al hermano. Si no existe el amor mutuo, entonces el amor a Dios es un mero decir (4:20). Esto es, en la praxis concreta de amor se verifica, realiza y completa tanto el amor que Dios nos tiene como nuestro amor a Él”.[3]
Resulta bastante claro que I Jn 4 desarrolla amplia y creativamente la doctrina antropológica de la imagen de Dios en el ser humano: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”, dice primero (v. 8). Y si Jesús fue el Amor Encarnado, él enseña a “descubrir” en los demás la posibilidad de reflejar a Dios, en medio de toda su imperfección. “Nadie ha visto jamás a Dios” subraya más adelante (v. 12) para preparar el golpe final mediante otra audaz y comprometedora observación: “…pues como él, así somos nosotros en este mundo” (v. 17), y así afirmar contundentemente: “Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia (misé, de donde vienen misantropía y misoginia) a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (v. 20). He aquí la fuente de la mayor de las revoluciones: la revolución del amor guiada por una experiencia de proj(x)imidad que es capaz de encontrarse con Dios en las demás personas, es decir, como iconos de Dios en medio del mundo.
Una revolución social (y no como ahora se vive en México, una “revolución de los ricos” (Carlos Tello M.),[4] la cual, al parecer, comenzó en 1995, aunque otros la sitúan desde el sexenio de 1946-1952,[5] entonces, sólo puede verse como el ejercicio ético del amor más crítico dominado no sólo por un ansia de justicia sino también por el deseo de poner a funcionar un amor que produzca, sobre todo, igualdad y respeto sobre la base de la común imagen de Dios de la cual todos/as somos portadores/as. Estamos en el mundo, dice I Jn, para vivir existencias llenas de amor, de un amor cósmico, pero sobre todo concretado en los seres que nos rodean, incluso aquellos que nos producen alergia con su cercanía… No un amor fingido, contra el cual advierte en 3.18 (igual que Pablo en Ro 12.9a). Es lo que el biblista mexicano Raúl H. Lugo denomina el “amor eficaz”: “no existe otra alternativa; un amor a Dios que no se verifica en el amor concreto al prójimo, no es verdadero amor a Dios” y “Amor eficaz quiere decir, hoy por hoy en nuestro continente, lucha a brazo partido por la eliminación de las causas que producen la muerte de los pobres. Esta es la única manera, no solamente de amar al prójimo, sino de permitir que el amor de Dios se manifieste en el mundo”.[6]
[1] J. Pixley, “Miqueas el libro y Miqueas el profeta”, en RIBLA, núm.35-36, www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/miqueas%20el%20libro.html
[2] Idem.
[3] J. Wheeler, “Amor que genera compromiso. La estructura manifiesta de I Juan”, en RIBLA, núm. 17, www.claiweb.org/ribla/ribla17/8%20james.htm. Énfasis original.
[4] Antonio Castellanos, “Urge revertir la revolución de los ricos: Tello Macías”, en La Jornada, 9 de mayo de 2007: “..el sector privado empezó a buscar el poder en 1975, como una reacción entre otras cosas al movimiento estudiantil de 1968. Tomaron el poder y una forma fue conquistando ‘el futuro a través de las universidades privadas’. En 1975 los neopanistas empezaron a conquistar el poder de la periferia al centro. Fue ‘la revolución de los ricos’, en la que ahora unos cuantos se llevan la mayor parte del pastel”.
[5] Alicia Quiñones, “Álvaro Matute, “La revolución se detuvo con Miguel Alemán”, en Laberinto, supl. de Milenio, 20 de noviembre de 2010, http://impreso.milenio.com/node/8868145.
[6] R.H. Lugo R., “El amor eficaz, único criterio. (El amor al prójimo en la primera carta de San Juan)”, en RIBLA, núm. 17, www.claiweb.org/ribla/ribla17/9%20RODRIQUEZ.htm.
I Juan 4.11-21
sábado, 13 de noviembre de 2010
Letra 196, 14 de noviembre de 2010
Culto de oración y estudio, 16 de noviembre de 2010
Romanos 12.4-18
domingo, 7 de noviembre de 2010
Letra 195, 7 de noviembre de 2010
Eclesalia, 3 de noviembre de 2010
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida "preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (Salmo 25.1-2).
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ESTADO LAICO Y CRISTIANISMO LAICO
José María Castillo
Teología sin Censura, 23 de octubre de 2010
La manifestación del sábado 23 de octubre, por las calles de Madrid, en la que numerosos colectivos de ciudadanos y de creyentes han expresado su protesta por la mal disimulada "confesionalidad" de un Estado (el español) que constitucionalmente es "no-confesional" (Const. Española, art. 16, 3), plantea, entre otras, una cuestión que los cristianos tendríamos que afrontar con lucidez, valentía y libertad. Esta cuestión se refiere, no a la confesionalidad religiosa del
Estado, sino a la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque parece razonable sospechar que bastantes ciudadanos (sean o no sean cristianos) ven un serio problema en la confesionalidad religiosa del Estado. Lo cual es, efectivamente, un problema importante, que necesita ser debidamente matizado por los expertos en Derecho Constitucional. Y por eso entiendo que es enteramente razonable y necesario que muchos ciudadanos, sean o no sean creyentes, protesten por el hecho de que sus dineros se dediquen a costear una confesión religiosa (la Iglesia) o a pagar los viajes del papa.
Pero creo que es de suma importancia caer en la cuenta de que, para los cristianos, el problema de fondo no es el problema de la confesionalidad religiosa del Estado, sino el de la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque, a mi manera de ver (no hablo ahora de los ciudadanos no-creyentes), la cuestión más seria que se le plantea a la Iglesia y se nos plantea a los cristianos, no es que el Estado español aclare, según el Derecho Constitucional, el significado y los límites de sus relaciones con la Iglesia (y con las demás confesiones religiosas), sino que la Iglesia y los cristianos nos aclaremos sobre nuestras relaciones con el Evangelio de Jesús.
La pregunta que, con lucidez, valentía y libertad, tenemos que afrontar los cristianos es la siguiente: si leemos atentamente los evangelios, ¿podemos asegurar que Jesús fundó y quiso una "confesión religiosa", es decir, una "religión", como otra más entre tantas otras religiones que hay en el mundo? A los cristianos - y más a los católicos - nos han educado en el convencimiento de que el Cristianismo es una religión. Es más, siempre se nos ha dicho que el cristianismo es la única religión verdadera. Lo que supone obviamente que todas las demás son falsas. Pero, con el Evangelio en las manos, ¿podemos afirmar que eso es así con toda seguridad?
Por supuesto, Jesús fue un hombre profundamente religioso. Su intensa y frecuente relación con el Padre del cielo, su prolongada oración al Padre del cielo, su predicación sobre el Reino de Dios, la fe en Dios, la bondad de Dios, todo eso pone en evidencia la intensa religiosidad de Jesús. Es, pues, correcto decir que Jesús fue un profeta de Dios, un carismático religioso, un místico que vivió una profunda experiencia de Dios. Pero también todo eso pone de manifiesto que la religiosidad de Jesús no se acomodó, ni se ajustó, ni estuvo de acuerdo con la religión establecida, ni siquiera con el hecho religioso tal como suele ser vivido y practicado en casi todas las confesiones religiosas que conocemos. ¿Por qué?
Según el gran relato del Evangelio, Jesús fue un hombre conflictivo. De forma que el relato global del Evangelio es el relato de un conflicto. Un conflicto tan grave, que acabó en violencia y muerte: la muerte violenta de Jesús. Ahora bien, lo decisivo, en este relato, está en que el conflicto, que se nos relata, fue el enfrentamiento de Jesús con la religión. La religiosidad de Jesús fue una religiosidad "marginal", es decir, él vivió su relación con el Padre al margen de la religión oficial. Nunca, en los evangelios, se nos dice que Jesús fuera a orar al templo, ni que participara en los sacrificios rituales que imponía la liturgia del templo. Ni Jesús construyó un templo o una capilla aparte. Sabemos, además, la denuncia tan grave que hizo Jesús contra el templo, del que dijo que había sido convertido en "una cueva de bandidos". Por otra parte, Jesús tuvo conflictos frecuentes con los observantes religiosos por causa de su no observancia de preceptos que imponía la religión(observancia del sábado, del ayuno, de las purificaciones rituales...). Jesús, además, se enfrentó a los sacerdotes y, sobre todo, a los sumos sacerdotes. Hasta el extremo de que fue el consejo supremo del Sanedrín el que decretó su muerte y forzó al procurador romano, Pilatos, para que firmara la ejecución de Jesús en una cruz.
Es verdad que la teología de san Pablo presenta una interpretación distinta de la muerte de Cristo, como sacrificio y expiación por nuestros pecados. De forma que la decisión de la muerte de Jesús fue una decisión del Padre, para nuestra redención y salvación. Esto es lo que san Pablo explicó en sus cartas entre los años 50-55. Pero sabemos que, algunos años después, a partir del año 70, los evangelios, empezando por el de Marcos, nos dejaron claro que una cosa es la "interpretación teológica", que dio
Pablo de la vida y la muerte de Cristo, y otra cosa es el "relato histórico" que presentan los evangelios de cómo fue la vida y por qué ocurrió la muerte de Jesús. Es cierto que los cristianos tenemos que saber armonizar la "interpretación teológica" de Pablo con el "relato histórico" de los evangelios. Pero el hecho es que, en la historia del cristianismo, esta armonización se ha hecho de forma que la "interpretación teológica" de Pablo ha sido más determinante, para la teología cristiana, que el "relato histórico" de los evangelios.
La consecuencia ha sido que el Cristianismo y la Iglesia se han orientado y configurado, ante todo, como una "religión" (templos, sacerdotes, sacramentos, dogmas, poderes religiosos...), siendo así que, en realidad, Jesús de Nazaret no pensó en nada de eso, ni en su vida se dedicó a poner en práctica nada de eso. De ahí que los grandes temas de Pablo son los que han configurado la "teología" cristina, mientras que los relatos de la vida de Jesús han quedado, en la vida y funcionamiento de la Iglesia, relegados a un segundo término, como elementos inspiradores de la "espiritualidad" cristiana.
Así las cosas, y volviendo al comienzo de esta reflexión, lo más lógico tendría que ser que los cristianos nos preocupemos, ante todo y sobre todo, por vivir um "cristianismo laico", como lo vivió Jesús de Nazaret. Porque, si vivimos así nuestra relación con Jesús, lucharíamos más contra el Estado confesional y nos esforzaríamos mucho más por nuestra "religiosidad laica" y nuestra profunda espiritualidad, la "religiosidad alternativa", que vivió y nos enseñó Jesús.
CALVINO LE PUJSO LETRA A LA REFORMA: O. MALY
"Podríamos entender a la Reforma como una obra musical, en la cual Lutero escribió la música, y vino Calvino y le puso letra".
En el Día de la Reforma se recuerda también la figura del francés Juan Calvino, junto con Lutero uno sus impulsores fundamentales. "Lutero fue el inspirador de la Reforma, el iniciador, sobre todo por venir del clero mismo y por el impacto profundo de sus 95 Tesis. Si yo tuviera que definir un poquito la relación entre Lutero y Calvino diría que podríamos entender a la Reforma como una obra musical, en la cual Lutero escribió la música, y vino Calvino y le puso letra", expresó el pastor Osvaldo Maly, de la Iglesia Reformada de Tres Arroyos, denominación cristiana de raíz calvinista.
"Cuando Lutero clavaba las 95 Tesis Calvino apenas tenía ocho años. Lo que Lutero logra es abrir las ventanas hacia la Palabra de Dios, e invita a iniciar el diálogo profundo sobre la necesidad de volver a las Escrituras".
Tal cual le sucedió a Lutero, Calvino sufrió una profunda transformación al tomar contacto con el Evangelio, que sería el puntapié inicial para el comienzo de su prolífica obra y de la reforma que posteriormente iniciaría. "Se encontró con un Jesucristo que le muestra con sus hechos y con su vida que la conciencia no tiene límites ni puede ser contenida por una estructura. Que uno está frente a Dios y no hay estructura que lo limite. Entendió que existe una relación muy franca entre Jesucristo y el hombre".
Calvino
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