lunes, 1 de noviembre de 2010

Días de Muertos en México: teología, cultura y educación (LC-O)

26 octubre , 2010

Lupa Protestante, Blog Universos Contiguos


Ofrenda en la Secretaría de Educación Pública (México, D.F.)

No alabarán los muertos al Señor, ni cuantos descienden al silencio...
SALMO 115.17

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras? […]
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlos a un río?
Había que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.
JAIME SABINES

Ahora que se acercan una vez más los Días de Muertos en México, una fiesta de origen prehispánico que sorprende tanto a los extranjeros que se acercan por primera vez a la extraña familiaridad con que este país se trata a los muertos, vuelve a salir a la luz el añejo problema de la relación entre esta fiesta y el enorme sustrato cultural que fue resultado de la mezcla de elementos religiosos anteriores a la Conquista y las creencias mesoamericanas acerca de la muerte.

En esta ocasión, la directiva de la asamblea general de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM) ha enviado una aparatosa carta a la Secretaría (Ministerio) de Educación Pública (SEP) para manifestar su desacuerdo con que en algunas regiones del país, particularmente en el sureste (Tabasco) se obligue a los niños y niñas evangélicos a participar en la elaboración de altares en las escuelas para seguir la tradición.

Varias son las frases que llaman la atención en ese comunicado. La primera subraya que de "nuestras filas han surgido hombres y mujeres ilustres que en su momento han dado su aporte en una diversidad de campos de acciòn". La segunda expresa la preocupación de que "anualmente en el denominado 'DÍA DE MUERTOS' (sic) en mayor o menor grado y especialmente a nivel de jardín de niños y primaria se solicite a los alumnos y dentro de ellos -niños que pertenecen a nuestras iglesias presbiterianas- para que colaboren en la elaboración y presentación de la ofrenda de muertos, con el argumento de 'que se hace por razones de cultura'". (Énfasis agregado.)

Ante una afirmación como ésta, queda la impresión de que en todas las escuelas y jardines de niños del país se obliga a los/as estudiantes a participar en estos actos relacionados con los Días de Muertos. Cabe aclarar que no es así, pues la protesta originalmente fue solicitada por integrantes del Presbiterio del Golfo, debido a que en el estado de Tabasco (sureste) se estaban dando esas situaciones, y no en otras regiones o entidades. La asamblea general, reunida en julio, recibió una comunicación de dicho presbiterio que también incluía el desacuerdo de algunos docentes evangélicos de los niveles mencionados. La encomienda que recibió la nueva directiva consistió en dirigirse a la SEP para expresar la inconformidad de algunas familias de dicho estado.

Como se ve claramente, dicho encargo no se cumplió en la forma y, en el fondo, incluyó al resto de las iglesias presbiterianas del país como si éstas también estuvieran inconformes. Aunque, más allá de lo sucedido, la carta en cuestión se presta para apreciar la manera en que los dirigentes de la INPM entienden el supuesto "problema" de la celebración escolar de los Días de Muertos.

Además, los elementos y actos religiosos mencionados en la carta (cruz, imágenes, rezos, misas) nunca se utilizan o llevan a cabo en el interior de los planteles o en oficinas gubernamentales, donde, en su mayoría, se instalan ofrendas alusivas a las fechas en cuestión, sin que esto implique el menor problema en cuanto a la reglamentación laica de dichas oficinas. Prueba de ello es la imagen incluida en este artículo, que corresponde a las oficinas de la Subsecretaría de Educación Básica.

En realidad, el verdadero debate que sale a la luz cada año es la enorme incomprensión de las iglesias evangélicas hacia el pasado prehispánico y sus transformaciones mediante el sincretismo con las creencias católicas a partir de la Colonia. Porque lo cierto es que muchas de estas comunidades siguen actuando y pensando como extranjeros en su propia tierra a la hora de apreciar y evaluar los alcances, ya no de la fiesta como tal (que marca un feriado en el calendario oficial, nunca discutido por estas iglesias) sino de la sobrevivencia de una manera muy peculiar para afrontar la muerte entre los pueblos mesoamericanos.

En tiempos en los que el diálogo interreligioso es una realidad indiscutible, y cuando las diversas manifestaciones del cristianismo humildemente han comenzado a interrogarse a sí mismas sobre el papel que han desempeñado en las sociedades latinoamericanas, resulta discutible que iglesias como la INPM aún no hayan arribado a criterios de juicio cultural, educativo y teológico acerca de fenómenos tan arraigados en el imaginario colectivo.

El verdadero problema no consiste en definir, categóricamente, si los difuntos vienen del "más allá" a degustar los alimentos y bebidas que se colocan en las tumbas y en las ofrendas, quitándoles su sabor y esencia. Más bien, estas fechas pueden ser la ocasión para discutir seriamente y dialogar con los variados sedimentos culturales que, en las diferentes regiones del país, continúan celebrando y festejando la vida a través de una peculiarísima (y extremadamente lúdica) relación con la muerte. Ningún evangélico, por más recalcitrante que sea, le niega el derecho a sus niños/as de disfrutar las deliciosas calaveras de azúcar o chocolate (que llevan su nombre escrito en la frente ) o se abstiene de consumir el exquisito "pan de muerto" que se encuentra por todas partes, incluidos los más modernos supermercados.

Se olvidan, asimismo, las palabras de San Pablo en I Corintios 10.25-26: "De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud". El apóstol tenía muy claro que, en efecto, comer alimentos dedicados a los dioses inexistentes podía poner en entredicho la fe de los más débiles, pero al mismo tiempo exhorta a los/as creyentes a situarse ante el mundo con madurez, plenamente conscientes de los elementos culturales que lo integran. Las palabras paulinas son un modelo de juicio y equilibrio, especialmente si se considera el ambiente tan complicado y desafiante que se vivía en el puerto griego. Las culturas indígenas, mestizas y urbanas de México siguen siendo un enorme reto para este tipo de análisis bíblico-teológico.

Y es que el pánico con que muchos evangélicos asumen su cultura los coloca al borde de la esquizofrenia cultural al no ser capaces de discernir, a través del sano y edificante uso de la libertad cristiana (ésa sobre la que tan bien escribió Lutero en 1520) lo que es lícito y lo que no, como parte de un esquema de inculturación de la fe cristiana. Se insiste, lamentablemente, en practicar una separación de aquello que más nos pertenece para imponer, por su parte, costumbres y hábitos casi sectarios, desconectados de la realidad que vive la mayoría de la población. Esto se interpreta así porque se vive de lleno, aún en la dualidad Iglesia-mundo.

En este asunto confluyen aspectos antropológicos, culturales, religiosos y teológicos que, habitualmente, los pastores despachan con extrema rapidez mediante la condena generalizada de todo lo que huela a católico-romano, olvidando que el catolicismo hispano-mexicano, en particular, es una formidable combinaciòn de elementos y que los rasgos mesoamericanos siguen vigentes gracias a la protesta intrínseca (y a veces muy explìcita) contra el intento de desaparecerlos, por parte de los misioneros católicos del siglo XVI.

Hay que recordar, también, los esfuerzos de comprensión que plena época colonial se dieron en el seno del catolicismo en casos tan connotados como el de Fray Bernardino de Sahagún, quien en su Historia general de las cosas de la Nueva España (escrita entre 1547 y 1577) hizo un registro, no sin asombro, de las mentalidades y hábitos de los antiguos habitantes del actual México: creencias religiosas, cultos, ritos, historia, calendario, vida familiar, fiestas, labores agrícolas, trabajos manuales, etcétera. Algunos estudiosos consideran esta obra todavía como una extraordinaria fuente para comprfender la antigüedad mexicana, a pesar de los filtros religiosos del sacerdote Sahagún.

Habría que preguntarse si en los seminarios teológicos algún/a estudiante es capaz de explicar las creencias relacionadas con el Mictlan, el lugar adonde, según creían las culturas mesoamericanas (y particularmente la náhuatl) se marchaban los muertos y se ubicaban en una escala ontológica determinada por el tipo de muerte que habían padecido. En este sentido, sólo hay que recordar que las mujeres fallecidas durante el parto, los bebés o los guerreros, por citar sólo tres casos, no alcanzaban el mismo lugar en el inframundo. Las primeras (Cihuateteo) alcanzaban, al morir así, un estatus elevadísimo de dignidad por su servicio a la comunidad; los segundos se marchaban a un lugar donde había árboles que manaban leche eternamente (Chichihuacuahco); y los últimos se convertían en estrellas.

Quienes morían de enfermedades crónicas iban al Tlalocan, una especie de paraíso donde siempre había alegría y nunca faltaban los alimentos que se encontraban en abundancia para todos en un lugar de eterno verano. Sahagún lo describe como sigue: "La otra parte donde decían que se iban las ánimas de los difuntos es el paraíso terrenal, que se nombra Tlalocan, en el cual hay muchos regocijos y refrigerios, sin pena alguna; nunca jamás faltan las mazorcas de maíz verde, y calabazas y ramitas de bledos, y ají verde y jitomates, y fríjoles verdes en vaina, y flores (...) Y así decían que en el paraíso terrenal que se llamaba Tlalocan había siempre jamás verdura y verano”. Es decir, que la forma de vivir y morir determinaba el destino final, así como la manera en que se habían situado las personas ante la comunidad. Las connotaciones morales de la muerte eran muy diferentes a como las concibe Occidente.

Por todo ello, una sana comprensión y diálogo con la celebración tradicional de la muerte en México tendría que destacar la afirmación de la vida, de una vida digna, abundante, plena, tal como la vino a anunciar Jesús de Nazaret (Jn 10.10), pues la experiencia de la muerte, inevitable para los seres humanos, es un espacio escatológico de tránsito hacia el encuentro con la eternidad de Dios, pues Él nos está esperando en el futuro. Superemos las "discusiones bizantinas" (si los muertos van y vienen del "más allá": para lo cual urge practicar buenas relecturas de pasajes como el de Saúl y la pitonisa de Endor, I Sam 28, y de la parábola de Jesús sobre el rico y Lázaro, Lc 16.20-25) y afirmemos, mejor, la supremacía de la vida que Dios ofrece a la humanidad entera.

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