A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS
José Antonio Pagola
Eclesalia, 3 de noviembre de 2010
Eclesalia, 3 de noviembre de 2010
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas. Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida "preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida "preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (Salmo 25.1-2).
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Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (Salmo 25.1-2).
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ESTADO LAICO Y CRISTIANISMO LAICO
José María Castillo
Teología sin Censura, 23 de octubre de 2010
La manifestación del sábado 23 de octubre, por las calles de Madrid, en la que numerosos colectivos de ciudadanos y de creyentes han expresado su protesta por la mal disimulada "confesionalidad" de un Estado (el español) que constitucionalmente es "no-confesional" (Const. Española, art. 16, 3), plantea, entre otras, una cuestión que los cristianos tendríamos que afrontar con lucidez, valentía y libertad. Esta cuestión se refiere, no a la confesionalidad religiosa del
Estado, sino a la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque parece razonable sospechar que bastantes ciudadanos (sean o no sean cristianos) ven un serio problema en la confesionalidad religiosa del Estado. Lo cual es, efectivamente, un problema importante, que necesita ser debidamente matizado por los expertos en Derecho Constitucional. Y por eso entiendo que es enteramente razonable y necesario que muchos ciudadanos, sean o no sean creyentes, protesten por el hecho de que sus dineros se dediquen a costear una confesión religiosa (la Iglesia) o a pagar los viajes del papa.
Pero creo que es de suma importancia caer en la cuenta de que, para los cristianos, el problema de fondo no es el problema de la confesionalidad religiosa del Estado, sino el de la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque, a mi manera de ver (no hablo ahora de los ciudadanos no-creyentes), la cuestión más seria que se le plantea a la Iglesia y se nos plantea a los cristianos, no es que el Estado español aclare, según el Derecho Constitucional, el significado y los límites de sus relaciones con la Iglesia (y con las demás confesiones religiosas), sino que la Iglesia y los cristianos nos aclaremos sobre nuestras relaciones con el Evangelio de Jesús.
La pregunta que, con lucidez, valentía y libertad, tenemos que afrontar los cristianos es la siguiente: si leemos atentamente los evangelios, ¿podemos asegurar que Jesús fundó y quiso una "confesión religiosa", es decir, una "religión", como otra más entre tantas otras religiones que hay en el mundo? A los cristianos - y más a los católicos - nos han educado en el convencimiento de que el Cristianismo es una religión. Es más, siempre se nos ha dicho que el cristianismo es la única religión verdadera. Lo que supone obviamente que todas las demás son falsas. Pero, con el Evangelio en las manos, ¿podemos afirmar que eso es así con toda seguridad?
Por supuesto, Jesús fue un hombre profundamente religioso. Su intensa y frecuente relación con el Padre del cielo, su prolongada oración al Padre del cielo, su predicación sobre el Reino de Dios, la fe en Dios, la bondad de Dios, todo eso pone en evidencia la intensa religiosidad de Jesús. Es, pues, correcto decir que Jesús fue un profeta de Dios, un carismático religioso, un místico que vivió una profunda experiencia de Dios. Pero también todo eso pone de manifiesto que la religiosidad de Jesús no se acomodó, ni se ajustó, ni estuvo de acuerdo con la religión establecida, ni siquiera con el hecho religioso tal como suele ser vivido y practicado en casi todas las confesiones religiosas que conocemos. ¿Por qué?
Según el gran relato del Evangelio, Jesús fue un hombre conflictivo. De forma que el relato global del Evangelio es el relato de un conflicto. Un conflicto tan grave, que acabó en violencia y muerte: la muerte violenta de Jesús. Ahora bien, lo decisivo, en este relato, está en que el conflicto, que se nos relata, fue el enfrentamiento de Jesús con la religión. La religiosidad de Jesús fue una religiosidad "marginal", es decir, él vivió su relación con el Padre al margen de la religión oficial. Nunca, en los evangelios, se nos dice que Jesús fuera a orar al templo, ni que participara en los sacrificios rituales que imponía la liturgia del templo. Ni Jesús construyó un templo o una capilla aparte. Sabemos, además, la denuncia tan grave que hizo Jesús contra el templo, del que dijo que había sido convertido en "una cueva de bandidos". Por otra parte, Jesús tuvo conflictos frecuentes con los observantes religiosos por causa de su no observancia de preceptos que imponía la religión(observancia del sábado, del ayuno, de las purificaciones rituales...). Jesús, además, se enfrentó a los sacerdotes y, sobre todo, a los sumos sacerdotes. Hasta el extremo de que fue el consejo supremo del Sanedrín el que decretó su muerte y forzó al procurador romano, Pilatos, para que firmara la ejecución de Jesús en una cruz.
Es verdad que la teología de san Pablo presenta una interpretación distinta de la muerte de Cristo, como sacrificio y expiación por nuestros pecados. De forma que la decisión de la muerte de Jesús fue una decisión del Padre, para nuestra redención y salvación. Esto es lo que san Pablo explicó en sus cartas entre los años 50-55. Pero sabemos que, algunos años después, a partir del año 70, los evangelios, empezando por el de Marcos, nos dejaron claro que una cosa es la "interpretación teológica", que dio
Pablo de la vida y la muerte de Cristo, y otra cosa es el "relato histórico" que presentan los evangelios de cómo fue la vida y por qué ocurrió la muerte de Jesús. Es cierto que los cristianos tenemos que saber armonizar la "interpretación teológica" de Pablo con el "relato histórico" de los evangelios. Pero el hecho es que, en la historia del cristianismo, esta armonización se ha hecho de forma que la "interpretación teológica" de Pablo ha sido más determinante, para la teología cristiana, que el "relato histórico" de los evangelios.
La consecuencia ha sido que el Cristianismo y la Iglesia se han orientado y configurado, ante todo, como una "religión" (templos, sacerdotes, sacramentos, dogmas, poderes religiosos...), siendo así que, en realidad, Jesús de Nazaret no pensó en nada de eso, ni en su vida se dedicó a poner en práctica nada de eso. De ahí que los grandes temas de Pablo son los que han configurado la "teología" cristina, mientras que los relatos de la vida de Jesús han quedado, en la vida y funcionamiento de la Iglesia, relegados a un segundo término, como elementos inspiradores de la "espiritualidad" cristiana.
Así las cosas, y volviendo al comienzo de esta reflexión, lo más lógico tendría que ser que los cristianos nos preocupemos, ante todo y sobre todo, por vivir um "cristianismo laico", como lo vivió Jesús de Nazaret. Porque, si vivimos así nuestra relación con Jesús, lucharíamos más contra el Estado confesional y nos esforzaríamos mucho más por nuestra "religiosidad laica" y nuestra profunda espiritualidad, la "religiosidad alternativa", que vivió y nos enseñó Jesús.
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CALVINO LE PUJSO LETRA A LA REFORMA: O. MALY
"Podríamos entender a la Reforma como una obra musical, en la cual Lutero escribió la música, y vino Calvino y le puso letra".
En el Día de la Reforma se recuerda también la figura del francés Juan Calvino, junto con Lutero uno sus impulsores fundamentales. "Lutero fue el inspirador de la Reforma, el iniciador, sobre todo por venir del clero mismo y por el impacto profundo de sus 95 Tesis. Si yo tuviera que definir un poquito la relación entre Lutero y Calvino diría que podríamos entender a la Reforma como una obra musical, en la cual Lutero escribió la música, y vino Calvino y le puso letra", expresó el pastor Osvaldo Maly, de la Iglesia Reformada de Tres Arroyos, denominación cristiana de raíz calvinista.
"Cuando Lutero clavaba las 95 Tesis Calvino apenas tenía ocho años. Lo que Lutero logra es abrir las ventanas hacia la Palabra de Dios, e invita a iniciar el diálogo profundo sobre la necesidad de volver a las Escrituras".
Tal cual le sucedió a Lutero, Calvino sufrió una profunda transformación al tomar contacto con el Evangelio, que sería el puntapié inicial para el comienzo de su prolífica obra y de la reforma que posteriormente iniciaría. "Se encontró con un Jesucristo que le muestra con sus hechos y con su vida que la conciencia no tiene límites ni puede ser contenida por una estructura. Que uno está frente a Dios y no hay estructura que lo limite. Entendió que existe una relación muy franca entre Jesucristo y el hombre".
La conversión
Abogado como su padre, proveniente de una familia acomodada, "llegó a la teología gracias a su afición por el estudio, por el conocimiento. Le gustaba mucho escribir, era su pasión, y el hecho de ser un estudiante con mucha capacidad le permitió acceder a literatura que no era frecuente en aquella época porque recién se había descubierto la imprenta, y no era fácil tener una biblioteca a mano. Siendo muy joven, a los 18 ó 20 años, estudió el latín y a partir de allí comenzó a tener un contacto con la Escritura, luego cuando estudió griego y hebreo comenzó a darse cuenta de que muchas de las cosas que se enseñaban en la iglesia dominante estaban en contradicción con lo que decía la Palabra de Dios. Y ahí comenzó su camino, en pleno surgimiento de la Inquisición, las hogueras y la proliferación de mártires, de un lado y del otro. Tuvo sus dudas, también tuvo que huir, y escaparse, un tiempo. Es por esos años, aproximadamente a los 26 años, que escribió el primer tomo de su obra cumbre, 'La institución de la religión cristiana', que es una especie de catecismo y magistralmente expresa y argumenta, con su estilo de abogado, cada uno de sus postulados".
Seguir reformando
"Si tengo que hacerme una imagen de Calvino diría que él tenía en una mano la Biblia y en la otra la realidad", sostuvo Mali. "Analizaba la realidad en base a las Escrituras, y escribía y vivía de acuerdo a eso, para él era algo esencial. Y esto se ha ido manteniendo a través de los siglos en nuestras iglesias reformadas: la idea es seguir reformando, siempre, nunca quedarnos en el tiempo ni creamos nuevas estructuras con visión de eternidad, sino que nuestra expresión de la fe debería, por lo menos, estar siempre abierta al movimiento del Espíritu y debemos analizar siempre la realidad. En ese sentido Calvino ha sido muy claro, y nosotros hacemos lo posible por continuar siendo fieles a su legado".
Calvino
Calvino
Juan Calvino nació en Noyon, localidad de la Picardía, en el norte de Francia, el 10 de julio de 1509. Hijo del secretario del obispado de su ciudad natal, cursó estudios de humanidades en famosos colegios parisienses y más tarde de leyes en las universidades de Orleans y Brujas, donde tuvo como maestros a importantes pensadores de la época. En 1532, Calvino evidenció sus sólidos conocimientos de latín e historia con su edición del tratado de Séneca De clementia (Sobre la clemencia).
Poco después de publicar esta obra, Calvino se convirtió al protestantismo. A principios de 1535 se instaló en Basilea, Suiza, y allí apareció al año siguiente su obra fundamental, Christianae religionis institutio (Institución de la religión cristiana). Con esta obra, traducida al francés en 1541, Calvino se convirtió en uno de los principales teólogos protestantes.Desde 1538 hasta 1541 residió en Estrasburgo, donde creó una nueva liturgia y asentó nuevas instituciones parroquiales, al tiempo que dirigía personalmente una congregación. En esos años participó en varios concilios entre católicos y protestantes y conoció a importantes teólogos luteranos como Melanchton y Martín Lutero.
En Ginebra aplicó sus ideas religiosas, de gran austeridad, y por medio de las ordenanzas eclesiásticas organizó la iglesia de Ginebra, que sería la base de todas las iglesias del protestantismo reformado. Juan Calvino murió en Ginebra el 27 de mayo de 1564, a los 54 años de edad.
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