En la estación fría,
en una localidad acostumbrada al calor más que al frío,
a la horizontalidad más que a una montaña,
un niño nació en un pesebre para salvar el mundo;
el viento soplaba como en los desiertos en invierno,
a la horizontalidad más que a una montaña,
un niño nació en un pesebre para salvar el mundo;
el viento soplaba como en los desiertos en invierno,
transversalmente.
A Él todo le parecía enorme:
el pecho de su madre, el vaho
que salía de las narices del buey,
que salía de las narices del buey,
Gaspar, Baltasar, Melchor, los reyes
magos con sus regalos amontonados junto a la puerta entreabierta.
Él no era más que un punto, y un punto era la estrella.
magos con sus regalos amontonados junto a la puerta entreabierta.
Él no era más que un punto, y un punto era la estrella.
Con entusiasmo, sin parpadear, a través de nubes pálidas,
dispersas, por encima del niño del pesebre, venida de muy lejos
—desde la profundidad del universo, desde el extremo opuesto—,
la estrella estaba mirando el pesebre. Y ésa era la mirada del Padre.
dispersas, por encima del niño del pesebre, venida de muy lejos
—desde la profundidad del universo, desde el extremo opuesto—,
la estrella estaba mirando el pesebre. Y ésa era la mirada del Padre.
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