19 de diciembre de 2010
1. La “Navidad” según san Pablo
Sabemos muy bien que sólo hay cuatro evangelios canónicos y que sólo dos de ellos narraron los sucesos relacionados con el nacimiento de Jesús. Nadie en su sano juicio incluiría a San Pablo entre los “promotores” de la fiesta navideña como tal, pero no nos engañemos pues eso no significa que el apóstol de los gentiles no tuviera en alta estima el hecho mismo de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, aunque con una mirada sumamente crítica y aguda. Su percepción del nacimiento de Jesús se enmarcaba en el contexto mayor de la historia de la salvación y del esfuerzo divino por superar las limitaciones impuestas por una interpretación de la Ley religiosa antigua que en vez de acercar a la humanidad a las consecuencias de la salvación, la mantenía alejada debido a la primacía de las prácticas rituales externas. De este modo, el apóstol situaba la aparición de Jesús en la historia como parte del inicio de un nuevo éon, es decir, de la nueva etapa de relación de Dios con la humanidad y con la formación de un nuevo pueblo que dejara atrás la amarga aunque enriquecedora experiencia de Israel. Para él, la Navidad vendría a ser algo así como la punta del iceberg del trabajo de Dios por traer a la luz una etapa de libertad y dignificación de la vida en medio de tantos signos de muerte. El nacimiento de Jesús no fue un hecho aislado sino que se coloca en el centro y la raíz de la consumación de la salvación.
Dos pasajes llaman suyos llaman profundamente la atención al respecto: el primero, en II Corintios 5.16 (“De manera que nosotros en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”), donde se refiere a la presencia física de Jesús y la redefine como una etapa fundamental que debe dar lugar a otra fase en la conciencia de la redención. Fustigaba así la obsesión de los discípulos “directos” de Jesús por subrayar que ellos habían estado cerca del “Jesús histórico” y destacaba la importancia de estar en una relación de redención con el Cristo resucitado. Los llamados por él “súper apóstoles” (II Co 11.5; 12.11), al destacar la presencia física de Jesús, corrían el riesgo de desvirtuar o relegar la relación espiritual con él y el compromiso de situarse al lado suyo en la tarea de transformar las vidas humanas para estar en sintonía con su Reino presente y futuro.
El segundo, en Filipenses 2.5-8 (“Haya pues en vosotros el mismo sentir de Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”), destaca la actitud de Jesús, como iniciativa propia, por “tomar la forma humana” para hacerse presente en la historia y participar en ella mediante la obediencia estricta a la voluntad de su Padre y así establecer las bases para consolidar la redención. Jesús, como “persona consustancial al Padre”, se abajó, se humilló (kénosis, “vaciamiento”), para poder estar a la altura humana y, sin ninguna forma de fingimiento, demostrar que es posible obedecer a Dios y hacer visible su obra en el mundo. Para Pablo, Jesús renunció al lugar especial que tenía junto a Dios, y obtuvo un lugar sin privilegios entre los seres humanos. “Es notable que Pablo hable del despojo y la humillación cuando no está mencionando los conocidos detalles: El pesebre, el establo y la modestia económica de sus padres. Aún sin mencionar estos detalles, la perspectiva teológica de este autor lo lleva a concluir que Jesús se humilló”. La Navidad, para Pablo, más que un hecho o una festividad, fue parte del proceso de salvación iniciado por Dios desde la creación misma, pues representa la manera en que Dios siguió insertándose en la historia, ahora en la vida concreta de su Hijo en el mundo.
2. Navidad, ley y esperanza en Gálatas
Gálatas 4, en ese sentido es un pasaje en el que Pablo toma partido abiertamente por una interpretación anti-legalista y esperanzadora del nacimiento de Jesús. Podríamos decir que se trata de una “lectura liberadora” del acontecimiento, pues sus afirmaciones las coloca al lado de una exposición acerca de la superioridad de la fe sobre la ley: “Pero antes de que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada” (3.23). Más allá de cualquier esquema salvacionista, sometido por una visión meramente religiosa, el apóstol va a la raíz del problema: la fe requiere ser vista como un elemento superior en la relación con el verdadero Dios puesto que coloca al ser humano en una relación auténticamente espiritual que no depende de formas externas. Dicho de otro modo: la fe produce su propia dinámica de interacción con Dios y es capaz de liberar a las personas del ritualismo externo, aunque éste siga siendo parte de los actos comunitarios de culto, pero cuyo efecto o importancia pueden ser relativizados mediante una praxis efectiva de la espiritualidad en todos los ámbitos de la vida. De ahí que cuando llega al punto en donde afirma que “…nosotros, cuando aún éramos niños [sometidos a los rituales exteriores], estábamos en esclavitud bajo los rudimentos [las formas y artificios religiosos]” (4.3).
Es entonces cuando Pablo da el salto cósmico, histórico y existencial para situar el nacimiento de Jesús como parte del proceso de superación de la ley, como “cumplimiento del tiempo” (pléroma tou xronou: adentro del tiempo cronológico, histórico), de la plenitud de los designios divinos, de la madurez de la historia humana de salvación, pero sólo mediante la experiencia de vivir bajo ella, previo “nacimiento de una mujer”. Como dice Benjamín Hernández: “Pablo no hace una narración anecdótica, sino una descripción teológica de las implicaciones de los eventos que se dieron esa noche [“navideña”]”. Y no llega al punto de restar importancia a los detalles de esa noche; más bien, desea profundizar en el enorme trasfondo redentor que ocasionó el nacimiento de Jesús. Por eso el mismo verbo nacer (genómenon) es tan importante, porque implica un auténtico inicio “dentro de la historia” El propósito de la Navidad, dice Pablo en otras palabras, es “redimir a los que estaban bajo la ley” (v. 5) y a través de un nuevo inicio (otro nacimiento, otra creación: II Co 5.17) sumarse a la nueva humanidad iniciada por Jesús como “segundo Adán” (Romanos). En el esquema salvífico paulino en Gálatas, esto sucede gracias a la adopción como hijos verdaderos, una figura jurídica que se impone sobre los lazos de sangre, pero que tiene el mismo valor, en lo que acaso sea uno de los más grandes logros de la ley humana y ahora divina:
Pablo creía y afirmaba que el envío del Hijo de Dios sucedió en el nudo de la Historia de la salvación. Por ello, el pueblo de Cristo son esos “para los que ha llegado el fin de los tiempos” (I Co 10.11, cf. Mr 1.15). […] Pero enfatiza que el nudo de la Historia de la salvación, señalado con la venida de Cristo (cf. 3.24: eis Xriston) o la llegada de la “fe” (cf. 3.23, 25), constituye la época establecida por Dios para que el pueblo de Dios reciba la herencia como hijos e hijas maduros y responsables. La venida de Cristo convierte esta época concreta en pléroma tou xronou”.
Es decir, Pablo concluye diciendo que esta madurez y responsabilidad de los hijos e hijas de Dios los conducirá a la verdadera humanidad, a la verdadera libertad, propósito supremo de la salvación en Cristo Jesús. De esta manera es posible que se cumpla la máxima aspiración humana en el marco de la voluntad divina. Así es como la “Navidad” alcanza sus objetivos específicos.
La Iglesia Presbiteriana Ammi-Shadday es una comunidad cristiana que adora y sirve al Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En ella se reúnen hombres y mujeres de todas las edades y de todas las condiciones para celebrar agradecida, gozosa y conscientemente el amor divino revelado en Jesucristo, y para ofrecer humilde pero sinceramente el afecto fraterno a todas las personas que buscan el consuelo de Dios y el calor de la comunidad humana.
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