sábado, 18 de diciembre de 2010

Navidad, profecía y poesía en San Lucas y Joseph Brodsky, L. Cervantes-Ortiz

18 de diciembre, 2010
Mientras más fuerza tiene,
más se acerca el milagro a nosotros.
J.B.

Si a alguno de los evangelistas se puede calificar de “navideño” es a San Lucas, pero no en el sentido convencional, es decir, dominado por un ánimo festivo o superficial. Más bien, habría que decir que Lucas intentó captar el sentido profético del suceso desde el hecho de que es el único que consigna la respuesta de la futura madre de Jesús al anuncio de su nacimiento como Mesías mediante un cántico que puede verse como revolucionario, pues afirma que Dios desea dar el poder a los humildes y sometidos: “Quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humiles” (1.52) y que colmará de bienes a los necesitados. Lejos de los impulsos judaizantes de Mateo y con una visión más universal del acontecimiento, Lucas transmite los sucesos con una perspectiva profética y humana que no deja de ver la manera en que Dios responde a las necesidades del momento a través de lo más inesperado: un niño peregrino, pobre y débil que aparece en medio de la historia para partirla en dos y hacer visibles las promesas antiguas no sólo para los judíos sino para todo ser humano, nacido y por nacer.
Con este propósito tan vasto, Lucas utiliza sus recursos narrativos para estabecer, como telón de fondo, las realidades de vidas complicadas pero llenas de esperanza. Es el caso de la propia María, de los esposos prima Elizabeth y Zacarías (padres de Juan Bautista), los pastores o los piadosos ancianos Simeón y Ana, la profetisa. Su actitud de fe anuncia aquella que debería brotar alrededor del Niño de Belén para iniciar el camino que, inevitablemente, lo llevaría a la cruz, en fiel cumplimiento del proyecto divino de levantar un poder mayor que el del Imperio Romano, y que traería una verdadera paz a las personas sometidas por éste. La esperanza genuina en la venida plena del Reino de Dios al mundo fue vivida a flor de piel por cada protagonista de esta historia, tan conocida que, por ello, en ocasiones, ha perdido su capacidad de deslumbrarnos por su sencillez y por su provocación a los poderes dominantes. Cuando Jesús nace, dice Lucas, loos cielos se abren y se comunican con la tierra para celebrar la buena voluntad de Dios para toda criatura (2.14).
Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940-1996), por su parte, fue un poeta ruso que obtuvo el Premio Nobel en 1987 y que, al lado de Ana Ajmátova y Marina Svetáieva, a quienes mencionó en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1987, formó una trilogía brillantes de autores en el siglo XX. Brodsky abandonó sus estudios escolares a los quince años para desempeñar diversos oficios, aprender lenguas y escribir sus primeros poemas. Sus actividades literarias no fueron bien vistas por el régimen soviético el que, en 1963, lo sentenció a cinco años de trabajos forzados acusándolo de “parasitismo social”. Gracias a la intervención de varios escritores y artistas célebres, sólo cumplió uno y medio de condena en el helado norte ruso.
Como narra Antonio Sarabia, “en una dacha de Komarovo, donde convivió un tiempo con su amigo Aksel Berg, contemplaba a diario una página tomada de una revista polaca que estaba sobre su estufa de cerámica. El recorte representaba la adoración de los magos y fue el origen de sus poemas de Navidad, de los que se propuso escribir uno cada año como ‘una especie de felicitación de cumpleaños’. Lo que lo conmovía, e incluso ‘agobiaba’ al poeta ruso era el peso de esa fecha, 25 de diciembre, en el cómputo de la vida humana. El hecho de que el nacimiento de un ser pudiera dividir la historia en dos mitades, que la categoría ‘antes de Cristo’ abarcara no sólo a César Augusto y a todos sus antepasados sino también a las diferentes edades Geológicas remontándose hasta el principio del tiempo. Del mismo modo, la clasificación ‘después de Cristo’ incluye no nada más los dos mil años transcurridos hasta nuestros días, sino todos lo que restan por venir”.
Exiliado desde 1972 en Estados Unidos, con su primer sueldo de profesor se pagó un viaje a Venecia, adonde escribiço muchos de sus poemas de Navidad. Y donde descansan sus restos. “Mucho de la magia de estos poemas, en versos pareados imitando las rimas del folklore popular, se pierde forzosamente en las traducciones [...]El espíritu, sin embargo, está en ellos...”. Escuchémoslo y disfrutemos de su diálogo actual con el sentido original de la primera Navidad, la evocada por San Lucas.

24 de diciembre de 1989
Imagina, encendiendo una cerilla, aquella noche en la cueva:
utiliza para sentir el frío de las grietas del suelo;
para sentir el hambre, la vajilla apilada,
y el desierto… el desierto está en todas partes.

Imagina, encendiendo la cerilla, aquella medianoche en la cueva:
el fuego, las sombras de los animales o de las cosas,
e imagina, con tu cara confundida en los pliegues de la toalla,
a María, a José, y el hatillo con el niño.

Imagina a tres reyes, la procesión de sus caravanas
hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan
la estrella, el crujido de su carga, el sonido de las campanillas
(en el azul espeso, el Niño aún no cuenta
con el eco de una gran campana).
Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera
se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las tinieblas:
un vagabundo en otro vagabundo.

24 de diciembre de 1986Cae la nieve dejando al mundo reducido.
En esta época, se dan el desenfreno, los Pinkerton,
y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,
la huella impresa en ella con descuido.
Esos hallazgos no exigen tributo.
Silencio por todo el barrio.
¡Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella
al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.
No te ciegues, ¡mira! Tú también eres huérfano,
desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;
no busques, porque nada tienes. De tu boca,
Como de un dragón, salen bocanadas de humo.
Mejor será que reces en voz alta, como un segundo nazareno,
por los reyes sin reino que vagan con sus presentes
en ambos confines de la tierra,
y por todos los niños en sus cunas.

24 de diciembre de 1971
En Navidad todos somos un poco Reyes Magos.
Empujones y barro en los abastos.
Por una caja de turrón de café,
gente cargada con montones de paquetes
emprende el asedio del mostrador:
cada cual hace de Rey y de camello.

Cestas, bolsas, paquetes, envoltorios,
corbatas torcidas, gorros.
Olor a vodka, a pino a bacalao,
a mandarinas, a canela y a manzanas.
Un caos de caras y no se ve, entre la nieve,
el camino que lleva a Belén.

Y los portadores de estos modestos presentes
saltan a los transportes, se abalanzan sobre las puertas,
desaparecen en los huecos de los patios,
sabiendo incluso que el portal está vacío:
no hay animales, ni pesebre, ni Aquélla
sobre quien brilla un nimbo dorado.

El vacío es absoluto. Pero sólo al pensar en ella,
ves de pronto una luz que viene de quién sabe dónde.
Si Herodes supiese que, por más riguroso que fuera,
el milagro sería tanto más cierto, inevitable…
En el rigor de esa ley está
el mecanismo clave de la Navidad.

Y lo que se festeja ahora por todas partes
es Su Advenimiento, que pone juntas
todas las mesas. Aún, quizás, no necesiten la estrella:
aunque la buena voluntad de los hombres
se distingue de lejos,
y los pastores encendieron hogueras.

Cae la nieve. No echan humo sino suenan las trompetas
de las chimeneas en los tejados. Y las caras son manchas.
Herodes bebe. Las mujeres esconden a los chicos.
¿Quién se aproxima? –nadie lo sabe:
ignoramos cual es su señal, y los corazones
puede que no reconozcan al forastero.

Pero, cuando en el umbral el aire disuelve
la espesa niebla nocturna
y surge la figura con su manto,
al Niño y al Espíritu Santo,
los sientes dentro de ti sin avergonzarte;
miras al cielo y ves la estrella.

Pesebre (24 de diciembre de 1991)
El Niño, María, José, los Reyes,
los pastores envueltos en las pieles,
animales, camellos, sus guías…
Todo convertido en figuritas de arcilla.

Sobre la nieve de algodón, rociada de purpurina,
arde la hoguera. Y apetece tocar con el dedo
el papel de plata de la estrella; con los cinco mejor
como entonces lo quiso el Niño de Belén.

Entonces en Belén todo era más grande; pero la arcilla,
con el baño de plata por encima
y el algodón esparcido alrededor,
gustaba hacer el papel de lo que había desaparecido.

Ahora eres más grande que todos ellos. Tú,
como un transeúnte a medianoche, desde inalcanzable altura,
te asomas a la ventana del cuartucho-,
y contemplas desde el espacio estas pequeñas figuras.

Allí la vida sigue igual, igual que unos disminuyen
con los siglos en su volumen,
y otros crecen –como ocurrió contigo- .
Allí luchan con copos de nieve las figuritas,
y la más pequeña prueba el pecho.
Y uno tiende a cerrar los ojos, o… a abreviar el trecho
que le separa de otra galaxia, donde tú desprendías
luz en un sórdido desierto –como en las arenas de Palestina.

(Traducción de Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela)

Fuga a Egipto (2)
En una cueva (¡buena o mala, pero un techo!,
¡y más segura que cualquier ángulo derecho!),
en una cueva los tres se hallaban refugiados,
olía a heno y a vestidos usados.

También el lecho de heno era.
Afuera la nevasca batía las arenas.
Y recordando la molienda de ayer,
en duermevela se movían mula y buey.

Crujía la hoguera, María rezaba.
José, fruncido el ceño, miraba las llamas.
Y el niño, demasiado pequeño todavía,
para hacer otra cosa, dormía.

Atrás quedaba un día más, con sus alarmas,
sus temores y las locas palabras
de Herodes que había mandado perseguirlos,
y un día menos para alcanzar los siglos.

Aquella noche fue para los tres de paz.
El burro huía por el hueco del lugar
para no alarmarlos. Sólo el buey dormido
(o fue la mula) lanzó un hondo suspiro.

Por el umbral miraba una estrella.
Y entre ellos el único capaz de saber
lo que significaba aquella mirada
era el niño, pero el niño callaba

Diciembre de 1995

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...