miércoles, 29 de diciembre de 2010

Siempre en la mano de nuestro Dios, L. Cervantes-O.

31 de diciembre de 2010

¡Oh Señor!, Tú sostienes con tu mano
todos nuestros momentos, sin cansancio ni olvido:
cada instante nos sacas de la nada,
nos haces nuevamente,
concitando las mil casualidades
que hacen que un cuerpo vivo pueda seguirlo siendo.
...Y todo, ¿para qué? Para poder seguir
gastando vida y vida inútilmente,
para dar pasos vanos,
para volvemos contra la mano que nos alza,
para, lo que es peor, olvidarte, y sentados
en tu mano creer que nos lo somos todo.[1]
José María Valverde, “Salmo de la mano de Dios”

1. Las metáforas sálmicas del cuidado divino
Los salmos, como siempre, son el reducto de la voz cansada por los años, por el cúmulo de experiencias que, con el paso del tiempo, van transformando a las personas, porque incluso en términos de la fe nunca somos los mismos y vamos cambiando, para bien o para mal, en nuestra percepción del caminar que Dios nos ha dado y las razones por las que nos puso en el mundo. El salmo 91 establece una certidumbre que solamente otorgan años de constancia y fidelidad, y por eso puede iniciar con una exhortación: “Vivamos bajo el cuidado del Dios altísimo;/ pasemos la noche bajo la protección del Dios todopoderoso./ Él es nuestro refugio,/ el Dios que nos da fuerzas,/ ¡el Dios en quien confiamos!”. Las diversas metáforas para expresar el cuidado de Dios por sus fieles van desde el ámbito militar (fortaleza, castillo), pasan por la naturaleza (roca, refugio) y llegan hasta las formas zoológicas y humanas (plumas, brazos, manos), con lo que se enriquece la imaginación creyente para tratar de abarcar el cuidado divino por su creación y sus criaturas. La “anatomía de la gracia divina” o del Dios personal que se desvela por proteger a su hijos e hijas se concentra en lugares determinados, pues como escribió Calvino: “La providencia que ubicamos en Dios, le pertenece no sólo a sus ojos, sino también a sus manos”.
[2]

Mas Tú no te fatigas
y a tus hijos mimados sigues soplando el fuego
sin dormir ni olvidarte del más bajo,
como todos de Ti...
Y eso no solamente es a nosotros
en quienes te contemplas y quizá un día te amen.
Tú sostienes los miles de flores no miradas,
los ríos, aves y árboles; las olas y los vientos.
¡Oh, cómo te desvelas atizando la lumbre
de un insecto que pudo lo mismo no haber sido!
Acudes de uno en otro:
de la piedra ignorada en el fondo del agua
al gusano que roe su madera,
como si eso pudiera serie contado un día.
La vida humana está llena de temores y dudas, pues lo que llamamos la providencia de Dios es un asidero psicológico y espiritualidad ante las eventualidades y contingencias de todos los días, es decir, de lo impredecible. Por ello el salmo no vacila en hablar de Dios como un ave protectora (“Con sus plumas te cubrirá,/ y debajo de sus alas estarás seguro”, v. 4), como un “escudo y adarga (escudo de cuero, de origen árabe)”. El “terror nocturno”, “la saeta que vuela de día”, las epidemias (“pestilencia”) o la mortandad que destruye “en medio del día” (vv. 5-6) son muestras de estos riesgos imprevistos que acechan a cualquier persona. El otro motivo de temor es la guerra y la violencia estructural de la sociedad (v. 7), impuesta por la necesidad de algunos de imponer su voluntad a los demás y de otros para obtener beneficios. El v. 8 es una especie de alto en el camino para observar el rumbo de las cosas: “Con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos”.

Pienso el viento en el mar
clamando en soledad siglos y siglos
—para dejarlo todo lo mismo que al principio—
desde el día que hablaste hasta el que calles,
¡Oh!, ¿cómo no te olvidas siquiera un solo instante,
pues que nadie te mira y nada ha de quedar?
Si yo toco una piedra,
Tú me la has sostenido durante miles de años,
velando cada día para que hoy estuviese.
La propuesta es poner a Dios como razón de ser de la esperanza en la vida y con ello adelantar en el camino de la certeza y la seguridad (vv. 9-10). Porque eso significa creer en que Dios utilizará sus propios medios (“ángeles”, v. 11) para protección de sus fieles, “que guarden sus caminos” y “para que sus pies no tropiecen en piedra” (v. 12). Incluso se anuncia protección contra los animales, reales o mitológicos (“león, áspid, dragón”, v. 13: en la revisión 1909 se hablaba, en vez del áspid, serpiente venenosa, del basilisco, aquel ser que mataba con sólo mirar). Al final del salmo, Dios mismo reconoce la fe del creyente en todas estas formas de seguridad prometidas y anuncia que lo librará, le responderá y lo acompañará en su angustia (vv. 14-15) y que, finalmente, le dará una larga vida y le mostrará su salvación (v. 16). Semejante promesa es una maravillosa garantía basada en la fidelidad divina. De ahí que el notable biblista Walter Brueggemann diga que el máximo resumen del mensaje bíblico sea la frase divina: “No temas. Yo estoy aquí”.[3]

¡Y tantas, tantas cosas,
tantos ríos corriendo sin descanso,
sin pararse a tomar aliento nunca,
tantos bosques y pájaros sin cesar floreciendo
por si algún día un hombre los mirase al pasar!
Sí; las cosas renacen de nuevo en cada instante
y ese bullir divino nos las hace ver vivas.
Vivas: o sea, alzadas
en vilo por la mano del Señor,
con temblor de su sangre.
Vivas: o sea, al borde de la muerte,
que se intuye debajo de esa mano,
si se apartara un día.

2. Vivir y morir en la eterna mano de Dios, garantía de su amor
Colosenses 3, a su vez, es una exhortación a levantar la mirada hacia las cosas verdaderamente importantes según los criterios divinos y a hacer a un lado la superficialidad como nota dominante de la vida. “Buscar las cosas de arriba” (v. 1) es una forma de redefinir las prioridades de la existencia si se afirma la fe en Cristo como algo relevante. “Mirar las cosas de arriba” (v. 2) es someter todo lo demás a la nueva mirada espiritual. Cada creyente, afirma el pasaje, ha muerto y ahora, su vida “está escondida con Cristo en Dios” (v. 3). Esta afirmación paradójica coloca la vida cristiana y la vida en general, dentro de otros marcos, opuestos y contrarios a los dominantes, esto es, desde una perspectiva contestataria y creadora de nuevos valores. La nueva vida en Cristo, escatológicamente hablando, se encuentra, en efecto, “escondida en Cristo”, pues se manifestará plenamente al final de los tiempos, mientras tanto, da muestras de su presencia de manera esporádica y, por ello, exigente desde una ética responsable y activa.
He aquí un buen resumen de esta perspectiva escatológica y ética para la vida: “Esta perspectiva escatológica ‘realizada’ que marca la perspectiva con que fue escrita la carta [...] acaba por ser traducida en una postura muy específica en relación con la sociedad circundante. [...] Tal código de conducta ‘es esencialmente una orientación secular de conducta dentro de estructuras existentes de la sociedad’”.[4]

(En el fondo de vuestro corazón,
¿no teméis de las cosas
que puedan sepultarse de repente en la nada?)
y la mano de Dios también está en la muerte.
Sabedlo bien: la muerte no es el olvido súbito
de la mano de Dios, por negligencia
que nos deja caer en los abismos
al quedar separados de su fuente de ser.

De modo que esta vida visible, en sus diversas etapas y transformaciones, es apenas un conjunto de transiciones hacia la manifestación futura de la plenitud de vida anunciada y experimentada “en Cristo”, según la fórmula paulina. La “vida escondida con Cristo en Dios”, por decirlo así, la que nos está esperando en el futuro, se anticipa ahora en lo que somos y hacemos y nos llama a que en cada ciclo que avancemos no solamente seamos mejores personas (en el esquema de los buenos propósitos para cada inicio de año) sino que avancemos en el camino hacia la plenitud de esa vida, una forma de existencia superior que está escondida, por decirlo así, en la mano de Dios. Si estamos ahí siempre, podemos tener la esperanza de crecer para ser cada vez más dignos de esa “vida superior” ...pero a la cual sólo podemos llegar a través de ésta, tan limitada, mezquina y apesadumbrada como la vivimos ahora. De ahí que podamos decir, como en la “Oración de un creyente desconcertado”:

A veces me siento muy mal dentro de mí. Van pasando los años y siento el desgaste de la vida. Por fuera todo parece funcionar bien: el trabajo, la familia, los hijos. Cualquiera me envidiaría. Pero yo no me siento bien.
Ya ha pasado un año más. Esta noche comenzaremos un año nuevo, pero yo sé que todo seguirá igual. Los mismos problemas, las mismas preocupaciones, los mismos trabajos. Y así, ¿hasta cuándo?
¡Cuánto desearía poder renovar mi vida desde dentro! Encontrar en mí una alegría nueva, una fuerza diferente para vivir cada día. Cambiar, ser mejor conmigo mismo y con todos. Pero la experiencia me dice que no puedo esperar grandes cambios. Estoy demasiado acostumbrado a un estilo de vida. Ni yo mismo creo demasiado en mi transformación.
[5]

Estar en la mano de Dios es una metáfora auténtica y profunda del deseo por proyectar la vida hacia otras alturas, distintas a la mediocridad con que cotidianamente la asumimos, aun cuando exteriormente tengamos éxito y una “buena vida”. Por ello el “código de deberes domésticos” (Col 3.18-4.1)[6] desafía a practicar esa “vida superior” en las supuestamente “cosas pequeñas” de la existencia mediante una serie de criterios básicos (3.5-17) : “hacer morir lo terrenal” (v. 5) y “revestirse de la nueva humanidad que se renueva continuamente en el camino hacia el conocimiento pleno” (v. 10) no significa experimentar una falsa superioridad espiritual a toda prueba sino ser capaz de poner a funcionar (“aterrizar”) en las acciones elementales de la vida diaria las grandezas de la “vida escondida en Cristo” y superar las mezquindades y veleidades de la cotidianidad para que realmente “Cristo sea el todo en todos” (v. 11). Ante un nuevo año estamos, una vez, más ante esta posibilidad efectiva de cambio y creatividad personal y comunitaria.

Eso no está en su amor.
Ved la muerte; mirad cómo Dios nos la endulza
y nos lleva hacia ella de la mano,
cómo nos la prepara antes, igual que un lecho...
Ni aun esos que tropiezan con una muerte fiera
estaban ese instante dejados de su mano...

Notas

[1] J.M. Valverde, “Salmo de la mano de Dios”, en E. de Champourcin, ed., Dios en la poesía actual. Selección de poemas españoles e hispanoamericanos. 3ª ed. revisada y aumentada. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1976, pp. 378-379, http://textosoracionte.blogspot.com/2007/08/salmo-de-la-mano-de-dios.html.
[2] J. Calvino, Concerning the eternal predestination of God. Trad. de J.K.S. Reid. Cambridge, James Clark, 1961, p. 162, cit. por William P. Brown, Seeing the psalms. A theology of metaphor. Louisville, John Knox Westminster, 2002, p. 167.
[3] Cit. por Bill Zieche el 21 de febrero de 2010 en la Iglesia Presbiteriana Heritage, Muskego, Wisconsin, http://heritagechurchmuskego.org/sermons/feb10/2.21.2010.pdf. Cf. W. Brueggemann, Spirituality of the Psalms. Minneapolis, Fortress, 2002; y Carl N. Jacobson, “Psalm 91”, en R.E. van Harn y B.A. Strawn, eds., Psalms for preaching and worship. A lectionary commentary. Grand Rapids, Eerdmans, 2009, pp. 235-238.
[4] P. Lima Vasconcellos, “Colosenses y Efesios: desdoblamientos de la tradición paulina”, en RIBLA, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/colosenses.html.
[5] “Oración de un creyente desconcertado”, en “Oraciones de fin de año”, http://webcatolicodejavier.org/campanadas.html.
[6] Cf. I. Foulkes, “Los códigos de deberes domésticos en Colosenses 3,18-4,1 y Efesios 5.22-6.9. Estrategias persuasivas, reacciones provocadas”, en RIBLA, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/los%20codigos.html; y Keith Hack, Colossians 3 principle. Principle reflections of the christian life. Longwood, Xulon Press, 2006, un sencillo acercamiento a la aplicabilidad de la fe en la vida diaria.

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