El símbolo sigue impresionándonos con su grandeza: Abraham continúa representando un modelo grandioso para nuestra fe (Ro 3.28; cf. 1.17; 3.20-27.30; 4.2-5, 16-24; Gál 2.16; 3.6-12, 24) y un estímulo para abrirnos activamente a la voluntad de Dios (Stg 2.21-24; Jn 8.39-40). Y desaparecen las connotaciones oscuras que pueden provocar el rechazo o envenenar el inconsciente, cultivando una imagen de Dios que no esté ya a la altura del rostro paterno que se nos reveló en Jesús. En este sentido, todo cuidado es poco, pues fácilmente bajo expresiones piadosas o conceptos en apariencia profundos pueden colarse matices que, en realidad, reproducen el viejo significante en nuestro concepto de Dios, ya siempre menesteroso de por sí. […]
"La narración es una obra maestra que presenta a Dios como Señor cuyas demandas son absolutas, cuya voluntad es inescrutable y cuya palabra final es gracia. Abrahún demuestra la grandeza moral del fundador de Israel, afrontando a Dios, queriendo obedecer la palabra de Dios en toda su misteriosa dureza". (Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, 1992).
"La narración es una obra maestra que presenta a Dios como Señor cuyas demandas son absolutas, cuya voluntad es inescrutable y cuya palabra final es gracia. Abrahún demuestra la grandeza moral del fundador de Israel, afrontando a Dios, queriendo obedecer la palabra de Dios en toda su misteriosa dureza". (Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, 1992).
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