¡MUCHAS GRACIAS EDESIO!
(SÁNCHEZ CETINA)
Carlos Martínez García
Protestante Digital, 27 de enero de 2013
Para Edesio Sánchez
Cetina, ministro de la Palabra
Estimado
Edesio: muchas gracias por tu continuado ministerio de servicio como biblista.
Por décadas te has dedicado a traducir, enseñar, comentar y predicar la
Palabra. Para ello ha sido necesario estudiar en distintas instituciones de
México y en otros países. Para mí fue motivo de regocijo enterarme de tu
regreso a México, para ser profesor de tiempo completo en el campo de tu
especialización.
Hace varios años, en una de nuestras frecuentes conversaciones de
sobremesa, le pregunté a Carlos Monsiváis cómo había aprendido tanto sobre la
Biblia y el protestantismo. Me refirió en primer lugar la centralidad que tuvo
la Escuela Dominical en su infancia.
En su adolescencia se acercó a los que llamó “sabios que leen y estudian
por los demás en las congregaciones evangélicas”. Ésta frase me quedó grabada y
fue clave para entender la importancia de quienes se entregan al estudio para
después transmitir didácticamente sus conocimientos a otros y otras.
Tú eres uno de los descritos tan certeramente
por el entrañable Monsiváis. Tu vida académica ha ido aparejada de tu
compromiso eclesial y pastoral. Eres un traductor de la Palabra en distintos
sentidos. Lo eres de los idiomas en que originalmente fue escrita al
castellano. Pero también traduces las antiguas palabras contenidas en la
Biblia, un universo de sentido con sus propias claves culturales, a hombres y
mujeres que vivimos en contextos muy diferentes en los que transcurrió la vida
de hombres y mujeres de los tiempos bíblicos.
Eres un
especialista capaz de hacer estudios muy técnicos de la Palabra. Bien puedes
presentar ponencias en coloquios de muy altos vuelos, donde tú y colegas tuyos
desmenuzan versículos magistralmente. A la vez te preocupas de que el pueblo
sencillo tenga acceso a leer las Escrituras, y pueda hacerlo mediante traducciones
como la que dirigiste y que originalmente estaba destinada a la infancia, pero
que en el proceso llegaste a la convicción de que podría ser de gran utilidad
para nuevos lectores y personas que leen con cierta dificultad. El resultado
fue la Biblia en lenguaje sencillo, versión que ha sentado escuela y
cuyos criterios de traducción han llevado a producir traducciones similares en
otros idiomas.
En la iglesia donde soy parte del equipo pastoral hemos utilizado un
libro escrito por ti que se titula ¿Qué es la Biblia? Respuestas
desde las ciencias bíblicas (Ediciones Kairós-Fraternidad Teológica
Latinoamericana, 2005). Tu amor a la Palabra impregna cada página de la obra.
Sería injusto con el conjunto del libro tratar de resumirlo aquí. Solamente
comparto con los lectores y lectoras que te ocupas de responder a la pregunta
inicial (¿Qué es la Biblia?) desde la lingüística, la literatura, la historia,
los estudios socio culturales, la religión, la teología y la que llamas la
respuesta canónica y de la fe.
Tú que eres un ejemplar intelectual cristiano,
un académico con grados de reconocidos centros de conocimiento, escribiste unas
líneas que tengo bien marcadas en mi volumen de ¿Qué es la Biblia? : “Bien podríamos afirmar con Pascal; ‘Fuego, fuego, fuego, el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob no el Dios de los filósofos y los sabios’, pues
esta es también la afirmación bíblica. Según el testimonio de las Sagradas
Escrituras el Dios de la Biblia se da a conocer a personas de ‘carne y hueso’,
principalmente a través de eventos históricos concretos. Los acercamientos
filosóficos, las teorías, las ideas y las doctrinas sistematizadas tienen poca
cabida en la exposición de la fe bíblica”.
Recurro a una imagen musical para decir que sabes cantar magníficos
solos (tu comentario sobre el Deuteronomio es muestra de ello), pero que
también conjuntas tu talento para ser parte del “coro hermenéutico” que produce
obras colectivas de gran bendición para hombres y mujeres que se acercan a la
Palabra en castellano mediante traducciones dirigidas por ti o de equipos de
los que has formado parte.
En distintos lugares y a muy diversas personas
interesadas en el estudio de la Palabra les sugiero que entre sus herramientas
tengan los tres tomos que tú coordinaste, porque son libros que ayudan a
desentrañar la riqueza de la Revelación. Descubre la Biblia (con sus casi 1500
páginas, Sociedades Bíblicas Unidas, 2005) representa un gran esfuerzo por
hacer asequible a no
especialistas trabajos de especialistas en distintos campos de los estudios
bíblicos. Los tres volúmenes deberían formar parte de quienes toman en serio la
predicación y la enseñanza de la Palabra. Hiciste una muy buena labor en la
coordinación de esta obra esencial. Pienso que invertiste gran cantidad de
horas y días para que finalmente pudiese ser editada la tríada que compone Descubre
la Biblia.
Descubre la Biblia se publicó primero en un volumen, comentas en la
presentación de la versión ampliada a tres libros. Aquella edición inicial
sirvió de apoyo a los talleres de Ciencias Bíblicas auspiciados por las
Sociedades Bíblicas Unidas. Junto con otros y otras tú has sido parte de esos
talleres y compartido tus conocimientos en prácticamente cada país de la
geografía latinoamericana.
La buena recepción de Descubre la Biblia en un tomo le valió, nos
informas, “también [ser] usado como libro de texto en varias instituciones de
educación teológica, como material de estudio en los programas de un buen
número de iglesias, y como material requerido de información para el personal
de varias Sociedades Bíblicas”.
En el mundo protestante/evangélico de América Latina es común que la
mayoría de los libros que se venden y circulan sean traducciones del inglés al
castellano. Descubre la Biblia siguió el camino inverso, porque “su
aceptación entre los lectores de habla hispana coadyuvó a que la obra haya sido
publicada en inglés a solicitud del Coordinador mundial de traducciones de las
Sociedades Bíblicas Unidas, para hacerla asequible a un público más amplio
dentro de nuestra organización”. Con esto tu aporte se ha globalizado.
Ahora que Edesio Sánchez Cetina está de regreso en México, nuestro común
hermano y amigo, y también colega en Protestante Digital (L.
Cervantes-Ortiz), ha preparado Exégesis y traducción bíblica: antología de
ensayos, con el fin de que, sobre todo, las nuevas generaciones conozcan
algo de lo prohijado por el biblista y teólogo.
Los interesados pueden acceder a los
trabajos conjuntados y difundir en sus núcleos y congregaciones una
muestra de lo escrito por Edesio.
Termino como inicié mi artículo, agradeciendo
a Edesio por su fructífero ministerio que ha fortalecido mi acercamiento a la
Palabra. Estoy seguro que son muchos quienes comparten conmigo el
agradecimiento.
Un abrazo solidario, y adelante hermano.
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VIDA EN COMUNIDAD
Dietrich Bonhoeffer
Cristo mediador
Este
encuentro, esta comunidad, solamente es posible por mediación de Jesucristo.
Los hombres están divididos por la discordia. Pero “Jesucristo es nuestra paz”
(Ef 2.14). En él la comunidad dividida encuentra su unidad. Sin él hay
discordia entre los hombres y entre estos y Dios. Cristo es el mediador entre
Dios y los hombres. Sin él, no podríamos conocer a Dios, ni invocarle, ni
llegarnos a él; tampoco podríamos reconocer a los hombres como hermanos ni
acercarnos a ellos. El camino está bloqueado por el propio “yo”. Cristo, sin
embargo, ha franqueado el camino obstruido,
de forma que, en adelante, los suyos puedan vivir en paz no solamente con Dios,
sino también entre ellos. Ahora los cristianos pueden amarse y ayudarse
mutuamente; pueden llegar a ser un solo cuerpo. Pero sólo es posible por medio
de Jesucristo. Solamente él hace posible nuestra unión y crea el vínculo que
nos mantiene unidos. Él es para siempre el único mediador que nos acerca a Dios
y a los hermanos.
La
comunidad de Jesucristo
En Jesucristo hemos sido elegidos para siempre. La encarnación significa
que, por pura gracia y voluntad de Dios trino, el Hijo de Dios se hizo carne y
aceptó real y corporalmente nuestra naturaleza, nuestro ser. Desde entonces,
nosotros estamos en él. Lleva nuestra carne, nos lleva consigo. Nos tomó con él
en su encarnación, en la cruz y en su resurrección. Formamos parte de él porque
estamos en él. Por esta razón la Escritura nos llama el cuerpo de Cristo. Ahora
bien, si antes de poder saberlo y quererlo hemos sido elegidos y adoptados en
Jesucristo con toda la Iglesia, esta elección y esta adopción significan que le
pertenecemos eternamente, y que un día la comunidad que formamos sobre la
tierra será una comunidad eterna junto a él. En presencia de un hermano debemos
saber que nuestro destino es estar unidos con él en Jesucristo por toda la
eternidad. Repitámoslo: comunidad cristiana significa comunidad en y por
Jesucristo. Sobre este principio descansan todas las enseñanzas y reglas de la
Escritura, referidas a la vida comunitaria de los cristianos.
“Acerca del amor fraterno no
tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de
Dios a amaros unos a otros... Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello
más y más» (l Tes 4.9-10). Dios mismo se encarga de instruirnos en el amor
fraterno; todo cuanto nosotros podamos añadir a esto no será sino recordar la
instrucción divina y exhortar a perseverar en ella. Cuando Dios se hizo
misericordioso revelándonos a Jesucristo como hermano, ganándonos para su amor,
comenzó también al mismo tiempo a instruirnos en el amor fraternal. Su
misericordia nos ha enseñado a ser misericordiosos; su perdón, a perdonar a
nuestros hermanos. Debemos a nuestros hermanos cuanto Dios hace en nosotros.
Por tanto, recibir significa al mismo tiempo dar, y dar tanto cuanto se haya
recibido de la misericordia y del amor de Dios. De este modo, Dios nos enseña a
acogernos como él mismo nos acogió en Cristo. “Acogeos, pues, unos a otros como
Cristo os acogió” (Rom 15.7).
A partir de ahí, y llamados por Dios a vivir con otros cristianos, podemos comprender qué significa tener hermanos. “Hermanos en el Señor” (Flp 1.14) llama Pablo a los suyos de Filipos. Sólo mediante Jesucristo nos es posible ser hermanos unos de otros. Yo soy hermano de mi prójimo gracias a lo que Jesucristo hizo por mí; mi prójimo se ha convertido en mi hermano gracias a lo que Jesucristo hizo por él.
A partir de ahí, y llamados por Dios a vivir con otros cristianos, podemos comprender qué significa tener hermanos. “Hermanos en el Señor” (Flp 1.14) llama Pablo a los suyos de Filipos. Sólo mediante Jesucristo nos es posible ser hermanos unos de otros. Yo soy hermano de mi prójimo gracias a lo que Jesucristo hizo por mí; mi prójimo se ha convertido en mi hermano gracias a lo que Jesucristo hizo por él.
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