sábado, 16 de febrero de 2013

Letra 309, 17 de febrero de 2013


LA RENUNCIA-ABDICACIÓN DE RATZINGER
ALC Noticias, 14 de febrero de 2013

Por más que se quiera hacer creer en los círculos vaticanos oficiales que la renuncia del teólogo Joseph Ratzinger al obispado de Roma unos cuantos días antes del inicio de la Cuaresma es un asunto normal y que estaba previsto en la normatividad de esa ciudad-Estado, la primera impresión que queda es la de que se trata de una decisión inevitable ante el cúmulo de situaciones incómodas que experimentaba el todavía jerarca máximo de la Iglesia Católico-Romana. Desde América Latina y, particularmente en México, supuesta reserva de la fe esta orientación a nivel mundial (42% de la feligresía católica total, aunque en Centroamérica y Brasil la disminución de fieles es alarmante, y en México avanza poco a poco, 4 por ciento menos en 10 años), se percibe que la supuesta “valentía” (como se expresó ya el cardenal Norberto Rivera, arzobispo primado del país azteca) de la determinación de Ratzinger esconde más bien otras motivaciones ligadas a los recientes escándalos y, sobre todo, a la casi inmanejable crisis ocasionada por los casos de pederastia en diversos países y, particularmente, la impunidad con que la Iglesia manejó el asunto del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de la orden de los Legionarios de Cristo.
Las palabras de Rivera son curiosas y hasta cándidas: “Estoy seguro [de] que fue una decisión largamente reflexionada y puesta en la presencia de Dios. Desde luego que hay desconcierto y tristeza por esta noticia, pero también hay esperanza, pues no debemos olvidar que la Iglesia está en manos de Dios hasta el fin del mundo”. A la pregunta sobre qué caracterizó este pontificado, respondió: “El Papa nos ha hecho retomar con firmeza la fe y las verdades en las que siempre ha creído la Iglesia, frente a un mundo que lo relativiza todo”. Es justamente esta lucha contra el “relativismo” lo que muchos le han reprochado, al pertrechar a la Iglesia en una especie de fortaleza medieval.
A la inicial perplejidad por el anuncio que tomó desprevenidos incluso a altos funcionarios vaticanos como Federico Lombardi, vocero oficial, nada menos, le ha seguido paulatinamente un aluvión de análisis y opiniones que no terminará ni siquiera el 28 de febrero próximo cuando comience el cónclave para elegir al sucesor de Ratzinger pues se trata de una situación que no se vivía desde las épocas medievales. Obviamente, existen otras visiones, como las de Juan José Tamayo, Ernesto Cardenal y Leonardo Boff, quienes se han pronunciado inmediatamente: el primero, teólogo sancionado en años anteriores, se expresó con dureza: “Este Papa ha sido el gran Inquisidor de la fe cristiana, no ha sido abierto y tolerante, como un teólogo de formación debería haber sido. […] El Papa no ha sabido dar respuesta a los más de 1 200 millones de católicos que hay en el planeta y que buscaban respuesta a cuestiones como la libertad de expresión y cátedra y ha limitado el pensamiento crítico de la iglesia”.
Cardenal, también disciplinado por el Vaticano, sin ofrecer más explicaciones manifestó su alegría por la renuncia. Boff, otra víctima de Ratzinger, señaló: “Esperamos que otro Papa cree una atmósfera más abierta, que los cristianos puedan dialogar con la cultura moderna sin tantas sospechas y críticas. […] …carga un fardo negativo muy grande en la historia de la teología cristiana. Entrará en la historia como un Papa enemigo de la inteligencia de los pobres y de sus aliados”. En la misma nota se consigna que “la comunidad jesuita de El Salvador, adscrita desde hace décadas a la teología de la liberación, elogió la renuncia del Papa como un ‘acto de responsabilidad’, aunque le reprochó el no haber impulsado durante su pontificado la beatificación del arzobispo salvadoreño Óscar Romero, emblemático defensor de los pobres y oprimidos”.
Se dirá que una visión protestante no puede más que ser dura, escéptica y razonablemente crítica, pero también hay que recordar los señalamientos, que ahora se recuerdan, en el sentido de que la institución católica requiere, más que un profesor-teólogo como Ratzinger, alguien con la personalidad y el arrastre de Karol Wojtyla, con tendencias más pastorales, pero irremediablemente mediáticas, sobre todo ante el gran declive que se aprecia en vastas zonas de esa confesión cristiana. Varios analistas, como Bernardo Barranco, observaron en diversos medios que la presencia de dos papas no manda una buena señal al catolicismo mundial, pues deja la sensación de debilidad, aunque forme parte de una estrategia para influir en la marcha de la Iglesia en los próximos años: “No hay sorpresa absoluta en el anuncio de su renuncia. El Papa ya lo había advertido en la entrevista Luz del mundo al periodista Peter Seewald, en 2010. […] Ahora Benedicto XVI, con su renuncia súbita, abre para un proceso inesperado un periodo de discernimiento sobre los grandes proyectos para una Iglesia sacudida y vulnerable. Oportunidad para que se asuman las grandes directrices del Concilio Vaticano II, en la letra como en el espíritu, de apertura a los nuevos desafíos. Hay una oportunidad de un nuevo aggiornamento, a condición de que los cardenales sean más sensibles y humildes ante los requerimientos de lograr una nueva síntesis cultural del catolicismo con las exigencias de las sociedades contemporáneas. ¿Habrá este salto? Lo dudamos”.
Otros, mediante malabarismos verbales, han hablado incluso de humildad ante semejante decisión, pero, con todo, la atmósfera de incertidumbre es intensa y difícilmente controlable para la feligresía. Los más osados y pertrechados en las posturas tradicionales, para acallar las siempre recordadas profecías de San Malaquías o las que hablan de “el papa negro” con sabor apocalíptico, han llegado a decir que no existe ninguna crisis al interior del Vaticano y que, definitivamente, como dijo el franciscano Fergus Clarke, custodio titular del Santo Sepulcro: “¿Crisis? ¿Qué crisis? Hay unos procedimientos establecidos. Y quien nos guía es el Espíritu Santo. Dios ya sabe quién será el próximo Papa” […] Ahora habrá un periodo de transición y Benedicto XVI será recordado como un gran pastor y un excelente teólogo”. Eso se llama cerrar los ojos a la realidad…
Sea como fuere, y tal como lo indican comentarios más fuertes, como los de Miguel Mora y Juan G. Bedoya en El País, Ratzinger tuvo que ceder ante las enormes presiones que lo rodeaban. Escribe Mora: “El ortodoxo cardenal alemán de alma tridentina ha sido durante su mandato un Papa solo, intelectual, débil y arrepentido por los pecados, la suciedad y los delitos —él empleó estas dos palabras por primera vez— de la Iglesia, y rodeado de lobos ávidos de riqueza, poder e inmunidad. La Curia forjada en tiempos de Wojtyla era una reunión atrabiliaria de lo peor de cada diócesis, desde evasores fiscales hasta abogados de pederastas, pasando por contrarrevolucionarios latinoamericanos y por integristas de la peor especie. Esa Curia digna de El Padrino III siempre vio con malos ojos los intentos de Ratzinger de hacer una limpieza a fondo, mientras los movimientos más pujantes y rentables, como los Legionarios, el Opus Dei y Comunión y Liberación, torpedeaban a conciencia cualquier atisbo de regeneración”.
Bedoya, por su parte: “El todavía papa Ratzinger lleva años enfermo y débil, pero no dimite por ninguna de esas dos razones. Lo hace porque las circunstancias le hacen sentirse incapaz de cumplir con su oficio. Se va derrotado por el cargo. ‘Apacible pastor rodeado de lobos’, según expresión del periódico de la Santa Sede, L'Osservatore Romano, y, al frente de una organización ‘devastada por jabalíes’ (en sus propias palabras), su gestión es un rosario de decepciones”. Y agrega acerca de un episodio muy reciente: “El último incidente es de la semana pasada, cuando el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo de la Familia, defendió la familia tradicional, reconociendo, sin embargo, derechos para las parejas de facto, homosexuales o no. Al día siguiente fue obligado a rectificar, pese a creerse que lo dicho antes contaba con la idea papal de dejar que el poder civil arregle los problemas de derechos humanos que no puede resolver la doctrina católica”. Una visión más actual, pero imposible de aceptar para los círculos vaticanos más cerrados.
El propio Ratzinger se refirió a esas situaciones en su reaparición litúrgica: “Durante la misa de miércoles de ceniza Benedicto XVI ha denunciado que ‘el rostro de la Iglesia aparece en ocasiones desfigurado por los pecados’ contra su unidad y por las divisiones en el clero. El Papa ha aprovechado la homilía sobre la cuaresma para llamar a la unidad de la Iglesia y denunciar los ‘golpes’ contra la misma. También ha emplazado a los fieles a superar ‘individualismos y rivalidades’”.
Habrá que celebrar la recuperación de un teólogo de altura, quien incluso ejerciendo el “ministerio petrino” no dejó de escribir, así fueran obras de divulgación masiva, como lo es su magnífica trilogía sobre Jesús. Y es que, ciertamente, Roma pierde un obispo cansado de las intrigas y las traiciones, pero le devuelve a la cristiandad mundial a un pensador que aún tiene mucho que aportar. Y seguramente lo hará, y la prueba de que es así es lo que ha hecho Sígueme, uno de sus editores en español: ante la coyuntura creada por su dimisión, ha renovado la publicidad de algunos de sus mejores libros (Introducción al cristianismo, El Dios de los cristianos. Meditaciones, Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo, Un canto nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, La fraternidad de los cristianos, además de Ratzinger y JUan Pablo II. La Iglesia entre dos milenios, de Olegario González de Cardedal).
Finalmente, Ratzinger tampoco presenciará desde la cúpula del Vaticano las celebraciones por el próximo 500º aniversario de la Reforma de Martín Lutero (en 2017), un acontecimiento que su colaborador cercano, el cardenal suizo Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, calificó como “una anomalía”. (LC-O)

VIDA EN COMUNIDAD
Dietrich Bonhoeffer

Todo lo contrario sucede cuando estamos convencidos de que Dios mismo ha puesto el fundamento único sobre el que edificar nuestra comunidad y que, antes de cualquier iniciativa por nuestra parte, nos ha unido en un solo cuerpo por Jesucristo; pues entonces no entramos en la vida en común con exigencias, sino agradecidos de corazón y aceptando recibir. Damos gracias a Dios por lo que él ha obrado en nosotros. Le agradecemos que nos haya dado hermanos que viven, ellos también, bajo su llamada, bajo su perdón, bajo su promesa. No nos quejamos por lo que no nos da, sino que le damos gracias por lo que nos concede cada día. Nos da hermanos llamados a compartir nuestra vida pecadora bajo la bendición de su gracia. ¿No es suficiente? ¿No nos concede cada día, incluso en los más difíciles y amenazadores, esta presencia incomparable? Cuando la vida en comunidad está gravemente amenazada por el pecado y la incomprensión, el hermano, aunque pecador, sigue siendo mi hermano. Estoy con él bajo la palabra de Cristo, y su pecado puede ser para mí una nueva ocasión de dar gracias a Dios por permitirnos vivir bajo su gracia. La hora de la gran decepción por causa de los hermanos puede ser para todos nosotros una hora verdaderamente saludable, pues nos hace comprender que no podemos vivir de nuestras propias palabras y de nuestras obras, sino únicamente de la palabra y de la obra que realmente nos une a unos con otros, esto es, el perdón de nuestros pecados por Jesucristo. Por tanto, la verdadera comunidad cristiana nace cuando, dejándonos de ensueños, nos abrimos a la realidad que nos ha sido dada.

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