En cuanto al amor fraterno (filadelfías),
no hace falta que les diga nada por escrito, ya que el mismo Dios les ha
enseñado (theodidaktoi) a amarse los unos a los otros (agapan allélous).
Y así lo practican (poieíte) con todos los hermanos de la entera
Macedonia. Sólo les pedimos, hermanos, que progresen en ello más y más…
I Tesalonicenses 4.9-10, La Palabra
(Hispanoamérica)
Ya desde el
primer documento producido por la iglesia, la primera carta a los
tesalonicenses, su autor recuerda la manera en que se practicaba el amor
fraterno, propio de una sana koinonía. Junto con el énfasis escatológico acerca
de la esperanza que debían tener ante la muerte de algunos integrantes de la
comunidad, el énfasis que aparece cerca del final de la carta es el
reconocimiento de lo que ya practicaban los tesalonicenses, pero que debían
afinar aún más. El cap. 4 inicia con un ruego y una exhortación a vivir según
el ejemplo transmitido por los mensajeros del Evangelio a fin de agradar a
Dios, progresar lo más posible y vivir consagrados a Él (vv. 1-3).
Se trata, en palabras de Pablo Ferrer, de “construir un sujeto” que
siempre es “incompleto y completable”, pues estando abiertos al cambio que
viene de Dios será posible situarse adecuadamente ante los “bienes éticos” propuestos
por el apóstol Pablo.[1]
La segunda parte (vv. 4-5) promueve una buena comprensión del cuerpo y de la persona
en sus relaciones íntimas, un valor muy importante porque, después de todo, el
cuerpo es el depositario y el vehículo de todas las relaciones humanas, además
de que se habla de una acción de posesión contrastada: “Entonces se marca la
dicotomía entre la posesión al modo de los gentiles que no conocen a Dios y,
por otro lado, la posesión según la voluntad de Dios (v. 3) en santidad” (Idem).
Lo que aparece a continuación es la “defensa de los derechos del prójimo”: “que
nadie [los] atropelle ni [los] conculque”. Ante ello, se anuncia la
intervención de Dios mismo: “El dios que vigila y protege la posesión y la no
destrucción del sujeto hermano se presenta como ekdikos, justiciero, vengador”. Él desea que
se supere la impureza (akatharsía) y se imponga el valor supremo de la consagración
(santificación, agiasmo, v. 7). El sujeto entrará a este estado gracias
a la obra del Espíritu y no de algún ser humano (v. 8). “Esta intromisión de
Dios [incluso] en las relaciones económicas es uno de los datos que refieren a
una desescatologización puesto que no se espera un pronto fin sino que Dios
se mete en lo cotidiano y lo santifica. La santidad de la persona y de las
relaciones sociales, la donación del Espíritu Santo muestran la entrada de Dios
en la historia y no un fin de ésta” (Idem, énfasis agregado).
Al avanzar y aplicar esta santificación a la relación con los demás en
la comunidad, el pasaje afirma que “la santidad del sujeto no podía concebirse
sola sino en relación con el hermano”, pues con él/ella se establecen
siempre contactos de diversos tipos, desde la posibilidad de formar nuevas
familias hasta trabajar juntos en un negocio, como parte de un amplio abanico
de posibilidades. Filadelfías, la palabra griega usada en 4.9a, establece
la forma “política de poder controlar y aumentar-enriquecer (perisseuo) las relaciones [comenzando con las] económicas”, relaciones básicas e
insoslayables. Pablo hace señala, notablemente, que los tesalonicenses han sido
enseñados directamente por Dios en este tema y que eso es una norma teologal:
Este sistema político era muy bien usado por
los hermanos tesalonicenses de tal forma que Pablo entiende que no tiene
necesidad de escribirles acerca de esto. Y más, Pablo considera que los
tesalonicenses en esto son enseñados por Dios (theodidactos), un término que pondría en duda escuelas
filosóficas para acceder a la sabiduría política y en cambio pone el camino
apocalíptico de la revelación como acceso al conocimiento. […] …la comunidad de Tesalónica tenía un fuerte
trabajo en la creación política de una red basada en el sentimiento de amicitia
[amistad].
La
construcción de un sistema político que resguarde las relaciones sociales,
religiosas, económicas y en definitiva la vida misma ha sido una tarea que los
tesalonicenses tenían en claro. Su trabajo en este sentido es motivo de
admiración para Pablo (1 Tesalonicenses 1.7ss).
Pablo les ha dicho que ya no podía agregar nada a la enseñanza que les
había dado inicialmente, pues la habían asimilado y la practicaban muy bien,
tanto así que su impacto se sentía en toda la región de Macedonia (1.8c, 4.10).
El amor fraterno está produciendo resultados, cambios, y ha mejorado la
situación de la comunidad. En suma, ha tenido un efecto igualitario real, en
todos los sentidos, y el enriquecimiento de la vida y las relaciones no es sólo
una metáfora o un conjunto de buenos deseos, pues la vertiente económica
aparece intensamente:
En el v. 11 se ve la forma de la unión entre
lo personal, lo económico-laboral y lo político. En este versículo se exhorta a
la ambición (filotimeomai usado como verbo
económico) y en este sentido no deja de sorprender la idea de las relaciones
económicas como eje fundamental para revisar y construir. Esta acción de
ambicionar tiene tres verbos en infinitivo que se proponen como los objetos a
adquirir: tranquilidad (hesujatso); hacer lo propio (prassota
idia) y
finalmente trabajar con las propias manos (ergatsomai tais idias jersin).
Del amor fraternal, koinónico, procede ¡una ética de los negocios y del
trabajo!, pues no depender de nadie es un paso adelante en la comunión de
bienes del libro de los Hechos: cuando haya que apoyar a alguien no debe dudar
en hacerse, pero el camino es, en términos actuales, la autogestión y el
trabajo propio. ¡Y todo ello dentro del marco de la espera de la venida del
Señor!, la llamada “ética provisional” de la Iglesia que sabe que su Señor viene,
que ama y trabaja en consecuencia. “Conducirse honradamente” (v. 12) es un actitud
fruto del amor y de la koinonía, caras de la misma moneda, pues ambas deben
tener consecuencias prácticas: “El v.12 finalmente pone una doble razón para la
construcción de este proyecto: construir la dignidad del sujeto frente al
sistema social (los de ‘afuera’) y la libertad de vivir con lo propio, sin
depender de nadie. Todo termina pues en la visión del sujeto para el cual es
urgente la posibilidad de sobrevivir, y esta en medio de una sociedad altamente
hostil que descarta a los seres humanos”.
[1] P. Ferrer, “Macedonia: cristianos
artesanos resistiendo al Imperio”, en RIBLA,
núm 51, http://claiweb.org/ribla/ribla51/macedonia.html.
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