Que no decaiga el amor fraterno (filadelfía).
No echen en olvido la hospitalidad (filoxenías) pues, gracias a ella,
personas hubo que, sin saberlo, alojaron ángeles en su casa. […] Y no se
olviden de hacer el bien (eupoiías) y de ayudarse unos a otros (koinonías),
pues esos son los sacrificios que agradan a Dios.
Hebreos 13.1-2, 16, La Palabra (Hispanoamérica)
La
perseverancia necesaria y los caminos derechos: con estos dos propósitos se ha
resumido la enseñanza de la carta a los Hebreos en sus dos capítulos finales,[1]
siempre en el horizonte dominante del documento, la superación de los
sacrificios antiguos mediante la obra redentora de Jesucristo. Sobre la
perseverancia necesaria, la primera exhortación del capítulo 13 (“Que no
decaiga el amor fraterno”) es un llamado a no dejar morir sino a intensificar
lo que los creyentes de Roma ya practicaban. Es, pues, otra carta a los
romanos. Y acerca de la rectitud en el andar, las indicaciones son muy
concretas en el terreno de la hospitalidad (aceptación de los extraños y
solidaridad con ellos/as), así como con los encarcelados y maltratados. Se
trata de una agenda práctica que no olvida los aspectos morales que mezclan lo
que algunos hoy llamarían el “activismo social” y la “piedad”. De ahí que la
sobriedad conyugal (contrapeso a los excesos del mundo greco-latino) y
económica sean parte del mismo paquete de preocupaciones pastorales.
La consigna sacrificial de 13.15 proyecta la fuerza de su significado al
aplicarse precisamente a la práctica del bien hacer y de la koinonía, como
resultado de una sana confesión de fe: “Así que en todo momento ofrezcamos a Dios, por medio de Jesucristo, un
sacrificio de alabanza (ainéseos). Y no se olviden de hacer el bien y de
ayudarse unos a otros, pues esos son los sacrificios que agradan a Dios”. Este
resumen expresa muy bien la manera en que el autor espera que se superen los
sacrificios judíos: el nuevo sacrificio de los creyentes ya no es cruento ni
sanguinario, pues ahora el escenario continuo del mismo es la vida cotidiana,
adonde se debe verificar que esos sacrificios parciales y ofrendas permanentes
se realicen, que no es otro sino la ofrenda de unos labios que bendicen su
nombre, y no solamente mediante el ejercicio de la adoración musical, énfasis
que en ocasiones se coloca por encima de los demás gestos y realizaciones
concretas.
Podríamos
decir entonces que Hebreos, siguiendo una rica tradición, entiende el “sacrificio
de alabanza”, el “fruto” que alaba a Dios, en el orden de la fraternidad. Y la
misma estructura de 13.15-16 parece reforzar este sentido.
Según la estructura quiástica del pasaje, “el fruto
de los labios que alaban su Nombre” se identifica con “hacer el bien” y “vivir
en comunión”. La expresión eupoiias
es hapax [única] en el Nuevo
Testamento, aunque podríamos encontrar un equivalente en eu poiesai de Mc 14,7, donde habla claramente de la ayuda a los
pobres. En cambio koinonía es más común (Hch 2.42; Rom 15.6; 2 Cor 8.4; 9.13; 1
Tim 6.8, etcétera), y tiene siempre un sentido de comunión fraterna y
solidaridad (tb. en Hebreos 10.34).[2]
El amor fraterno, la hospitalidad, la solidaridad y la koinonía son
valores que, puestos en práctica adecuadamente, pueden sustituir, nada menos,
todo lo que se esperaba del pueblo de Dios en la antigüedad. El traslado de lo
meramente religiosos a la existencia cotidiana constituye una auténtica “des-ritualización”
de la vida de fe capaz de romper el esquema de la intocabilidad e
inaccesibilidad de lo sagrado para ser aterrizado en la práctica y desarrollar
un nuevo modelo a partir de lo realizado por el único sumo sacerdote, Jesucristo:
“…de una consagración […] que vale solamente para el sacerdote, hacia una
consagración que vale para todo el pueblo (Heb 10. 14; I P 2. 4-10; Ap 5.10); de
las puras prácticas exteriores, hacia un culto espiritual (R6 12. 1; He 9.14:
Cristo es capaz de realizar el culto espiritual perfecto; Heb13.15:
beneficencia y comunión (koinonía)”
(ídem).
Estamos, pues, ante el esbozo de un plan de acción extraído
de la doctrina y que está en plena consonancia con la visión apostólica común del
Nuevo Testamento: Pablo, Pedro, Santiago y Juan elaboran planteamientos
similares que esperan del nuevo pueblo de Dios más acción y menos palabras. La
insistencia en el fruto (karpon) de
la correcta confesión subraya la relevancia de la correcta práctica, como
resultado de una buena comprensión de la doctrina, pues ésta no tiene otro
espacio de aplicación más que la vida diaria, la convivencia comunitaria y la
adecuada respuesta a la presencia de seres humanos distintos, pero iguales ante
los ojos de Dios. Esta nueva mirada comunitaria, que unifica a los autores del
Nuevo Testamento, obligaría a las iglesias de hoy a replantear sus prioridades
en los objetivos de la misión global, integral o como se quiera llamar. “Cristo,
el fin del culto como institución expiatoria, anunciado en el AT (Heb 10, 5
ss.18) ha llegado ya. El nuevo culto de los cristianos conoce únicamente el
sacrificio de alabanza: confesión de fe y diaconía (Heb 13, 15 s)”.[3]
[1] Pedro Luiz Stringhini, “La cuestión del
sacrificio en la epístola a los Hebreos”, en RIBLA, núm. 10, http://claiweb.org/ribla/ribla10/la%20cuestion%20del%20sacrificio.htm.
[2] Víctor M. Fernández, “La vida sacerdotal
de los cristianos según la carta a los Hebreos”, en Revista Bíblica, año 52, 1990, p. 149, http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/rectorado/vida-sacerdotal-cristianos-carta-hebreos.pdf.
[3] J. Baehr, “Sacerdote”, en L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. IV. Salamanca,
Sígueme, 1994, p. 135.
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