21 de julio, 2013
Agárrate a la
instrucción y no la sueltes;/ consérvala, pues te va la vida en ello. […]
Vigila atentamente tu interior,/ pues de él brotan fuentes de vida./ […]
Observa el sendero que pisas/ y todos tus caminos serán firmes.
Proverbios 4.13, 23, 26
Marchad, oh juventud,
de Jesucristo nunca
pierdas la visión.
¡Luchad contra Satán!,
ése es el lema del cristiano
en oración.
Confiad en el Señor,
Por cada triunfo
cantaré nueva canción.
Marchad, oh juventud,
en pos del galardón
“Marchad,
oh juventud”, himno juvenil de otra época
La
insistencia adulta en retener a la
juventud en la iglesia ha resultado más problemática de lo que parecía puesto
que cuando Al intentar estrategias y alternativas para lograrlo, se ha
incurrido muchas veces en una cerrazón que consigue todo lo contrario. La
apertura excesiva, lamentablemente, tampoco ha logrado los objetivos anhelados:
la migración juvenil sigue su curso, ya sea en goteo o en masa, como también se
ha visto. Si en otras épocas se trataba de azuzar a la juventud para luchar
contra el mundo y vencerlo, la identificación de “sus enemigos” hoy es más
complicada debido a que el cúmulo de situaciones psicológicas, familiares, educativas,
laborales, sociales y económicas ha transformado las esperanzas y preocupaciones
de las nuevas generaciones. Las imposiciones arbitrarias e impersonales del
sistema en que vivimos hace que muchas personas sean, literalmente, “desechables”,
lo que impone hasta en el inconsciente la supremacía de los más fuertes o de
quienes cuentan con más recursos en todos los sentidos. Y es justamente ahí
donde entra la participación de las comunidades cristianas, en dotar de recursos
espirituales a las personas para superar tales condicionamientos y vivir
sanamente. Ésa ha sido y deberá seguir siendo una de sus tareas esenciales.
Asediados por las presiones familiares, las transformaciones
tecnológicas, los diversos atractivos actuales, el mercado laboral y un sinfín
de cosas más, se espera que respondan con cordura, responsabilidad y
creatividad, y que además continúen las cosas buenas que recibieron, como una
suerte de cadena vital que antes hallaba expresión en el tipo de trabajo u
oficio que desarrollaban las familias durante generaciones, una tradición que
nadie podía romper. Se creía, también, que un lenguaje y una himnología marciales
estimularían permanentemente a las juventudes cristianas para perseverar en la
fe, luchar por ella y heredar la dirección de la iglesia en el futuro. Todo en
el mismo paquete. Pero en realidad se seguía el juego a las coyunturas
políticas predominantes, incluso al calificar a la iglesia como “ejército de
Dios” y promoviendo formas veladas de violencia que hoy deben abandonarse
consciente y críticamente. La exaltación de la llamada “guerra espiritual”
sigue promoviendo esos valores contrarios al espíritu del Evangelio del Reino
de Dios predicado por Jesús de Nazaret. La actitud belicosa no es más que es un
negocio, un discurso y un “valor” adulto y burgués introyectado en la conciencia
por los dueños del poder transitorio.
¿Cómo podría actualizarse en estos tiempos el
ímpetu exhortativo, propio de la generación adulta, que aparece en el libro de
los Proverbios? ¿Cómo se lograría relanzar el vigor juvenil cristiano con base
en las nuevas mentalidades? ¿Acaso la religiosidad que en las últimas décadas
se ha desarrollado carece de la fuerza de otras épocas para apasionar a los
jóvenes creyentes de hoy? Estas preguntas y otras más bien podrían servir para
plantear la desazón, la preocupación y el deseo que invade a muchas comunidades
por el presente y futuro de sus miembros más jóvenes. Lo que proponían las
generaciones adultas del libro en cuestión era una serie de prácticas y
actitudes que le permitieran a la “juventud inexperta” superar las pruebas y
tentaciones de la vida para no desbarrancarse en el fracaso y la decepción.
Todo ello con una visión que no se diferencia mucho de la manera en que hoy se
les sigue exhortando. Disciplina en los caminos de la fe para alcanzar la
sabiduría y vivir de la mejor manera. Así se podría resumir la intención de
Proverbios para influir de manera determinante en la conducta juvenil. Pero ese
propósito tan loable debería ser traducido, en nuestros tiempos, a formas
concretas de reflexión y acción que permitan aterrizar la enseñanza.
Una importante aportación es Sabiduría
para vivir. Estudio del libro de Proverbios, del doctor Edesio Sánchez
Cetina (Sociedades Bíblicas Unidas, 2001) pues ofrece un plan basado en el
acercamiento a palabras clave del libro para trabajarse en discusiones y
debates prácticos: amistad, necedad, educación, pereza y trabajo, riqueza y
pobreza, y actitudes, precisamente algunas de las que implican exigencias
vitales urgentes para la actualidad, aunque siempre lo han hecho. Escribe Sánchez
Cetina, al referirse a la clásica afirmación “El principio de la sabiduría es
el temor de Dios” (1.7ª; cf. 9.10; 15.33): “En la enseñanza del Antiguo
Testamento, la expresión ‘el temor de Dios’ no debe de entenderse en el sentido
de pánico o miedo servil. Se refiere, más bien, a la admiración, la obediencia
y la entrega entusiasta y confiada a Dios y a su voluntad. Lo que se define por
‘temor’ es realmente el poder misterioso de la atracción del ser humano hacia
Dios. […] Por ello es un temor que da vida” (p. 92).
Tres ejemplos tomados de Proverbios capítulo 4 podrían ayudarnos en esta
ocasión. El primero habla de “agarrarse fuertemente de la instrucción y no
soltarse de ella”, pues “la vida está en juego” (v. 13). La importancia de la
formación o educación es resaltada como algo fundamental en una época en que no
existían más instancias que la familia o la comunidad religiosa para agenciarse
algún grado de instrucción, de conocimiento que pudiera ser llevado a la
práctica siempre. Usos, oficios, costumbres y hábitos que se realizarían en
toda la existencia. Hoy que supuestamente se cuenta con mayor acceso a la
educación no pierde vigencia esta exhortación, pues por el contrario, es como
si proverbios dijera: “Aprovecha todos los recursos a tu alcance para seguirte
informando y formando. Y mucha atención: dije todos”.
El segundo advierte sobre la “vigilancia continua de la vida interior o
espiritual”, de los valores que rigen la existencia, y que de ella “brotan fuentes
de vida” (v. 23), esto es, que de allí irradia hacia fuera, hacia la gente
cercana lo que vive en el corazón de la persona. La devaluación o declive de
las instituciones religiosas no es sinónimo de la invalidez de los valores y
creencias que promueven. Allí surge la responsabilidad de acopiar aquello que
sirva efectivamente como sostén espiritual y moral en todas las circunstancias.
La ética y la espiritualidad de cada persona es una responsabilidad
intransferible.
Por último, se sugiere “observar el camino que se pisa”, saber bien qué
terreno o situación se está experimentando a fin de que “todos los caminos sean
firmes” (v. 26). Esto implica obtener, desarrollar y mejorar continuamente la
capacidad de análisis y discernimiento para tomar las mejores decisiones en
todos los terrenos, desde los afectos y la amistad, hasta el trabajo y la vida
familiar, entre tantas cosas. He ahí un ámbito casi interminable de reflexión
para la práctica que propone la Escritura en estos tiempos tan difíciles.
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