ZACARÍAS
URSINO (1534-1583)
Derk Visser
Nació en Breslau, Silesia; murió en Neustadtan der Haardt.
Estudió en Wittenberg (1550-1557) y Zurich (1560-1561). Enseñó en Breslau
(1558-1560) y fue llamado por el elector Federico III para ayudarlo en la
reforma del Palatinado. Llegó a ser profesor de Loci en Heidelberg (1561-1568), rector del Collegium Sapientiae
(seminario, 1561-1576) y dio conferencias en Neustadt, mayormente sobre Isaías
(1577-1583).
Autor principal del Catecismo de Heidelberg
(1563). Escribió también una defensa contra los ataques luteranos (Bekanntnuss, 1564) y la Admonitio (1581). Su gran influencia en
la teología reformada procede de sus conferencias sobre el Catecismo de
Heidelberg, recopiladas por su alumno y sucesor David Pareus en la Explicatio catecheseos. El catecismo fue
aprobado oficialmente en el Sínodo de Dort y la explicación de Ursino se usó en
seminarios y universidades. Su método fue escolástico; su teología, calvinista.
Las preguntas 12-18 del catecismo hicieron que introdujera mucho del Cur Deus homo?, de Anselmo de
Canterbury.
GASPAR
OLEVIANO (1536-1587)
Lyle D. Bierma
Pastor y teólogo reformado alemán. Nacido en Trier, estudió
leyes en las universidades de Orléans y Bourges, y teología con Calvino en Ginebra. Después de un intento frustrado por
convertir a su ciudad natal al protestan-tismo (1559), enseñó Dogmática en la
Universidad de Heidelberg dos años antes de ser pastor en la iglesia del
Espíritu Santo de esa ciudad. Durante 1562 colaboró con Ursino en la redacción
del Catecismo de Heidelberg, aunque su papel específico no es muy claro.
Obligado a dejar la ciudad cuando los luteranos llegaron al poder (1576), pasó
sus últimos años estableciendo iglesias reformadas en la región alemana de
Wetterau y enseñando desde 1584 en la Academia de Herborn, la cual fundó.
Su legado teológico se encuentra en el área
de la doctrina del pacto, como lo muestran su obra principales (De substancia foederis gratuiti, 1585; Der Gnadenbund Gottes, 1590). Aunque no
fue uno de los arquitectos fundadores de la teología reformada del pacto, fue
una figura clave en su desarrollo. Tampoco fue el primero en usar el pacto de
gracia como el centro de una teología sistemática madura, pero fue el primero
en hablar de un pacto redentor supra-temporal entre el Padre y el Hijo, un
pacto adánico con Satán luego de la caída y un pacto divino con las criaturas
para la protección de los creyentes.
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LA VICTORIA DE LOS VENCIDOS
Carlos Martínez García
La Jornada, 16 de octubre de 2013
Ellos
y sus obras fueron perseguidos en el siglo XVI. Al paso de los siglos, hoy, muy
pocos podrán estar de acuerdo con quienes les persiguieron y los motivos que
tuvieron para querer llevarlos a la hoguera. Como en otros países de Europa en
la decimosexta centuria, en España hubo personajes que se dieron a la tarea de,
primero, reformar la Iglesia católica romana, y después, cuando se convencieron
de tal imposibilidad ante la franca negativa de la institución, intentaron
crear una opción eclesiástica distinta.
A diferencia de otras naciones europeas, en
las cuales los reformadores protestantes tuvieron ciertas condiciones
favorables para confrontar el poder de la Iglesia católica, en España el
contexto político les fue muy adverso. España vino a ser una especie de
laboratorio de la Contrarreforma, sus reyes y príncipes se sintieron con el
deber de combatir en todos los territorios bajo su dominio la que llamaban
herejía protestante.
Cuando el viejo continente se convulsionaba
por la disputa religiosa y política entre los bandos católico y protestante, el
nuevo mundo iniciaba su incorporación forzosa a la globalización de entonces y
aquí los conquistadores, plenamente identificados con una confesión religiosa,
el catolicismo romano, empeñaron todas sus fuerzas en evitar la contaminación
luterana.
Para los conquistadores el descubrimiento del
nuevo mundo fue un acto de la Providencia, una compensación por lo perdido en
Europa. Los conocidos como 12 apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y
encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los
naturales, llevaron décadas después a Juan de Torquemada (también franciscano e
historiador) a sintetizar en una frase el servicio prestado por aquellos
misioneros: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro
Martín [de Valencia], católico y santo, remendaba”.
El conocimiento predominante en el
hispanismo, entendido como una identidad ligada al catolicismo, ha pretendido
borrar de la historia a los reformadores españoles. Éstos no solamente fueron
críticos en el terreno de las ideas de la Iglesia romana y sus autoridades,
sino que conformaron núcleos disidentes en lugares como Sevilla y Valladolid.
Cuando sus integrantes fueron descubiertos por la Inquisición, varios de ellos
y ellas terminaron sus días en la hoguera.
En Sevilla el principal centro de
efervescencia protestante estaba en el monasterio de San Isidro del Campo, con
los monjes jerónimos. Por distintas vías los integrantes de esta comunidad
religiosa tomaron creciente distancia de las enseñanzas católicas romanas.
Hicieron suyos los postulados de Juan de Valdés, a quien Marcel Bataillon (en
su monumental Erasmo y España)
considera uno de los más auténticos genios religioso del siglo XVI. Él y sus
obras fueron objeto de persecuciones inquisitoriales. El Diálogo de doctrina cristiana (publicado por primera vez en 1529)
hace proposiciones coincidentes con las de Martín Lutero.
Decenas de monjes en Sevilla tuvieron acceso
a libros prohibidos por la Inquisición, llegaron a sus manos mediante el
contrabando de esas obras que hacía Julián Hernández. Éste, al ser descubierto
por agentes inquisitoriales, fue encarcelado y quemado en la hoguera en el auto
de fe que tuvo lugar en Sevilla el 22 de diciembre de 1560. Entre los libros
distribuidos por Julián Hernández estaba el Nuevo Testamento, traducido del
griego al español por el exiliado Juan Pérez de Pineda.
La traducción de Pérez de Pineda fue
antecedida por la de Francisco de Enzinas, realizada e impresa igualmente en el
exilio y que vio la luz en 1543. Tanto los trabajos de Enzinas como los de
Pérez de Pineda fueron benéficos para Casiodoro de Reina, quien, junto con
otros 12 monjes jerónimos, huyó de España en 1557 para nunca más volver.
En concordancia con uno de los principios de
la Reforma protestante, Casiodoro de Reina se dio a la tarea de hacer una
traducción de la Biblia teniendo como base textual las lenguas originales del
libro: el hebreo en el caso del Antiguo Testamento, y el griego en el del Nuevo
Testamento, así como algunas expresiones en arameo en ambos. Refugiado en
distintas partes de Europa, con el fin de huir de sus perseguidores
inquisitoriales, Casiodoro de Reina empeñó 12 años de su vida para al fin ver
el resultado, la conocida como Biblia del
Oso, publicada en Basilea en 1569 por el impresor Tomás Guarino. En 1602 un
compañero de monasterio de Reina, Cipriano de Valera (igualmente huido de
España), publica una revisión de la Biblia
del Oso, la que llegaría a ser conocida como la Biblia Reina-Valera.
Los reformadores españoles produjeron un muy
considerable cuerpo de obras escritas. En el siglo XVI la gran mayoría de esos
ejemplares fueron decomisados por el extenso brazo de la Inquisición. Hoy,
sobre todo gracias al continuado esfuerzo del Centro de Investigación y Memoria
del Protestantismo Español (CIMPE), encabezado por Emilio Monjo Bellido, es
posible acercarse a esos escritos perseguidos. Cada uno de los volúmenes
editados cuenta con un estudio introductorio que informa del personaje y el
contexto original en el cual fue redactada su obra.
El acervo hasta el momento incluye libros de
Juan de Valdés, Constantino Ponce de la Fuente, Juan Pérez de Pineda, Antonio
del Corro, Casiodoro de Reina. El CIMPE anuncia la publicación, en tres
volúmenes, de Protestantismo español e
Inquisición en el siglo XVI, obra fundamental en el tema y originalmente
escrita en alemán por E. Schäfer. Los fieramente perseguidos hoy gozan de cabal
salud, entonces, al paso de los siglos, ¿de quién es la victoria cultural?
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¿REFORMAR LO IRREFORMABLE? (III)
Samuel Escobar
Protestante Digital, 29 de septiembre de 2013
Utilizando
el símil médico de la salud y la enfermedad, los siguientes capítulos tienen
títulos muy sugestivos: ”Diagnosis del sistema romano. Anamnesis y
diagnóstico”, “Los gérmenes de una enfermedad crónica”, “Rehabilitación con
recaídas” , “Una gran operación de salvamento” y “Terapia ecuménica”. Con la
precisión de un cirujano que domina su estilete Küng va sacando a luz los
entretelones del sistema romano y sus miserias, mostrando las raíces históricas
de algunos de los problemas más serios que enfrenta la Iglesia hoy. Me parece que esos panoramas históricos son utilísimos
para entender el alcance de la autocrítica que Küng propone.
Por ejemplo, refiriéndose a la época de la
Reforma protestante y la división del Cristianismo que trajo, dice Küng: “Pero
a quien haya estudiado toda esta historia no le puede caber duda al respecto:
no es al reformador Lutero, que también cometió errores, sino a la Roma
refractaria a toda reforma – y a sus cómplices alemanes – a quien hay que
achacar la principal responsabilidad de que tras el cisma entre la Iglesia de
Oriente y la Iglesia de Occidente, se produjera un cisma entre (dicho a grandes
rasgos) la mitad septentrional y la mitad meridional del imperio, que luego, a
causa de la expansión colonial de las potencias europeas se prolongaría en Norteamérica
y Sudamérica.” (p.84, cursivas del autor).
La negativa a reformarse y la arrogancia con
que actuaba Roma la ve también Küng en la forma en que el Catolicismo enfrentó
los desafíos de la Modernidad en el siglo 17:“A pesar de todo el ornamento barroco,
el catolicismo contrarreformista era a todas luces una religión conservadora y
restauracionista que, vista en conjunto, seguía siendo la religión de los
pueblos latinos, que (a excepción de Francia) estaban económica, política y
culturalmente estancados. En el catolicismo, se quiera o no, el papa decide
sobre la interpretación de la Biblia y no tolera innovación alguna. A la
inversa, la ‘libertad del cristiano’ de los protestantes contribuye decisiva-mente
a la acentuación moderna de la responsabilidad personal, la mayoría de edad y
la autonomía.” (p.89). Este cuadro de la gravedad de la enfermedad que sufre la
Iglesia Católica Romana es un trabajo magistral, una obra de madurez y de
valentía. A pesar de ello, Küng no ha salido de la Iglesia Católica, pero
describe su postura con claridad meridiana: “El que mi fe haya permanecido
inconmovible se lo debo a una instancia más elevada (y a muchas serviciales
personas): no a la fe en la Iglesia como institución, sino a aquel Jesucristo
cuya persona y causa siguen siendo – en la buena tradición de la Iglesia, pero
también en la buena liturgia y la buena teología – el motivo originario que, a
despecho de toda decadencia y corrupción, nunca se ha perdido ni se pierde sin
más. El nombre Jesucristo es algo así como el ‘hilo dorado’ en el tejido
siempre confeccionado de nuevo de la historia de la Iglesia, a menudo tan
resquebrajada y sucia” (p.49).
Es así como Mario Escobar nos presenta un
cuadro breve pero comprensivo de la personalidad del nuevo papa y de los desafíos
con que se enfrenta. Por otra parte la obra de Küng nos permite ver las
dificultades, yo diría la imposibilidad, de la tarea reformadora que le ha
impuesto su elección. Sin embargo la lectura cuidadosa de Küng nos puede ayudar
como evangélicos a ver algo de la tarea de reforma que tenemos nosotros por
delante, nosotros que creemos en la Ecclesia
reformata et semper reformanda est.