450 AÑOS DEL CATECISMO DE HEIDELBERG: SU TRASFONDO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO (I)
Lyle D. Bierma
Passing on the Faith, Comunión Mundial de Iglesias Reformadas,
2013
P. ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la
vida como en la muerte?
R. Que yo, con mi cuerpo y alma, tanto en la
vida como en la muerte (Ro 14.8), no me pertenezco a mí mismo (I Co 6.19), sino
a mi fiel Salvador Jesucristo (I Co 3.23; Tito 2.14).
Estas
son las muy familiares líneas iniciales del quizá más famoso catecismo del
siglo XVI, el Catecismo de Heidelberg (CH) de 1563. Poco después de su
aparición, Heinrich Bullinger, dirigente de la Iglesia Reformada en Zurich,
Suiza, lo celebró como “el mejor catecismo jamás publicado”, y en un lapso de
60 años fue traducido del alemán y latín al neerlandés, inglés, húngaro,
francés, griego, romance, checo y español. Actualmente se encuentra traducido a
muchas lenguas africanas y asiáticas y es todavía uno de los documentos de la
fe cristiana más apreciados y que circulan con mayor amplitud en el
protestantismo reformado global. Muchos estudiosos actuales lo consideran la
expresión más irénica y universal de la fe cristiana que produjo la Reforma
Protestante.
Semejante aceptación, sin embargo, puede hacer olvidar
que fue escrito originalmente para una audiencia particular en un lugar
particular y con un propósito muy específico. Su título completo, Catecismo o instrucción cristiana para
conducir a las iglesias y escuelas del Palatinado elector ofrece claves
para comprender su trasfondo. Primeramente, aunque el catecismo fue escrito y
publicado en la ciudad de Heidelberg, Alemania, se planteó su uso para todo el
territorio del cual esa ciudad era capital, y el cual era conocido como el
Palatinado Elector, uno de los 300 pequeños estados que formaban el Sacro
Imperio Romano Germánico en el siglo XVI.
En segundo lugar, el catecismo proveería instrucción a
las “iglesias y escuelas” del territorio. El Palatinado había llegado a ser
oficialmente protestante (luterano) en 1546, relativamente tarde si se
considera que Lutero había establecido la Reforma en otros lugares de Alemania
casi 30 años antes. Cuando el líder político del Palatinado, el príncipe
elector Federico III, accedió al poder en 1559, ordenó una visita a las
iglesias para verificar su salud espiritual. Lo que encontró fue muy
desalentador. La gente joven, sobre todo, esta creciendo “sin el temor de Dios
ni el conocimiento de su Palabra”. Adonde se ofrecía instrucción doctrinal, los
maestros y predicadores usaban una variedad de catecismos y algunos
instructores confundían a los estudiantes con temas irrelevantes y enseñanzas
erróneas. “Si queremos reformar verdaderamente nuestro territorio —concluyó
Federico—, el lugar para comenzar es el adoctrinamiento de nuestros niños”, ¡un
ministerio juvenil! “Y para eso necesitamos una simple y clara guía hacia la
verdad bíblica, así como instructores que enseñarán y vivirán esa enseñanza”.
Finalmente, el título completo del catecismo se refiere a
la instrucción “cristiana” en las iglesias y escuelas. Eso puede indicar un
intento deliberado de Federico por evitar las etiquetas de “luterano”, “calvinista”
o “zwingliano”. La única forma legal de protestantismo en el imperio germánico
en esa época era el luteranismo, tal como lo definió Felipe Melanchton en la
Confesión de Augsburgo (1530). No obstante, el antecesor de Federico, había
abierto al Palatinado a seguidores no solamente de Lutero y Melanchton sino de
Zwinglio, Bullinger y Calvino, y él continuó esta política porque simpatizó
cada vez más con ciertas ideas reformadas. Para ayudar a mejorar la estabilidad
religiosa y política en su territorio, encargó la elaboración de un catecismo
que ofreciera instrucción sobre las bases de la fe “cristiana”, un sumario de
doctrina bíblica que redujera las diferencias y enfatizara el consenso entre
las diversas facciones protestantes en el Palatinado.
El encargo recayó en 1562 en un equipo de ministros de
Heidelberg y teólogos universitarios bajo la vigilancia de Federico mismo. Los
dos jóvenes miembros del grupo, Zacarías Ursino (1534-1583) y Gaspar Oleviano
(1536-1587), con frecuencia son señalados como co-autores, pero el consenso
entre los estudiosos actuales afirma que Ursino fue el primer escritor y que
Oleviano desempeñó un papel menor. Ursino estaba particularmente bien preparado
para la tarea, no sólo por su disposición moderada, sino también debido a que
había estudiado con teólogos de diversas tradiciones en Wittenberg, Zurich y
Ginebra. El equipo examinó e incluso tomó prestado lenguaje de varios
catecismos anteriores, luteranos y reformados, y el 19 de enero de 1563
presentó ante un sínodo el texto para su aprobación. El texto final consistió
en 128 preguntas y respuestas (después, 129), todas con referencias bíblicas en
los márgenes. Se dividió en 52 secciones o Días del Señor, para que el ministro
cubriera la totalidad del catecismo durante un año mediante sermones
doctrinales en un segundo culto dominical vespertino.
Nadie imaginó, en el momento de su aparición, el destino
tan grande que le esperaba. Su autor principal era un desconocido profesor de
teología de escasos 29 años. Fue redactado para escuelas e iglesias de un
pequeño Estado en un rincón del Imperio Germánico y en muchos aspectos era
similar a los registros de otros catecismos protestantes que circulaban en la
época. ¿Por qué, entonces, sobresalió tanto y alcanzó tal importancia? (Versión
de LC-O)
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¿REFORMAR LO IRREFORMABLE? (I)
Samuel Escobar
Protestante Digital, 29 de septiembre de 2013
Un notable artículo del
teólogo católico Hans Küng en El País
del jueves 26 de septiembre me ha traído a la memoria mis lecturas de este
verano y una reflexión que quiero compartir con mis lectores. Vamos primero al
artículo en cuestión que lleva como título “La prueba decisiva de Francisco”.
Comienza afirmando: “El Papa muestra valentía civil” y hace referencia a su
presencia entre los pobres de las favelas de Rio de Janeiro y por otra parte a
su buena disposición a abordar un diálogo abierto con críticos no creyentes.
Cita a Eugenio Scalfari, del periódico romano de izquierda liberal La Repubblica, quien en un artículo
planteó 12 preguntas al Papa, entre ellas una relativa a la cuestión del poder
temporal que la Iglesia Católica Romana siempre ha buscado. La pregunta es
aguda y precisa: “¿Representa por fin el Papa Francisco la primacía de una
iglesia pobre y pastoral sobre una iglesia institucional y secularizada?”.
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Küng señala hechos
notables en las palabras y gestos de Francisco como la renuncia a la pompa, el
estilo que acentúa la figura del servicio más bien que del señorío, las
reformas frente a los escándalos financieros, y el esfuerzo por reformar la
curia. Pero para Küng, Francisco “aún tiene por
delante la prueba decisiva de la reforma papal”, y define
ésta como el desafío de la pobreza. Con un breve y acertado trabajo exegético
este teólogo suizo nos muestra que en los evangelios sinópticos el concepto de
“pobre” se extiende más allá de la referencia a la pura carencia económica. Los
“pobres en espíritu” de Mateo serían también quienes sufren angustia interior:
“Jesús llama a sí a todos los afligido y abrumados, también a quienes han sido
abrumados con la culpa.”
Küng
ubica entre estos pobres en espíritu a tres grupos dentro de la Iglesia
Católica Romana de hoy: los divorciados, las mujeres y los curas casados. Le
gustaría ver que Francisco permitiera que los divorciados que se han vuelto a
casar “puedan ser readmitidos a los sacramentos cuando lo desean de corazón.”
Le
gustaría ver un cambio también en cuanto a las mujeres “que debido a la
posición eclesiástica respecto a los anticonceptivos, la fecundación artificial
y también el aborto, son despreciadas por la Iglesia y en no raras ocasiones
padecen miseria de espíritu.”
Finalmente
sería deseable un cambio respecto al celibato del clero. Comenzando por el caso
de “los sacerdotes apartados de su ministerio por razón de su matrimonio” Küng
avanza a decir que si bien la Iglesia puede preservar un celibato libremente elegido
por los sacerdotes, “una soltería prescrita por el derecho canónico contradice
la libertad que otorga el Nuevo Testamento, la tradición eclesiástica ecuménica
del primer milenio y los derechos humanos modernos.”
Reflexionando
sobre esta propuesta del famoso teólogo del Concilio Vaticano II, creo que ha
puesto el dedo en tres llagas que sí que son un desafío para el nuevo Papa. Y
me viene a la mente también la idea de que en estos tres puntos las iglesias
evangélicas en España afrontan igualmente serios desafíos pastorales.
Mirando
las cosas con honestidad reconozcamos que como evangélicos no contamos con
definiciones claras y aceptadas por las diversas iglesias en varios de esos
puntos. Aquí tenemos un tremendo desafío exegético, teológico y pastoral que
esperamos identificar en el futuro.
Según
Küng este nuevo papa ha demostrado hasta aquí gran sensibilidad, empatía por
las necesidades humanas y coraje civil: “Esas cualidades le facultan para
adoptar decisiones necesarias y que marcarán el futuro respecto a estos
problemas, en parte pendientes desde hace siglos.”
Esta
referencia a las posibilidades de que el papa Francisco implemente reformas en
su iglesia me lleva a dos libros que leí en el verano y que me condujeron a una
reflexión intensa e inquietante. En primer lugar leí del historiador evangélico
Mario Escobar Golderos el libro Francisco:
el primer papa latinoamericano (Grupo Nelson, Nashville, 2013, 159 pp.).
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