sábado, 19 de octubre de 2013

Letra 341, 20 de octubre de 2013

ZACARÍAS URSINO (1534-1583)
Derk Visser



Nació en Breslau, Silesia; murió en Neustadtan der Haardt. Estudió en Wittenberg (1550-1557) y Zurich (1560-1561). Enseñó en Breslau (1558-1560) y fue llamado por el elector Federico III para ayudarlo en la reforma del Palatinado. Llegó a ser profesor de Loci en Heidelberg (1561-1568), rector del Collegium Sapientiae (seminario, 1561-1576) y dio conferencias en Neustadt, mayormente sobre Isaías (1577-1583).

Autor principal del Catecismo de Heidelberg (1563). Escribió también una defensa contra los ataques luteranos (Bekanntnuss, 1564) y la Admonitio (1581). Su gran influencia en la teología reformada procede de sus conferencias sobre el Catecismo de Heidelberg, recopiladas por su alumno y sucesor David Pareus en la Explicatio catecheseos. El catecismo fue aprobado oficialmente en el Sínodo de Dort y la explicación de Ursino se usó en seminarios y universidades. Su método fue escolástico; su teología, calvinista. Las preguntas 12-18 del catecismo hicieron que introdujera mucho del Cur Deus homo?, de Anselmo de Canterbury. 

GASPAR OLEVIANO (1536-1587)
Lyle D. Bierma



Pastor y teólogo reformado alemán. Nacido en Trier, estudió leyes en las universidades de Orléans y Bourges, y teología con Calvino en  Ginebra. Después de un intento frustrado por convertir a su ciudad natal al protestan-tismo (1559), enseñó Dogmática en la Universidad de Heidelberg dos años antes de ser pastor en la iglesia del Espíritu Santo de esa ciudad. Durante 1562 colaboró con Ursino en la redacción del Catecismo de Heidelberg, aunque su papel específico no es muy claro. Obligado a dejar la ciudad cuando los luteranos llegaron al poder (1576), pasó sus últimos años estableciendo iglesias reformadas en la región alemana de Wetterau y enseñando desde 1584 en la Academia de Herborn, la cual fundó.

Su legado teológico se encuentra en el área de la doctrina del pacto, como lo muestran su obra principales (De substancia foederis gratuiti, 1585; Der Gnadenbund Gottes, 1590). Aunque no fue uno de los arquitectos fundadores de la teología reformada del pacto, fue una figura clave en su desarrollo. Tampoco fue el primero en usar el pacto de gracia como el centro de una teología sistemática madura, pero fue el primero en hablar de un pacto redentor supra-temporal entre el Padre y el Hijo, un pacto adánico con Satán luego de la caída y un pacto divino con las criaturas para la protección de los creyentes.

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LA VICTORIA DE LOS VENCIDOS
Carlos Martínez García
La Jornada, 16 de octubre de 2013

Ellos y sus obras fueron perseguidos en el siglo XVI. Al paso de los siglos, hoy, muy pocos podrán estar de acuerdo con quienes les persiguieron y los motivos que tuvieron para querer llevarlos a la hoguera. Como en otros países de Europa en la decimosexta centuria, en España hubo personajes que se dieron a la tarea de, primero, reformar la Iglesia católica romana, y después, cuando se convencieron de tal imposibilidad ante la franca negativa de la institución, intentaron crear una opción eclesiástica distinta.

A diferencia de otras naciones eu­ropeas, en las cuales los reformadores protestantes tuvieron ciertas condiciones favorables para confrontar el poder de la Iglesia católica, en España el contexto político les fue muy adverso. España vino a ser una especie de laboratorio de la Contrarreforma, sus reyes y príncipes se sintieron con el deber de combatir en todos los territorios bajo su dominio la que llamaban herejía protestante.

Cuando el viejo continente se convulsionaba por la disputa religiosa y política entre los bandos católico y protestante, el nuevo mundo iniciaba su incorporación forzosa a la globalización de entonces y aquí los conquistadores, plenamente identificados con una confesión religiosa, el catolicismo romano, empeñaron todas sus fuerzas en evitar la contaminación luterana.

Para los conquistadores el descubrimiento del nuevo mundo fue un acto de la Providencia, una compensación por lo perdido en Europa. Los conocidos como 12 apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los naturales, llevaron décadas después a Juan de Torquemada (también franciscano e historiador) a sintetizar en una frase el servicio prestado por aquellos misioneros: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo, remendaba”.

El conocimiento predominante en el hispanismo, entendido como una identidad ligada al catolicismo, ha pretendido borrar de la historia a los reformadores españoles. Éstos no solamente fueron críticos en el terreno de las ideas de la Iglesia romana y sus autoridades, sino que conformaron núcleos disidentes en lugares como Sevilla y Valladolid. Cuando sus integrantes fueron descubiertos por la Inquisición, varios de ellos y ellas terminaron sus días en la hoguera.

En Sevilla el principal centro de efervescencia protestante estaba en el monasterio de San Isidro del Campo, con los monjes jerónimos. Por distintas vías los integrantes de esta comunidad religiosa tomaron creciente distancia de las enseñanzas católicas romanas. Hicieron suyos los postulados de Juan de Valdés, a quien Marcel Bataillon (en su monumental Erasmo y España) considera uno de los más auténticos genios religioso del siglo XVI. Él y sus obras fueron objeto de persecuciones inquisitoriales. El Diálogo de doctrina cristiana (publicado por primera vez en 1529) hace proposiciones coincidentes con las de Martín Lutero.

Decenas de monjes en Sevilla tuvieron acceso a libros prohibidos por la Inquisición, llegaron a sus manos mediante el contrabando de esas obras que hacía Julián Hernández. Éste, al ser descubierto por agentes inquisitoriales, fue encarcelado y quemado en la hoguera en el auto de fe que tuvo lugar en Sevilla el 22 de diciembre de 1560. Entre los libros distribuidos por Julián Hernández estaba el Nuevo Testamento, traducido del griego al español por el exiliado Juan Pérez de Pineda.

La traducción de Pérez de Pineda fue antecedida por la de Francisco de Enzinas, realizada e impresa igualmente en el exilio y que vio la luz en 1543. Tanto los trabajos de Enzinas como los de Pérez de Pineda fueron benéficos para Casiodoro de Reina, quien, junto con otros 12 monjes jerónimos, huyó de España en 1557 para nunca más volver.

En concordancia con uno de los principios de la Reforma protestante, Casiodoro de Reina se dio a la tarea de hacer una traducción de la Biblia teniendo como base textual las lenguas originales del libro: el hebreo en el caso del Antiguo Testamento, y el griego en el del Nuevo Testamento, así como algunas expresiones en arameo en ambos. Refugiado en distintas partes de Europa, con el fin de huir de sus perseguidores inquisitoriales, Casiodoro de Reina empeñó 12 años de su vida para al fin ver el resultado, la conocida como Biblia del Oso, publicada en Basilea en 1569 por el impresor Tomás Guarino. En 1602 un compañero de monasterio de Reina, Cipriano de Valera (igualmente huido de España), publica una revisión de la Biblia del Oso, la que llegaría a ser conocida como la Biblia Reina-Valera.

Los reformadores españoles produjeron un muy considerable cuerpo de obras escritas. En el siglo XVI la gran mayoría de esos ejemplares fueron decomisados por el extenso brazo de la Inquisición. Hoy, sobre todo gracias al continuado esfuerzo del Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español (CIMPE), encabezado por Emilio Monjo Bellido, es posible acercarse a esos escritos perseguidos. Cada uno de los volúmenes editados cuenta con un estudio introductorio que informa del personaje y el contexto original en el cual fue redactada su obra.

El acervo hasta el momento incluye libros de Juan de Valdés, Constantino Ponce de la Fuente, Juan Pérez de Pineda, Antonio del Corro, Casiodoro de Reina. El CIMPE anuncia la publicación, en tres volúmenes, de Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, obra fundamental en el tema y originalmente escrita en alemán por E. Schäfer. Los fieramente perseguidos hoy gozan de cabal salud, entonces, al paso de los siglos, ¿de quién es la victoria cultural?
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¿REFORMAR LO IRREFORMABLE? (III)
Samuel Escobar
Protestante Digital, 29 de septiembre de 2013

Utilizando el símil médico de la salud y la enfermedad, los siguientes capítulos tienen títulos muy sugestivos: ”Diagnosis del sistema romano. Anamnesis y diagnóstico”, “Los gérmenes de una enfermedad crónica”, “Rehabilitación con recaídas” , “Una gran operación de salvamento” y “Terapia ecuménica”. Con la precisión de un cirujano que domina su estilete Küng va sacando a luz los entretelones del sistema romano y sus miserias, mostrando las raíces históricas de algunos de los problemas más serios que enfrenta la Iglesia hoy. Me parece que esos panoramas históricos son utilísimos para entender el alcance de la autocrítica que Küng propone.

Por ejemplo, refiriéndose a la época de la Reforma protestante y la división del Cristianismo que trajo, dice Küng: “Pero a quien haya estudiado toda esta historia no le puede caber duda al respecto: no es al reformador Lutero, que también cometió errores, sino a la Roma refractaria a toda reforma – y a sus cómplices alemanes – a quien hay que achacar la principal responsabilidad de que tras el cisma entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente, se produjera un cisma entre (dicho a grandes rasgos) la mitad septentrional y la mitad meridional del imperio, que luego, a causa de la expansión colonial de las potencias europeas se prolongaría en Norteamérica y Sudamérica.” (p.84, cursivas del autor).

La negativa a reformarse y la arrogancia con que actuaba Roma la ve también Küng en la forma en que el Catolicismo enfrentó los desafíos de la Modernidad en el siglo 17:“A pesar de todo el ornamento barroco, el catolicismo contrarreformista era a todas luces una religión conservadora y restauracionista que, vista en conjunto, seguía siendo la religión de los pueblos latinos, que (a excepción de Francia) estaban económica, política y culturalmente estancados. En el catolicismo, se quiera o no, el papa decide sobre la interpretación de la Biblia y no tolera innovación alguna. A la inversa, la ‘libertad del cristiano’ de los protestantes contribuye decisiva-mente a la acentuación moderna de la responsabilidad personal, la mayoría de edad y la autonomía.” (p.89). Este cuadro de la gravedad de la enfermedad que sufre la Iglesia Católica Romana es un trabajo magistral, una obra de madurez y de valentía. A pesar de ello, Küng no ha salido de la Iglesia Católica, pero describe su postura con claridad meridiana: “El que mi fe haya permanecido inconmovible se lo debo a una instancia más elevada (y a muchas serviciales personas): no a la fe en la Iglesia como institución, sino a aquel Jesucristo cuya persona y causa siguen siendo – en la buena tradición de la Iglesia, pero también en la buena liturgia y la buena teología – el motivo originario que, a despecho de toda decadencia y corrupción, nunca se ha perdido ni se pierde sin más. El nombre Jesucristo es algo así como el ‘hilo dorado’ en el tejido siempre confeccionado de nuevo de la historia de la Iglesia, a menudo tan resquebrajada y sucia” (p.49).

Es así como Mario Escobar nos presenta un cuadro breve pero comprensivo de la personalidad del nuevo papa y de los desafíos con que se enfrenta. Por otra parte la obra de Küng nos permite ver las dificultades, yo diría la imposibilidad, de la tarea reformadora que le ha impuesto su elección. Sin embargo la lectura cuidadosa de Küng nos puede ayudar como evangélicos a ver algo de la tarea de reforma que tenemos nosotros por delante, nosotros que creemos en la Ecclesia reformata et semper reformanda est.

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