domingo, 13 de octubre de 2013

Letra 340, 13 de octubre de 2013

450 AÑOS DEL CATECISMO DE HEIDELBERG: SU TRASFONDO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO (II)
Lyle D. Bierma
Compartiendo la fe, Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, 2013

La respuesta se encuentra en parte en aquello que distingue al CH de sus similares. Al igual que todos los catecismos durante mil años antes de la Reforma, es en esencia una explicación de los elementos básicos de la cristiandad: el Credo de los apóstoles, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y los sacramentos. Los mandamientos, el Padre Nuestro, las instituciones del bautismo y la Cena del Señor son, por supuesto, partes de la Escritura misma e incluso los versos del Credo se encuentran basados directamente en el texto de la Biblia. Desde tiempos antiguos, la comunidad cristiana había considerado importante enseñar estas partes clave de la Escritura a niños, nuevos cristianos y laicos como una manera de implantar en ellos los fundamentos de la fe cristiana.

Sin embargo, lo que hace al CH distinto es que conecta estos elementos básicos en un solo motivo que lo incluye todo: el tema del consuelo, que se introduce en la muy conocida primera pregunta y en su respuesta, arriba citadas. Al hacerlo, los autores tenían en mente las ansiedades espirituales de la época. Al contrario del sistema sacramental de la Edad Media, que requería actos de penitencia para ayudarle a uno a pagar por sus pecados, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que ha pagado enteramente por todos mis pecados” (PyR: 1). En una época de guerra constante, hambre, desastres y peste, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me guarda de tal manera que […] todas las cosas sirven para mi salvación” (PyR: 1). Más aun, contra una idea medieval de la piedad que exhortaba a la gente a hacer lo mejor y a esperar lo mejor, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna” (PyR: 1). Algunos han criticado este enfoque como demasiado centrado en lo humano, pero aquí es donde el CH se muestra en primer lugar como un documento pastoral, que es sensible al des-consuelo espiritual de su público y responde a éste con las consoladoras verdades del Evangelio.

Para vivir y morir en el gozo de tal consuelo, continúa la PyR 2, debo saber tres cosas: cuán grandes son mis pecados y miserias, de qué manera puedo ser liberado de ellas, y cómo puedo vivir con gratitud hacia Dios por su redención. Estos subtemas de la miseria, la liberación y la gratitud forman las tres divisiones principales del CH, y las explicaciones de los elementos básicos de la Cristiandad se van tejiendo a través de ellos. Llego a conocer mi miseria por medio de los Diez Mandamientos (en su conjunto) (PyR 3-5). Llego a conocer mi liberación a través del Evangelio tal como está resumido en el Credo de los Apóstoles (PyR 19-58), y me siento seguro de esa liberación gracias a los sacramentos (PyR 65-85). Finalmente es a través de los Diez Mandamientos (cada uno individualmente) (PyR 92-115) y del Padre Nuestro (PyR 116-129) como llego a conocer las maneras de expresar mi gratitud por esta liberación. En pocas palabras, el CH dirige todos los fundamentos de la fe cristiana hacia el consuelo del creyente.

Todo el catecismo irradia este tono personal y práctico. Por ejemplo, el CH trata cada uno de los artículos del Credo de los Apóstoles no sólo como hechos a explicar, sino como promesas que Dios ha cumplido en la vida de los creyentes. No pregunta sólo “¿Qué significa este artículo del credo?”, sino también “¿Cómo puede ayudarnos este conocimiento?” (PyR 28). “¿Cómo te beneficia esta enseñanza?” (e.g., PyR 36, 45, 49, 51), “¿De qué manera esto te consuela?” (e.g., PyR 52, 57, 58), y “¿Qué bien es para nosotros?” (PyR 59). Y en la sección sobre los sacramentos enfatiza la seguridad en la salvación que viene del lavado del agua y la participación en la Cena. Esto no es teología académica abstracta, sino teología pastoral y relacional, doctrina que se conecta con la vida espiritual de los catecúmenos.

El CH enfatiza también la piedad cristiana; esto es, cómo los cristianos pueden y deben responder a las verdades bíblicas que les son presentadas. Esto se ve más claramente, por supuesto, en la tercera sección sobre la gratitud, que nos enseña cómo “en toda nuestra vida podemos mostrarnos agradecidos a Dios por tantos beneficios que nos ha dado” (PyR 86). En su exposición del Decálogo, por ejemplo, el CH no sólo relaciona los mandamientos con las realidades de la vida, sino también examina el estilo de vida positivo que implican las prohibiciones de la ley moral. Y no sólo explica las peticiones que se hacen en el Padre Nuestro; las coloca en extendidas paráfrasis en los labios de la comunidad que ora.

Pero este énfasis en la práctica cristiana no se limita a la tercera sección sobre la gratitud; puede encontrarse ya, también, en la segunda sección sobre la liberación. En la PyR 31, por ejemplo, el catecismo explica que a Jesús se le llama también Cristo o el Ungido porque fue ordenado del Padre y ungido por el Espíritu Santo para ser nuestro supremo profeta, único y supremo pontífice y rey eterno. El catecismo procede luego a la siguiente pregunta (PyR 32) hablando de nuestra respuesta al triple oficio de Cristo. Si Jesús es llamado Cristo, “¿por qué tú te llamas cristiano”, es decir seguidor de Cristo? La respuesta: “Porque por la fe soy miembro de Jesucristo y participante de su unción, para que confiese su nombre y me ofrezca a Él en sacrificio vivo y agradable y que en esta vida luche contra el pecado y Satanás con una conciencia limpia y buena y que, después de esta vida reine con Cristo eternamente sobre todas las criaturas”. Cristo es ungido como profeta, pontífice y rey; pertenecemos a Cristo. Por lo tanto, nosotros también somos ungidos como profetas, pontífices y reyes. Aquí está la doctrina cristiana en lo mejor de sí misma: no sólo un sumario de la revelación divina, sino también un llamado a responder a esa revelación viviendo cristianamente.

Radica ahí el genio del CH. Explica las bases de la fe cristiana y a la vez las aplica a la vida de las personas. Es personal, pastoral y práctica tanto como doctrinal. Esa combinación única, tal vez más que cualquier otra cosa, explica por qué este catecismo del siglo XVI, desde el pequeño Palatinado germánico ha resonado con tantos seres humanos y, 450 años después, todavía es ampliamente utilizado en las iglesias reformadas y presbiterianas de todo el mundo.
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¿REFORMAR LO IRREFORMABLE? (II)
Samuel Escobar
Protestante Digital, 29 de septiembre de 2013

Es un libro ágil que se lee sin dificultad y que tendría que ser lectura obligada para todo evangélico que quiera estar bien informado. El autor ha conseguido procesar una gran cantidad de información y presentarla de forma legible y atractiva. En sus trece capítulos Mario Escobar nos ofrece un retrato de Jorge Mario Bergoglio, simplemente el papa Francisco, quien ya ha dado mucho que hablar a la prensa mundial.

En la primera parte, “El día de primavera que cambio mi vida”, Escobar narra en cuatro capítulos una breve biografía de Bergoglio, su niñez y juventud en su Argentina natal, el surgimiento de su vocación sacerdotal, sus estudios, y su carrera eclesiástica como profesor, sacerdote y luego obispo en los difíciles tiempos de la dictadura militar argentina en las décadas de 1970 a 1990. Los cuatro capítulos de la segunda parte, “El cardenal de los jesuitas”, son especialmente valiosos para el lector evangélico poco familiarizado con la historia y las instituciones católicas y nos llevan hasta el cónclave del 2013 en el cual Bergoglio llegó a ser papa. Los cinco capítulos de la tercera parte presentan “Los cinco retos del nuevo papa Francisco.”

El libro de Mario Escobar no es el típico libro evangélico que a cada paso se detiene a señalar los contrastes entre catolicismo y protestantismo. Conforme avanzaba en su lectura yo tenía la impresión de que este exitoso novelista e historiador abriga cierta esperanza de que el papa Francisco consiga llevar adelante algunas de esas urgentes reformas que le hacen falta a la Iglesia Católica Romana.

Por nuestra experiencia de evangélicos en España, y el talante ultra-conservador y triunfalista del catolicismo español, percibimos mejor la urgencia y al mismo tiempo la dificultad de la tarea de reformar que el papa tiene por delante. Como lo ha señalado la prensa últimamente los obispos españoles están entre los que tienen menos disposición a aceptar las reformas.

Al terminar de leer el libro de Mario Escobar cayó en mis manos un libro de Hans Küng, el teólogo con el que he empezado este artículo, que se publicó en alemán en el año 2011 y ha aparecido este año en castellano. Su título me atrajo, pues es un interrogante audaz y acertado: ¿Tiene salvación la Iglesia? (Madrid, Trotta, 2013).

Son 199 páginas y se trata de un diagnóstico valiente y bien informado por un hombre que conoce como pocos la teología y la historia del catolicismo. Mientras leía este libro recordaba yo la mezcla de asombro y esperanza que me había causado cincuenta años atrás la lectura del primer libro que hizo mundialmente conocido a Küng El concilio y la unión de los cristianos (1960).

La toma de posición de Küng respecto a su iglesia la expresa bien el título de su primer capítulo “¿Una iglesia enferma, incluso moribunda?” Su análisis es demoledor: “La Iglesia católica atraviesa la más profunda crisis de confianza desde la Reforma y nadie puede pasarlo por alto: en el centro de la Iglesia se encuentra – esto tiene que ser visto también en Alemania –Joseph Ratzinger, el actual papa quien, aunque originario de la tierra de la Reforma, vive en la Roma papal desde hace tres décadas, y lejos de conjurar la crisis, la agudiza.”(p.17).

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