450 AÑOS DEL CATECISMO DE HEIDELBERG: SU TRASFONDO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO (II)
Lyle D. Bierma
Compartiendo la fe, Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, 2013
La respuesta se encuentra en parte en aquello que distingue al
CH de sus similares. Al igual que todos los catecismos durante mil años antes
de la Reforma, es en esencia una explicación de los elementos básicos de la cristiandad:
el Credo de los apóstoles, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y los
sacramentos. Los mandamientos, el Padre Nuestro, las instituciones del bautismo
y la Cena del Señor son, por supuesto, partes de la Escritura misma e incluso
los versos del Credo se encuentran basados directamente en el texto de la
Biblia. Desde tiempos antiguos, la comunidad cristiana había considerado
importante enseñar estas partes clave de la Escritura a niños, nuevos
cristianos y laicos como una manera de implantar en ellos los fundamentos de la
fe cristiana.
Sin embargo, lo que hace al CH distinto es que conecta estos
elementos básicos en un solo motivo que lo incluye todo: el tema del consuelo,
que se introduce en la muy conocida primera pregunta y en su respuesta, arriba
citadas. Al hacerlo, los autores tenían en mente las ansiedades espirituales de
la época. Al contrario del sistema sacramental de la Edad Media, que requería
actos de penitencia para ayudarle a uno a pagar por sus pecados, el CH proclama
el consuelo de pertenecer a Cristo, “que ha pagado enteramente por todos mis
pecados” (PyR: 1). En una época de guerra constante, hambre, desastres y peste,
el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me guarda de tal manera
que […] todas las cosas sirven para mi salvación” (PyR: 1). Más aun, contra una
idea medieval de la piedad que exhortaba a la gente a hacer lo mejor y a
esperar lo mejor, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me
asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna” (PyR: 1). Algunos han criticado
este enfoque como demasiado centrado en lo humano, pero aquí es donde el CH se
muestra en primer lugar como un documento pastoral, que es sensible al
des-consuelo espiritual de su público y responde a éste con las consoladoras
verdades del Evangelio.
Para vivir y morir en el gozo de tal
consuelo, continúa la PyR 2, debo saber tres cosas: cuán grandes son mis
pecados y miserias, de qué manera puedo ser liberado de ellas, y cómo puedo
vivir con gratitud hacia Dios por su redención. Estos subtemas de la miseria,
la liberación y la gratitud forman las tres divisiones principales del CH, y
las explicaciones de los elementos básicos de la Cristiandad se van tejiendo a
través de ellos. Llego a conocer mi miseria por medio de los Diez Mandamientos
(en su conjunto) (PyR 3-5). Llego a conocer mi liberación a través del
Evangelio tal como está resumido en el Credo de los Apóstoles (PyR 19-58), y me
siento seguro de esa liberación gracias a los sacramentos (PyR 65-85).
Finalmente es a través de los Diez Mandamientos (cada uno individualmente) (PyR
92-115) y del Padre Nuestro (PyR 116-129) como llego a conocer las maneras de
expresar mi gratitud por esta liberación. En pocas palabras, el CH dirige todos
los fundamentos de la fe cristiana hacia el consuelo del creyente.
Todo el catecismo irradia este tono personal y práctico.
Por ejemplo, el CH trata cada uno de los artículos del Credo de los Apóstoles
no sólo como hechos a explicar, sino como promesas que Dios ha cumplido en la
vida de los creyentes. No pregunta sólo “¿Qué significa este artículo del
credo?”, sino también “¿Cómo puede ayudarnos este conocimiento?” (PyR 28).
“¿Cómo te beneficia esta enseñanza?” (e.g., PyR 36, 45, 49, 51), “¿De qué
manera esto te consuela?” (e.g., PyR 52, 57, 58), y “¿Qué bien es para
nosotros?” (PyR 59). Y en la sección sobre los sacramentos enfatiza la
seguridad en la salvación que viene del lavado del agua y la participación en
la Cena. Esto no es teología académica abstracta, sino teología pastoral y
relacional, doctrina que se conecta con la vida espiritual de los catecúmenos.
El CH enfatiza también la piedad cristiana; esto es, cómo
los cristianos pueden y deben responder a las verdades bíblicas que les son
presentadas. Esto se ve más claramente, por supuesto, en la tercera sección
sobre la gratitud, que nos enseña cómo “en toda nuestra vida podemos mostrarnos
agradecidos a Dios por tantos beneficios que nos ha dado” (PyR 86). En su
exposición del Decálogo, por ejemplo, el CH no sólo relaciona los mandamientos
con las realidades de la vida, sino también examina el estilo de vida positivo
que implican las prohibiciones de la ley moral. Y no sólo explica las
peticiones que se hacen en el Padre Nuestro; las coloca en extendidas
paráfrasis en los labios de la comunidad que ora.
Pero este énfasis en la práctica cristiana no se limita a
la tercera sección sobre la gratitud; puede encontrarse ya, también, en la
segunda sección sobre la liberación. En la PyR 31, por ejemplo, el catecismo
explica que a Jesús se le llama también Cristo o el Ungido porque fue ordenado
del Padre y ungido por el Espíritu Santo para ser nuestro supremo profeta,
único y supremo pontífice y rey eterno. El catecismo procede luego a la
siguiente pregunta (PyR 32) hablando de nuestra respuesta al triple oficio de
Cristo. Si Jesús es llamado Cristo, “¿por qué tú te llamas cristiano”, es decir
seguidor de Cristo? La respuesta: “Porque por la fe soy miembro de Jesucristo y
participante de su unción, para que confiese su nombre y me ofrezca a Él en
sacrificio vivo y agradable y que en esta vida luche contra el pecado y Satanás
con una conciencia limpia y buena y que, después de esta vida reine con Cristo
eternamente sobre todas las criaturas”. Cristo es ungido como profeta,
pontífice y rey; pertenecemos a Cristo. Por lo tanto, nosotros también somos
ungidos como profetas, pontífices y reyes. Aquí está la doctrina cristiana en
lo mejor de sí misma: no sólo un sumario de la revelación divina, sino también
un llamado a responder a esa revelación viviendo cristianamente.
Radica ahí el genio del CH. Explica las bases de la fe
cristiana y a la vez las aplica a la vida de las personas. Es personal,
pastoral y práctica tanto como doctrinal. Esa combinación única, tal vez más
que cualquier otra cosa, explica por qué este catecismo del siglo XVI, desde el
pequeño Palatinado germánico ha resonado con tantos seres humanos y, 450 años
después, todavía es ampliamente utilizado en las iglesias reformadas y
presbiterianas de todo el mundo.
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¿REFORMAR LO IRREFORMABLE? (II)
Samuel Escobar
Protestante Digital, 29 de septiembre de 2013
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