domingo, 6 de octubre de 2013

"...Ante tan grande nube de testigos", L. Cervantes-O.

6 de octubre, 2013

Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia en la carrera que se nos brinda. Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe.
Hebreos 11.1-2a, La Palabra (Hispanoamérica)

Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos.

El autor de la carta a los Hebreos concluye su exhaustivo pase de lista de héroes y heroínas de la fe con una exhortación tan elocuente y conmovedora que bien podrá servir en estos tiempos para celebrar, una vez más, y desde otro ángulo, la gesta de las reformas religiosas del siglo XVI, especialmente lo realizado por el par de teólogos que redactó el Catecismo de Heidelberg a fines de 1562 y que se dio a conocer en enero del siguiente año, uno antes de la muerte de Juan Calvino. Ellos mismos, quienes salieron del anonimato por obra y gracia de Dios y también de la decisión del príncipe elector alemán Federico III, gobernante del Palatinado, región de Alemania que abrazó el protestantismo, forman parte también de la “ingente muchedumbre de testigos”, de la gran masa de seguidores/as de Jesucristo que nos han antecedido y que dieron fe de su adhesión a la esperanza en la presencia real y efectiva del Reino de Dios en el mundo. Con ello fundaron una estirpe espiritual en cuya estela haremos bien en continuar, pues esa compañía selecta, tan comprometida con el Evangelio, ha sido ya probada por sus frutos en el tiempo. “Del sacrificio de Abel hasta los mártires del tiempo de los Macabeos, pasando por Henoc, Noé, Abrahán y Moisés, la historia de la salvación es historia de la fe. La fe sola es capaz de obtener las mayores victorias y de soportar las pruebas más tremendas”.[1] Lo mismo se puede decir de la época y los iniciadores de la Reforma Protestante. Federico III, Zacarías Ursino (1534-1583) y Gaspar Oleviano (1536-1587) pertenecen a esa dinastía de la que habla Hebreos 11, pues su legado doctrinal y espiritual ha llegado hasta nosotros para enriquecer y fortalecer la fe de todos los sectores de la iglesia. Su propósito, ayudar a las iglesias y a las escuelas para enseñar los fundamentos cristianos, sigue vigente.

Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca

Esta exhortación bien puede aplicarse a muchos de los ímpetus que dieron origen a las reformas religiosas que recordamos como fundadoras del redescubrimiento de algunas bases de la fe cristiana. Librarse de “todo impedimento” o prohibición, que en el caso de la carta alude a las prohibiciones y reglamentos de la ley antigua, para los reformadores y redactores del Catecismo consistió en replantear toda la existencia de la iglesia y de la fe a fin de adaptarla a las nuevas circunstancias. La difícil superación de lo antiguo y la instalación de nuevas formas de culto y espiritualidad obligaron a tomar medidas para fortalecer la fe de las comunidades en ciudades como Heidelberg, que tenían predicadores universitarios pero necesitaban consolidar la doctrina de las nuevas generaciones. De ahí el encargo del príncipe para que, a causa de las disputas sobre la Santa Cena, se redactara este documento con la intención de hacer llegar los resultados de la investigación teológica a todos los niveles de la iglesia, un ideal que no siempre se ha cumplido, como lo sugiere Karl Barth en su comentario: “una declaración coherente de lo que creemos así como una confesión de lo que creemos”.

y participemos con perseverancia en la carrera que se nos brinda.

El llamado a la perseverancia y a participar en la “carrera cristiana” habla de una decisión persistente por fortalecer continuamente aquello en lo que se ha creído. Los reformadores de segunda generación que estaban recibiendo la estafeta de los anteriores (Lutero había muerto en 1546 y Calvino lo haría en 1564) habían trazado y caminado por una ruta crítica plagada de obstáculos y oposición, pero con el apoyo divino y la determinación de diversos sectores sociales y políticos (en cuya confluencia muchos han visto un maridaje más allá de lo tolerable) fue posible que llevaran las consecuencias de la Reforma a espacios tan disímbolos como el Palatinado con sede en Heidelberg, ciudad que fue visitada por Lutero en abril de 1518 y en donde presentó unas tesis con el nombre de la misma y que, al parecer, no tuvieron efecto inmediato, aunque años más tarde la orientación teológica se cargó por el lado de la fe reformada o calvinista. Por esos antecedentes, el Catecismo muestra una tendencia más bien ecuménica, pues retoma de ambas lo mejor en una amalgama “que apela al corazón al mismo tiempo que a la mente”, dado que combina “la intimidad de Lutero, la caridad de Melanchton y el fuego de Calvino”.[2]

Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe.

La doctrina es un aspecto esencial para la vida cristiana, pues no se trata de una teoría o de un corpus de conocimientos que hay que afirmar únicamente. Prueba de ello son los primeros postulados del Catecismo de Heidelberg apuntan sólidamente a esta exhortación cristológica de la carta al preguntar: “¿Cuál es tu único consuelo en la vida en la muerte?” y responder tajantemente con una apertura que se ha vuelto famosa dada su sencillez y contundencia:

Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte,a no me pertenezco a mí mismo,b sino a mi fiel Salvador Jesucristo,c que me libró del poder del diablo,d satisfaciendo enteramente con preciosa sangre por todos mis pecados,e y me guarda de tal maneraf que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caerg antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación.h Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eternai y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.

a. Ro. 14:8; b. 1 Co. 6:19; c. 1 Co. 3:23; Tit. 2:14; d. He. 2:14; 1 Jn. 3:8; Jn. 8:34-36; e. 1 P. 1:18-19; 1 Jn. 2:2, 12; f. Jn. 6:39; Jn. 10:28; 2 Ts. 3:3; 1 P. 1:5; g. Mt. 10:30; Lc. 21:18; h. Ro. 8:28; i. 2 Co. 1:22; 2 Co. 5:5, Ef. 1:14; Ro. 8:16; j. Ro. 8:14; 1 Jn. 3:3.

Barth explica muy bien los alcances y limitaciones de la responsabilidad doctrinal de la iglesia: “La doctrina cristiana es el intento por resumir el evangelio de Jesucristo. En sí mismo el evangelio es ilimitado, eterno y, por ello, inagotable. Ningún intento de la doctrina cristiana puede reproducirlo en su totalidad. La doctrina puede ser, entonces, siempre el sumario de varias líneas básicas de pensamiento y de sus puntos principales”.[3] En ese mismo camino nos encontramos hoy y debemos responder a los desafíos bíblicos y de nuestra tradición teológica por igual.




[1] A. Vanhoye, “Carta a los Hebreos”, en Diccionario de teología bíblica, http://mercaba.org/DicTB/H/hebreos_carta__a_los.htm.
[2] Shirley C. Guthrie, “Heidelberg Catechism”, en D.K. McKim, ed., Encyclopedia of Reformed Faith. Louisville-Edimburgo, Westminster/John Knox Press-Saint Andrew Press, 1992, p. 167.
[3] K. Barth, “Christian doctrine according to the Heidelberg Catechism”, en The Heidelberg Catechism for today. Richmond, John Knox Press, 1964, p. 19. Agradezco, como siempre, el apoyo y la complicidad de Rubén Arjona M. para conseguir este y otros materiales de difícil acceso.

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