sábado, 19 de octubre de 2013

Confesar y enseñar la fe permanentemente, L. Cervantes-O.

20 de octubre, 2013

Porque vendrán tiempos en que no se soportará (anéxomai) la auténtica enseñanza (jugiainouses didaskalías), sino que, para halagar el oído, quienes escuchan se rodearán de maestros a la medida de sus propios antojos, se apartarán de la verdad y darán crédito a los mitos. Pero tú permanece siempre alerta, proclama el mensaje de salvación, desempeña con esmero el ministerio.
II Timoteo 4.3-5

“No soportar la auténtica enseñanza”. Este lenguaje pos-paulino manifiesta la preocupación de las comunidades por establecer pautas de orden doctrinal y organización que con muchas dificultades pasaron la prueba de la verticalidad jerárquica. Ciertamente, en nuestra época ése sigue siendo un obstáculo difícil de superar a la hora de continuar la hermosa tradición igualitaria instaurada por Jesús de Nazaret cuando formó su grupo de seguidores/as. La “uniformidad doctrinal” ha sido el sueño dorado de gobernantes, dirigentes eclesiásticos y de vastos sectores de la comunidad que la aprecian como una necesidad real para la buena marcha de la Iglesia, a veces con cierto menoscabo de los valores del Reino de Dios.

El autor de la epístola advierte a Timoteo de que hay una verdad y que únicamente ésta debe prevalecer. Todas las otras deben ser combatidas. Timoteo debe tener cuidado con algunos adversarios y, al mismo tiempo, instruir a cada grupo de su comunidad a permanecer fiel en su función en la comunidad y en la sociedad. […].
Era necesario reprender y advertir a aquellos que estaban enseñando otra enseñanza que no era la indicada por el autor de la epístola. Ese grupo, denominado doctores de la ley, es acusado de practicar la caridad, de no tener una buena fe, no tener una buena conciencia, no tienen un corazón puro y practican una fe hipócrita. Según el autor, esos se desviaron. El contenido de sus enseñanzas no pasa de palabras vanas.[1]

El texto orienta en el sentido de ejercer un control en busca del orden en medio de situaciones conflictivas, como la participación de las mujeres en la enseñanza. Las “otras enseñanzas” presentes en la comunidad también reclamaban ser de herencia paulina.[2] Se promueve una predisposición contra el diálogo con el ánimo de combatir las enseñanzas que comienzan a ser vistas como heterodoxas (los “maestros a la medida de sus propios antojos”): “El autor de la carta cierra cualquier posibilidad de encontrar la verdad fuera de la iglesia”,[3] pues se considera a sí mismo, “orientador y maestro de la verdad para todos los pueblos” (kerys, apóstolos, didaskalós: I Tim 2.7; II Tim 1.11), en los límites de la arrogancia. Si consideramos que existe alguna forma de continuidad y discontinuidad entre estos impulsos surgidos a comienzos del segundo siglo de nuestra era, los correspondientes a las reformas religiosas del siglo XVI y lo que acontece hoy en las comunidades reformadas, será posible percibir la necesidad de redefinir continuamente el papel de la doctrina en las vida de las iglesias, puesto que, aunque no se logre el ideal de una uniformidad de creencias impuesta, debería ser viable alcanzar consensos básicos que permitan una sana convivencia mediante el estudio serio y el diálogo abierto.
La insistencia del texto en lo que se estableció como una meta obsesiva para algunos (defender e imponer la “sana doctrina”) debe ser vista a la luz de una auténtica responsabilidad pastoral empeñada en guiar a las comunidades por rumbos doctrinales libres de influencias perniciosas. Fue eso lo que movió al príncipe Federico III a encargar el que Heinrich Bullinger, líder de la Iglesia Reformada de Zurich, calificó como “el mejor catecismo jamás publicado”, y que llegaría a formar, junto con la Confesión Belga (1561) y los Cánones de Dort (1619) el conjunto conocido como Tres Formas de Unidad en la tradición reformada holandesa. “Aunque cada documento trabajó diferentes aspectos de la doctrina bíblica, existe entre ellos una magnífica armonía, y proveen a los creyentes confesantes afirmaciones concisas y rigurosas sobre lo que creemos y por qué lo creemos”.[4] En medio de un proceso de confesionalización geográfica y cultural en los diversos estados alemanes del siglo XVI, este príncipe (“primer miembro de la iglesia”) promovió la unidad de la iglesia y, sobre todo, el culto de la misma.[5]
Karl Barth sintetiza en siete aspectos la sustancia de la fe reformada tal como está contenida en el Catecismo de Heidelberg:
1) Contiene un concepto particular de Dios, un Dios diferente de todas las criaturas que permanece libre y superior sobre todo ser humano. Un Dios majestuoso.
2) Dios no es una divinidad escondida, es “Dios en Cristo Jesús”, la Palabra misma (preguntas 25, 95, 117).
3) Afirma la benevolencia de Dios, aun cuando un tanto limitada a la iglesia, pero que quiere abarcar todo el mundo. “Dios debería ser alabado [y conocido] a través de nosotros (la iglesia)” (preguntas 86, 99, 122).
4) Rotundamente protestante, coloca al ser humano como receptor de esa benevolencia divina a través de la fe, por encima de cualquier obra. “Así, la libertad por la gracia es fundada en la libertad del Dios lleno de gracia”.
5) “Pero la fe significa precisamente la libertad humana para la acción. La charis (gracia) es el fundamento de la eucharistia (acción de gracias) humana y convoca como una llamada invoca un eco”. Para él, “no existe conflicto alguno entre la majestad de Dios y que el ser humano trabaje duro”. Es una clara guía calvinista sobre la relación entre dogmática (“teoría”) y ética (“práctica”).
6) “El lugar de donde se encuentran las libertades divina y humana es la comunidad” que está al servicio del Evangelio. “El nombre de Dios es alabado mediante el servicio de la comunidad, la comunión de los santos, y no a través del servicio especial de teólogos y sacerdotes”.
7) Pero todo queda subordinado al consuelo divino futuro afirmado inicialmente, que se espera con ansiedad.[6]
Y su conclusión es tajante: “Tenemos aquí el patrimonio común de la totalidad de la Reforma. ¿Qué pueden significar las diferencias entre las confesiones evangélicas que se han basado en estas siete verdades básicas? ¿No es una pérdida de tiempo y de energía aferrarse tenazmente a tales diferencias en vez de concentrarse en la gran verdad común que fue reconocida nuevamente en la Reforma?”.[7]



[1] Clemildo Anacleto da Silva, “Tolerancia e intolerancia entre los grupos sociales, en Timoteo y en Tito”, en RIBLA. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/tolerancia.html. Otro comentario señala: “…la ‘enseñanza sana’ se ve rechazada por los hombres, que se descargan de ella como de un yugo insoportable, se hace intolerable la predicación seria sobre el pecado y el juicio, sobre la redención y la santificación, porque no responde o no se adapta al gusto natural de los hombres. Estos, guiados por el egoísmo y el capricho, buscarán la propia satisfacción intelectual, sólo querrán oír cosas ingeniosas, interesantes y sensacionales, e irán pasando de un maestro a otro, de una doctrina a otra”. Joseph Reuss, “Segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo”, http://mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/Timoteo/2TIMOTEO_04.htm.
[2] Elsa Tamez, Luchas de poder en los orígenes del cristianismo. Un estudio de la 1ª carta a Timoteo. San José, DEI, 2004, p. 113.
[3] C.A: da Silva, op. cit.
[4] Burk Parsons, “Confessionally challenged”, en Tabletalk, abril de 2008, p. 32, www.ligonier.org/learn/articles/heidelberg-catechism.
[5] K. Barth, “Christian doctrine according to the Heidelberg Catechism”, en The Heidelberg Catechism for today. Richmond, John Knox Press, 1964, p. 23. Cf. el contexto eclesial y socio-político del catecismo en “Reform in the Palatinate”, www.heidelberg-catechism.com/en/history; G. Plasger, “La confesionalización reformada en Alemania y Alemania del Sur”, www.reformiert-online.net/t/span/bildung/grundkurs/gesch/lek4/print4.pdf; y Charles D. Gunnoe, Jr., “The Reformation of the Palatinate and the origins of the Heidelberg Catechism, 1500-1562”, en D.L. Bierma et al., An introduction to the Heidelberg Catechism. Sources, history, and theology. Grand Rapids, Baker Academic, 2005, pp. 15-47.
[6] K. Barth, op. cit., pp. 25-28.
[7] Ibid., p. 28.

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