13
de octubre, 2013
Por tu parte, permanece fiel a lo que
aprendiste y aceptaste. Sabes quiénes fueron tus maestros, y que desde la cuna
te han sido familiares las sagradas Escrituras como fuente de sabiduría en
orden a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.
II
Timoteo 3.14-15, La Palabra (Hispanoamérica)
Las llamadas “epístolas pastorales” (1ª y 2ª a Timoteo, y
Tito y Filemón), conocidas así desde el siglo XVIII, llevan el nombre de San
Pablo, pero corresponden a una etapa en la que la iglesia cristiana comenzó a
adaptarse a una nueva situación socio-política: “Pablo murió durante la
persecución de Nerón, [por lo que] la mayoría de los ministerios y funciones
que se mencionan en estas epístolas no corresponden a la iglesia del siglo I
sino a la del siglo II. La iglesia igualitaria del primer siglo —retratada en
el libro de Hechos y en las epístolas paulinas— ha desaparecido en las
pastorales para dar paso a una iglesia institucionalizada, que se está
conformando cada vez más según los modelos jerárquicos del imperio romano”[1].
No resultaba tan extraño que la iglesia siguiera el modelo institucional
romano, aunque también hubo cambios en la aplicación de los carismas o dones de
las comunidades, en el camino de la institucionalización. “Sin embargo, no
sería exacto decir que ya en las cartas o epístolas Pastorales encontramos un
episcopado monárquico. En
esta etapa, se trata más bien de un modelo inspirado en la familia patriarcal,
con un obispo pater familias. La iglesia de cada ciudad es como una gran familia con un
padre (el obispo), bajo cuya autoridad se subordina el resto de esa iglesia” (Idem).
Una
de las preocupaciones de esta nueva etapa en la vida de las comunidades
cristianas era la estabilidad doctrinal, ideológica y espiritual, puesto que comenzaron
a enfrentar fuertes debates con “falsos maestros”: “Si nos atenemos a la
mención de ‘fábulas y genealogías interminables’ (I Tim 1.4) y a la advertencia
contra el falso ‘conocimiento’ (I Tim 4.3), parecen estar sosteniendo alguna
doctrina gnóstica. Los gnósticos solían elaborar genealogías de los seres
divinos y especular sobre los primeros capítulos de Génesis. Además, I Tim 6.20
dice que esos falsos maestros prohibían el matrimonio y se abstenían de
alimentos. Es bien sabido que el gnosticismo cristiano propugnaba un ascetismo
riguroso” (Idem). Varios círculos de
dirigentes más ortodoxos empezaron a hacerse del poder y a advertir sobre la
necesidad de reaccionar ante los embates de las nuevas ideas, para lo que
recurrieron a tres estrategias muy claras: consolidar la fuerza organizacional
mediante obispos (pastores) y presbíterios (ancianos), redactar credos y establecer un canon de
textos autorizados.
El origen del
Catecismo de Heidelberg coincide con la segunda parte de la estrategia de las
cartas pastorales pues desde el gobierno de la ciudad se consideró necesario
fortalecer la fe, las convicciones y la doctrina de sus habitantes, luego de
que la decisión desde el poder fue la opción por el protestantismo, corriendo
el riesgo de que por decreto todas la personas fueran creyentes en esa línea
teológica. Pero en sí el propósito estrictamente eclesial fue muy sensible a la
vida litúrgica de la comunidad dado que el diseño del catecismo estuvo pensado
para que en las iglesias y escuelas se transmitiera según un ritmo anual: “El
producto terminado consistía en 128 (que después serían 129) preguntas y
respuestas, cada una con referencias bíblicas en los márgenes. Asimismo, el CH
estaba dividido en 52 secciones, o Días del Señor, de modo que un ministro
pudiera cubrir todo el catecismo una vez al año, en sermones doctrinales,
durante un segundo servicio de adoración, los domingos por la tarde”.[2]
De este modo, el interés político de
Federico III coincidió con la urgencia eclesiástica y práctica de consolidar la
Reforma religiosa como una realidad social, cultural, ideológica y espiritual.
Este tipo de coyunturas no siempre resultan afortunadas, pues los intereses
transitorios de los gobernantes no siempre resultan adecuados para la adecuada marcha
de la iglesia. Aquí es importante destacar las características del Catecismo en
orden a su utilidad formativa en los terrenos bíblico-teológico, doctrinal y
eclesiástico:
Al igual que todos los
catecismos durante mil años antes de la Reforma, es en esencia una explicación
de los elementos básicos de la Cristiandad: el Credo de los apóstoles, los Diez
Mandamientos, el Padre Nuestro y los sacramentos. Los Mandamientos, el Padre
Nuestro, las instituciones del bautismo y la Cena del Señor son, por supuesto,
partes de la Escritura misma e incluso los versos del Credo se encuentran
basados directamente en el texto de la Biblia. Desde tiempos antiguos, la
comunidad cristiana había considerado importante enseñar estas partes clave de
la Escritura a niños, nuevos cristianos y laicos como una manera de implantar
en ellos los fundamentos de la fe cristiana (Idem).
Además, el tema del consuelo, asumido como central desde el principio del texto, respondió
a la situación prevaleciente porque
los autores tenían en
mente las ansiedades espirituales de la época. Al contrario del sistema
sacramental de la Edad Media, que requería actos de penitencia para ayudarle a
uno a pagar por sus pecados, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo,
“que ha pagado enteramente por todos mis pecados” (PyR: 1). En una época de
guerra constante, hambre, desastres y peste, el CH proclama el consuelo de
pertenecer a Cristo, “que me guarda de tal manera que […] todas las cosas
sirven para mi salvación” (PyR: 1). Más aun, contra una idea medieval de la
piedad que exhortaba a la gente a hacer lo mejor y a esperar lo mejor, el CH
proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me asegura, por su Espíritu Santo,
la vida eterna” (PyR: 1).
Eso hace del catecismo un documento pastoral
“sensible al des-consuelo espiritual de su público y responde a éste con las
consoladoras verdades del Evangelio”. La pregunta 2 y su respuesta, y muchas
más, van en ese sentido:
Para vivir y morir en
el gozo de tal consuelo, continúa la PyR 2, debo saber tres cosas: cuán grandes
son mis pecados y miserias, de qué manera puedo ser liberado de ellas, y cómo
puedo vivir con gratitud hacia Dios por su redención. Estos subtemas de la
miseria, la liberación y la gratitud forman las tres divisiones principales del
CH, y las explicaciones de los elementos básicos de la Cristiandad se van
tejiendo a través de ellos. Llego a conocer mi miseria por medio de los Diez
Mandamientos (en su conjunto) (PyR 3-5). Llego a conocer mi liberación a través
del Evangelio tal como está resumido en el Credo de los Apóstoles (PyR 19-58),
y me siento seguro de esa liberación gracias a los sacramentos (PyR 65-85).
Finalmente es a través de los Diez Mandamientos (cada uno individualmente) (PyR
92-115) y del Padre Nuestro (PyR 116-129) como llego a conocer las maneras de
expresar mi gratitud por esta liberación. En pocas palabras, el CH dirige todos
los fundamentos de la fe cristiana hacia el consuelo del creyente.
Todo el catecismo
irradia este tono personal y práctico. Por ejemplo, el CH trata cada uno de los
artículos del Credo de los Apóstoles no sólo como hechos a explicar, sino como
promesas que Dios ha cumplido en la vida de los creyentes. No pregunta sólo
“¿Qué significa este artículo del credo?”, sino también “¿Cómo puede ayudarnos este
conocimiento?” (PyR 28). “¿Cómo te beneficia esta enseñanza?” (e.g., PyR 36,
45, 49, 51), “¿De qué manera esto te consuela?” (e.g., PyR 52, 57, 58), y “¿Qué
bien es para nosotros?” (PyR 59). Y en la sección sobre los sacramentos
enfatiza la seguridad en la salvación que viene del lavado del agua y la
participación en la Cena. Esto no es
teología académica abstracta, sino teología pastoral y relacional, doctrina que
se conecta con la vida espiritual de los catecúmenos. (Ibid., p. 6. Énfasis agregado.)
Estamos pues, ante un documento que
quiso ser contextual y lo logró ampliamente al consolidar la fe y las
convicciones de las personas con un sólido sustrato doctrinal.
[1] Cristina Conti, “Introducción a las epístolas
pastorales”, en Revista de Interpretación
Bíblica Latinoamericana, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/introduccion.html.
[2] Lyle D. Bierma, “The
Heidelberg Catechism”, en Tabletalk, abril
de 2008 www.ligonier.org/learn/articles/heidelberg-catechism/;
como “Contexto histórico y teológico”, en Compartiendo la fe: Catecismo de Heidelberg 1563-2013. Ginebra, Comunión
Mundial de Iglesias Reformadas, 2013, p. 5.
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