23 de febrero, 2014
No causen tristeza (lupeîte)
al Espíritu Santo de Dios, que es en ustedes como un sello que los distinguirá
en el día de la liberación.
Efesios 4.30, La Palabra (Hispanoamérica)
Uno
de los mayores malentendidos acerca de la doctrina cristiana es el papel del
Espíritu Santo en la historia o en el “orden de salvación” (ordo salutis), pues en muchos casos predomina
la idea de que la tercera persona de la Trinidad funge como una especie de
acompañante secundario de lo sucedido alrededor de la obra redentora mediada
por Jesucristo. El Nuevo Testamento presenta la obra del Espíritu como algo
íntimamente ligado a la persona del Salvador y en estrecha relación con los
beneficios obtenidos por él. Relegar al Espíritu a un oscuro tercer lugar desde
una “mirada doctrinal” es no comprender suficientemente su presencia y actuación
en el mundo y en la fe de los seguidores/as de Jesús de Nazaret. En el contexto
de la necesidad de ser constantes en el seguimiento del Señor, él mismo anunció
la manera en que la presencia de su Espíritu vendría a ser una realidad
persistente y continua para sostener la existencia de fe de la nueva comunidad.
El cuarto evangelio es sumamente consistente en
ese sentido y las palabras del Maestro resuenan permanentemente: “…yo, por mi
parte, rogaré al Padre para que les envíe otro Abogado que esté siempre con
ustedes: el Espíritu de la verdad a quien los que son del mundo no pueden
recibir porque no lo ven ni lo conocen; ustedes, en cambio, sí lo conocen,
porque vive en ustedes y está en medio de ustedes” (Jn 14.16-17). Y también: “…el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que ustedes
recuerden cuanto yo les he enseñado y él se lo explicará todo” (Jn 14.26). De
tal forma que el Espíritu es un capacitador interno y externo para lograr estar
a la altura de las circunstancias en el testimonio, la práctica y la conciencia
del seguimiento de Jesús, además de que proporciona seguridad y aliento incluso
en los peores momentos.
San Pablo, en su carta a los efesios, se
refiere a la vida nueva que se implanta en el mundo por el poder del Evangelio
de Jesús, capaz de superar el predominio de los usos y costumbres de la ethné, de quienes no conocen la voluntad
de Dios revelada en la historia y en su palabra (4.18). Exhorta a los creyentes
de Éfeso a manifestar plenamente la vida nueva que es posible conocer y realizar
en Cristo porque ellos/as han aprendido de él directamente (v. 20). Y agrega
que el camino hacia la plenitud de esas vida en el mundo no deja de ser
conflictiva por todos los factores que entran en juego: la “renovación
espiritual de la mente” y el “revestimiento de la nueva creación” (kainón anthropon, vv. 23-24) son el mayor
desafío para hacer presente la acción de Dios en el mundo para la salvación y
la manifestación de su justicia, de la gloriosa realidad de la justificación (dikaiosune). Se espera, entonces, que se
destierre la mentira de la existencia cristiana y que la sinceridad, la verdad,
el aplacamiento de la ira, la honradez y una sana expresión predominen como
valores auténticos en la cotidianidad (vv. 25-29).
Luego se refiere a que las nuevas criaturas
pueden entristecer o irritar (NBE) al Espíritu Santo con sus acciones y
palabras (v. 30). ¿Cómo puede suceder esto si Él es soberano y poderoso? Así comenta
este pasaje Mariano Ávila Arteaga, siguiendo la pista del Espíritu en toda la
epístola:
…el Espíritu Santo está
presente y activo cotidianamente en la vida de la comunidad. Así es como
debemos ver y valorar la vida de la comunidad. El Espíritu está presente y
activo entre nosotros, y es afectado por nuestra conducta. Fuimos sellados por
él cuando creímos en el Evangelio (1.13-14) y su presencia fiel desde entonces
es garantía de nuestra redención final. Para ello, él trabaja continuamente
para edificarnos y hacernos crecer (2.2). Él es el que ha creado la unidad de
la iglesia (4.3) y quien trabaja dando su fruto (4.2) y dones (4.7) a los
miembros del cuerpo para que lleguemos a la estatura de Jesús (4.13). Por eso
sufre profundamente cuando perjudicamos con
nuestros pecados a otros impidiendo asín su desarrollo y crecimiento
sano.[1]
Todas las otras traducciones propuestas (afligir,
ofender, herir, dañar severamente o lastimar) apuntan hacia el hecho de que
hemos de estar muy atentos a la manera en que el Espíritu nos quiere conducir y
orientar para no apartarnos de sus propósitos. Uno de ellos es mantenernos
constantes en la fe para manifestar la presencia de la nueva humanidad y
encaminarnos permanentemente hacia la plenitud que Dios quiere establecer en
nuestra vida y en el mundo. No hacerlo así es mostrar una enorme insensibilidad
ante el entrañable trabajo renovador que el Espíritu quiere realizar entre
nosotros. La constancia o persistencia es uno de los grandes resultados de su
obra; por ello resulta imperativo prestar atención siempre a su llamado y
conducción en todo lo que pensamos y hacemos, dentro y fuera de la comunidad de
fe. Él quiere mantenernos fieles y dispuestos a dar el fruto que se espera de
las nuevas criaturas de Dios.
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