3 de abril, 2016
Nuestro Dios vigila todo el mundo, y siempre está dispuesto a ayudar a
quienes lo obedecen y confían en él.
II
Crónicas 16.9a
Un pueblo dividido por la guerra civil
Lo
primero que salta a la vista es que, debido a la división del reino de Israel,
aconteció una guerra fratricida narrada con dolor por los cronistas que no
podían esconder tan fácilmente su predilección por Judá, el reino del sur
debido a la venerada figura de David. La perspectiva de los libros de las
Crónicas “constituye una reflexión teológica sobre la historia de Israel, entre
su primera instalación (las genealogías) y la vuelta del destierro (el edicto
de Ciro). La historia se convierte en pretexto para reflexionar en torno a las
figuras modelos y contra-modelos. En el centro, el modelo David-Salomón,
repetido en el modelo Ezequías-Josías, es la figura típica de un Israel fiel en
torno a la institución del templo y de su culto. En oposición, las figuras de
Saúl, Roboam o Ajaz son contra-modelos, infieles tanto a las instituciones
cultuales como a su pueblo, lo cual se traduce por la muerte o el cisma”.[1]
Esta visión histórica y religiosa orientó decididamente la
comprensión de la voluntad de Dios para el pueblo hacia un rumbo diferente al
de los libros de Samuel y Reyes, pues con la desaparición de las dos monarquías
los elementos de análisis del pasado cambiaron y todo se centró en la
experiencia litúrgica, sobre todo al destacar la construcción del templo por
parte de Salomón y disminuir la importancia de la historia del éxodo. El
proceso ideológico y religioso fue muy claro: “El criterio de juicio es ante
todo teologal: se trata de la relación con el Dios de Israel vivida en el
culto. Detrás de la figura de David se perfila otra gran figura, la de Moisés;
del mismo modo Josué constituye el modelo de Salomón. La entrada en la tierra
prometida (modelo del éxodo) y la erección del templo (modelo davídico) se
convierten en los dos grandes paradigmas de la fidelidad de Israel, al volver
del destierro”.[2]
Es importante resaltar, para la adecuada interpretación de cada caso expuesto
en el libro, debe revisarse la coyuntura específica.
En II Crónicas 14-15, el texto presenta con una amplia simpatía la
labor de Asá, rey de Judá, a quien se atribuye una serie de reformas contrarias
a la idolatría (15.3-5), signo de la búsqueda de Yahvé, un proyecto que rebasó
el reino del Sur y abarcó a todo Israel (15.9) y que fue posible gracias a un
periodo de paz de 10 años (14.1-2). El logro mayor fue un pacto de fidelidad a
Dios (15.12-15). Pero en el cap. 16, para reaccionar a los ataques de Baasá,
rey de Israel, Asá hizo un pacto con el rey de Siria, en el que comprometió los
tesoros del templo y del palacio (16.2-3), lo que fue visto como una falta de
confianza en el apoyo de Yahvé para sus empresas militares: el profeta Hananí
lo reprendió duramente (16.7-9).
Sólo siendo fieles a Dios se puede obtener
fortaleza
Es allí
donde aparece la conexión con lo que expresa la primera parte del planteamiento
profético de Hananí con lo que empieza una valoración negativa de la actuación
real. Esta segunda
intervención profética es la antítesis de la primera, la de Azarías (15.1-7): mientras
que allá se estimuló su labor reformadora, aquí se reprocha al rey “haber
confiado en el rey de Siria y no en el Señor” (16.7). Ambos son “sermones
levíticos” que incluyen tres aspectos: a)
doctrina (buscar o confiar en Yahvé, 15.2 y 16.7); b) aplicación histórica (15.3-6: “Si ustedes le son fieles, él
estará siempre con ustedes; cuando lo necesiten, podrán encontrarlo; pero si
ustedes lo abandonan, él también los abandonará”; 16.8: “Acuérdate de que,
gracias a tu confianza en Dios, pudiste derrotar a los etíopes y a los libios,
a pesar de que ellos tenían un ejército mucho más poderoso que el tuyo”.); y c) exhortación (15.7; 16.9).[3] Al pacto con Yahvé (15.11),
se opone la alianza contraída con Benadad, soberano extranjero (16.3).
El reproche profético tiene una justificación
histórica, pues sin llegar al extremo de acusar al rey de alta traición, la
acción de entregar al rey sirio los tesoros nacionales puso en entredicho no
solamente su fe sino su capacidad de negociación con el propósito de llevar
adelante sus intereses políticos del momento. Eso es lo cuestionable en la
decisión evidenciada por el profeta, puesto que lo que estaba en juego era
demostrar al pueblo el grado de confianza que se tenía en Yahvé, lo cual salió
bastante lastimado. La fidelidad a Yahvé era algo definitivamente innegociable,
por lo que la exhortación conduce a un anuncio terrible, luego de varios años
de paz: “Sin embargo, ahora pusiste tu confianza en el rey de Siria y no en tu
Dios; por eso, nunca podrás vencer al ejército sirio. Fuiste muy tonto, y ahora
vivirás en guerra toda tu vida”. Las consecuencias de la infidelidad, en
el esquema de la “teología de la retribución”, son prácticamente inmediatas,
pues incluso en su vida personal el rey tampoco confiaba suficientemente en
Yahvé (16.12).
Lamentablemente, Asá no reaccionó
adecuadamente y, por el contrario, la emprendió contra el mensajero al encarcelarlo
y reprimir a otras personas más (16.10). Con ello, canceló la vía de la
obediencia y allanó el camino hacia su fin (16.12-14). La enseñanza es clara: sólo
la fidelidad al Señor podía obtener de Él apoyo y la fortaleza para alcanzar
los propósitos suyos. De otra manera, la espiral de desobediencia y
desconfianza tendría como consecuencia una desorientación vital para el rey y
para su pueblo. Los múltiples casos presentados por las Crónicas, analizados
por separado, manifiestan una y otra vez la necesidad de confiar efectivamente
en el poder y en la intervención divina para conducir la vida según sus
designios eternos.
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