sábado, 9 de abril de 2016

La fortaleza de Dios guía nuestro camino, L. Cervantes-O.

10 de abril, 2016

Yo pongo en ti mi confianza,
pues tú eres mi fortaleza.
¡Tú, Dios mío, eres mi protector!
¡Tú, Dios mío, me amas,
y saldrás a mi encuentro!
Salmo 59.9-10a

Un hombre perseguido por sus enemigos
“El orante del salmo es perseguido por enemigos. El arma peligrosa de esos adversarios es la espada de las palabras. Evidentemente, el salmista perseguido, que en los v. 4.5 encarece su inocencia, es calumniado y acusado falsamente de un delito que él no ha cometido”.[1] La tradición dice que se trató de David al momento de ser perseguido por Saúl (I Sam 19.9-11). Por el voto de acción de gracias, en el v. 17, podemos saber que el salmista “en la mañana” quiere dar gracias a Yahvé y tocar instrumentos en su honor por la redención experimentada.[2] Por tanto, ha buscado refugio en el santuario (v. 17) y aguarda durante una noche larga y decisiva la intervención de Dios “en la mañana” (cf. Sal 57.9).

El salmo pudiera haberse compuesto en los tiempos anteriores al destierro. Guarda estrecha afinidad con las “oraciones de los acusados”. Pero habrá que declarar que toda posibilidad de redescubrir o reconstruir vestigios de la institución del juicio divino, queda obstaculizada por la exuberancia de enunciados acerca de los enemigos. Aquí reside sin duda alguna la problemática del salmo, que se extiende hasta su mismo contenido. La estructura del canto incluye una invocación a Yahvé (1-2), descripción de la angustia y encarecimiento de la propia inocencia (3-4a); apelación a la intervención judicial de Dios (4b-5), lamentación por las maquinaciones de los enemigos (6-7), expresiones de confianza (8-10), el orante desea vivamente recibir un veredicto (11-13); variante del v. 6 y ampliación de la descripción de la angustia (14-15), voto de acción de gracias (16), que en el v. 17 es referido al v. 10 con una expresión de confianza.

En la primera parte, la súplica de salvación y protección, expresada en los vv. 2-3, hace referencia a la función del santuario de ofrecer asilo. En el santuario, el salmista oprimido y perseguido espera que Yahvé sea un bastión (v. 10.17) para él. Los enemigos son muchos y el ánimo del perseguido decae ante su beligerancia y agresividad: “Dios mío,/ ¡mira a esa gente cruel,/ que se ha puesto en mi contra!/ Aunque no he hecho nada malo,/ sólo esperan el momento de matarme;/ aunque no he hecho nada malo,/ se apresuran a atacarme” (vv. 3-4). La visión de los perseguidores es terrible en el momento de la angustia: “Cuando llega la noche,/ regresan gruñendo como perros/ y dan vueltas por la ciudad./ Hablan sólo por hablar,/ y hieren con sus palabras,/ creyendo que nadie los oye” (vv. 6-7).

Confianza en la fortaleza divina
A partir de los vv. 4b-5 y en los vv. 8, 11 y 13, se despliega una imagen de Dios que le permite al hablante esperar en su respuesta, confiado en su acción sobre todo el cosmos y apelando a su respuesta inmediata mediante un lenguaje atrevido: “¡Despiértate ya!/ ¡Ven a ayudarme!/ ¡Mira cómo me encuentro!/ Tú eres el Dios del universo,/ ¡eres el Dios de Israel!/ ¡Despiértate ya!/ ¡Castiga a todas las naciones!/ ¡No les tengas lástima/ a esos malvados traidores!” (4b-5). No deja de aparecer el tono imprecatorio, propio de la exigencia de venganza y de justicia en contra de los enemigos. Lenguaje exigente y universalidad: una mezcla formidable en los labios del salmista. La apelación a Yahvé como juez es importante (5b-6) pues allí también se plantea la universalidad del Dios de Israel. Esta idea que destaca aquí (y también en 9b) no es específicamente de la época posterior al destierro, pues procede de la orientación amplia del santuario de Jerusalén.

La descripción de los enemigos como perros salvajes es vívida y plástica pues describe una “actividad repulsiva, egoísta y odiosa”. “La variante del v. 14 tiene en el v. 15 una ampliación de la imagen: los perros salvajes buscan ansiosamente algo que devorar, y si no lo encuentran, se quedan toda la noche por las zonas pobladas de la ciudad”.[3] En las expresiones de confianza, el salmista contempla cómo Yahvé se ríe y burla de los ataques de todas las naciones que se alzan contra él. “El marcado antropomorfismo que aparece en esta imagen ilustra intuitivamente el dominio de Yahvé sobre el universo y la reacción soberana de Dios”. El creyente confía en Yahvé para sobreponerse contra los “hombres fuertes” (4). Yahvé es para él un “refugio” y un “alcázar” (10). “Gracias a la compasión de Yahvé, el orante ha llegado finalmente a sentirse justificado y victorioso y a poder mirar de arriba abajo a sus enemigos”.[4]

En el v. 13 todas estas expresiones de confianza se traducen a un deseo, sumamente concreto, de juicio sobre sus enemigos. “Al enemigo no se le debe dar muerte en seguida. El final rápido de los adversarios podría olvidarse o no comprenderse bien en el sentido que tiene como signo de la justificación de la persona perseguida y calumniada. […] Si al enemigo se le ‘dispersa’ y se le humilla y luego se le aniquila por la cólera divina, entonces todo el mundo llegará a conocer que ha habido una intervención de Dios en favor de la justicia”. El resumen del salmo es útil para apreciar sus alcances: desde lo más profundo de la calumnia y la persecución, alguien acusado falsamente acude a Yahvé para pedir ayuda; sus enemigos intentan matarlo y alejarlo de Yahvé, la apelación pide a Dios que intervenga como un Dios viviente; la imagen de los adversarios es tenebrosa y abominable, pues representan poderes abismales, pero en lo más hondo de una persecución sin salida brota de nuevo la confianza en el poder de Yahvé, un poder superior al mundo y a todos los enemigos, porque Dios actúa como el juez de las naciones, refugio y fortaleza de quien lo busca sinceramente.

Esa experiencia aconteció en diversas ocasiones en el antiguo Israel y representa la posibilidad efectiva de volver a gozar de la respuesta divina como parte de un plan mayor: “En el antiguo testamento la salvación de Dios es eficaz en la historia; con manifestaciones que tienen valor de signo, esa salvación hace su entrada en este mundo y pronuncia y ejecuta el veredicto justificador. […] No es un cruel deseo de venganza el que dicta las peticiones y demandas, sino el anhelo de que no pase inadvertido ni llegue a olvidarse en Israel […] el reinado de Dios que se hace patente en el juicio divino, sino que se conozca y se divulgue en el mundo entero”.[5]





[1] Hans-Joachim Kraus, Los salmos. I. Salmos 1-59. Salamanca, Sígueme, 1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, ), p. 771.
[2] Idem.
[3] Ibíd., p. 773.
[4] Ibíd., pp. 773-774.
[5] Ibíd., p. 776.

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